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Capítulo 11. 1976-1983. La dictadura y la búsqueda del tesoro

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Un punto intermedio ubicaría el depósito en Cuba en un valor entre 25 y 30 millones de dólares.

Galimberti demandó que se le informara el monto exacto del depósito. También insistió en reclamar una voz en la discusión sobre el reparto del dinero.

Su relación con la cúpula era cada vez más tensa. Firmenich, Vaca Narvaja, Perdía, Mendizábal y Yäger dieron muy poco lugar a sus demandas. Se concentraban entonces en las acciones con las que pensaban boicotear el Mundial de Fútbol de 1978.

Como parte de los preparativos, la dictadura había montado una farsa para contrarrestar las denuncias sobre el terrorismo de Estado: la campaña “Los argentinos somos derechos y humanos”. Los Montoneros armaron dispositivos para traspasar la censura que impedía que se conociera el accionar del terrorismo de Estado. Poco consiguieron. El triunfo del equipo argentino (que muchos controvierten por el curioso 6-0 clasificatorio de Argentina-Perú) ayudó mucho más a la causa de la Junta Militar que a los Montoneros.

La derrota más cruenta, no obstante, estaba por venir.

 

Después del Mundial ’78, la CN se dirigió a los militantes que se encontraban en el exilio —a salvo— con una oferta que no podrían rechazar: debían regresar clandestinos a la Argentina. Había llegado la hora de la Contraofensiva Revolucionaria.

Según la evaluación enajenada de la cúpula, la dictadura mostraba fisuras: aumentaba la conflictividad sindical y las internas en las Fuerzas Armadas debilitaban al gobierno. Había llegado el momento de pasar de la defensiva estratégica a una serie de acciones de propaganda —militares, como la bomba en la casa de Guillermo Walter Klein, funcionario del Ministerio de Economía; comunicacionales, como la interferencia de los canales— que lograrían la recuperación de la iniciativa montonera en la movilización popular. Una especie de revival de los tempranísimos ’70.

Mientras tanto, en la realidad…

La relación de fuerzas era otra. La represión continuaba. La orden significó una sentencia de muerte o una invitación al suicidio, aunque algunos hubieran recibido entrenamiento en Beirut.

 

El 22 de febrero de 1979, Galimberti encabezó el primer grupo que rompió con la cúpula e hizo pública una disidencia; lo acompañaron, entre otros, el poeta Juan Gelman. Ellos denunciaron en una carta “la falta absoluta de democracia interna que sofoca cualquier intento de reflexión crítica” y pidieron, una vez más, que se repartieran los fondos disponibles. Como un boomerang, Galimberti sostuvo que nada, ni la delación bajo tortura, resultaba más egoísta que la actitud de quienes acaparaban las reservas para un grupo selecto, mientras que todos los demás combatientes ponían sus vidas en peligro cada día.

El sector que partió con Galimberti se apropió de la caja que manejaba en el momento. Si bien los adversarios internos de Galimberti hablaron de millones, Jorge Topo Devoto, un hombre del riñón del secretario militar de la Columna Norte, replicó en la biografía de Firmenich40 que se habían quedado con la módica suma de 62.000 dólares.

Como se podía prever, el resultado de la Primera Contraofensiva fue desastroso en términos de pérdidas de vida, tanto de militantes de base como de cuadros importantes, Mendizábal entre ellos. Sin embargo, la cúpula persistía con sus análisis triunfalistas. En la previa de los preparativos de la segunda Contraofensiva, en 1980, se dio otra ruptura, impulsada por Bonasso, entonces secretario de prensa del Movimiento Peronista Montonero, la organización político-militar que habían lanzado en Roma en 1977.

Al término de la dictadura que se extendió desde 1976 hasta 1983 y de un enfrentamiento que costó 30.000 desaparecidos, los Montoneros acabaron —según Galimberti— en el reino del revés.

“En todas las luchas guerrilleras que se han librado en el mundo siempre se han perdido primero los recursos organizativos, básicamente los medios económicos”, explicó Galimberti; los Montoneros, en cambio, “perdieron la guerra, perdieron la gente y pasaron a ser los dueños de una cifra exorbitante de dinero”.

Es decir que los millones estaban en algún lugar.

La persecución del botín no podía concluir con la implosión de la dictadura por los coletazos de la derrota en la guerra de Malvinas.

Notas:

21 El historiador Federico Guillermo Lorenz me reveló la historia del reloj. Su tía, Ana Soffiantini, fue militante montonera y pareja de Hugo Onofri, el responsable de logística de la Columna Norte que se quedó con el Rolex de Born. A él lo secuestraron el 20 de octubre de 1976; a ella, un año más tarde. Ambos fueron a parar a la Escuela de Mecánica de la Armada. Onofri había fallecido por la tortura en el centro clandestino; ella sobrevivió. Supo con certeza que su pareja había estado en ese mismo lugar cuando vio el reloj en la muñeca de otra persona, pero nada dijo: no le convenía.

22 Haymal tenía 26 años. Estaba casado, tenía un hijo y otro en camino. Soportó durante 48 horas la tortura para que los Montoneros pusieran a resguardo lo que creyeran necesario, y luego habló para salvar su vida. Un tribunal revolucionario lo juzgó y lo condenó a muerte. Dos miembros de Montoneros lo encontraron en un colectivo en Córdoba, lo hicieron bajar a punta de pistola, lo subieron a un auto y lo mataron; a continuación le ataron los pies con una cadena, lo arrastraron y tiraron su cuerpo en Alta Gracia.

23 Baschetti, op. cit., p. 52.

24 Raboy fue atrapada y está desaparecida; Ahualli logró escapar de la escena; la niña se salvó porque la madre la arrojó en brazos de un mecánico que reparaba un auto en su corralón.

25 Alejandra Vignollés, Doble condena, la verdadera historia de Roberto Quieto. Sudamericana, Buenos Aires, 2011, p. 211.

26 En el libro David Graiver, el banquero de los Montoneros, Juan Gasparini despliega la teoría de que fue asesinado por alguna agencia de seguridad de los Estados Unidos.

27 Graciela Mochkofsky, Timerman, Planeta, Buenos Aires, 2013, p. 259.

28 Richard Gillespie, Soldados de Perón, Los Montoneros, Grijalbo, Buenos Aires, 1987, p. 288.

29 Entrevista con la autora.

30 A diferencia de Magario, Gasparini nunca admitió haber tenido cargo alguno en la organización. Cuando declaró en los juicios por las violaciones a los derechos humanos en los centros clandestinos de detención, optó por identificarse de manera más genérica como “militante de la Tendencia Revolucionaria del peronismo”. En la versión de Gasparini, tanto el doctor Peñaloza como el doctor Paz fueron personajes que inventó Ramón Camps, el jefe represor de la Policía de la provincia de Buenos Aires. Pero su relato contradice la versión de todos los demás protagonistas. Papaleo, Fanjul, Isidoro Graiver y Gesualdi señalaron ante el general Oscar Gallino, el Oficial Superior Preventor del Consejo de Guerra Especial que los interrogó durante la dictadura, que los interlocutores de los Montoneros con el grupo se habían presentado bajo esos nombres. En esa primera instancia los familiares de Graiver dieron su testimonio sin observancia alguna de las garantías constitucionales y después de que los sometieran a tortura. Pero los involucrados ratificaron las declaraciones para el juicio civil que se desarrolló en democracia, luego de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación dejara sin efecto el fallo del tribunal militar. Por otro lado, tanto Magario como Galimberti y otros integrantes de la cúpula afirmaron que Gasparini había ocupado el cargo de secretario de Finanzas.

31 Declaración judicial de Galimberti del 12 de junio de 1990, en la causa Nº 41.811.

32 En septiembre de 2010, con el impulso del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la Secretaría de Derechos Humanos solicitó que la transferencia del paquete accionario de la empresa fuera investigada como un delito de lesa humanidad y pidió enjuiciar, como a los militares, a los directivos de los diarios compradores: Héctor Magnetto y Ernestina Herrera de Noble (del diario Clarín), Bartolomé Mitre (La Nación), Raymundo Podestá y Guillermo Gainza Paz (La Razón). Según la acusación, los directivos amenazaron a la familia para que vendiera y montaron una “cuidadosa preparación mediática” (en alusión a la difusión que por aquellos días esos diarios dieron a las primeras filtraciones de la conexión del banquero con los Montoneros) que la acorraló. Graiver había desembarcado en Papel Prensa gracias a su relación privilegiada con el ministro de Economía de Héctor Cámpora y de Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard, con anterioridad a su decisión de administrar parte del dinero pagado por los hermanos Born. Pero en virtud de esa conexión última, a los herederos les arrebataron en la dictadura su parte en la fábrica de papel.

33 Acerca de sus contactos con Montoneros y el doctor Paz, Lidia Papaleo declaró bajo tortura en octubre de 1977 y ratificó el testimonio el 6 de abril de 1982 ante el fiscal Julio César Strassera.

34 El 29 de septiembre de 2010, Gasparini declaró como testigo ante el Tribunal Oral Federal Nº 5 que llevó adelante la llamada Megacausa ESMA contra dieciocho marinos. Mencionó que durante los interrogatorios, cuando estaba cautivo en la ESMA, le habían preguntado una y otra vez por los doctores Peñaloza y Paz: “Nada pude responder porque no sabía ni supe quiénes son”.

35 Los cuerpos de Hernández y de Arias aparecieron en tambores metálicos de 200 litros, enterrados en cemento. El Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó en 2012 y 2013, respectivamente, para la causa sobre Automotores Orletti.

36 Susana Viau, “Política y caja eran una misma cosa”, en Página/12, 6 de junio de 2005.

37 Gillespie, op. cit., p. 290.

38 Miguel Bonasso relató la Operación México en su novela Recuerdo de la muerte. Edición definitiva, Espejo de la Argentina, Planeta, Buenos Aires, 1994.

39 Diament, artículo citado.

40 Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Firmenich, la historia jamás contada del jefe montonero, Aguilar, Buenos Aires, 2010, p. 273.

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