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Capítulo 4. Finales de octubre de 1974. El juicio político

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Antes de nombrar como ministro de Economía a Adalbert Krieger Vasena, el general golpista Juan Carlos Onganía consultó la opinión de Hirsch. La casa del vicepresidente de Bunge y Born, sobre la Avenida del Libertador al 2000, funcionaba como un polo de gestiones reservadas con las máximas autoridades del país. Si Hirsch padre había impulsado la diversificación de la compañía e iniciado las relaciones públicas, su hijo Mario había desarrollado las cualidades de un

lobbysta sofisticado que sabía cómo tratar con el poder de turno en beneficio de los negocios.

Tanto que, en su relato, Jorge Born dejó traslucir su admiración:

—A Onganía lo apoyamos porque era la primera vez en muchos años que un gobierno se mostraba decidido a realizar una gestión correcta basada en la eficiencia, no en la política. Onganía le preguntó a Hirsch por Krieger Vasena y también sobre otros asuntos económicos. Con Krieger Vasena hubo una relación estrecha y continua mientras fue ministro.

¿De qué modo?

—[Egidio] Ianella [presidente del Banco Central] nos anticipaba el monto de los créditos de Bunge y Born para que se pudieran planificar las adquisiciones de cereales y algodón a los productores. También nos anticipaba la evolución de la política cambiaria: algo muy útil.

Contra tanta sinceridad, su narrativa de la corrupción política se encuadró en la hipocresía propia del empresariado argentino, que depositaba toda la culpa sobre los funcionarios sin cuestionar su propio papel. Pagar

coimas parecía una imposición necesaria…

Born III dijo primero:

El problema con los políticos es uno solo: ¡todos vienen a pedirnos plata!

Y luego agregó, con una suerte de ingenuidad:

—Y a ninguno se la negamos, según el sistema de representación proporcional: más voz, más dinero.

Con el mismo tono —como si el empresario fuese una víctima de la corrupción y no su contraparte imprescindible— Born se quejó de los pagos ilegales que les demandaba Carlos Moyano Llerena, el ministro de Economía del general Roberto Levingston, quien sucedió a Onganía.

—Moyano Llerena nos apoyaba pero era muy coimero. Había que poner mucha plata en el Ministerio de Economía y en las secretarías de todas las áreas.En esa época implementamos un sistema de pagos por medio de abogados.

Hirsch se podía amoldar más allá de las barreras ideológicas si eso era necesario para encontrar puntos de acuerdo. Ocurrió con José Ber Gelbard, el ministro de Economía de Cámpora y del tercer gobierno de Perón, hombre cercano a los Montoneros. En 1973 Gelbard impulsó una Ley de Granos en un nuevo intento —en teoría— por debilitar el poder de las grandes cerealeras. Al mismo tiempo, le indicó a Bunge y Born el camino para burlar la ley.

Cuando salió la Ley de Granos, que prohibió realizar todas las operaciones (acopio y exportaciones) a una misma empresa, el mismo Gelbard nos aconsejó que creáramos empresas fantasmas para realizar el acopio.

—¿Y qué hicieron?

—Fundamos dos empresas: Granos Argentinos S.A. y E. Martínez para el acopio de granos. Esas empresas son fachadas de Bunge y Born que nos permiten realizar las operaciones igual que antes —reveló Born.

 

Los Montoneros ahondaron en la relación de la empresa con las comisiones internas y con los jefes de los sindicatos que agrupaban a los trabajadores de sus fábricas. Querían un testimonio que pusiera en evidencia la complicidad de la

burocracia sindical con la patronal.

Hacia 1974, la proyección de la izquierda en los ámbitos gremiales había perdido fuerza. Una cuestión en sí y además un síntoma: se cerraba un ciclo.

Si a finales de la década de 1960 la Central General de Trabajadores (CGT) se había dividido, como reflejo del surgimiento de las posiciones más combativas de Raimundo Ongaro (quien condujo la fracción de la CGT de los Argentinos contra el sindicalismo que pactó con Onganía y la ortodoxia), durante el tercer gobierno de Perón, ya asesinados Augusto Vandor y José Ignacio Rucci, la CGT recuperó la unidad y los dirigentes más luchadores perdieron representación ante el poder de la

burocracia sindical.

El peronismo había creado un modelo de gremios únicos por rama, con una democracia interna muy acotada y sin representación de las minorías. Eso desalentaba la competencia y favorecía las reelecciones indefinidas de los líderes. Solo en un puñado de fábricas los delegados más comprometidos conseguían lugares en las comisiones internas. Y generaban una alianza inconfesable: tanto para los empresarios como para la conducción gremial, esos delegados díscolos constituían un adversario en común.

Born lo explicó con sencillez: la pérdida de poder de los gremialistas desprestigiados ocasionaba problemas serios en las empresas del grupo. Música para los oídos de la CN. La multinacional mantenía una buena interlocución con los dirigentes nacionales de los sindicatos la Unión Obrera Metalúrgica (UOM, de Lorenzo Miguel), la Asociación Obrera Textil (AOT, de Casildo Herrera) o la Federación Aceitera (de Estanislao Rosales).

La conflictividad —admitió el secuestrado— resultaba mucho más alta en las plantas que escapaban al control de esos dirigentes:

Tenemos relaciones directas con ellos por medio de los gerentes y los directores. Pero a veces no controlan las comisiones internas, como pasó en Molinos. Allí tuvimos más problemas gremiales porque no contábamos con la comisión, y Rosales no podía hacer nada… Estaba tan desprestigiado que preferíamos conversar directamente con los delegados de la fábrica para terminar con las huelgas. Lo mismo se produjo en Alba y en Compañía Química: los delegados exigían cambios que nos vimos obligados a aceptar. A Herreras le aconsejamos que no visitase las dos Grafas porque lo iban a sacar a patadas.

Un golpe fuerte, pero apenas premonitorio de la losa que se echaría encima el sindicalista que corrió a Uruguay un día antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Herreras había empezado a trabajar en la Grafa original a los diecisiete años. De la comisión interna había escalado a la conducción en la AOT. Con el aval de Miguel —continuador de Vandor en la UOM—, llegó a la conducción de la GGT en enero de 1975. Pero tres meses más tarde aterrizó en Montevideo: “¿Qué pasa en Buenos Aires, Herreras?”, le preguntó la prensa. “Ah, no sé… ¡Yo me borré!”.

Los Montoneros explotaron las

confesiones de Born para cargar contra los jefes sindicales, quienes les habían ganado casi todas las batallas. La voz en

off del video que produjo Quieto concluía:

 

“Para Bunge y Born, tener buenas relaciones no significa tomar juntos un café. Para Bunge y Born tener buenas relaciones con un sindicalista significa que el sindicalista, a cambio de unos cuantos pesos y ayudado por matones, traiciona a los obreros impidiendo que hagan huelga. Como ven, no exagerábamos en nada cuando decíamos que Bunge y Born como multinacional es todo un cáncer que corroe a la Nación y todo lo compra: funcionarios, ministros, presidentes, militares y sindicalistas.

Además de comprar funcionarios, ministros y presidentes, coimean diarios y revistas para manejarlos según su conveniencia mediante la compra de avisos.

Según dijo Jorge Born: ‘Bunge y Born no tiene una ideología definida. Su filosofía es pragmática: apoyamos a los que apoyan a las grandes empresas. En el caso de la publicidad, suministramos a todos los medios, a excepción naturalmente de los que son contrarios a la empresa privada’ ”.

 

Born III reconoció que dos militares retirados ocupaban puestos altos en la compañía. Los habían contratado como interlocutores del grupo ante las Fuerzas Armadas, tanto por cuestiones políticas (dada la preponderancia de los militares en el ejercicio del poder) como por asuntos de negocios. Bunge y Born estudiaba el desarrollo de un complejo de esquí en el Valle de Las Leñas —una zona desaprovechada en la provincia de Mendoza— para lo cual necesitaba adquirir 200.000 hectáreas cerca de la frontera con Chile.

Por razones geopolíticas y de seguridad (persistían los conflictos limítrofes con Chile) el Ejército y la Fuerza Aérea se resistían a que la zona del valle se transformara en un complejo turístico de invierno. Jorge Born atribuyó a las gestiones de dos retirados, Elías Ramírez y Héctor Helbling, que se vencieran las resistencias de las Fuerzas Armadas y se llegara a cerrar un acuerdo con Aerolíneas Argentinas para crear vuelos chárter que acercasen a los esquiadores a Las Leñas. El heredero se había entusiasmado con el proyecto, pero al padre nunca le convenció la idea de entrar en un negocio que exigía una fuerte inversión inicial —25 millones de dólares en cinco años— y que hubiera arrastrado a la compañía a un terreno desconocido, el turismo.

Cuando le enrostraron que la compañía poseía casi un millón de hectáreas, Born III se rió de la exageración, aunque no tanto como imaginaron los Montoneros cuando arrojaron la cifra para ver cómo reaccionaba. Bunge y Born había comprado algunas de las estancias más tradicionales del país y poseía grandes extensiones en las zonas productivas de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, entre otras, más campos en Chaco y Formosa dedicados a la producción de algodón y la explotación forestal para un aserradero propio. A esas extensiones se sumaban las tierras de sus directivos, que Bunge y Born también administraban como un beneficio extra para sus jerárquicos. El padre de los secuestrados llegó a poseer 250.000 hectáreas.

Los Montoneros conocían, más o menos, lo que Born III les respondió hasta entonces. Pero se sorprendieron cuando les brindó lo que ellos consideraron el prontuario de algunos editores de los medios más poderosos:

—Alguna vez una media docena de empresas que no podían pagar sus deudas nos causó problemas mediante un cierto Sr. [César] Civita [de editorial Abril, que publicaba Siete Días

entre otras revistas]. Lo fue a ver Mario, quien seguro le presentó argumentos convincentes porque terminó la campaña contra nosotros. También [Jacobo] Timerman, el director de La Opinión

, anunció otra maniobra en contra: le dijo a Hirsch que lo hacía porque Bunge y Born le daba publicidad a todos los diarios menos al suyo. Mario les prometió publicidad, y nunca más tuvimos problemas con La Opinión

... Antes nos había pasado algo parecido con Clarín,

y Hirsch encontró la solución hablando con su propietario, el doctor [Roberto] Noble.

Muchas veces Born y sus captores se enfrascaban en debates estériles. El heredero intentaba que los Montoneros precisaran cómo sería el país si tomaban el poder; le parecía que sus teorías abstractas carecían de correspondencia práctica. Cada tanto salía del lugar de quien debía dar explicaciones para formular sus propias preguntas:

—Pero ¿qué es el pueblo para ustedes? ¿Saben lo que es gobernar un país? ¿Cómo harían las cosas, si no tienen la menor idea de gestionar nada?

 

Al cabo de semanas de intercambios, los Montoneros consideraron probados los siguientes cargos contra la empresa Bunge y Born:

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En función de los delitos de la empresa, a los secuestrados Jorge y Juan Born les cabía una condena desglosada en varios ítems:

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