Born

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Capítulo 9. 20 de junio de 1975 Libertad 244, Acassuso, provincia de Buenos Aires

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Dos guardias con ametralladoras custodiaban el jardín. Cuando el portón se abrió, dos autos que aguardaban sobre la calle Libertad se acomodaron para escoltar al Ford Falcon. La caravana respetó los semáforos y avanzó sin apuro por las calles de adoquines de Libertador hasta llegar a la avenida Santa Fe. Dobló hacia la rotonda que repartía el tránsito frente al Hipódromo de San Isidro y salió en la calle Perú. Dobló otra vez por Manzone y se detuvo, a una cuadra de la estación.

Nadie pronunció una palabra a lo largo del viaje. Cuando el auto frenó, el chofer dijo:

Caminen cien metros sin mirar atrás. Crucen la vía y los estarán esperando.

Hizo una pausa. Agregó:

Buena suerte, señor Born.

Después de esa despedida seca y fría, los tres descendieron del auto. Caminaron hacia la estación. Los periodistas se presentaron:

Soy Andrew Graham-Yooll, del diario The Buenos Aires Herald.

Luis Guagnini, de El Cronista Comercial

.

Born no retuvo el nombre de ninguno de los dos ni confió mucho en ellos: pensaba que todos los que habían participado de la conferencia de prensa eran afines a los Montoneros, si no Montoneros. Un redactor de

La Nación lo hubiera dejado mucho más tranquilo.

Graham-Yooll le preguntó si se sentía bien, si quería comprar algo en un quiosco que había en la esquina. Born le agradeció: solo quería llegar a su casa.

Cruzaron las vías hacia la calle Eduardo Costa. Por primera vez en mucho tiempo, Born disfrutaba del aire libre, de un espacio sin barreras. Daba pasos largos, aunque no muy firmes, como si tuviera los músculos débiles, compensado por un deseo fuerte de moverse.

—¡Qué tarde magnífica!

Los periodistas sentían frío pero ni siquiera pensaron en contradecirlo. A Graham-Yooll le chocó el absurdo de que en un momento tan relevante hablaran sobre el clima. Guagnini regresó la charla hacia el secuestro.

Sesenta millones de dólares es mucha plata... —ensayó.

Sí, es mucha plata.

Born respondía con evasivas: no tenía ánimo para más. Graham-Yooll reprimió el reflejo de insistir. Sentía que Born era una víctima mucho más que una noticia. Además, ¿para qué saber más de lo que podía publicar debido a la censura, cada vez más opresiva?

Dos autos aguardaban al otro lado de la vía. Born reconoció a las dos personas que se encontraban al volante, únicos ocupantes. Graham-Yooll y Guagnini preguntaron si uno de los dos coches los podrían acercar al centro. Born les indicó con un gesto cuál los llevaría.

 

A lo largo de la media hora que habrá durado el viaje, los periodistas conversaron con Carlos Cortini, directivo de Molinos Río de la Plata, a quien en principio confundieron con un chofer de la compañía. Sin entrar en detalles, Cortini les contó que él había participado de algunas instancias de la negociación y dejó entrever su desprecio por los Montoneros.

Bajaron en Avenida del Libertador y Basavilbaso, una cortada en el barrio de Retiro, y allí mismo se separaron.

Camino a la redacción, en 25 de Mayo y Tucumán, Graham-Yooll se detuvo en un bar para llamar a su esposa desde un teléfono público. Pidió un sándwich y dos whiskies dobles. Necesitaba calmarse.

No podía evitar un sentimiento de frustración: había sido parte de una historia con la que cualquier periodista soñaría, pero no la podía escribir en primera persona ni revelar ningún detalle que delatara su presencia en el lugar. La crónica del diario

La Prensa, que había recibido el material de manera indirecta, resultó mucho más completa que la que él pudo publicar en

The Buenos Aires Herald, y sin su firma: el director del diario, Robert Cox, quiso proteger a su jefe de redacción, que ya tenía una denuncia penal en su contra.

La agencia española EFE dio la primicia mundial sobre el cobro del rescate y la liberación de los hermanos: mérito de Del Corro, quien había dejado la casa con el primer grupo de periodistas.

Mientras caminaban hacia la Avenida Maipú para tomar un colectivo, Del Corro se reprochó a sí mismo por no haberse ofrecido como voluntario para acompañar a Born: el instinto le había fallado, o le había ganado el miedo. Cuando percibió la dimensión de la noticia se metió apurado en un bar con teléfono público y —con el escaso tiempo que compraron todas las monedas que tenía— le dictó un despacho a Luis Álvarez Fermosel, el número dos de EFE en Buenos Aires. El cable no se envió a los suscriptores de la Argentina, por la censura, pero repercutió en los principales diarios del mundo.

El País de Uruguay,

El Excelsior de México,

ABC de España,

El Mercurio de Chile, entre otros medios internacionales, publicaron al día siguiente, en un lugar destacado, la información de EFE.

El equipo de la televisión alemana regresó en taxi al hotel Dorá. Ecktain redactó y grabó un texto con apuro: quería mandar cuanto antes el material, las únicas imágenes de la conferencia de prensa que no habían registrado los Montoneros. Tenían entre ocho y diez minutos, 120 metros de película de 16 milímetros reversible en color. Ese mismo día despacharon la cinta en un avión de Lufthansa hacia Frankfurt, con destino final en Mainz, donde se encontraban los estudios centrales de Televisión ZDF. Allí compaginaron el audio con las imágenes y emitieron un informe de tres minutos que decía:

 

“Hemos sido llamados por la mañana a este hotel en el cual nos alojamos desde hace años cada vez que venimos a Buenos Aires. Se nos dijo que, si estábamos interesados, nos pasarían a buscar para ir a una conferencia de prensa muy especial. Contestamos afirmativamente y pasó a buscarnos un auto.

Después de un tiempo se nos vendaron los ojos y continuamos por un lapso aproximado de 45 minutos. Paramos frente a una casa en la que sucedió lo siguiente: detrás de la puerta se encontraba un hombre con una ametralladora. Fuimos instruidos en el sentido de no grabar a nadie, salvo al ‘compañero’ que daría la conferencia de prensa. Solo podíamos fotografiar al guardia, pero desde atrás.

Mario Firmenich, uno de los guerrilleros más buscados de la Argentina, abrió la conferencia de prensa con una sensacional noticia: el empresario Jorge Born sería liberado contra el pago de un rescate de 60 millones de dólares. Esto es más que cuatro veces los 14 millones de dólares pagos por el gerente de (la petrolera) Esso, (Victor) Samuelson. Firmenich subrayó que esos 60 millones de dólares representan apenas un tercio del presupuesto para defensa de la República Argentina de 1975.

Los Montoneros son el brazo armado del peronismo de izquierda. Actuaron en la lucha activa por el regreso de Perón, posteriormente se enfrentaron al caudillo y pasaron a la clandestinidad. El gobierno de Isabelita combatió a los Montoneros con tenacidad, pero con escaso éxito.

Firmenich habló durante más de una hora de las metas de los Montoneros. Al final de la conferencia de prensa, ya casi saliendo, giró hacia el auditorio indicando que venía otra persona: Jorge Born, secuestrado junto a su hermano Juan el 19 de septiembre de 1974.

Juan Born ya había sido liberado con anterioridad, después del pago de parte de los 60 millones de dólares. A los hermanos Born les pertenece un conglomerado de empresas alimenticias, textiles y químicas, es la tercera firma en importancia de América Latina después de la Volkswagen brasilera y la Shell.

Jorge Born no pudo decirnos nada frente a cámara. Después de que se apagaron las luces nos contó a los pocos periodistas presentes que fue tratado bien, pero que nueve meses es un largo tiempo. Sobre sus secuestradores dijo que tenían un poco de todo: que eran inteligentes, resueltos y también, un poco infantiles”.

 

El rastro de Born III se perdió rápidamente.

Cuando el heredero subió al auto en la estación, su conductor, José María Menéndez, le advirtió que no podía permanecer mucho tiempo en el país. Por lo que él había averiguado, si lo encontraban lo mandarían a un presidio en Salta, donde quedaría a disposición del Poder Ejecutivo, detenido bajo el cargo de financiar la actividad terrorista de los Montoneros.

De una cárcel a otra.

Born lo escuchó azorado —financiar a sus secuestradores, qué descaro— y sobre todo muy inquieto. Menéndez era un hombre bien conectado —en el futuro funcionaría como un nexo civil de los carapintadas— y los asesoraba en ese tipo de asuntos delicados.

La indicación era simple, y sin alternativas: escapar.

—Lo voy a llevar a un departamento para que pase la noche. No hable con nadie por favor. Nadie sabe dónde está. Cualquier cosa me llama. Solo a mí. Mañana lo busco y nos vamos a Uruguay —le dijo Menéndez.

¿Pero cómo me rajo si no tengo ni un documento? ¿Corriendo? —se irritó Born; el agotamiento nervioso le reclamaba un descanso.

—Todo está arreglado para que usted salga mañana clandestino, no se preocupe.

Born se quedó solo en el departamento de un desconocido, con un teléfono que solo podía utilizar por una emergencia y con algo de comida. Al día siguiente Menéndez lo llevó al aeródromo de Don Torcuato, donde una avioneta lo llevó a una primera escala en una pista muy precaria, en un lugar que Born no identificó, y de ahí al aeropuerto de Punta del Este.

Cuando se acercaron los funcionarios de Migraciones, Born se preocupó: no tenía papeles para probar su identidad. Pero ellos ya sabían quién era y le entregaron un documento provisorio para que entrase al Uruguay.

Notas:

18 Gabriel García Márquez, entrevista citada.

19 Marcelo Larraquy,

López Rega, el peronismo y la Triple A, Punto de Lectura, Buenos Aires, 2007, p. 317.

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