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Capítulo 13. 1989-2002. Menem lo hizo

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Desde el momento en que Carlos Menem asumió la presidencia, el 8 de julio de 1989, una serie de hechos, en apariencia enlazados por azar, reactivó la búsqueda del tesoro de la

Operación Mellizas.

Jorge Born vivía en San Pablo, Brasil. Presidía Bunge y Born desde el año 1987, cuando murió Mario Hirsch. Ocupaba el cargo para cual el padre lo había educado y manejaba la fortuna incalculable de una corporación que se había proyectado a los cinco continentes. Se encontraba en la cúspide de su carrera, recuperado y pujante, a pesar del agujero negro que había dejado en su vida su secuestro y el de su hermano Juan a manos de los Montoneros.

No obstante su plenitud, el poder y la figura de Menem lo atraían de modo inexplicable, irresistible. Al punto de que Born planeaba regresar a la Argentina para resolver las cuentas pendientes de su pasado.

 

Juan Bautista

el Tata Yofre, un ex periodista del diario

Ámbito Financiero que había trabajado para la usina de información de Bunge y Born, se hallaba al frente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Había funcionado de puente entre el grupo y el gobierno de Menem.

Rodolfo Galimberti, el encargado militar de la Columna Norte que había participado de su secuestro, estaba prófugo de la Justicia. Ofreció sus servicios a la SIDE: a cambio de un indulto y de algo de dinero estaba dispuesto a

colaborar con Born para que pudiera recuperar parte de los 60 millones de dólares que su padre había pagado en 1975.

Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja —la cúpula de los Montoneros— amagaban con repatriar los fondos que habían quedado en custodia del gobierno cubano. Sería un

aporte patriótico al gobierno de Menem. También esperaban que aquel dinero facilitara una solución a sus problemas judiciales.

La posibilidad de que su gobierno lograra unir a Born con sus antiguos verdugos guerrilleros excitaba a Menem. ¡Qué gran foto de la reconciliación nacional! El abrazo de la víctima con su victimario le serviría para ecualizar el impacto de los indultos que les había prometido tanto a los militares genocidas como a los ex jefes guerrilleros. Y sería su obra.

Sin dudarlo, ordenó al titular de la SIDE que moviera la primera ficha.

Yofre llamó a Jorge Born. Sin preámbulos, introdujo el tema:

A Carlos le gustaría que usted se reuniera con Galimberti.

—¡¿Con Galimberti?!

Se hizo un silencio que en nada incomodó a Yofre. Esperó unos segundos. Escuchó la pregunta que esperaba:

—¿Para qué?

Le quiere pedir perdón.

Otro silencio.

—¿Para eso nada más?

Bueno… —eligió sus palabras con cuidado, para decir mucho con poco—.

También está dispuesto a ayudar, ¿no?

Ayudar…

Sí… ayudar con el tema de la causa.

El tema… —Born también cuidaba las palabras: apenas repetía aquellas que podían darle un pie a su interlocutor. Que al fin soltó:

Por ahí se puede recuperar algo de la guita.

Hubo un último silencio. Born sonreía.

Entonces, que venga Galimberti.

El empresario suavizó el tono durante el resto de la conversación. El titular de la SIDE no se sorprendió. En realidad casi había contado con la buena voluntad de Born: conocía de primera mano su obsesión por recuperar el dinero del secuestro.

 

Yofre se había vinculado con el grupo por medio de José María Menéndez,

el Gallego. Hasta su jubilación había figurado como gerente de Grafa. Pero sus tareas verdaderas habían sido otras: en palabras de Born, se había ocupado “de las cosas raras” de Bunge y Born.

Era el hombre que lo había recogido en la estación de Acassuso el día que los Montoneros lo liberaron. Era el hombre que había organizado el operativo de su huida a Montevideo. Eso revelaba sin equívocos la confianza que le tenía Born padre, y hablaba a las claras de sus capacidades para resolver cierta clase de problemas.

Cuando se retiró de Grafa —a falta de una descripción mejor—,

el Gallego puso a funcionar la consultora Menéndez, Lynch y Nivel en un piso de la calle Olleros 2125, en el barrio de Belgrano. El

Grupo Olleros —como se lo conoció— se suponía independiente de las actividades de Bunge y Born, pero el propio Born le atribuía una utilidad: “A Mario [Hirsch] le gustaba estar informado”. A poco de andar atrajo como un imán a espías, políticos, sindicalistas y militares que conspiraron contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Y a unos cuantos informantes, el periodista Mariano Grondona y Yofre entre ellos.

El titular de la SIDE de Menem le vendía a Menéndez un newsletter, un servicio que resumía en un boletín informaciones confidenciales que no aparecían en las notas que el periodista publicaba en

Ámbito Financiero, pero importaban más, y por eso tenían un valor en el mercado paralelo.

El primer encargo de Menéndez —recordó Yofre poco antes de cortar la comunicación con Born— había sido un informe sobre los movimientos de la plata de los Montoneros en Cuba.

En el contexto de las alianzas que había generado el gobierno de Menem, la propuesta de Yofre al empresario, lejos de sonar descabellada, encajó a la perfección. Era la pieza que completaba el rompecabezas.

Bunge y Born manejaba, literalmente, la economía del país. La

revolución productiva y el

salariazo que Menem había prometido no se tradujeron en medidas populistas, como temieron los empresarios y los banqueros que se habían llevado una muy mala impresión durante la campaña del caudillo riojano de patillas desmedidas y vida no menos desmesurada. Entre ellos las autoridades de Bunge y Born, a las que Yofre lo había presentado durante sus meses como vocero del candidato. Sin embargo, luego de ganar las elecciones, Menem cerró una alianza sin precedente entre el Partido Justicialista (PJ) y el grupo económico más poderoso y concentrado de la Argentina. Le entregó la conducción del Ministerio de Economía.

El vínculo se había forjado en poco tiempo y en pleno estallido inflacionario. Cuando Alfonsín debió abandonar el poder, seis meses antes de que finalizara su mandato, el entorno de Menem desesperó: no tenía un plan económico para enfrentar la crisis.

Pero Bunge y Born, sí.

 

El 19 de mayo de 1989 cerca de la medianoche, Yofre despertó a Néstor Rapanelli, gerente de Bunge y Born argentina. Sabía que vivía en la Avenida del Libertador y Salguero, así que lo citó de urgencia en un bar cercano: el Rond Point de Palermo Chico. Le anunció, con dramatismo, que se anticipaba la jura presidencial:

—¿Usted se acuerda que me habló de un plan económico del grupo para el país?

Claro.

Nos cae el gobierno encima y no tenemos ni un papel —le confesó.

A Rapanelli le pareció una gran oportunidad.

Al día siguiente, Yofre se presentó en el cuartel central menemista, en Callao 240, y le pidió al secretario Ramón Hernández que despertara al presidente electo, que dormía una siesta como siempre: ninguna angustia lograba arruinársela.

Todavía somnoliento escuchó la propuesta. Le pareció muy peronista: trabajadores y empresarios juntos por la patria. Impulsaría su revolución productiva de la mano de Bunge y Born.

Que vengan ya —ordenó Menem.

Ya, no se puede. Esto no es un cuartel de bomberos —ironizó Yofre.

—¿A dónde vamos a estar más tarde, Ramón?

En La Rioja.

A las pocas horas, Rapanelli viajó a la provincia del presidente con unas carpetas y un programa que Jorge Born había intentado imponerle a Alfonsín, sin éxito, poco antes.

La hiperinflación, el desabastecimiento, el déficit y la falta de reservas del Banco Central creaban un cuadro agudo. La multinacional argentina proponía una serie de medidas ortodoxas de ajuste (devaluación, baja de las tasas de interés, suba de tarifas, recorte de subsidios y eliminación de impuestos y de los derechos a las exportaciones) que habían sido la demanda constante de las compañías exportadoras.

Conocía La Rioja. Aunque Menem no era el favorito de la empresa, había recibido un aporte económico del grupo a la campaña: 2 millones de dólares en billetes que Rapanelli entregó personalmente y por los cuales no pidió recibo. Siempre sospechó que los recaudadores se habían quedado con una tajada de importancia. Cuando regresó a la provincia para presentar los lineamientos del plan económico, también habló de dinero: dijo que la compañía podía aportar, junto con otras compañías cerealeras, un refuerzo de hasta 5.000 millones de dólares para las reservas.

Años más tarde Yofre interpretó que los integrantes del entorno de Menem se habían comportado como ilusos: “El grupo prometió algo que fue un engaño: no era dinero fresco de inversiones o una solución para las reservas, era un anticipo por liquidación de exportaciones”. Bunge y Born había ofrecido un adelanto de las divisas que obtendrían de sus ventas al exterior: suerte de préstamo de corto plazo y sin riesgo para las empresas.

La capacidad de atención de Menem se saturaba con los detalles. Escuchó a Rapanelli durante cuarenta minutos. La

revolución productiva, el

salariazo y Bunge y Born, todo junto: le encantó. No hacía falta más.

La conversación continuó en Buenos Aires, con una presentación a cargo de Jorge Born en la sede de la Fundación. A esa altura, el presidente electo solo quería conocer el nombre de quien sería su ministro de Economía, para terminar con los zumbidos de moscardón de Domingo Cavallo, quien quedaría como su primer canciller. Born propuso a Miguel Roig, un hombre del grupo, ya jubilado.

A tres días de la asunción presidencial, Roig anunció su plan económico: aumento del dólar, tregua de precios para detener la inflación, crédito blando para la

revolución productiva, aumento de sueldos para el

salariazo, privatización de los servicios a cargo del Estado, autonomía del Banco Central, facilidad para la inversión extranjera, negociación de la deuda externa, entre otros. También redactó la Ley de Emergencia Económica que se presentaría al Congreso.

Mientras hacía todo eso contrarreloj, dormía pocas horas y fumaba setenta cigarrillos por día.

Asumió el Ministerio de Economía tras la jura presidencial, el 9 de julio de 1989. Falleció cinco días más tarde. La primera versión indicaba que había sufrido un infarto mientras manejaba su automóvil. Inverosímil. Roig había participado de una de las celebraciones más enraizadas de la diplomacia, la recepción en la majestuosa Embajada de Francia del 14 de Julio por el aniversario de la toma de la Bastilla. Su chofer —el ministro no manejaba su auto— lo esperó en la puerta del palacio y de ahí lo llevó a una oficina que tenía sobre la avenida Córdoba, cerca de la peatonal Florida. Un periodista llamó al titular de la SIDE y le preguntó si era cierto que Roig se había suicidado en ese departamento. La versión oficial se redujo al infarto como causa de muerte.

Lo velaron en la Casa Rosada, a pocas salas de distancia de donde se celebraba la reunión de gabinete a la que Menem había convocado.

Javier González Fraga, el titular del Banco Central, no disimulaba su desprecio intelectual por las propuestas que el grupo había acercado al Gobierno: “Si un alumno de primer año de la facultad me presenta el plan BB, yo lo bocho”. Al economista lo divertía más aún la definición de su amigo Guido Di Tella (luego canciller de Menem): “El Plan Playa Brava: la típica boludez que dicen los empresarios mientras se toman un whisky en Punta del Este, un conjunto de medidas que solo los beneficiarán a ellos”.

González Fraga acusó a Born de presionar por medidas que le darían ganancias extraordinarias a sus empresas exportadoras. El titular del Central había sido asesor de compañías exportadoras de cereales: conocía bien la dinámica del negocio. Mientras retenían la cosecha de trigo y maíz —alertó— presionaban por una devaluación del peso y usaban un mecanismo de prefinanciación de exportaciones para especular. “Una timba: el 95 por ciento de sus ganancias provienen así de la especulación financiera, y tan solo el 5 por ciento de la venta de cereales”, sintetizó. Aún no había llegado el tiempo de la soja.

A pesar de las advertencias del titular del Banco Central, el presidente no estaba dispuesto a romper tan pronto la alianza con Bunge y Born. Mandó a llamar de urgencia a Jorge Born.

El empresario, desacostumbrado a que otra persona dispusiera de su tiempo, y para peor de modo imperativo, salió de su campo en Rufino, provincia de Santa Fe, tal como estaba vestido: con un saco de

tweed y unas botas de montar. El fastidio le duraba cuando entró a la Casa Rosada con el aspecto de un patrón de estancia trasplantado a la ciudad.

La reunión fue tensa.

Menem ya no quería a un empleado de Bunge y Born en su gabinete: lo quería a él. Born se resistió.

Con mi apellido, todo lo que haga va a afectar la imagen de la compañía. No puedo arrastrar a todos los accionistas con mis decisiones individuales.

Pero precisamente el apellido…

Carlos, tengo un nombre que nos va a gustar a todos.

Born le había hecho una finta veloz.

Rapanelli —dijo.

Néstor… —murmuró Menem, casi con asentimiento. Lo conocía. Podía ser una buena solución.

Necesito unas horas para conversarlo con él —pidió Born.

Claro —dijo el Presidente, y lo olvidó en el instante. Antes de que el empresario saliera de la Casa Rosada, ya había dado la orden de que anunciaran el nombre del sucesor de Roig.

Cuando presentó a Rapanelli a su gabinete, Menem se detuvo en González Fraga:

Néstor, te presento al mejor presidente de Banco Central que puedas tener.

No solo Born hizo su aporte al gobierno de Menem; también sus captores arriesgaron lo suyo.

Tras la asunción de Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983, la guerrilla peronista había vuelto a abandonar las armas, en parte por la democracia recuperada y en parte por el impacto trágico del terrorismo de Estado. La cúpula de los Montoneros fundó el Peronismo Revolucionario (PR) y se inclinó por el caudillo riojano en la interna del PJ contra Antonio Cafiero. El respaldo se tradujo en una contribución monetaria.

Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja, los únicos dirigentes con acceso al depósito bajo control del gobierno cubano, aportaron algo del rescate de los Born a la campaña del riojano. Se dijo que 3 millones de dólares —algo más que los 2 del grupo—, y en diálogo para este libro Perdía concedió:

Algo así… aunque no tanto como 3 millones.

La apuesta se basaba en las referencias permanentes del riojano a la necesidad de dejar atrás el pasado doloroso de violencia cruzada para dar lugar a la reconciliación nacional. Música para los oídos de los ex jefes guerrilleros, que confiaban en que Menem sería tan expeditivo y generoso como lo había sido Héctor Cámpora en 1973. Habían reflotado una vieja bandera: “Ni un solo día de un compañero preso con un gobierno peronista”. Ni un solo día.

Culpaban a Alfonsín de todos sus males. Después de tres alzamientos, los militares habían obtenido la sanción de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, que acotaron su responsabilidad por la represión ilegal a los jefes que la habían ordenado. Los ex montoneros ponderaban a los militares que se habían sublevado —los

carapintadas— y que habían logrado restringir el alcance de los juicios. De alguna manera los envidiaban: ellos seguían con las causas en su contra abiertas.

Los ex montoneros habían protestado cuando Alfonsín inició los juicios a militares y a guerrilleros a la vez: les parecía un reflejo práctico de la teoría de los dos demonios. Pero a Menem le hicieron saber que estaban dispuestos a aceptar un perdón que los pusiera en una misma bolsa con los represores y con los carapintadas.

También aplaudieron que Bunge y Born, el grupo al que en sus tiempos de guerrilleros habían condenado como el enemigo número uno de Juan Domingo Perón, se sumara al gobierno peronista.

Justificaron el giro del presidente Menem: “Algunos pueden decir que los argentinos nos volvimos locos, que Menem intenta mezclar agua con aceite”, dijo Vaca Narvaja, aún prófugo, a la revista

Somos.45 “Creo que Menem acierta cuando dice que hay que terminar con los ideologismos. Entiende perfectamente que no hay muchas salidas para la Argentina, que esta no es una crisis más y que estamos al borde de la disgregación”. Y cerró: “Bueno, ahí estamos: compartiendo el mismo gobierno”. En efecto, el ex número tres de la Conducción Nacional (CN) se desempeñó como secretario de Industrias de la Municipalidad de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, durante la gestión del intendente menemista Luis Ortega (hermano de Ramón

Palito Ortega).

© JOSÉ LUIS SOLDINI/ARGRA

Dos directivos de Bunge y Born fueron ministros de Economía del presidente Carlos Menem.

También adhirió al kirchnerismo: fue presidente de Tren Patagónico en la provincia de Río Negro y ministro de Obras Públicas de esa provincia, hasta su renuncia a comienzos de 2014. Con Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta, se vinculó familiarmente. Sus hijos Camilo Vaca Narvaja, también militante peronista, y Florencia Kirchner los hicieron consuegros: a comienzos de 2015, la pareja anunció que ella estaba embarazada de una nena.

Durante el menemismo temprano Galimberti no podía utilizar su nombre verdadero: se hacía llamar César Shaffer. Pero más le dolía no tener dinero ni influencia política. Extrañaba ambas cosas. Las recuperaría —fue empresario y asesor de la SIDE— antes de morir, a los 54 años, en un quirófano durante una intervención de urgencia por un aneurisma en la aorta abdominal.

Se había relacionado con Aldo Rico, el teniente del Ejército que encabezó los levantamientos de carapintadas en 1987 y 1988. Pero ya no le resultaba de mucha utilidad: Rico estaba en prisión.

Su otro intento había consistido en robar con Daniel Zverko —un amigo de la adolescencia al que había conocido en el grupo ultranacionalista Tacuara— el pago de los intereses que presuntamente la ex cúpula montonera recibía aún por el dinero de los Born. Según los biógrafos de Galimberti,46 en dos oportunidades habían asaltado en la Autopista Ricchieri, el camino al aeropuerto de Ezeiza, el auto que transportaba las valijas de Cuba, y en cada ocasión se habían quedado con 200.000 dólares.

La historia se corresponde con el perfil del personaje de grandes proezas, mezcla de Rambo con Agente 007, que Galimberti construyó para sí. Sin embargo, no existen indicios de que el gobierno de Fidel Castro continuara enviando remesas en forma regular en el año 1989.

Verdadera o falsa, la anécdota sobre los atracos demuestra que Galimberti jamás perdonó que sus ex jefes se hubieran apropiado del dinero en Cuba. “Cuando Galimberti rompió [con los Montoneros], uno de sus objetivos era recuperar esa plata. Aunque intentó de todo en Cuba, nunca tuvo acceso. Sabía que la plata era poder y se la quería sacar a Firmenich”, dijo Raúl Magario, quien fuera jefe de Finanzas de los Montoneros durante el secuestro de los Born.

Galimberti comprendió que con Menem se le abría una oportunidad única para volver sobre la pista del botín.

Su amigo Zverko y Patricia Bullrich —hermana de Julieta, la pareja de Galimberti que murió en un accidente de auto durante su exilio— se ofrecieron a entregarle un mensaje a Yofre. Ellos figuraron como remitentes del sobre que le llegó al jefe de la SIDE. Pero al abrirlo, asomó un tarjetón con el nombre Rodolfo Galimberti impreso en una tipografía elegante. Debajo, un texto con lenguaje pomposo escrito con una pluma estilográfica:

 

Estimado Don Juan Bautista Yofre:

Los compañeros portadores de la presente le garantizan a usted la comunicación directa y permanente conmigo si usted lo considerase necesario en su actual función, que sabemos únicamente al servicio de los intereses de la Nación argentina y el proceso de transformación iniciado con la victoria del 14 de mayo encabezada por nuestro presidente Carlos Menem. Tenga usted la certeza de que aportaré lo mejor de nuestro esfuerzo para contribuir a los objetivos fijados por el doctor Menem.

Quedo a su disposición para lo que considere oportuno.

Acepte un abrazo peronista,

Suyo,

Rodolfo Galimberti

 

Yofre releyó el mensaje. “Aportaré lo mejor…” “Contribuir…” “Quedo a su disposición…” ¿Quería decir lo que él creía que quería decir?

Para asegurarse si Galimberti podía ayudar, y de qué manera, el titular de la SIDE contactó al fiscal en la causa del secuestro de los Born, Juan Martín Romero Victorica.

¿Había en el expediente alguna prueba del destino de los fondos de los Born? Hasta ese momento, el fiscal no había seguido la ruta del dinero. No obstante, se le ocurría por dónde empezar:

La causa Graiver nos puede seguir dando leche —pensó Romero Victorica en voz alta.

 

Lidia Papaleo e Isidoro Graiver habían recuperado la libertad el 16 de julio de 1983. La Corte Suprema dejó sin efecto la condena de la dictadura, porque habían sido juzgados en el ámbito militar y sin las garantías mínimas para su defensa. En la justicia civil, Julio César Strassera revisó el caso. El reconocido fiscal insistió en pedir cinco años, basado en que habían colaborado con grupos que buscaban suprimir el orden constitucional, pero el juez Fernando Zavalía los absolvió.

Libres de culpa y cargo, los herederos de Graiver iniciaron una segunda batalla judicial para obtener una reparación económica y recuperar los bienes que las Fuerzas Armadas les habían arrebatado.

Tras un fallo de cámara del fuero Contencioso Administrativo favorable al reclamo, Alfonsín instruyó al Procurador del Tesoro Pedro Fassi que negociara el monto de la indemnización que el Estado debía pagar a la familia. En diciembre de 1985 firmó el decreto 2530/85 con el que pretendió cerrar el círculo: sostuvo que no se habían comprobado las supuestas conexiones de los Graiver con las organizaciones terroristas, ordenó la devolución de cuarenta propiedades a la familia y estableció una compensación de 84 millones de dólares a pagar en cuotas por los daños y perjuicios sufridos durante la dictadura.

Como la principal beneficiaria resultó ser María Sol Graiver, la única hija del matrimonio, Alejandro Molina intervino en calidad de asesor de menores.

En aquel momento, fue el único que advirtió que la historia se podía reabrir.

“No puedo pasar por alto la sospecha sobre el origen de ciertos bienes de [David] Graiver, en razón de sindicárselo como vinculado con la banda de delincuentes terroristas denominados Montoneros, con quienes realizara negocios, como consecuencia de los cuales habría quedado debiéndoles a aquellos una cifra que se estima en 17 millones de dólares”, señaló Molina.

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