¡BOOM!

¡BOOM!


¡BOOM! 35

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¡BOOM! 35

Mi narración fue interrumpida por las ensordecedoras sirenas de unas ambulancias, primero desde la Ciudad Occidental y después desde la Ciudad Oriental. Entonces otras dos ambulancias salieron disparadas de cada una de las ciudades, sumando un total de seis, y cuando se encontraron en la avenida, dos giraron hacia la pradera, dejando atrás en la carretera a las cuatro restantes. Las luces verdes y rojas relampagueantes aumentaron la tensión y el terror que invadía el aire. Unos ATS que llevaban batas blancas, gorras blancas y máscaras azules, algunos con maletines de médico, otros cargando sencillas camillas, salieron de las ambulancias y corrieron hacia los puestos de los vendedores de carne donde la gente se había congregado en más de una docena de apretados círculos. Los ATS empujaron y sortearon a la gente para alcanzar a los heridos (algunos desfallecidos e inconscientes, otros se revolcaban por la tierra y otros, doblados, vomitaban). A su alrededor, los presentes daban palmadas en la espalda a los amigos que trataban de devolver, y algunos familiares se habían arrodillado junto a los que estaban inconscientes y les llamaban por su nombre muy preocupados. Los ATS examinaron y atendieron primero a los que habían perdido el conocimiento y a los que se retorcían en el suelo. Después los colocaron en las camillas para llevarlos a las ambulancias. Al carecer de suficientes de ellas, un enfermero le pidió a la gente que cargara o que ayudara a las víctimas de envenenamiento a llegar a los vehículos. Las ambulancias habían detenido el tráfico que venía de ambas direcciones y en poco tiempo más de cuarenta coches estaban parados, parachoques contra parachoques, negándose a sufrir en silencio y proclamando su molestia con bocinazos interminables. Es el peor ruido del mundo. Si yo fuera el rey del mundo, Señor Monje, me aseguraría de que todos fueran destruidos y golpearía hasta dejar inconsciente a cualquiera que se atreviera a tocar el claxon. Entonces fue cuando llegaron los coches patrulla de la policía y los agentes tomaron el mando para poner orden. Uno de ellos sacó de su camión a un conductor que se negaba a dejar de dar bocinazos. El hombre se resistió y sus modales eran tan amenazadores que irritaron al policía hasta el punto de agarrar al hombre por el cuello y empujarlo hacia una zanja al lado de la carretera. Cuando el camionero logró sacar su cuerpo empapado de la zanja, protestó enérgicamente: «¡Le voy a denunciar, maldita sea! Todos ustedes, los policías de las Ciudades Gemelas, son unos sinvergüenzas». El agente se le acercó y el hombre saltó a la zanja sin necesidad de ayuda. La policía comenzó a dirigir el tráfico, las ambulancias entraron en el recinto del templo con las víctimas envenenadas para dar la vuelta y salir enseguida escoltadas por la policía hacia sus respectivos hospitales a través del escaso espacio de carretera que los coches detenidos habían dejado abierto. Un policía sacó la cabeza fuera de la ventanilla y mandó a los conductores que se quitaran de en medio. Se había formado otro grupo de víctimas envenenadas en la pradera; el ruido de los vómitos y los lamentos se mezcló con los gritos de la policía que dirigía el tráfico. Los agentes seleccionaron algún monovolumen y algunas furgonetas privadas para que llevaran a los enfermos al pueblo, sin prestar atención a las quejas de sus dueños. Un miembro de bajo rango del Partido se quejó: «¿Quién le ha dicho a esta gente que comiera tanto?». Su comentario atrajo la atención de un policía que le miró de manera condenatoria, cosa que le hizo callar mientras permanecía de pie al lado de la carretera fumando. Entonces los conductores a los que habían requisado sus vehículos empezaron a congregarse en nuestro recinto. Algunos metieron la cabeza dentro del templo para ver qué estaba pasando, otros fijaron sus ojos en el Dios de la Carne que estaba tendido al sol. Uno, que se deleitaba al ver la desgracia que había caído sobre el Festival de la Carne, dijo: «Bueno, señores, creo que estamos viendo el final del festival». Sus palabras desencadenaron la respuesta de otro espectador: «Todo esto es ridículo. Calvito Hu quería triunfar. Sus superiores lo estiman mucho y le dejaron seguir adelante con su idea. Se ha metido en un lío enorme y tendrá suerte si no muere nadie. Si mucha gente muriera…». Una mujer de mirada punzante salió de detrás de un árbol y con voz severa le dijo: «Si muere mucha gente de las Ciudades Gemelas, Director Wu, ¿qué bien haría eso a los suyos?». Claramente avergonzado, el hombre respondió: «Solo hablaba para mí y pido disculpas. Estábamos a punto de telefonear a nuestro hospital y pedir ayuda para usted». La mujer, funcionaria también, gritó a su móvil: «¡Es más que urgente! ¡Al diablo con los gastos! Movilicen todo lo que tengan a su disposición, personal, dinero, todo. ¡Castiguen a cualquiera que se oponga!». Una pequeña escuadra de varios Audi A6 llegó escoltada por la policía y el Alcalde Hu bajó de su coche. Los funcionarios estacionados ahí se apresuraron a informar. La cara del alcalde reflejó la gravedad de la situación al oír las declaraciones mientras caminaba hacia algunos de los heridos.

Bajo el mando de mi padre (en realidad, bajo el mío) la planta de empaquetado Huang empezó la producción de acuerdo con el horario estipulado.

Yo disfrutaba de una comida en la cocina.

—Tu padre tiene el título de director de la planta —dijo Biao Huang—, pero tú eres quien dirige la operación.

Aunque agradado, contesté tajante:

—Yo que tú tendría cuidado con lo que dices, Biao Huang. Mi padre no se tomaría bien lo que acabas de decir.

—No es solo lo que acabo de decir, mi joven amigo. Es lo que todo el mundo dice. Solo creía que te gustaría saberlo.

—¿Qué más dicen? —pregunté esforzándome para fingir que no me importaba demasiado.

—Dicen que tarde o temprano el Señor Lan despedirá a tu padre y lo reemplazará por ti. Si me preguntaras, te diría que no hay necesidad de ser modesto cuando el Señor Lan te ofrezca el puesto. Que tu padre sea el director nunca es tan bueno como serlo tú mismo.

Giré mi atención de nuevo hacia la carne que tenía enfrente y le ignoré, pero no le pedí que parara. Sus comentarios aduladores (mitad verdad, mitad mentira) eran como condimentos para la carne que estimulaban mi apetito y me daban una verdadera sensación de agrado. Cuando terminé el plato de carne, me sentí lleno y satisfecho. Ahora estaba en mi estómago esperando la digestión a la vez que me invadía un estado de embriaguez, como si estuviera flotando en éter. Mirando atrás, esos fueron los días más felices de mi vida. Cuando al principio iba a la cocina de la planta para darme un festín con carne durante las horas laborales lo hacía a escondidas para que nadie me viera. Pero llegó el día en que pude disfrutar abiertamente de mis comidas. Cuando nos estábamos preparando para el trabajo en el taller, yo le decía a Qi Yao:

—Qi Yao, toma el mando mientras voy a la cocina a pensar.

—Vale, director, déjeme todo a mí —decía con deferencia—. Ya le avisaré si surge algún problema.

Si le di tanta responsabilidad a Qi Yao, no fue para que se arreglara su relación con mis padres, sino porque se había convertido en un trabajador tan bueno que era lo correcto premiarlo así.

No tenía autoridad para darle un cargo o estatus oficial, pero él era de facto el director cuando yo no estaba. También tenía en mente recompensar la generosidad de Tianle Cheng, pero él había cambiado, y no para mejor. Andaba con una mueca en la cara, y nunca pronunciaba palabra, como si la gente le debiera dinero y se negara a pagar. La buena opinión que tenía de él se había desvanecido.

Era obvio que a muchos de los hombres, incluyendo a Qi Yao, les afectaba el hecho de que yo comiera en la cocina de la planta durante el horario laboral. No había manera de saber qué sentía Qi Yao de verdad mientras me agasajaba con sonrisas y dulces palabras. Pero yo no podía perder el tiempo preocupándome de ello. ¿Para qué? La carne era mi vida entera, mi amor; la carne que entraba en mi estómago, y solo ella, era mía. Carne en mi barriga que me hacía libre y feliz, y si eso entristecía a los hombres, si estaban celosos, si se les caía la baba de envidia al pensar en ello, e incluso si se enfadaban, eso no era asunto mío. Podrían morirse de rabia por lo que a mí se refería.

Les dije al Señor Lan y a mi padre que la única manera de que la planta saliera adelante era que yo me mantuviera firme y enérgico, y que mi creatividad siguiera creciendo; una cantidad infinita de carne en mi estómago garantizaba eso. Lo único que mantenía mi mente funcionando era tener la barriga repleta de carne. Sin ella, mi cerebro era como una maquinaria oxidada. Mis padres no dieron respuesta a este requerimiento mío, pero el Señor Lan se moría de risa.

—Xiaotong Luo —decía—, Director Luo, ¿es que existe la más remota posibilidad de que esta planta no pueda proveerte de toda la carne que deseas? Yo quiero que comas. Come todo lo que puedas, fija un nuevo límite para comer, crea un modelo para comer y mientras, en el proceso, establece el prestigio de nuestra planta. —Se giró hacia mis padres—: Tong Luo, Yuzhen, los que comen carne están destinados a disfrutar de prosperidad y poder. Los mendigos no han sido agraciados con un sistema digestivo bien desarrollado. ¿Lo podéis creer? Pues lo creáis o no, yo estoy convencido de que es cierto. La cantidad de carne que un individuo va a ingerir durante su vida está predestinada al nacer. Para ti, Xiaotong Luo, la cantidad es probablemente veinte toneladas, y el Rey del Infierno se asegurará de que comas hasta el último pedacito.

Resonó otra risa alegre, esta vez de parte de mis padres.

—Tenemos suerte de que la planta disfrute de buena situación económica —dijo mi madre—. Cualquier otra planta estaría arruinada.

—No se trata de eso —dijo el Señor Lan, de pronto inspirado—. ¿Por qué no organizamos una competición? La podemos celebrar en la ciudad y emitirla por televisión. Entonces, cuando Xiaotong gane, la planta tendrá publicidad gratis. —Agitó con entusiasmo su puño—. ¡Lo haremos! ¡Es una gran idea! Piénsalo. Un simple muchacho se zampa un plato de carne, pero además es capaz de oír hablar a la carne y ver sus gestos faciales. No puede perder, y cuando machaque a todos en la competición, las imágenes de la televisión llegarán a miles de casas. ¡El impacto será monumental! Xiaotong, serás famoso, y cuando tú, director de un taller de la planta, lo celebres con nuestros productos, la planta se hará famosa. Y cuando eso suceda, la carne Huachang será considerada la mejor marca del mundo, una carne que todos nuestros clientes pueden consumir con total confianza. Xiaotong, comer carne será tu contribución más grande, y cuanta más comas, más grande será tu contribución.

Mi padre negó con la cabeza.

—¿Primer lugar en un certamen de ingesta de carne? Solo le verían como un contenedor para meter comida y bebida.

—Tong Luo, tu ignorancia es grave —dijo el Señor Lan—. ¿No ves la televisión? Competiciones como esa causan furor hoy en día. Competiciones de bebedores de cerveza, competiciones de ingesta de pastel de carne, y hasta de comer hojas. De hecho, todo menos de comer carne. Y lo vamos a hacer nosotros. El resultado se registrará no solo en China, sino a nivel internacional. En otras palabras, nuestros productos aparecerán en todas las tiendas del mundo. La gente de cualquier lugar podrá disfrutar de la carne Huachang, carne de la que te puedes fiar. Y cuando eso ocurra, Xiaotong Luo, habrás adquirido fama mundial.

—Señor Lan —intervino Madre con una sonrisa—, ¿alguna vez se ha emborrachado de carne como Xiaotong?

—Al no tener ni el talento ni la suerte de tu hijo, no sé qué se siente al estar borracho de carne. Pero lo cierto es que puedo apreciar su viva imaginación. Aunque tú no puedas. Tu mayor problema es que ves a tu hijo con los ojos de una madre. Eso es un error. Primero, olvida que es un niño y, segundo, olvida que es tu hijo. Si no puedes hacer eso, nunca lograrás descubrir su valor y perderás de vista sus dones especiales. —El Señor Lan se giró hacia mí—. Valioso sobrino, arreglemos esto aquí y ahora. Vamos a organizar un concurso de comer carne. Si no es dentro de los próximos seis meses, entonces antes de final de año, y si no, lo haremos el año que viene. Tu hermana también tiene talento para comer carne, ¿no es así? Ella puede participar en lo que sin duda va a ser algo extraordinario.

Los planes del Señor Lan le tenían muy animado, sus ojos relampagueaban y, al hablar, sus brazos se agitaban como si estuviera matando moscas. Me miró con lágrimas en los ojos y dijo con emoción:

—Valioso sobrino Xiaotong, me emociono de manera especial cuando estoy ante un muchacho que sabe comer carne. Hay dos virtuosos en este mundo en cuanto a comer carne, tú y el hijo de mi tercer tío, quien por desgracia murió antes de tiempo.

Un poco después, el Señor Lan le dijo a Biao Huang que colocara un horno nuevo en la cocina capaz de calentar una caldera mayor para uso exclusivo de Xiaotong. Le exigió además a Biao Huang que hubiera siempre alguna carne cocinándose en la olla. Tener en todo momento carne lista para que Xiaotong Luo la consumiera era la clave de la prosperidad de la planta.

En cuanto se supo que yo comería carne gratis todos los días, junto con la noticia de que el Señor Lan se proponía convocar un certamen de comer carne en la ciudad cuando hubiera una fecha propicia para ello, tres obreros descontentos se enfrentaron a mí a la entrada del edificio de la limpieza de carne.

—Xiaotong —dijeron—, solo porque tu padre sea el director y tu madre la contable de la planta, y porque tú seas el director de este taller y el protegido del Señor Lan, no quiere decir que nosotros tengamos que rendirnos ante ti. ¿Qué es lo que te hace tan especial? No puedes leer, un ciego puede abrir sus ojos, pero aun así no puede ver, de modo que tu único talento es llenar tu panza de carne.

Los detuve.

—Primero, no soy el protegido del Señor Lan. Segundo, sé distinguir bastantes caracteres como para poder leer lo que es importante. Y en cuanto a mi talento, se me da muy bien comer carne, pero no tengo un estómago grande. Decidme, ¿veis un estómago grande aquí abajo? Comer mucha carne no es nada de qué jactarse si eres alguien con un estómago grande. Comer la misma cantidad con una barriga pequeña es un don. Decís que no queréis rendiros ante mí, así que id a decírselo al Señor Lan. Podemos competir. Si yo pierdo, renuncio como director del taller y dejo la planta para siempre. Saldré a viajar por el mundo o regresaré al colegio. Por supuesto que si pierdo, alguien tendrá que participar en el concurso, quizá alguno de vosotros dos.

—Ir a ver al Señor Lan no nos servirá de nada —dijeron—. Puedes negar que eres su protegido, pero es obvio que tenéis una relación especial. De no ser así, es impensable que hubiera nombrado a un muchacho sin un pelo en la entrepierna como director del taller, para entonces darte derecho a comer toda la carne que quieras.

—Si queréis intentar ganar comiendo más que yo, acepto el reto. No es necesario molestar al Señor Lan con algo tan trivial.

—Eso es exactamente lo que queremos —dijeron—. Ver quién es el campeón comiendo carne. Puedes considerarnos tu equipo de prueba. Si no puedes ganarnos, debes olvidarte de participar en una competición de verdad. Sería humillante, y no solo para ti. La planta entera sufriría. Y eso nos incluiría a nosotros. Así que te desafiamos a competir, en parte al menos como una prueba de justicia que revelará quién es el mejor.

—Bien —dije—. Podemos empezar mañana, y ya que el espíritu popular ha entrado en juego, voy a tomarme esto muy en serio. Ahora debemos comunicárselo al Señor Lan, pero no os preocupéis, yo asumiré toda la responsabilidad. Y necesitamos establecer reglas y condiciones. Primero, desde luego, está la cantidad. Si vosotros coméis medio kilo y yo un cuarto, el resultado es obvio: yo pierdo. Después, la velocidad. Si todos comemos medio kilo, y yo termino en media hora mientras vosotros necesitáis una hora, yo gano. Tercero, después del certamen, si alguien vomita, no puede ganar. Los puntos para ganar solo pueden conseguirse manteniendo la carne en el estómago. Y queda una condición más. Una vez no será suficiente. La competición se alargará durante tres días, o cinco, incluso una semana o un mes. Es decir, todos los concursantes tendrán que regresar día tras día. Puede que alguien sea capaz de comer un kilo y medio el primer día, pero solo uno el siguiente, y al tercer día tendría suerte de poder tragar medio. Una persona como esa no es un verdadero come-carne y por supuesto no es un amante de la carne. Los amantes de la carne tienen una relación continua con la carne, día tras día. Nunca nos cansamos de comerla…

—Basta ya de charlatanería —me interrumpieron—. No nos puedes intimidar con alardes. De lo que se trata aquí es de meter comida en la boca. Así que el que coma más en menos tiempo sin vomitar gana, ¿vale?

Asentí con la cabeza.

—Entendéis bien los puntos básicos.

—Pues entonces ve y habla con el Señor Lan. Estaremos esperando para empezar la competición. —Se palpó la panza—. Quisiera empezar hoy. Esta panza mía no se ha engrasado en mucho tiempo.

Uno de sus compañeros dijo:

—Será mejor que le pidas a tu patrón que ponga mucha carne, ya que puedo comerme media vaca de una sentada.

—¿Media vaca? ¡Menuda hazaña! —contestó el otro—. Media vaca solo para empezar. Yo puedo comerme una vaca entera.

—Vale —dije riendo—. Esperad aquí. Os sugiero que no comáis nada hasta empezar la competición para que podáis comenzar con el estómago vacío.

Se palparon las barrigas y rieron.

—No te preocupes, ya están vacías.

—Y creo que lo mejor es que os vayáis a casa y consultéis a vuestras familias. Demasiada carne puede ser fatal para algunos.

Sus ojos se llenaron de sorna. Entonces se rieron. Después, uno, que era evidente que hablaba en representación de todos, dijo:

—No te preocupes, joven. Nuestras vidas no valen nada.

Su compañero añadió:

—Y si resultara fatal, ¡moriremos con la barriga llena de carne!

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