¡BOOM!

¡BOOM!


¡BOOM! 24

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¡BOOM! 24

Los cuatro transportistas estaban alrededor del camión plataforma, bebiendo y dándose un banquete de carne; la plataforma servía como mesa. No pude ver la carne ya que estaba cubierta con papel de periódico, pero podía olerla, y sabía que estaban comiendo dos variedades: kebabs de cordero asados al carbón con mucho comino y una barbacoa mongola con queso. El mercadillo nocturno del otro lado de la calle no había cerrado aún y la primera oleada de comensales fue reemplazada por una segunda. El hombre de la barbilla puntiaguda se dio de repente una palmada en la mejilla y dejó escapar un aullido. «¿Qué ocurre?», preguntaron. «Dolor de muelas», contestó. El encorvado anciano se burló. «Te dije que vigilaras lo que decías —dijo a su pequeño camarada—, pero no escuchaste. ¿Me crees ahora? El Dios de la Carne te está dando un bocado de su poder, y otro bocado de ese dolor. ¡Tú espera un poco!». Mientras, Barbilla Puntiaguda no podía parar de quejarse, sujetándose la boca y llamando a su madre. «¡Me está matando!». El anciano dio una calada a su cigarrillo hasta que la punta se tornó de un rojo brillante e iluminó los bigotes alrededor de su boca. «Maestro —dijo el dolorido joven—, haz algo, ¡por favor!». «Nunca olvides —dijo el anciano de mala gana— que no importa qué clase de madera uses, una vez has esculpido en ella un ídolo, ya no es solo un trozo de madera». «Duele, maestro». «Entonces ¿por qué estás aquí fuera quejándote? Mete el culo en el templo, arrodíllate frente al Dios y empieza a abofetearte hasta que te dejen de doler las muelas». Así que el joven cojeó hasta el templo, sujetándose la cara con las manos, y cayó de rodillas frente al Dios de la Carne. «Dios de la Carne —sollozó—, no volveré a hacerlo. Venerado Dios, sé piadoso y perdóname…». Levantó el brazo y se pegó un sonoro bofetón en la cara.

Gang Shen, que había puesto mucho cuidado en evitarnos, se presentó en nuestra puerta la tarde del primer día de Año Nuevo. En el mismo instante en que le dejamos pasar se arrodilló y se postró ante nuestras tablillas ancestrales antes de pasar a la sala de estar, como dictaba la tradición.

—¿Por qué estás aquí? —dijo Madre mientras se preguntaba por qué había venido.

Casi siempre, cuando el desvergonzado Gang Shen nos veía, ponía cara de «un cerdo muerto no teme al agua hirviendo», pero esta vez su aspecto era manso cuando sacó un grueso sobre de su bolsillo y dijo, claramente avergonzado:

—Bondadosa cuñada, fracasé como hombre de negocios y nunca pude devolverte el dinero que me prestaste. Pero el año pasado me las arreglé para ahorrar un poco y tengo que saldar mi deuda antes de nada. Hay tres mil aquí. Cuéntalo, ¿lo harás?

Gang Shen dejó el sobre encima de la mesa frente a Madre y se retiró. Después tomó asiento en nuestro banco, sacó un paquete de cigarrillos, cogió dos y con una pequeña reverencia le ofreció uno a Padre, que estaba sentado al borde del kang. Tras aceptar, Shen ofreció el segundo a Madre, que lo rechazó. Ella llevaba un jersey de cuello cisne de color rojo que hacía juego con sus mejillas ruborizadas y que le otorgaba un aspecto juvenil. El carbón ardía en el estómago de la estufa y mantenía la habitación caliente. Desde el regreso de Padre, los buenos tiempos habían vuelto a nuestra casa, lo que supuso una bendición para el humor de Madre. No más ceños fruncidos, e incluso su timbre de voz había cambiado.

—Gang Shen —dijo Madre cordialmente—, sabía que habías sufrido pérdidas y que por eso se te había prolongado tanto el préstamo. La razón por la que estuve dispuesta desde el principio a dejarte ese dinero, que con tanto esfuerzo había ganado, fue porque suponía que eras un hombre honesto. Si te soy sincera, me ha sorprendido que vinieses tú mismo a devolvérmelo. Nunca pensé que vería este día. Estoy conmovida, realmente conmovida. Dije cosas que no fueron muy amables. Ignora todo eso. Somos viejos amigos del mismo pueblo, y ahora que el padre del chico ha regresado no volveremos a ser extraños. Si hay algo que podamos hacer por ti, no dudes en pedírnoslo. Después de lo que has hecho hoy, estoy convencida de que eres una persona de fiar…

—Me sentiría mejor si contases el dinero —dijo Gang Shen.

—De acuerdo —respondió Madre—, «toquemos el gong cara a cara y golpeemos el tambor del mismo modo», como dice el dicho popular. Toma un préstamo y devuélvelo. No me importa si falta dinero, ¿pero y si me has dado de más?

Sacó los billetes del sobre, se humedeció los dedos en saliva y los contó. Entonces se los dio a Padre.

—Ahora tú —le dijo.

Padre contó los billetes y los dejó frente a Madre.

—Tres mil exactos.

Entonces Gang Shen se puso en pie y ligeramente incómodo dijo:

—Bondadosa cuñada, ¿me podría dar el justificante del préstamo?

—Es bueno que lo menciones o me hubiese olvidado de ello. Ahora debo pensar dónde lo puse. ¿Tú lo recuerdas, Xiaotong?

—No.

Madre abandonó el kang y buscó por todas partes hasta que por fin lo encontró.

Geng Shen leyó cuidadosamente el justificante varias veces, hasta que estuvo convencido de que era ese. Después se lo metió con cuidado en el bolsillo y se marchó.

Mientras el trabajador estuvo abofeteándose la cara yo continué narrándole mi historia al Señor Monje. Al principio pensé que los cuatro transportistas encontrarían mi narración fascinante, pero su interés por la carne superaba cualquier cosa que pudiese decir. Pensé en decirles que el Dios de la Carne estaba esculpido a imagen mía, pero me tragué las palabras. No creo que el Señor Monje lo hubiese aprobado. Además, incluso si se lo decía no me creerían. En la segunda noche del Año Nuevo, Qi Yao, que tenía la autoestima alta y soñaba con pelearse con el Señor Lan desde hacía tiempo, nos pasó a visitar con una botella de licor Maotai. Estábamos sentados alrededor de una mesa de comedor recién adquirida cuando apareció el inesperado visitante. Qi Yao nunca había puesto un pie en nuestra casa. Madre me dirigió una de esas miradas suyas porque no había cerrado la verja antes de sentarnos a comer como ella me había ordenado. Eso era como una invitación abierta. Asomó su cabeza por la puerta y cuando vio que estábamos cenando comentó en un tono que me molestó de inmediato:

—Ah, un verdadero festín.

Padre abrió la boca como si fuese a decir algo. Pero no lo hizo.

Madre, sin embargo, sí:

—No tenemos bastante para ti y tu familia con nuestro amargo té y nuestro insulso arroz. Solo comemos para sobrevivir.

—Ya no —subrayó Qi Yao.

—Estos son restos de anoche —respondí—. Tuvimos gambas, cangrejo, sepia…

—¡Xiaotong! —me cortó Madre mirándome—, ¿no es suficiente comida como para callar esa boca tuya?

—Tuvimos gambas —dijo Jiaojiao levantando sus brazos—, y eran así de grandes…

—Si quieres saber la verdad —comenzó a decir Qi Yao—, escucha a un niño. Pequeños, las cosas han mejorado desde el regreso de Tong Luo, ¿verdad?

—Son como siempre han sido —respondió Madre—. Pero no habrás venido en busca de pelea mientras digieres tu última comida, ¿verdad?

—No, tengo un importante asunto que discutir con Tong Luo.

Padre dejó sus palillos.

—Vamos dentro.

—¿Te preocupa que alguien pueda oírte si te quedas aquí? —preguntó Madre mirando a Padre—. Tendrías que encender otra luz, y la electricidad cuesta dinero —añadió mirando la lámpara sobre su cabeza.

—Ese comentario demuestra tu temple, querida cuñada —dijo Qi Yao sarcásticamente. Entonces se giró hacia Padre—. No me importa —dijo—. Iré fuera y se lo diré a todo el pueblo con un megáfono.

Dejó la botella de Maotai junto a la estufa, sacó un trozo de papel enrollado de su bolsillo y se lo pasó a Padre.

—Esta es mi acusación contra el Señor Lan —dijo—, fírmala y podremos acabar con él juntos. No podemos dejar que ese tiránico vástago de terrateniente nos pisotee sin miramientos.

En lugar de coger el papel, Padre miró a Madre, quien agachó la mirada hacia su plato y jugueteó con las raspas del pescado. Tras un momento de silencio, Padre dijo:

—Qi Yao, después de lo que he pasado todo este tiempo y lo muy desalentado que me he sentido lo único que quiero es regresar a una vida decente. Consigue la firma de otro. No la mía, no firmaré.

Con una sonrisa de autosuficiencia, Qi Yao dijo:

—Sé que el Señor Lan os ha mejorado la casa con electricidad y os ha enviado a Bao Huang con un paquete de pescado maloliente y gambas pasadas. Pero eres Tong Luo, y no puedo creer que pueda comprarte con tan poco.

—Qi Yao —dijo Madre mientras servía una porción de pescado en el bol de mi hermana—, deja de intentar arrastrar a Tong Luo a tu infierno. Se unió a ti contra el Señor Lan la otra vez, ¿y cómo terminó? Tú, con tu mal consejo, te quedaste en segundo plano y le dejaste colgando de un árbol como un gato muerto. Seamos claros, tu plan es deshacerte del Señor Lan para poder ser alcalde, ¿verdad?

—No hago esto por mí, querida cuñada, lo hago por todos nosotros. Para él, instalar electricidad en vuestra casa y daros algo de marisco no significa nada, un pelo de nueve pieles de vaca, como suelen decir. Ni siquiera es su dinero, es el dinero de la gente. En los últimos años ha estado vendiendo en secreto propiedades del pueblo a una pareja sin escrúpulos que prometió construir un parque tecnológico y plantar una arboleda de abetos rojos americanos, pero sin avisar a nadie vendieron los dos mil acres a la fábrica de cerámica Datun. Ve y compruébalo tú mismo, la superficie se ha nivelado un metro hacia abajo para poner los cimientos. Esa era tierra fértil. ¿Cuánto crees que sacó de ese negocio ilegal?

—Así que vendió dos mil acres de tierra en barbecho. Podría vender todo el pueblo, por lo que a nosotros respecta. Todo el que crea que pretende hacerlo que vaya tras él. Solo sé que ese hombre no será Tong Luo.

—¿Es eso cierto, Tong Luo? ¿Esconderás la cabeza como un avestruz? —Qi Yao agitó la denuncia—. Incluso su cuñado, Zhou Su, ha firmado.

—Por lo que a mí respecta, todo el que quiera puede firmar, pero nosotros no lo haremos —dijo Madre con rotundidad.

—Me decepcionas, Tong Luo.

—No seas idiota, Qi Yao —dijo Madre—. ¿Crees de verdad que serías mejor alcalde que el Señor Lan? Estás equivocado si crees que no lo conocemos todo acerca de ti. El Señor Lan es un corrupto, ¿pero cómo sabemos que tú no serás peor? No importa lo que digas, es un hijo solícito, no como ciertas personas que viven en casas enormes y meten a sus madres en una choza de paja.

—¿A qué te refieres con «ciertas personas», Yuzhen Yang? Cuidado con lo que dices.

—Solo soy una ciudadana, y puedo decir lo que quiera, ¡así que no me vengas con esa basura de «cuidado con lo que dices»! —Madre había recuperado su fuerza—. Hablo de ti, engendro de tortuga —dijo, dejando de lado cualquier intento de cordialidad—. ¿Cómo puede alguien que trata a su madre tan mal como tú ser amigo de desconocidos? Si sabes lo que es bueno para ti, cogerás esa botella y te marcharás. Si no lo haces, me quedan muchas cosas por decir que no te gustará escuchar.

Qi Yao cogió su carta y se marchó, seguido por un grito de Madre:

—¡Llévate la botella contigo!

—Eso es para Tong Luo, querida cuñada, tanto si firma como si no.

—Tenemos nuestro propio licor.

—Lo sé, y tendréis todo lo que queráis si apoyáis al Señor Lan —dijo Qi Yao—, pero si sois listos lo veréis todo desde una perspectiva más amplia. «Los buenos tiempos no duran para siempre y las flores solo florecen durante un tiempo». Un hombre corrupto como el Señor Lan está condenado a la autodestrucción.

—Nosotros no apoyamos a nadie —contestó Madre—. Somos personas, no importa quién mande. Acaba con él si crees que puedes hacerlo. No es asunto nuestro.

Padre cogió la botella, salió y se la dio a Qi Yao.

—Te agradezco el detalle —le dijo—, pero llévatela.

—¿Es eso todo lo que soy para ti, Tong Luo? —preguntó resentido Qi Yao—. Quédatela o la romperé aquí mismo, delante de ti.

—No seas así —le rogó Padre—. Me la quedaré entonces. —Padre, con la botella en la mano, vio a Qi Yao salir por la verja—. Escúchame, viejo Yao, no empieces una guerra. Tienes una buena vida, ¿qué más quieres?

—Tong Luo, ve y disfruta de tu buena vida con tu esposa, pero yo haré lo que debo. ¡Acabaré con el Señor Lan como que me llamo Qi Yao! Puedes avisarle si quieres. Dile que Qi Yao organizará una batalla contra él. No tengo miedo.

—No haría algo tan bajo como eso —dijo Padre.

—Quién sabe —se burló Qi Yao—. Amigo mío, me parece que te dejaste los huevos en el noreste. —Miró hacia los pantalones de mi padre y preguntó—: ¿Sigue funcionando esa cosa?

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