¡BOOM!

¡BOOM!


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Estaba tan concentrado en mi relación íntima con la carne que perdí la noción del tiempo y del peso que caía en mi estómago. Pero cuando miré hacia abajo vi que solo quedaba un tercio de la carne de la palangana. Me sentía algo cansado para entonces y mi boca producía menos saliva. Así que ralenticé la marcha, levanté la cabeza y continué comiendo con cierta gracia mientras estudiaba la atmósfera alrededor, empezando, naturalmente, con mis vecinos más próximos, mis rivales. Era su participación la que convertía esa prolongada comida en una diversión, y por eso, tenía una deuda de gratitud con ellos. Si no me hubieran retado yo habría perdido la oportunidad de mostrar mi habilidad de comer carne frente a una mayor cantidad de público, y no se trata solo de habilidad sino también de un arte. El número de gente que come en el mundo es tan grande como el de las arenas del Ganges, pero solo una persona ha elevado esta actividad tan común a la categoría de arte, a algo bello, y ese soy yo, Xiaotong Luo. Si toda la carne del mundo que se ha, o que será comida, se amontonara, superaría la altura del Himalaya, pero solo la carne comida por Xiaotong Luo es capaz de asumir un papel crítico en esta representación artística. Pero me he excedido, debido a la imaginación tan viva de un muchacho engeridor de carne. Bueno: vuelta a la competición y echemos otro vistazo a los estilos de comer que tienen mis rivales. No es mi intención ahora desprestigiar a nadie. Yo siempre he estado a favor de llamar al pan pan y al vino vino, y así, os invito a juzgar a vosotros mismos. Primero, a mi izquierda, Shengli Liu. En algún momento el tipo, duro y fuerte, había tirado sus palillos y se las arreglaba con sus garras. Pinchó un pedazo de carne de su palangana como si estuviera trincando un gorrión que lucha por huir. Yo estaba seguro de que el pajarillo iba a escaparse si él aflojaba la mano, para terminar posándose sobre una rama del árbol más allá del muro, o alcanzar la distancia más alta en el cielo. Su mano estaba sucia de grasa, sus carrillos eran como pequeñas colinas. Pero ya está bien de hablar de él. Miremos ahora a su vecino, Xiaojiang Wan, la Rata de agua. Había abandonado la brocheta a cambio de sus manos y era evidente que estaba intentando imitarme. Pero no se puede copiar a un genio, y cuando se trata de ingerir carne, yo lo era. Estaban perdiendo el tiempo. Mirad mis manos, por ejemplo: las yemas de tres de los dedos estaban apenas cubiertas de grasa, y nada más. Ahora mirad las manos de ellos: tenían tanta grasa que parecían unidas como las patas de los patos o las ranas. Hasta la frente de Wan estaba manchada de grasa, y no entiendo cómo eso le ayudaba a comer carne. No estarían enterrando sus caras dentro de la carne, ¿verdad? Pero lo que de veras me impresionó fueron los gruñidos y los ruidos que salían de sus gargantas. Eran insultos a la carne que comían. Que esta carne estaba condenada a sufrir, como bellas doncellas, era una realidad tan cruel como inexorable. Surgían lamentos desde la carne en las manos y bocas de esos brutos, mientras que las piezas que esperaban su turno para ser comidas se escabullían intentando esconderse en la palangana y ocultando sus cabezas como los avestruces.

Yo solo podía quedarme sentado y tratar de ser compasivo. Las cosas hubieran sido diferentes si esas piezas hubieran terminado en mi paladar, pero no iba a ser así. Las cosas del mundo son inmutables. Yo, Xiaotong Luo, tenía un estómago que no podía agrandarse para acomodar toda la carne del mundo, de la misma manera que todas las mujeres del mundo no podrían terminar en los brazos del mejor amante del planeta. Me tuve que quedar ahí sentado sin remedio. Todas vosotras, piezas seleccionadas de carne en las palanganas de mis rivales, carecéis de opción. Tenéis que ir adonde os envíen. Para entonces, el ritmo de masticar y tragar de ambos hombres se había ralentizado considerablemente y las caras que antes estaban marcadas por una impaciencia salvaje ahora caían en una modorra tonta. Aún no habían dejado de comer, pero masticaban como a cámara lenta. Les dolían los carrillos, la saliva se había secado, las panzas se inflaban. Lo veía en sus miradas: se conformaban con llenarse la boca, solo para sentir cómo la carne se movía y chocaba dentro, como trozos de carbón golpeando contra una puerta en el estómago. Sabía que habían alcanzado ese punto en que el placer de comer es usurpado por una pura agonía. La carne se había vuelto tan asquerosa, tan detestable, que solo querían escupir la que tenían en la boca y regurgitar toda la que estaba en el estómago. Pero ello significaría la derrota. Una mirada dentro de sus palanganas revelaba que la carne que quedaba ahí había sido desprovista de su belleza y fragancia. La vergüenza y humillación la habían tornado fea. La hostilidad hacia su engeridor la había animado a emitir un olor putrefacto. Alrededor de medio kilo permanecía en cada palangana, pero en ninguno de los dos estómagos quedaba espacio para acomodarla. Al carecer de todo vínculo emotivo con sus engeridores, la carne ya ingerida había perdido su equilibrio mental y se encontraba presa de una agitación golpeando y mordiendo por dentro. El peor momento les había llegado a ambos hombres y era obvio que no les era posible ingerir lo que quedaba en sus palanganas. Mis dos competidores estaban a punto de quedar eliminados. Así las cosas, me giré hacia mi verdadero rival, Tiehan Feng, para ver cómo le iba.

Me giré justo a tiempo para verle lanzar un trozo de carne y morderlo. No había ningún cambio en su cutis cetrino cuando bajó la vista y su expresión impasible no delataba nada. Sus manos estaban limpias, dado que usaba la brocheta de metal. Sus carrillos estaban secos y la única grasa que pude ver estaba en sus labios. Comía a un ritmo fijo, sin pausa pero sin prisa, como si fuera un ejemplo de tranquilidad; parecía más un comensal disfrutando solo una cena en un restaurante que un competidor en un concurso público de comida. Me decepcioné, era evidente que me encontraba ante un opositor formidable. Los otros dos, con sus gestos exagerados, eran puro espectáculo sin sustancia. Tal como el apagarse de las llamas de un fuego de plumas de gallina. Por otro lado, una lenta, terca llama, como la de mi tercer rival, presentaba un verdadero reto. No parecía notar que yo lo miraba, retenía su compostura sin inmutarse. Así que yo lo estudié todavía con más atención. Agarró un nuevo trozo de carne, pero vaciló antes de volver a la palangana y cambiarlo por un pedazo más pequeño y atractivo. Al llevárselo a la boca, noté que su mano se detenía en el aire. Su cuerpo se inclinó hacia delante y oí cómo ahogaba un murmullo en lo más profundo de su garganta. Respiré con alivio ahora que había detectado el punto débil de mi enigmático rival. Al elegir un pedazo más pequeño de carne evidenciaba que su estómago estaba llegando a su límite, a la vez que su inclinación hacia delante le forzó a detener un eructo que hubiera arrastrado hacia arriba la carne ingerida. También quedaba como medio kilo de carne en su palangana, pero su capacidad era claramente superior a la de sus dos colegas a mi derecha. Además, poseía suficiente resolución y calma para mantenerse hasta el final. Todo el tiempo había esperado un contrincante a la altura para no desilusionar a nuestro público. Una competición desequilibrada en cuanto a los participantes hubiera restado valor y significado al concurso. Ahora sabía que mis temores eran infundados. Gracias a la obstinación de Tiehan Feng, una brillante victoria me era asegurada.

Viendo que yo lo observaba de reojo, Feng me lanzó una mirada retadora. Le respondí con una sonrisa amistosa, recogí un trozo de carne y me lo llevé a la boca como si le estuviera tirando un beso afectuoso. Entonces lo rocé con mis labios y dientes para medir su textura antes de arrancar un pedazo y dejar que entrara en mi boca por cuenta propia. Después miré la porción rojo oscuro que esperaba ser devorada, la besé y la conminé a que tuviera paciencia mientras comenzaba a masticar a su compañera con pasión y sensibilidad para así saborear del todo su gusto y fragancia, su flexible textura húmeda, o sea, su totalidad de cualidades. Me senté derecho y dejé que mis ojos vivaces recorrieran las caras del público. Vi excitación y ansiedad a la vez. Quedaba claro quién de ellos deseaba mi victoria y quién mi derrota. La mayoría, claro, estaba ahí para disfrutar del espectáculo y no tenía favorito. Una buena competición les bastaba. Y había otra cosa en sus caras: ansia de carne. No podían entender por qué Liu y Wan tenían tantos problemas para ingerir la carne. Era del todo comprensible. Ningún espectador podía concebir la angustia de alguien que ha comido hasta que la carne está atascada en su garganta y sin embargo tiene que seguir comiendo. Me comuniqué con el Señor Lan dejando que mi mirada se detuviera en su cara unos segundos. Su fe en mí era inconfundible. No te preocupes, Señor Lan, le dije con mis ojos. No te defraudaré. Puede que no me jacte de otra cosa pero comer carne es lo que me distingue. También vi a mis padres, de cuya llegada no me había percatado. Permanecieron detrás, con la actitud menos conspicua posible, como si quisieran evitar afectar mi ánimo. Como cualquier pariente, estaban preocupados, queriendo que ganara, pero temiendo algún contratiempo, especialmente mi padre. Este superviviente de numerosos concursos de comida, este competidor veterano en certámenes de comida que había salido victorioso en cada desafío, conocía mejor que nadie los riesgos de tales competiciones y la miseria que solían conllevar después. Su cara era un estudio de aprensión, pues bien sabía que lo más duro de la competición llegaba cuando solo quedaba una cuarta parte de la comida. Era el equivalente a llegar a la meta en una carrera de larga distancia. No era solo una prueba de fuerza o de capacidad estomacal. Era también una prueba de voluntad. El concursante con mayor voluntad tenía las de ganar. Cuando no puede tragar más, un competidor está a punto de reventar y un poquito más de comida se convertirá en la proverbial paja que quebró la espalda del camello. La cruel naturaleza de esta competición había quedado manifiesta. Como viejo conocedor de tales competiciones, mi padre observó con creciente aprensión cómo los montones de carne disminuían. Al final, la pátina de preocupación, como una mano de pintura, nubló sus rasgos. La expresión en la cara de mi madre era más fácil de leer. Mientras yo masticaba poco a poco su boca vacía se movía al unísono con la mía en un intento inconsciente de ayudarme.

—¿Quieres un poco de té? —me preguntó Jiaojiao con suavidad tocándome con un dedo en la espalda.

Decliné con la mano. Eso estaba prohibido por las reglas.

Cuatro pedazos de carne permanecían en mi palangana, cerca de un cuarto de kilo. Despaché pronto un pedazo y seguí con otro. Ahora quedaban dos, cada uno del tamaño de un huevo de gallina. Reposando en el fondo de la palangana, eran como amigos saludándose a través de un estanque. Moví mi cuerpo ligeramente, sintiendo el peso de mi abdomen, y podía detectar que todavía quedaba espacio allá abajo, lo bastante para acomodar las dos últimas piezas que quedaban. Sabía que aun cuando perdiera la competición, saldría airoso.

Comí uno de los pedazos, dejando a su querido amigo en el fondo de la palangana. Saludó con una pequeña mano parecida a un tentáculo, abrió la boca en ese bosque digital y me llamó. Una vez más moví el cuerpo para conseguir un poco de espacio allá abajo. Mientras analizaba el último pedazo sentí una relajación inusual. Había espacio más que suficiente en mi estómago para ese pedazo, que estaba temblando sabiendo lo que le esperaba. Tenía que estar pensando: «Si me pudieran crecer alas, volaría directamente a la boca y negociaría pasar por la garganta camino del estómago, para así reunirme con mis hermanos». En un lenguaje que solo nosotros entendíamos le pedí que se calmara y esperara su turno. Quería que se diera cuenta de lo afortunado que era al ser el último pedazo de carne que yo comería en el concurso. ¿Por qué? Porque cada mirada del público estaría sobre él. Había una diferencia entre él y los pedazos anónimos que habían desaparecido por mi garganta antes; él, como el último, decidiría el resultado y por tanto sería el centro de atención. Era hora de respirar hondo, concentrar mi energía y crear suficiente saliva para culminar la competición animosa, enérgica, elegante y gentilmente. Mientras respiraba con intensidad, eché un último vistazo para ver cómo les iba a mis rivales.

Primero, Shengli Liu, el de la cara de mafioso. Amoratado y abatido, estaba fracasando de manera vergonzosa. Sus labios y dedos estaban sellados como con cola. Intentó liberar sus dedos, pero esa grasa no estaba dispuesta a desvanecerse. También era carne, y como la había maltratado tanto, ahora ella se vengaba. Era como pegamento que impedía a sus dedos recoger los pedazos que quedaban. Surtió el mismo efecto en su boca, encolándolos y congelando además su lengua y paladar, obligándole a esforzarse para abrir la boca como si estuviera llena de pegajoso azúcar de malta, e impidiéndole sonreír. De Shengli Liu pasamos a Xiaojiang Wan, un tipo pequeño cuya carne le había convertido en un inepto. La mejor manera de describirlo sería como una patética rata repugnante que ha sido sumergida en un cubo de aceite. Disparaba miradas intermitentes sobre lo que quedaba en su palangana. Sus garras grasientas temblaban frente a su pecho, y solo le hacía falta empezar a morderlas para cumplir con su apodo. Era una gran rata tan hinchada que no podía andar, una con una panza inflada de manera alarmante. Solo una rata tan inflada podía emitir ese ruido (quip, quip) que salía de su boca. No quedaba ningún ánimo de lucha en ninguno de los dos. Lo que les quedaba era rendirse.

Eso nos lleva a Tiehan Feng, mi verdadero rival. Mantuvo su aplomo incluso en esta última etapa. Sus manos estaban limpias, su boca tan animada como de costumbre, y estaba sentado derecho. Pero sus ojos estaban desenfocados. Era incapaz de desafiarme con su mirada despiadada. Me parecía una estatua de arcilla cuya base está sumergida en agua pero que de alguna manera logra retener su dignidad ante un colapso inminente. Supe por instinto que su mirada estaba vidriosa porque su estómago le fallaba, víctima de una carne rebelde que lo había hinchado con dolor. Yo sabía que toda esa carne actuaba como un nido de ranas irritables buscando liberarse con ansia, y en el momento en que él diera el menor indicio de capitulación ya no podría impedir que se escaparan. La amarga lucha para retener el control de su cuerpo se reflejaba en la alarmante mirada de desesperación en su cara. Puede que no fuera desesperación pero así me lo parecía. Tres pedazos de carne permanecían en la palangana frente a él.

A Shengli Liu le quedaban cinco pedazos de carne. A Xiaojiang Wan seis.

Una enorme mosca negra con manchas blancas voló desde algún lugar lejano, circuló por el aire encima de nosotros y atacó la palangana de carne enfrente de Wan como un halcón abalanzándose sobre su presa. Wan intentó ahuyentarla agitando un poco la mano antes de rendirse. Un enjambre de moscas más pequeñas nos cayó encima desde todas direcciones y comenzaron a emitir un ruidoso zumbido mientras circulaban por arriba, produciendo pánico entre el público, que giró los ojos hacia ellas. A través de los rayos oblicuos del sol, las moscas semejaban doradas motas desprendidas de luz estelar. Esto era algo terrible. Sabía que las moscas venían de uno de los lugares más sucios e insalubres. Sus patas y alas traían todo tipo de gérmenes y de bacterias, y aun cuando pudiéramos resistir sus efectos nocivos, el solo hecho de saber de dónde procedían bastaba para que nos sintiéramos enfermos. Sabía que solo quedaban unos segundos antes de que cayeran en picado como aviones sobre la carne frente a nosotros, y que nos sería imposible detenerlas. Agarré el último pedazo de carne en mi palangana y con la velocidad de un rayo me lo metí en la boca justo cuando comenzó el ataque.

En un proverbial abrir y cerrar de ojos la carne de las otras palanganas, y hasta los bordes mismos de los recipientes, estaban cubiertos de moscas con sus piececitos resbaladizos y en continuo movimiento y sus alas pulidas de un fulgor brillante. Comían ávidamente. El Señor Lan, el médico y algunos espectadores se apresuraron a espantarlas, pero lo único que lograron fue enviar a los furiosos insectos al aire para después bajar hacia las caras de la gente a matar o ser matados. Muchas del enjambre sí murieron en la revuelta pero otras pronto suplieron las filas de las muertas y las moribundas. Los defensores se cansaron pronto, tanto física como emocionalmente, y abandonaron la lucha.

Siguiendo mi ejemplo, Tiehan Feng agarró uno de los tres pedazos de carne que le quedaban, se lo metió a toda prisa en la boca y logró coger un segundo pedazo antes de que las moscas abrumaran al último trozo en la palangana, cubriéndolo por completo.

Un gran número de moscas se posó sobre las palanganas de Liu y Wan, hasta hacerlas desaparecer. Wan saltó y gritó desafiante:

—La competición no cuenta, no vale…

Apenas había abierto la boca cuando un trozo de carne salió disparado junto con una ruidosa arcada, pero no quedaba claro si este incidente había sido causado por el propio Wan o por la carne misma. Cayó al suelo el pedazo de carne, donde temblaba como un conejito recién nacido hasta que fue alfombrado de moscas. Incapaz de contenerse más, Wan se cubrió la boca y corrió hacia la pared. Se apoyó contra el muro, agachó la cabeza y como una larva que anduviera retorciéndose se meció con espasmos hacia arriba y hacia abajo mientras vomitaba hasta las entrañas.

Shengli Liu se enderezó con dificultad e intentó adquirir una postura casual.

—Pude haber terminado mi carne —le dijo al Señor Lan—. Mi estómago solo estaba medio lleno. Pero esas malditas moscas han ensuciado la carne. Te lo estoy diciendo claro, Xiaotong, tú no has ganado nada y yo no he perdido la competición.

Apenas habían salido de su boca estas palabras cuando se catapultó sobre sus pies como si anduviera sobre muelles. Pero yo sabía que él no estaba sentado sobre ninguna pieza con muelles y que fue la carne de su estómago la que le había propulsado hacia arriba en un intento de ganar la libertad a través de su garganta y su boca con una fuerza que él no podía controlar. Desde el momento en que se puso de pie, su cutis se volvió amarillo, su mirada se congeló y sus músculos faciales se quedaron rígidos. Presa del pánico, volcando su silla (no sé si con su pierna o sus nalgas) corrió hacia Xiaojiang Wan y chocó contra Biao Huang, quien salía de la cocina con un matamoscas y por poco los tumba a los dos. Solo la primera palabra de lo que debió ser una maldición logró salir de su boca antes de que Shengli Liu abriera la suya y, con un aullido, arrojara un pegajoso bocado de carne a medio masticar sobre Biao Huang, quien reaccionó con un chillido, como si le hubiera mordido un animal salvaje. Entonces volaron las palabrotas: tiró al suelo el matamoscas, se limpió la cara y corrió tras Liu, intentando (aunque fracasó) darle una patada antes de volver a la cocina para lavarse la cara.

Era muy divertido ver a Liu moviéndose sobre sus piernas flacas, debiluchas, las rodillas medio dobladas, los pies apuntando hacia afuera, sus pesadas nalgas meneándose de lado a lado como un pato corriendo a toda prisa. Se emparejó con Xiaojiang Wan, manos y cabeza contra la pared, y entró en erupción con una vomitona frenética de proyectiles, doblándose con espasmos para después enderezarse, doblándose y enderezándose…

Tiehan Feng tenía un pedazo de carne en la boca y otro en la mano. Sus ojos estaban apagados, como si él estuviera en una profunda meditación. Era ahora el centro de atención, ya que Liu y Wan habían sido barridos del campo de batalla y a él le quedaba llevar a cabo la solitaria escaramuza. En realidad, él también había sufrido la derrota. Aun cuando tragara el pedazo de su boca y comiera el que tenía en la mano, seguido de la pieza cubierta de moscas en la palangana, el tiempo de por sí lo convertiría en el perdedor. Pero los espectadores esperaron, queriendo ver qué iba a hacer. Igual que cuando en una maratón el ganador ya ha cruzado la meta y los espectadores jalean a los otros competidores animándoles a que den aún más de sí, yo esperaba que él se esforzara todavía más y terminara toda la carne, porque yo tenía espacio para otro pedazo. Entonces me ganaría la admiración más pura y completa de los espectadores. Pero Feng se rindió. Alargando su cuello y abriendo al máximo la mirada, logró tragar el pedazo de su boca y arrancar un aplauso al público. Entonces se llevó a la boca el segundo pedazo y vaciló un instante antes de tirarlo de nuevo a la palangana, espantando de paso las moscas, que salieron volando con un ruidoso zumbido, como chispas de un gran incendio. Se calmaron y volvieron con tranquilidad a la palangana. Con la cabeza gacha, Feng anunció:

—Tú ganas.

Me conmovió su concesión.

—Puede que hayas perdido —le dije—, pero ha sido con estilo.

—Se terminó la competición —anunció el Señor Lan—. Xiaotong Luo es el ganador. Felicitaciones también a Tiehan Feng, cuya actuación las merece. Y en cuanto a Shengli Liu y Xiaojiang Wan… —Lanzó una mirada desdeñosa hacia sus espaldas—. Como suele decirse: «El espíritu estaba dispuesto, pero la carne era débil», y el resultado fue la destrucción de dos palanganas llenas de carne. Hoy ha sido el día de la primera competición de este tipo en la planta. Los trabajadores deben ser consumidores competentes de carne. Y en lo que a ti respecta, Xiaotong Luo, no te vuelvas un fanfarrón. Esta vez has ganado, pero eso no quiere decir que no puedas perder en otra ocasión. La participación en el próximo concurso no estará limitada a los trabajadores de la planta. Queremos convertir esto en una actividad de amplio alcance social para que se propague el buen nombre de la planta. Otorgaremos trofeos y recompensa económica a los ganadores. Si alguien así lo desea, podrá cobrar su premio en carne ¡durante un año entero!

Jiaojiao gritó:

—¡Yo quiero competir!

Su grito llamó la atención del público. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Con su cara roja, no se podía pedir un espectáculo más bello en ese momento que el de mi hermana con sus coletas, sus ojos claros y su cuerpecito rechoncho.

—¡Di que sí! —gritó el Señor Lan—. Ahí tenemos un ejemplo de «héroes que surgen de las filas de la juventud, y cada oficio tiene su maestro practicante». ¿Qué ha logrado la política reformista y de apertura del país? Os lo diré: el talento individual ya no podrá ser suprimido. Hasta comer carne puede traer fama y gloria a un individuo. Pues bien: con esto acabamos el certamen. Si vuestro turno de trabajo ha terminado, iros a casa. Para los demás, es hora de trabajar.

La muchedumbre se disolvió esparciendo comentarios.

—Doctor Fang —dijo el Señor Lan señalando a Shengli Liu y Xiaojiang Wan, quienes seguían vomitando contra la pared—, ¿necesitan una inyección u otro remedio?

—¿Para qué? Se sentirán mejor cuando se vacíen sus estómagos. —Se giró y apuntó hacia mí con su barbilla—. Ese es el que más me preocupa —dijo—. Es el que más ha comido.

El Señor Lan palmeó el hombro del médico.

—Amigo mío —dijo riendo—, tus preocupaciones en cuanto a ese joven no tienen sentido. Es especial, una especie de dios de la carne. Ha sido enviado a la tierra con el único propósito de comer carne. Su estómago tiene una constitución diferente a la nuestra. ¿No es así, Xiaotong Luo? ¿Te sientes empachado e indispuesto? ¿Quieres que te examine el doctor?

—Estoy bien, gracias —le dije al doctor y al Señor Lan—. Me siento de maravilla, de verdad.

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