¡BOOM!

¡BOOM!


¡BOOM! 16

Página 24 de 63

Me giré y vi a un grupo de niños con mucha más suerte que yo (menudos afortunados) en nuestra verja alargando el cuello para ver lo que pasaba dentro. Eran Fengshou, el hijo de Qi Yao, Pingdu, el hijo de Gan Chan, Pidou, el hijo de Orejas Grandes, y Feng’e, la hija de Gujia Song. Había dejado de quedar con ellos desde que Padre se fue, no porque no quisiera estar con ellos sino porque no tenía tiempo. Yuzhen Yang me sacó del colegio y a muy temprana edad me convirtió en un trabajador culi, haciéndome trabajar diez veces más que un pobre pastor de la vieja sociedad. Eso me hizo preguntarme si ella era realmente mi madre. Dime, Padre, ¿fui un bebé abandonado y bastardo que trajiste a casa de ese horno en el que hacían cazuelas de barro? Ninguna madre verdadera podría soportar tratar a su hijo con tanta crueldad. Imagino que he vivido lo suficiente así que adelante, Yuzhen Yang, mátame enfrente de esos niños. Sentí el acero frío de la navaja en mi cabeza. ¡El momento había llegado! Entonces encogí el cuello, como una tortuga asustada. Al ver la imagen, los niños, como ratas, entraron por la verja a nuestro jardín, acercándose más y más a la casa hasta que se quedaron de pie junto a la puerta, riéndose y observando la comedia que se estaba representado delante de ellos.

—¿No te da vergüenza llorar así? Sobre todo delante de tus amigos. Fengshou, Pingdu, Pidou, ¿vosotros lloráis cuando os rapan la cabeza?

—No —corearon Pingdu y Pidou.

—¿Por qué íbamos a llorar? Es muy agradable.

—¿Has oído eso? —Sacudió la navaja delante de mí—. Una tigresa no se come a sus crías. ¿Qué te hace pensar que tu madre te haría daño?

Cuando estaba rememorando todos esos tristes recuerdos del incidente con Madre, Zhaoxia Fan, la dueña de la peluquería, salió de una de las habitaciones interiores con una bata blanca y las manos en los bolsillos. Parecía la mujer de un médico. Era alta y delgada, tenía el pelo negro y la piel blanca pero tenía unos bultos morados en la cara y su aliento olía a pienso de caballo. Yo sabía que ella y el Señor Lan tenían una relación especial y que era ella quien le rapaba la cabeza. Según lo que había oído, ella también le recortaba la barba, lo que duraba más de una hora, mientras él dormía. Hasta se decía que ella le afeitaba sentada en su regazo. Quería contarle a Padre todo sobre el Señor Lan y Zhaoxia Fan, pero él bajó la cabeza y no me miró.

—¿Cuánto tiempo tardarás, Zhaoxia? —La madre de Pidou bajó el libro y miró rápidamente a la mujer. Zhaoxia Fan echó un vistazo con indiferencia al reloj dorado de su muñeca.

—Veinte minutos más —dijo.

Zhaoxia Fan se pintaba las uñas de sus largos y finos dedos de un rojo seductor. Según mi madre cualquier mujer que se pintara los labios o las uñas era una buscona, y cada vez que veía una empezaba a maldecirla entre dientes, como si descargara todo su odio reprimido. Si yo antes sentía desagrado por mujeres que hacían esas cosas era por influencia de mi madre, pero luego cambié. Me avergüenza decirlo pero ahora cuando veo a una mujer con los labios rojos y las uñas pintadas se me acelera el corazón y no puedo quitarle los ojos de encima. Zhaoxia Fan cogió la bata de detrás de la silla, la abrió y la sacudió en el aire un par de veces.

—¿Quién va primero? —preguntó con el mismo tono de indiferencia.

—Xiaotong, tú primero —dijo mi padre.

—No —dije—, tú primero.

—Dense prisa —dijo Zhaoxia Fan.

Padre me echó un vistazo rápido, se levantó, se cruzó de brazos, se acercó a la silla y se sentó con cuidado; los muelles crujieron por su peso.

Zhaoxia Fan le metió el cuello de la camisa y le ató la bata. Vi el reflejo de aquella mujer en el espejo y me llamaron la atención su ceño fruncido y su cara diabólica. El rostro de mi padre apareció debajo del suyo, y retorcido por culpa del mercurio desgastado del espejo.

—¿Cómo lo quieres? —preguntó Zhaoxia Fan con el ceño aún fruncido.

—Rapado —dijo Padre bajito.

—¡Vaya! —gritó la madre de Pidou sorprendida, como si acabara de reconocer a mi padre en ese momento—. ¿No eres tú…?

Mi padre gruñó a modo de respuesta, sin contestarle y ni sin darse la vuelta hacia ella.

Zhaoxia Fan agarró la maquinilla eléctrica y la encendió, produciendo un leve zumbido. Entonces le bajó la cabeza a mi padre e introdujo la maquinilla entre su mata de pelo. Una franja blanca se abrió en su piel y los mechones de cuero cabelludo empezaron a caer al suelo como una cascada.

Mientras me venía a la cabeza la escena del pelo de mi padre cayendo como un torrente en el suelo algo diferente apareció ante mis ojos: ese hombre tan atractivo que se apellidaba Lan (nosotros le llamamos Tercer Tío Lan [porque lo que vi después cuadraba a la perfección con lo que dijo el Señor Lan]) se estaba casando con la preciosa chica que tenía un lunar junto a la boca. Sí, era Yaoyao Shen, en una sala dorada de una iglesia grande y majestuosa en una ceremonia nupcial de estilo occidental. Él llevaba puesto un traje negro, una camisa blanca, una pajarita negra y una flor morada en el ojal de la chaqueta. La novia iba vestida de blanco, con una cola larga que arrastraba por el suelo y que sujetaban dos niñas angelicales. La cara de la novia parecía la flor del melocotón, sus ojos brillaban como estrellas, y la felicidad desbordaba de su cara. Las velas, la música, las flores y el vino creaban un ambiente muy romántico. Sin embargo hacía diez minutos habían matado a un anciano de pelo canoso que se dirigía a la iglesia en su coche. El olor a pólvora había invadido el atrio de la iglesia. Señor Monje, ¿fue ese otro de sus trucos? Entonces vi a una mujer tumbada junto al cadáver de su padre llorando desconsolada y con la cara llena de rímel, mientras aquel hombre atractivo estaba de pie en silencio e impasible junto a ella. La siguiente imagen fue la de aquella joven cortándose su precioso cabello en una habitación lujosa. Podía ver su cara pálida en el espejo de la pared y su boca fruncida. Yo era capaz de adentrarme en sus recuerdos mientras veía cómo cortaba los mechones de su cabello. Un vago recuerdo volvió a su mente: esa preciosa chica estaba haciendo el amor con aquel hombre atractivo en extrañas posturas. Su cara apasionada de repente se volvió hacia mí, luego chocó contra el espejo y se rompió en mil pedazos. Entonces la vi con un traje negro, un pañuelo azul con florecitas blancas en la cabeza, arrodillada delante de una monja budista. Señor Monje, lo hizo tal y como yo me arrodillaba ante usted. Aquella monja la aceptó como discípula suya y, sin embargo, Señor Monje, usted no me ha aceptado a mí todavía. Señor Monje, quería preguntarle si fue ese hombre atractivo quien contrató a alguien para que matara al padre de esa hermosa mujer. También quería preguntarle qué pasó exactamente. Sabía que jamás contestaría a mis preguntas, pero necesitaba compartir y sacar las ideas de mi cabeza. Si no, me invadían el cerebro y me volvían loco. Señor Monje, también quería contarle que hacía diez años, en un mediodía de un día de verano, cuando todo el mundo del Pueblo de la Matanza estaba durmiendo, vagué por las calles como un perro perdido y aburrido olfateando por todas partes. Cuando llegué a la peluquería Cabello Bello pegué la cara contra el cristal para ver lo que pasaba dentro. Lo primero que vi fue un ventilador colgado en la pared dando vueltas y a la peluquera Zhaoxia Fan con su bata blanca sentada en el regazo del Señor Lan con una navaja de afeitar en la mano. Por un segundo pensé que iba a matar al Señor Lan, pero luego me di cuenta de que estaban haciendo esa cosa de adultos. Zhaoxia Fan tenía la navaja por encima de su cabeza para mantenerla alejada de su cara. Sus piernas estaban abiertas y enganchadas a los brazos de la silla. Su cara se estremecía de placer. Sin embargo no soltó la navaja, como si quisiera demostrarle a cualquiera que les espiara que estaba trabajando, no acostándose con él. Me entraron ganas de contarle a alguien lo que acababa de ver pero no había nadie en la calle, solo un perro negro tumbado bajo una platanera, con la lengua fuera y resollando del calor. Entonces retrocedí unos pasos, cogí un ladrillo, lo lancé al escaparate de la peluquería y salí corriendo. Oí el ruido del cristal haciéndose añicos. Señor Monje, me avergüenzo de haber sido capaz de hacer algo tan despreciable, pero si no se lo contaba hubiese sido un acto de deslealtad. Yo sabía que la gente me llamaba Niño Boom, pero eso fue en aquel entonces. Ahora, todo lo que digo es la pura verdad.

Ir a la siguiente página

Report Page