¡BOOM!

¡BOOM!


¡BOOM! 32

Página 42 de 63

¡

B

O

O

M

!

3

2

La estrella de cine Feiyun Huang, que era una belleza en la época, fue la amante de mi tercer tío. O eso me dijo el Señor Lan hace más de una década. «Si pudieses reunir todos los periódicos, revistas y pósters con sus fotografías, habría suficientes para llenar un carguero de diez mil toneladas», dijo el Señor Lan en varias ocasiones. Le digo, Señor Monje, que se inventó una romántica y sensual historia sobre su tercer tío. Por supuesto conozco a la tal Feiyun Huang, su aspecto juvenil pende ante mí como una cortina de cuentas de cristal. Aunque se retiró de la vida pública, y ahora es la esposa de un hombre muy rico, la madre de sus hijos y la señora de la casa en su lujosa villa en la montaña Fénix, sigue siendo perseguida por los paparazzi. Cuando sacaba su lujoso sedán del garaje subterráneo de su villa, con la pequeña figura de un hombre como decoración en el capó, pisaba el acelerador y bajaba a toda velocidad la carretera sinuosa de la montaña. Desde lejos parecía que el coche bajaba del mismo cielo. Los reporteros de la prensa rosa llamaban a esos recorridos «el Descenso del hada celestial al mundo de los hombres». Ella salió del coche vestida en tonos oscuros, ayudada por una doncella que llevaba a sus perros, Napoleón y Vivian Leigh, de tan buen pedigrí que la gente corriente apenas conocía la raza. Se movió deprisa a través del vestíbulo del hotel iluminado por lámparas chandelier

y su vestido de diseño se reflejó en la superficie de granito, brillante como un espejo, que era una de las razones por las que el hotel había sido criticado, pero que atraía a muchas estrellas. El conserje sabía exactamente de quién se trataba, pero no descubrió su identidad. En su lugar mantuvo la mirada en el dobladillo de su falda cuando ella se deslizó por el suelo. Cuando llegó a los ascensores la mujer le hizo un gesto a la doncella que sujetaba a sus perros para que aguardase en el vestíbulo. Después entró en el ascensor y subió hasta la planta veintiocho, siendo contemplada desde el exterior a través del cristal. Llamó a la puerta de la Suite Presidencial, tan lujosa que podría causar una revuelta popular. El joven que contestó le preguntó qué estaba buscando. Ella pasó de largo y entró en la sala de estar de la habitación decorada con flores. Pisó blancas peonias esparcidas por el suelo y fue directa hacia el dormitorio principal, donde había una cama tan grande que podría montar en bici sobre ella. La cama estaba vacía, pero del baño se escapaba el ruido de agua cayendo. Le pegó una patada a la puerta, dejando que el vapor saliese junto al sonido del agua que salpicaba y a risas femeninas. Cuando el vapor se disipó quedó a la vista un enorme jacuzzi, por el que borboteaba agua por los lados como en un manantial. Cuatro chicas de aspecto virginal rodeaban a Laoda Lan y todos ellos se encontraban rodeados de pétalos de flores. La estrella de cine sacó un botecito negro de su bolso, lo tiró a la bañera y dijo suavemente: «Ácido sulfúrico». Después se giró y se marchó. Las chicas chillaron y salieron de la bañera, sus jóvenes cuerpos se ennegrecieron, solo sus cuerpos; sus rostros aún eran blancos. Laoda Lan sin embargo se estiró en la bañera, cerró los ojos y dijo: «Cenamos esta noche, en Huaiyang Chun, en el tercer piso». Al salir del dormitorio la escuchamos decir: «Deberías invitar a chicas con más clase». «Son todas más jóvenes que tú», contestó él desde la bañera. Vimos a la estrella de cine volver sobre sus pasos hacia la sala de estar y escupir a las flores en su camino. El joven que le había abierto la puerta miró boquiabierto la escena que la estrella estaba montando. El timbre sonó de forma estridente y dos hombres de seguridad entraron. «¿Qué está ocurriendo aquí?», preguntaron. La actriz agarró un ramo de flores azules y golpeó con él la cara de uno de los hombres. Este, agarrándose la mejilla, se echó hacia atrás. El timbre resonó por el pasillo.

Una noche, poco después de la puesta en marcha de la planta de empaquetado, Padre, Madre, el Señor Lan, Jiaojiao y yo estábamos sentados alrededor de la mesa, donde la luz eléctrica iluminaba humeantes platos de carne. Había una botella y varias copas llenas de vino tan rojo como la sangre fresca que brota de una vaca. Bebían más de lo que comían, al contrario que mi hermana y yo. La verdad sea dicha, ambos teníamos una buena tolerancia al alcohol, pero Madre no nos dejaba beber. En un momento de la noche, Jiaojiao comenzó a roncar y yo mismo empecé a adormilarme, lo normal tras una enorme cena a base de carne. Tras meter a Jiaojiao en la cama, Madre me dijo:

—Tú también has de dormir, Xiaotong.

—No, no lo haré. Quiero hablar contigo acerca de dejar el colegio. Quiero trabajar en la planta.

—¿Es eso cierto? —preguntó con una sonrisa—. Oigamos tus razones.

Con una energía repentina comencé a explicarme:

—Porque las cosas que enseñan en el colegio son inútiles y porque adoro la carne. La oigo hablar.

El Señor Lan no esperaba algo así y rompió en una carcajada.

—Eres asombroso. Será mejor que no te ofenda, quién sabe, puede que realmente tengas poderes extraordinarios. Pero aun así necesitas ir al colegio.

—No iré y punto —dije—. Obligarme a ir al colegio es hacerme perder el tiempo. Me cuelo en la planta a través de la alcantarilla cada día para echar un vistazo y he descubierto muchos problemas. Si me dejas trabajar ahí podría resolverlos.

—Ya está bien de tonterías —dijo Padre con impaciencia—. Vete a la cama. Tenemos cosas que discutir. —Quería decir algo más, pero el gesto de mi padre me frenó—. ¡Xiaotong! —gritó.

Así que me fui a mi habitación, gruñendo, y me senté en la silla caoba que acabábamos de comprar para poder ver y escuchar lo que ocurría en la otra habitación.

El Señor Lan estaba sirviéndose vino en una copa alta.

—Luo, Yuzhen —dijo sin ganas—, ¿qué opináis de todo esto? ¿Ganaremos dinero o lo perderemos?

—Si el precio de la carne no sube, entonces estamos condenados a perderlo —contestó Madre con tono preocupado—. No nos pagarán más solo porque no inyectemos agua en la carne.

—Por eso quería hablar contigo —dijo el Señor Lan bebiendo de su copa—. En los últimos días Biao Huang y yo hemos ido a algunos condados cercanos y hemos visitado plantas de empaquetado de carne fingiendo ser comerciantes. Allí descubrimos que todos inyectan agua a su producto.

—Pero se lo garantizamos desde un altavoz a esos dignatarios —dijo Padre suavemente—. De eso hace solo un par de días. Es posible que nuestra voz aún resuene en sus oídos.

—Amigo mío, tenemos las manos atadas. Tal como están las cosas, si tú y yo nos negamos a inyectar agua a nuestra carne pero otros lo hacen, no solo perderemos dinero, también perderemos el negocio.

—¿No se nos puede ocurrir algo?

—¿Cómo qué? ¿Cuáles son nuestras opciones? Nada me gustaría más que llevar nuestro negocio del modo correcto, y si se te ocurre una manera de mantener el negocio sin inyectar agua, cuenta conmigo.

—Podemos denunciar a esas otras plantas —dijo Padre débilmente.

—¿A eso lo llamas una buena idea? Las autoridades saben más que nosotros. Saben perfectamente lo que ocurre, pero no hay nada que puedan hacer al respecto —dijo con frialdad.

—Los cangrejos van donde les lleva la corriente —dijo Madre—. Si otros inyectan agua y nosotros no, lo único que demostraremos es que somos estúpidos.

—Podemos probar otra cosa —sugirió Padre—. ¿Quién dice que debamos ser matarifes?

—Eso es lo único que sabemos hacer —dijo Lan con una risa mordaz—. Es en lo que somos buenos. Tu habilidad para tantear la carne, por ejemplo, es parte del sistema del matadero.

—¿En qué soy bueno yo de todos modos? —preguntó Padre—. No tengo otros talentos.

—Ninguno de nosotros tiene talento, excepto en esto —dijo Lan—. Pero tenemos una ventaja, y si inyectamos agua en la carne, lo haremos mejor que el resto.

—Debemos hacerlo, Tong Luo —dijo Madre—. No podemos permitirnos pérdidas.

—Ya que ambos queréis hacerlo, hagámoslo —dijo Padre—. La pregunta es si el Señor Han nos dará algún problema en la inspección.

—No se atreverá —dijo el Señor Lan—. Es un perro al que alimentamos.

—Cuando los monos atacan los perros enseñan los colmillos —dijo Padre.

—Vosotros dos haced lo que tengáis que hacer, y no os preocupéis por el Señor Han. Yo me encargaré. No me harán falta más que un par de partidas de

mahjongg. De hecho, no es necesario recordarle que la estación de inspección pertenece a la planta de empaquetado y que no existiría si no fuese por nosotros.

—No tengo nada más que decir —respondió Padre—, excepto que espero que no inyectemos formaldehído.

—Por supuesto que no —dijo el Señor Lan solemne—. Eso es una cuestión de moral. La mayoría de nuestros clientes son ciudadanos comunes, y tenemos una responsabilidad sobre su salud. Inyectaremos solo agua pura. —Y añadió—: Claro que añadir un poco de formaldehído no supone un peligro para la salud, e incluso protege contra el cáncer, frena el proceso de envejecimiento y alarga la vida. Pero hemos jurado no añadir formaldehído. Tenemos muchas ambiciones y nos hemos alejado del sistema independiente de matarifes. Ahora que somos un matadero afiliado, existen límites a lo que podemos hacer y eso incluye no experimentar con la salud de la gente —continuó con una sonrisa—. Antes de darnos cuenta seremos una gran empresa moderna, con una cadena de producción donde entre un animal vivo y salgan salchichas y latas de carne. Cuando llegue ese momento, inyectar o no agua en la carne será irrelevante.

—Bajo tu liderazgo, alcanzar ese fin está asegurado —dijo Madre, encantada con lo que estaba escuchando.

—Seguid soñando —intervino Padre con frialdad—, pero volvamos al tema del agua. La pregunta es: ¿cómo lo hacemos? ¿Y cuánta agua? ¿Y qué hacemos si alguien nos denuncia? Antes eran unas cuantas familias, pero ahora hay más bocas de las que podemos controlar…

Salí de mi habitación y me uní a la conversación.

—Padre —dije—, conozco un modo perfecto de inyectar agua.

—¿Qué haces levantado? —me riñó—. No te metas en donde no te llaman.

—No me meto en donde no me llaman.

—Oigamos lo que tiene que decir —dijo el Señor Lan—. Adelante, Xiaotong, ¿cuál es tu brillante idea?

—Sé cómo se hace ahora. He visto cómo lo hace cada familia del Pueblo de la Matanza. Inyectan una manguera a toda presión en el corazón de un animal recién sacrificado. Pero como el animal está muerto, sus órganos y células no pueden seguir absorbiendo agua y la mitad se desperdicia. ¿Por qué no inyectar agua cuando el animal sigue vivo?

—Tiene sentido —dijo el Señor Lan—. Continúa, joven amigo.

—Vi una vez a un médico realizando una inyección intravenosa y eso fue lo que me dio la idea. Haremos lo mismo con el animal antes de ser sacrificado.

—Pero eso llevaría tiempo —señaló Madre.

—No tiene por qué ser intravenosa —propuso el Señor Lan—. Hay otros modos. Es una gran idea, se mire por donde se mire. Inyectar agua en un animal vivo y en uno muerto son conceptos radicalmente opuestos.

—Añadir agua a un animal muerto es una inyección —dije—. Añadirla a uno vivo es limpiar sus órganos y su sistema circulatorio. En mi opinión esto cumple vuestras metas y vuestra promesa de carne de buena calidad.

—Estoy impresionado, sobrino Xiaotong —dijo el Señor Lan. Sus dedos temblaron al sacar un cigarro de la cajetilla, lo encendió y le pegó una calada—. ¿Has oído eso, Tong Luo? Tu hijo ha conseguido avergonzar a unos veteranos. Reconoce que nuestros cerebros están dominados por la rutina. Tiene razón, no estaríamos inyectando agua a la carne, liberaríamos de toxinas el interior de nuestras vacas y mejoraríamos su carne. Podemos llamarlo limpieza de la carne.

—¿Significa eso que puedo trabajar en la planta? —pregunté.

—La verdad es que no tienes por qué ir al colegio dado que eres capaz de causarle a la profesora Cai una apoplejía. Pero tu futuro está en el aire y será mejor que escuches a tus padres.

—No quiero escucharles, solo quiero escucharte a ti.

—No me meto en esto —dijo con evasivas—. Si fueses mi hijo, no te obligaría a ir al colegio. Pero no lo eres.

—Eso significa que estarías a favor de que trabajase en la planta, ¿verdad?

—¿Qué opinas tú, Tong Luo? —preguntó el Señor Lan.

—No —insistió mi padre—. Tu madre y yo trabajamos allí y con nosotros ya es suficiente.

—Esa planta nunca triunfará sin mí —amenacé—. Ninguno de vosotros tiene una relación emocional con la carne, así que no podéis producir carne de alta calidad. Ponedme un mes a prueba, ¿qué os parece? Si no hago un buen trabajo me podéis despedir y le daré otra oportunidad al colegio. Pero si lo hago bien, me quedaré durante un año. Tras eso volveré al colegio o me iré por mi cuenta a ver qué me ofrece el mundo.

Ir a la siguiente página

Report Page