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Manolo Lay

No echo de menos aquellos años, me echo de menos a mí mismo. A este despacho me trajeron a hombros los descamisados de octavilla en vietnamita, hace tiempo que sólo entran trajes grises y planos ploteados.

Quisimos cambiar el mundo, pero fue al revés. Ahí están mis compañeros: apenas nos hablamos, lo nuestro es interesarnos, utilizarnos. Que dios nos coja consternados y desfasados. Lo que los hombres unimos, lo separó el Partido.


Antes nos faltaba lengua, ahora somos capaces de follar sin un sólo beso en las bocas.

El potro de tortura es parte de la diversión

La vida no es tan dura

déjate de inquisiciones

que no van contigo

levántate el castigo


Las tazas de café tiemblan en Alcalá; cuentan que el epicentro del movimiento sísmico se sitúa en un Seat 127 matrícula SE-1156-G. Sólo se trata de un manchado, y a la vuelta, cerca del Continente, uno de los dos dice ”tú y yo no podemos estar juntos”.


El padre bromea: La mamá de Nobita es igual que tu mamá.

El hijo responde: Es verdad.


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Él:


Ella: Muy artístico, pero los huesos?

Él: Creo que fue en Estambul

Ella: ???

Él: Cuando te fuiste con K…

Allí te cambiaron

Fuiste tú

O sea, fue la persona que conocí y volviste tú

Ella: no entiendo nada

Él: los huesos en la basura, como me dijiste

Ella: Ah ok


Leo dos frases que me conmueven en tu libro de Simone de Beauvoir; una es “La perpetua juventud del mundo me corta el aliento”; la otra, aún peor: “los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores”.

Pararé en la página 41, donde tú, así pisaré donde tus huellas, pensar que es una forma de abarcarte es una estupidez como cualquier otra, como creerme el idiota del ramito de violetas de Cecilia, pero ¿qué?

[Hasta dedicaría la canción de Rodrigo Amarante a la mujer de Philippe].

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