Bondage

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Capítulo 7

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Capítulo 7

Odio los lunes. ¿Hay alguien a quien le gusten los lunes? Pues yo no soy una excepción. Y no es porque venga después de un fin de semana de descanso y relax, porque mis descansos no coinciden siempre con sábado y domingo, sino por la cantidad de gilipollas que andan sueltos por las calles a las seis de la mañana.

He quedado con Keyra para recogerla en su casa, y al final ha tenido que coger un taxi porque he llegado jodidamente tarde. Entre el tráfico y el accidente en Atlantic Avenue, ha sido imposible cruzar la ciudad en el tiempo que tardo habitualmente.

En cuanto llego al hospital, entro en el vestuario y me pongo el uniforme. Es hora de salvar vidas. Me dirijo al despacho del jefe para hablarle del paciente de la 4-B, que es amigo suyo, pero sus gritos me paran en seco.

—¡¿Cómo se atreve a calumniar a mi sobrina de esa manera?!

—Señor Robinson —¿Es la voz de Keyra?—, hay varios testigos presentes en esa operación. El anestesista asignado se marchó porque su madre estaba grave en el hospital, y hubo un cambio de última hora que no se notificó. Su sobrina era la responsable de ese quirófano, y no solo se olvidó de notificar los cambios. Una interna le informó de que el anestesista olía a cerveza, y en vez de cerciorarse, expulsó a la interna y prosiguió con la operación.

—¡No va a manchar el nombre de mi sobrina! ¡¿Me oye?! ¡No lo permitiré!

—Le recuerdo que usted no es mi jefe, y le aseguro que su sobrina pagará la negligencia al igual que ese anestesista. Si no quiere cooperar me parece estupendo, pero le advierto que es mejor que no interfiera en la investigación.

Keyra sale del despacho de mi jefe tan estirada, tan jodidamente sexy… Hoy ha elegido ese vestidito con falda ajustada que tanto me gusta, y lleva el pelo recogido en una coleta alta… ideal para agarrarla mientras follamos. Al pasar por mi lado me guiña un ojo cuando una sonrisa comienza a asomar en sus labios, y yo me quedo embobado perdido en el movimiento de ese culito respingón que es completamente mío.

Cuando mi mente sale de la nube de deseo sexual frustrado hasta esta noche, caigo en la cuenta de que mi preciosa novia ha enfadado a mi jefe. Cojonudo, voy a pagar las consecuencias. Suspiro resignado antes de enfrentarme a mi nuevo reto.

—¿Se puede, jefe?

—¿Qué demonios quieres?

—Darle el parte de Joe, como me dijo.

—Ah, sí, pasa. ¡Dios! La de asuntos internos me pone enfermo. ¿Cómo está mi buen amigo Joe?

—Ha pasado una noche tranquila, sus constantes son normales y ya puede hablar relativamente bien. Ha tenido suerte, muchos no recuperan el habla después de un tumor de ese calibre.

—Gracias, Nathan. Pasaré a verlo después.

—Si no necesita nada más…

—Quería pedirte un favor. Quiero que vigiles a la de asuntos internos. Se ha propuesto joderme, y quiero saber por qué.

—Con todo mi respeto, señor, pero yo también estoy en su punto de mira, y no quisiera que se fijase en mí más de lo estrictamente necesario.

—¿Tú, en el punto de mira? ¿Por qué?

—Alguien le ha ido con el cuento de que me acuesto con las enfermeras en horas de trabajo, cosa totalmente falsa, por supuesto.

—¿No sabes quién es?

—Me hago una idea, pero no voy a hablar sin tener la certeza absoluta de que ha sido ella, ¿no le parece?

—Claro que no, muchacho.

—Hasta luego, jefe.

Suspiro aliviado cuando salgo de la consulta. Una jodida batalla ganada. Bueno, en realidad han sido dos. ¿Vigilar a Keyra? No hay nada que me gustase más que eso, pero si lo hiciera, en algún momento el jefe terminaría por descubrir que estoy saliendo con ella, y entonces sí que estoy de patitas en la calle.

Cuando entro en mi despacho, Keyra está sentada en mi sillón, con esas deliciosas piernas cruzadas y una mirada de lo más traviesa…

—¿Qué ha ocurrido en ese despacho? —pregunto— ¿Estás bien?

—¿De cuánto disponemos?

—¿Cómo?

—¿De cuánto tiempo disponemos para echar un polvo?

—Eh… acabo de terminar las rondas, y no opero hasta dentro de media hora, pero…

—Perfecto.

Mi perversa diablesa se pone de pie y se quita las braguitas de encaje, que deja caer sobre mi escritorio. ¡Joder! Estoy temblando de lo mucho que me poner verla en ese estado. Keyra se acerca despacio y me desabrocha los pantalones.

—¡Joder, nena! ¿Qué te ha pasado?

—Te deseo, Nathan. Te deseo tanto que duele.

Se acabó. Al diablo el miedo a que nos pillen, la prudencia y la conciencia. Cierro la puerta con el cerrojo, levanto a mi chica en peso y empotrándola contra la puerta me hinco en ella hasta el fondo.

—¿Es esto lo que quieres, gatita? ¿Es esto lo que deseas?

—¡Dios, sí!

Comienzo a moverme deprisa, a empalarme hasta el fondo una y otra vez. Sus uñas cinceladas se clavan en la carne de mi espalda, su boca me ataca con un ansia desconocida en ella para mí. Voy a correrme… como siga así voy a correrme…

—Vamos nena, córrete para mí.

Un escalofrío me recorre la columna cuando su sexo me estruja y me arranca mi orgasmo. Pero no es suficiente, necesito más, así que me pongo de rodillas y me como ese coñito delicioso, que está tan mojado que sus jugos chorrean por sus piernas mezclados con mi semen. Keyra se resiste, intenta apartarme, pero la sujeto por las muñecas para continuar con mi festín. Chupo, lamo, muerdo su clítoris sin descanso. Ella se convulsiona, se arquea y grita perdida en un nuevo orgasmo que la deja resbalar laxa hasta el suelo de la consulta.

—¿Qué ha sido eso? —pregunto entre jadeos.

—Lujuria. Pura lujuria. Cuando te he visto en la puerta del despacho de tu jefe… no sé qué me pasó, pero me excité tanto que…

La beso para cortar su perorata. No me importa el motivo, ha sido un polvo alucinante, absolutamente excitante, y no voy a quejarme por ello.

—Tengo que irme, Nat.              

—Espera, nena. Estás toda despeinada y el rímel corre por tu cara.

—¿En serio? ¡Nathan, debo estar horrible!

—Preciosa —contesto besándola—, estás absolutamente preciosa.

Vuelvo a besarla, esta vez ella se abraza a mi cuello y pega de nuevo su cuerpo al mío. Encaja tan bien… parece estar hecha para mí. Con una sonrisa aparta su boca de la mía y pone distancia entre nosotros.

—Debo arreglarme un poco antes de irme, Nat. No me retrases más.

—En el primer cajón de mi escritorio hay toallitas húmedas.

—Servirá. Lo malo es mi pelo… Está hecho un desastre.

—Esta noche hazte una coleta como la que llevabas, por favor.

—¿Para qué? —pregunta extrañada.

—Porque quiero agarrarme de ella cuando te esté follando a cuatro patas, princesa.

—¡Cállate! ¡Vas a conseguir que me excite otra vez!

Cuando se ha recompuesto lo suficiente para salir de mi despacho, abro la puerta y miro a ambos lados del pasillo para cerciorarme de que no hay nadie que la pueda pillar saliendo a hurtadillas. Ella vuelve a besarme antes de alejarse contoneando su culo por el pasillo.

Me dejo caer en mi silla con una sonrisa de oreja a oreja. Tengo que operar en… diez minutos. No puedo llegar tarde, pero es la primera vez que voy a operar completamente relajado.

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