Bondage

Bondage


Capítulo 11

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Capítulo 11

Tras la reconciliación de Marc y Cristal nos invade la calma. Debería estar agradecido, pero algo en mi interior me dice que esta calma es el preludio de una gran tormenta, que estoy en el ojo del huracán y que en cualquier momento se va a desatar el Infierno.

Hace dos semanas que apenas veo a Keyra. Como el caso de negligencia se ha resuelto, ella ha vuelto a su rutina, y apenas aparece por la parte del hospital donde yo me muevo. En los descansos en los que coincidimos nos vemos a veces, vamos al cine o a cenar, pero a la hora de la verdad siempre tiene alguna excusa para no quedarse a dormir la mayor parte de las veces.

Me siento frustrado… jodidamente frustrado. Necesito estar con ella, necesito que todo vuelva a ser como antes, pero he de reconocer que no siempre se puede tener lo que se quiere,  mucho menos cuando ambos trabajamos la mayor parte del día.

Hoy tengo un par de horas libres antes de mi próxima operación. Debería dormir, debería prepararme para ella, pero lo único que quiero es ver a Keyra, tenerla entre mis brazos y no soltarla jamás. Al entrar en su despacho la descubro con el ceño fruncido repasando unos documentos, pero en cuanto ve que soy yo los esconde debajo de un montón de papeles.

—Hola, cariño, tenía ganas de verte —digo antes de levantarla de su asiento y darle un beso.

—¿Estás libre? —pregunta rígida.

—Eh… sí. Tengo dos horas libres antes de mi próxima operación. ¿Ocurre algo, nena? Te noto rara.

—No, no ocurre nada. Estoy muy cansada, eso es todo. Ahora estoy en un caso que me está dando dolores de cabeza, nada más.

—Anda, ven.

Me acomodo en el respaldo del sofá y hago que ella se siente entre mis piernas. Desabrocho su camisa con cuidado y la bajo hasta que queda enredada entre sus codos.

—Nathan, no…

—Shh… Relájate.

Comienzo a masajear sus hombros con cuidado, deshaciendo los nódulos de tensión que se han formado bajo su piel. Ella gime y echa la cabeza hacia delante para darme mejor acceso. Se nota que algo no va bien, pues normalmente ya me tendría tumbado en el suelo y estaría encima de mí, pero no voy a insistir más. Ya me lo contará cuando se sienta preparada.

Sustituyo mis manos por mi boca, para recorrer la base de su cuello como a ella tanto le gusta, pero Keyra se aparta y se recompone la ropa ante mi mirada de alucine.

—Nathan, no tengo tiempo, en serio. Tengo que trabajar.

—Está bien, lo siento. —Me acerco a ella y la abrazo por la cintura— ¿Qué te parece si esta noche salimos a cenar? Me han hablado de un nuevo restaurante hindú que está muy bien.

—Vale, me parece bien.

—¿A qué hora sales hoy?

—A las siete. Hoy me retrasaré un poco porque tengo que terminar unos informes.

—Nos vemos a las ocho entonces. Reservaré para las ocho y media.

—Muy bien.

Keyra me sonríe, pero es una sonrisa que no llega a sus ojos. Me estoy preocupando, no me gusta ignorar lo que está pasando para que se muestre tan fría.

La beso en los labios como siempre, demorándome lo suficiente para arrancarle un gemido.

—Te quiero, nena. No lo olvides.

Keyra vuelve a sonreír, pero no contesta. Creo que empiezo a salir del ojo del huracán. Creo que ya empieza la tormenta.

A las ocho estoy parado frente a la casa de mi chica. Espero que pase lo que pase todo vuelva a la normalidad en cuanto esta noche le haga el amor. La necesito. Hace días que no hacemos el amor, y la necesito como necesito respirar.

Lo primero que llama mi atención cuando la veo aparecer es que tiene los ojos enrojecidos e hinchados, signos de que ha estado llorando. Me acerco a besarla, pero aparta la boca y el beso queda confinado en su mejilla.

—¿Seguro que estás bien, nena? ¿Has estado llorando?

—No, que va. Es que me ha caído un poco de jabón en los ojos y me escuecen muchísimo.

—Vamos al hospital y que te miren en un momento.

—No, no… Estoy bien, de verdad. Vayamos a cenar.

Durante la cena vislumbro de nuevo a mi Keyra, a esa mujer que me tiene enamorado desde la primera vez que la vi. Está relajada, ríe con facilidad y comienzo pensar que todo ha sido una mala jugada de mi subconsciente. Cuando llegamos a su casa, entro detrás de ella y la aprisiono entre mis brazos.

—Dios, cariño. Te he echado tanto de menos…

—Yo también a ti, Nat. Hazme el amor… pero sin juegos. Solos tú y yo.

Así que mi gatita quiere sexo lento y seductor… He de reconocer que yo también lo necesito. Llevo mucho tiempo sin sentirla y no voy a perder el tiempo en juegos estúpidos. Desabrocho lentamente la cremallera de su vestido y lo dejo caer al suelo, ayudándolo con un roce de mis dedos por sus brazos. Su piel se eriza al primer contacto, sus ojos se cierran y su boca se entreabre buscando más oxígeno.

Mi boca aprovecha la ventaja para unirse a la suya, mi lengua entra en su cavidad para encontrarse con la suya, y comienzo a explorar cada recoveco. Su lengua se entrelaza con la mía, me provoca, me reta, y yo caigo rendido a sus encantos. Su cuerpo se pega al mío buscando mi calor, mi piel arde en contacto con la suya, y mis manos abarcan su espalda reclamando su propiedad.

Keyra es mía… total y absolutamente mía, de la misma manera que yo le pertenezco a ella. Sus dedos de deshacen de los botones de mi camisa, y su boca comienza su exploración por mi cuerpo. Su lengua recorre mi piel, sus dientes muerden mis tetillas consiguiendo que la excitación llegue al límite, y dejo escapar todo el aire de mis pulmones cuando sus manos se deshacen de mi pantalón.

No quiero ir tan rápido, aún quiero explorarla a placer, así que la levanto en brazos y la llevo al dormitorio, donde la desnudo por completo y la tumbo en la cama. Me deshago de mi ropa y me tumbo junto a ella, y mi mano resbala por su pecho hasta encontrarse con uno de sus jugosos pezones. Hago círculos sobre él observando sus reacciones, y sustituyo el dedo por mi boca. La muerdo, succiono el pequeño botón hasta el límite una y otra vez. Ella se arquea, gime y me agarra, pero no paro mi asalto.

Con la mano acaricio los labios de su sexo, los aparto y dejo al descubierto su clítoris hinchado. Lo rozo una y otra vez con la yema de mi dedo, y a su vez chupo su pezón como si de una fruta madura se tratase. Keyra se retuerce entre mis manos, y el orgasmo la arrasa un segundo después.

—Ahora me toca a mí —susurra—. Déjame demostrarte lo mucho que te quiero.

Me tumbo con las manos apoyadas bajo la cabeza y la dejo hacer. Sus manos acarician mi pecho, mi estómago y mis piernas, y su boca llena de besos todo el recorrido.  Debería excitarme, sentir su boca sobre mi piel, debería llevarme a la locura, pero esta veneración me está dejando un sabor agridulce en la boca del estómago.

Mis pensamientos quedan eclipsados cuando su boca me engulle hasta la empuñadura. ¡Joder, qué bien lo hace! Siento cómo su lengua juguetea con la punta de mi verga y sus dientes me arrancan un escalofrío. Keyra succiona mi polla una y otra vez, dejándome loco, acercándome más y más al orgasmo. Cuando siento que no puedo aguantar esta dulce tortura ni un segundo más, aparto su cabeza con cuidado e intento tumbarla en la cama, pero ella me lo impide.

—No… déjame a mí.

Keyra se monta a horcajadas sobre mi pelvis e introduce poco a poco mi miembro en su interior. Sonrío al darme cuenta de que parece una diosa ahí montada, cabalgándome hasta las puertas del paraíso como si no hubiera mañana.

Sus movimientos son lentos, lánguidos, y mi polla sale de ella casi por completo cada vez que se mueve para entrar hasta el fondo un segundo después. Apoya las manos en mi pecho para darse impulso, y yo aprovecho la cercanía para acariciarla, para pellizcar sus deliciosos pezones, mara morder esa boca que tanto placer es capaz de darme.

Necesito aumentar el ritmo, esta lentitud me está volviendo loco, y sé que a ella también. La tumbo sobre mi cuerpo y, agarrándola del trasero, comienzo a mecerme dentro de ella a un ritmo frenético, el ritmo que ambos necesitamos en ese momento. Ella grita, gime y me clava las uñas en los hombros cuando el orgasmo la arrasa, y yo la acompaño con un par de embestidas más.

Cuando la tormenta amaina, Keyra se tumba sobre mi pecho y suspira satisfecha. Acaricio su cabello hasta que el sueño me vence, pero antes de caer en los brazos de Morfeo la oigo susurrar.

—Nunca olvides, pase lo que pase, que te amo, Nathan O’Connor.

Me despierto solo en la enorme cama. El lado donde dormía Keyra ya está frío, señal de que hace bastante rato que se ha levantado. Me doy una ducha y me visto antes de salir a buscarla, sin éxito. Junto a la cafetera encuentro un sobre con mi nombre. Un sobre que será el detonante de mi desgracia.

 

“Lo siento, Nathan. Lo he intentado, te juro que lo he intentado de todas las maneras posibles, pero soy incapaz de pertenecer a tu mundo. No soy sumisa, ni puedo llegar a serlo por mucho que me esfuerce. Te quiero, te quiero muchísimo, pero no puedo estar con una persona que tiene que atarme de pies y manos para sentir placer. Yo soy la chica de anoche, una mujer que acaricia a su pareja y le proporciona placer, no la mujer a quien atas a un columpio y te follas a destajo. Espero que encuentres a alguien que consiga hacerte feliz.

Sigue con tu vida, Nat.

Keyra”

 

Arrugo la carta y a lanzo lo más lejos que puedo. Estoy furioso, jodido y frustrado. ¿De qué cojones está hablando? ¿En serio cree que me he comportado como su amo? ¿En serio ha creído que las cuatro pinceladas de Bondage que hemos puesto en práctica es lo que realmente hago con una sumisa cualquiera?

Salgo del apartamento dispuesto a decir la última palabra. Esto no se va a quedar así. No entiendo a qué cojones viene esto, pero desde luego la explicación me la va a dar cara a cara.

Al llegar al hospital me encuentro con una catástrofe: un accidente múltiple en la autopista con cientos de heridos. Me paso la mayor parte del día en el área del accidente, intentando salvar a cuantas personas pueda. Pero mi cabeza no deja de pensar en Keyra. No entiendo su comportamiento, no entiendo por qué me deja de esa manera. ¿Y qué fue lo de anoche, el polvo de despedida?

A las seis de la tarde llego a su despacho, pero su secretaria me avisa de que se ha ido de vacaciones. ¿Vacaciones? ¡Vamos no me jodas! ¿Y por qué no sabía nada?

Al salir del trabajo me acerco a su casa, pero no la encuentro en ninguna parte. ¿Dónde demonios está esta mujer? La llamo un millón de veces, y no obtengo respuesta. Doy un puñetazo en el volante frustrado. ¿Por qué mi vida se ha ido a la mierda?

Conduzco sin rumbo fijo, miro la carretera sin verla, y casi sin darme cuenta me encuentro en la puerta del Inferno. Sí, definitivamente es el mejor sito para mí en este momento. Cristal y Marc están sentados en la barra, como dos auténticos tortolitos. Ella sonríe al verme, pero su sonrisa muere en sus labios al ver mi cara.

—¡Nathan! ¿Estás bien? Vaya cara traes —dice.

—Ponme un whisky doble.

—Ey, colega. ¿Qué ocurre? —pregunta Marc.

—Me ha dejado. Keyra ha cortado conmigo dejándome una puta carta en el salón de su apartamento.

—Espera, ¿qué? —la cara de sorpresa de Cris es para reírse— ¡Si está coladita por ti!

—Eso creía yo… Pero no era así. Me ha dejado porque según ella, no puede estar con alguien que solo se excita viéndola atada. ¡Y una mierda! Jamás… jamás la traté como a una sumisa. ¡La quiero, maldita sea! La quiero y ahora…

—Tranquilo, tío. ¿Por qué no hablas con ella?

—Se ha ido. No logro encontrarla. En el trabajo me han dicho que está de vacaciones, pero no aparece por su casa y no me coge el teléfono.

—¿Quieres que la llame yo? —se ofrece Cris.

—No va a cogértelo. Sé que no va a cogerte el puto teléfono. No sé qué está pasando, pero desde luego no me ha dejado por los motivos que decía en esa estúpida carta.

Cris intenta llamarla, pero salta el contestador. Tras un suspiro, mi amiga me sirve un whisky y deja la botella encima de la barra. Sabe que la voy a necesitar. Marc permanece a mi lado, pero no dice nada. Ambos me conocen lo suficiente como para saber que en este momento lo que necesito es estar solo.

Agarro la botella y me voy a una de las salas, a aquella en la que le hice el amor. Camino por ella recordando cada detalle de aquella noche. Su curiosidad, su sonrisa traviesa, sus nervios… su impaciencia. La ira me recorre por entero y no consigo ver nada… De pronto siento que Marc y Michael me sostienen por ambos brazos. La sala está completamente destrozada. Las sábanas rasgadas, los juguetes esparcidos por el suelo, la cruz de San Andrés volcada… el columpio hecho jirones. Las lágrimas comienzan a rodar sin control por mi cara, pero las aparto con furia cuando mis amigos me sueltan.

Estoy completamente borracho. Veo doble. Intento caminar hasta la puerta, pero me voy para los lados. Marc me quita las llaves de la mano y me ayuda a andar cogiéndome del brazo.

—Vamos, tío. Te llevaré a casa. Necesitas dormir la mona.

Me río… río a carcajadas ante la ocurrencia de Marc. No necesito dormir. Lo que necesito es a Keyra… desnuda en mi cama.

Cuando llegamos a mi casa, Marc me ayuda a quitarme la ropa y me mete bajo el grifo de agua fría. La nube de alcohol se despeja un poco, lo suficiente para poder meterme solo en la cama. Me quedo mirando al techo, ni siquiera me despido de él. Solo espero estar durmiendo, solo espero que esta puta pesadilla termine de una vez por todas.

Me despierto con un dolor de cabeza horrible y con la certeza de que nada ha sido un sueño, todo es real. Keyra me ha dejado y no hay nada que pueda hacer si no consigo encontrarla. Me levanto y tras un analgésico y un zumo de naranja, llamo al hospital para decir que estoy enfermo y que no voy a ir a trabajar.

Me paso todo el día tirado en la cama, recordando cada uno de los putos minutos que he pasado junto a ella, sin saber dónde buscarla. ¿Qué he hecho mal? ¿Qué es eso tan terrible que ha conseguido apartarla de mi lado? Voy a volverme loco… si sigo así voy a volverme loco.

Me pongo un chándal y voy corriendo hasta su casa. Sigue sin haber luz, así que aún no ha vuelto. Subo de todas formas, con la esperanza de encontrarla dormida en el sofá, pero solo me recibe el silencio. Voy a recoger mis cosas para desaparecer para siempre de su vida. Eso es lo que quiere, no puedo obligarla a estar conmigo si no me ama. Busco una caja donde echar lo poco que he traído, pero en cuanto llego al dormitorio me dejo caer en su cama y lloro hasta caer rendido.

Me despierta un sonido en el salón. Me levanto alerta, pero encuentro a Keyra dejando el bolso en el sofá. Se queda petrificada al verme, sus manos empiezan a temblar y me mira recelosa, como si tuviese miedo a que le hiciese daño. ¿A ese punto hemos llegado?

—¿Dónde has estado? He intentado localizarte.

—Tuve que salir de la ciudad para solucionar unos asuntos. ¿Qué haces aquí, Nathan?

—Vine a recoger mis cosas —digo—. Ya que no te encontraba vine a recoger mis cosas y a desaparecer para siempre.

—Bien, te buscaré una bolsa para echarlas.

— ¿Por qué, Keyra? Y no me vengas con excusas, por favor.

—Te lo dije en la carta, no sirvo para…

—Esa puta carta no era más que una sarta de mentiras, así que dime la verdad.

Ella inspira hondo y se vuelve hacia la ventana para no enfrentarme. Su cuerpo se tensa antes de hablar.

—He conocido a otra persona.

Sus palabras se clavan en mi alma como puñales. Mi corazón sangra, pero mantengo el tipo. No voy a permitir que ella me vea llorar.

—¿Quién es?

—No le conoces. Es alguien que no pertenece a tu mundo, ni al hospital.

—¿Me has sido infiel?

—Nathan….

—¡Contesta!

—No, no te he sido infiel. No he estado con él hasta que no terminé lo nuestro. Te lo prometo.

—¿Te trata bien?

—Muy bien.

—De acuerdo.

Paso por su lado en dirección a la puerta, pero me paro en seco antes de abrirla.

—¿Y qué fue lo de la otra noche? ¿Un polvo de despedida?

—No lo sé, Nat. Simplemente ocurrió.

Asiento y abro la puerta para marcharme, pero en el último momento me vuelvo para mirarla por última vez, para grabarme sus rasgos a fuego y retenerlos en mi retina para siempre. Es la mujer de mi vida, no habrá otra a quien ame tanto como a ella.

—Cuídate Keyra. Espero que seas muy feliz.

—Tú también, Nat.

Me voy a mi casa derrotado, sintiendo que mi vida está acabada… sintiéndome vacío. Nunca amé a una mujer como a ella, y estoy seguro de que jamás volveré a amar de la misma forma, pero tengo que seguir adelante. El destino a veces es cruel, y juega contigo. Es tu deber sobreponerte… Es mi deber hacerlo.

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