Bondage

Bondage


Capítulo 9

Página 11 de 15

Capítulo 9

Respiro hondo al parar el coche en la puerta de la casa de mi hermana. Bien… vamos allá. Si ha decidido presentarme al hombre con el que sale, es porque su relación va más allá de un polvo ocasional, al menos para ella.

Su matrimonio fue un puto desastre desde el principio. El gilipollas de su ex marido la engañaba con otras mujeres, y no se escondía para hacerlo. Incluso lo hizo el día de la boda. Mientras todos celebrábamos el enlace, él se llevó a una de las damas de honor de mi hermana a la parte de atrás de la casa y se la tiró. Mi hermana me mandó a buscarle, y por desgracia le encontré en plena acción, follando como conejos en celo. Ni que decir tiene que le di una paliza, pero mi hermana no quiso atender a razones y continuó casada con él.

Livy creyó que con la llegada de los niños la cosa cambiaría… Pero ese desgraciado no es capaz de tener la polla metida dentro de los pantalones, así que al final mi hermana pidió el divorcio, cansada de infidelidades, mentiras… y de intentarlo.

Keyra me aprieta la mano, devolviéndome a la realidad. Tras sonreírle, nos bajamos del coche y nos dirigimos a la casa. Nos abre una puerta una Livy un poco nerviosa… y espectacular. Ha elegido para la ocasión un vestido de gasa rojo, a juego con sus labios, y está preciosa.

—¡Pero mírate! —digo haciéndola dar una vuelta— ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermana?

—No seas imbécil, Nat —contesta besando a Keyra—. No sé cómo le aguantas.

—Con mucha paciencia… ya sabes —responde la aludida.

—Vamos, pasad al salón. Chris aún tardará media hora en llegar.

—¿No está aquí? —pregunto sorprendido.

—No, quería que estuvieses aquí cuando él llegara. Estoy muy nerviosa, Nat.

—¡Menuda tontería!

—¿Nerviosa, Livy? —pregunta Keyra— ¿Por qué?

—Veréis… es que él no sabe que comeréis con nosotros.

—¡Livy! —la reprendo.

—¡Lo sé, lo sé! Pero es que no sabía si iba a querer, y necesito que le conozcas.

—Tranquila —dice mi chica cogiéndole la mano—, todo saldrá bien.

Quince minutos después suena el timbre de la puerta. Mi hermana se levanta nerviosa, y se demora un poco en la entrada con su chico. La verdad es que no le vi demasiado bien aquella vez, pero cuando entra en el salón debo reconocer que mi hermana tiene buen gusto. Moreno, ojos castaños, musculoso y guapo. Sí, los tíos somos demasiado machotes para reconocerlo, pero también sabemos cuándo un tío es guapo.

Él se acerca con una sonrisa y extiende su mano hacia mí.

—Tú debes de ser Nathan. Encantado de conocerte, soy Christian.

—Bienvenido a la familia, tío. Sé que llevas poco tiempo saliendo con mi hermana, y no creo que se te haya pasado siquiera por la cabeza, pero si le haces daño, por ínfimo que sea, te juro que te perseguiré por los confines del planeta hasta dar contigo y hacerte morder el polvo.

Keyra y Livy se miran y se echan a reír a carcajadas. Chris se ha quedado paralizado en el sitio, mirando a una y a otra sin comprender.

—Son las mismas palabras que tu chica me dijo a mí el día que me conoció —aclara Keyra—. Soy Keyra, la novia de Nathan.

—¡Uf, menos mal! Por un momento no sabía si me estabais gastando una broma o riéndoos de mí.

La comida pasa en un abrir y cerrar de ojos. Chris es un tipo divertido, y no hace falta ser muy observador para darse cuenta de que bebe los vientos por mi pequeña. Me marcho tranquilo, sabiendo que Livy estará a salvo con él… de momento.

Dejo a Keyra en su casa para que se cambie y se vaya a trabajar, y me dirijo a mi piso para imitarla. Dos horas después estoy frente a una mesa de operaciones, el lugar donde más consigo relajarme. Mi trabajo es una de las cosas que más me gusta en esta vida, trabajé muy duro para poder pagarme la carrera, y ahora siento que hice lo correcto.

Estar en un quirófano es mejor que cualquier droga. En cuanto me sitúo delante de la mesa de operaciones, en cuanto mi bisturí entra en contacto con la carne del paciente, la adrenalina corre por mis venas, haciéndome sentir el rey del mundo.

Mi paciente tiene un hematoma subdural en la zona del cerebro que se encarga del habla y del movimiento, debido a un accidente de tráfico. Es una operación complicada, pero debemos operarle a la mayor brevedad.

Al apartar la duramadre descubro que el tumor es mucho mayor de lo que esperábamos en un principio. Tardo horas en separar el tumor del cerebro del paciente, y cuando ya lo he eliminado por completo suspiro por fin.

—Bien, chicos. Esto ya está. Voy a coser la duramadre.

Cuando mi aguja entra en contacto con la débil capa, veo que los ojos del paciente vibran. ¡Joder! ¿Acaso el anestesista no ha puesto suficiente anestesia?

—Josh, el paciente se está despertando —no obtengo respuesta—. Josh… ¡Joder Josh!

¿Qué cojones… ¡El puto anestesista está frito! En ese momento el paciente abre los ojos por completo, y sufre un paro cardíaco debido al intenso dolor. Intento reanimarle, pero todo lo que hago es inútil.

—¡Carga las palas! ¡A trescientos!

La vida de mi paciente se escapa ante mis ojos sin que pueda hacer nada.

—¡Joder! Hora de la muerte… ocho y treinta y seis.

Levanto al maldito anestesista de su asiento y lo estampo contra la pared. Su aliento a whisky barato inunda mis fosas nasales, enfureciéndome más si cabe.

—¡En qué coño pensabas! ¡Has matado al paciente, gilipollas! ¡te voy a dejar sin licencia, ¿me oyes?!

—Doctor O’Connor —Samuel, mi interno, me aparta del anestesista—. Esta no es forma de arreglarlo.

Inspiro profundamente un par de veces para intentar tranquilizarme.

—Tienes razón… Hay otra forma mejor.

Agarro a Josh de la camiseta y le arrastro hasta el despacho de Keyra. Ella está sentada en su mesa, escribiendo en su ordenador, y da un salto cuando la puerta se estampa contra la pared.

—Aquí tienes al responsable de las negligencias. Acaba de matar a mi paciente.

Dicho esto, salgo de allí para encararme a la familia del fallecido. No pienso poner en evidencia al hospital descubriendo el motivo de la muerte de mi paciente, y eso va a reconcomerme de por vida.

Me lavo y me acerco a la sala de espera. ¡Joder! ¡Ese hombre solo tenía veinticinco años! Volvía a casa de trabajar y un camión se lo llevó por delante. Nada ha sido culpa suya… podía haberlo salvado, y por culpa de un descerebrado ahora tengo que acercarme a esa esposa, que tiene un bebé de un año dormido en el carrito, y decirle que su vida se ha ido a la mierda.

—Señora Mathew…

—¡Doctor! ¿Cómo está mi marido?

—Verá… El hematoma era mayor de lo que mostraba el TAC, y hubo complicaciones.

—¡Dios mío!

—Hicimos todo lo que pudimos… Lo siento.

La esposa del fallecido se deja caer al suelo mientras las lagrimas corren por sus mejillas y la negación escapa de sus labios, y yo me siento impotente… y culpable.

Keyra entra en mi despacho media hora después. No hacen falta las palabras, mi chica se sienta sobre mis piernas y me abraza con fuerza. Suspiro y me quedo enterrado en su pecho lo que me parecen horas, sin decir nada, tan solo sintiendo sus manos acariciar mi espalda.

—¿Estás mejor? —pregunta.

Yo asiento y la beso en los labios antes de echar la cabeza en el respaldo de mi silla y cerrar los ojos.

—Ha sido culpa mía. Debería haberme dado cuenta de que estaba borracho.

—Tú no eres responsables de los actos de los demás, Nathan. Serena sí es culpable, porque la avisaron e hizo oídos sordos, pero tú no eres adivino.

—No sé, nena…

—No quiero oír ni una palabra más. Josh ha sido suspendido y no podrá volver a ejercer en lo que le resta de vida. Me encargaré de que pague por sus negligencias.

—¿Sabes? Me encanta cuando te pones en plan dominante… Así será mucho más placentero atarte cuando lleguemos a casa.

—Estoy deseándolo, señor O’Connor… contaré las horas.

Uno mis labios a los suyos y me recreo en ellos todo lo que puedo. Pero el trabajo no se para porque yo haya perdido a un paciente, y tengo que operar a un recién nacido.

—Debo irme, tengo otra operación —digo al romper el beso.

—¿Seguro que estás bien?

—Tranquila… no es el primer paciente que muere en mi mesa.

—Pero sí el primero que lo hace por una negligencia. Nat, si ves que no puedes hablaré con tu jefe y…

—Cariño, de verdad estoy bien. Además, ese bebé me necesita. Tengo que liberar su pequeño cerebro de la presión.

—De acuerdo, pero si necesitas…

—Lo sé, tranquila. Si lo necesito, te llamaré.

Mi chica se cuelga a mi cuello y vuelve a besarme. Sentir su cuerpo pegarse al mío despierta mi libido, pero la escondo en lo más profundo de mi alma para ponerla en marcha cuando la tenga desnuda en mi cama.

—Nos vemos luego, preciosa. Te quiero.

—Yo también te quiero.

Aparte de la operación del bebé, el resto de la noche pasa sin muchos incidentes, y puedo dormir un poco en una de las salas de descanso. Por la mañana, vuelvo a casa. Keyra me sigue con su coche, que destaca entre el tráfico como un oasis en medio del desierto.

En cuanto nos subimos al ascensor, la aprisiono en la esquina, y la alzo en brazos para acariciar su culo bajo la tela de la falda.

—Llevo deseándote horas, nena… no puedo aguantar mucho más.

La campana del ascensor nos saca de nuestro mundo de estupor. La arrastro literalmente hasta la puerta de mi apartamento, y cierro de un portazo antes de volver a alzarla en mis brazos para sentarla a la isla de la cocina.

—Este va a ser rápido, nena…

Me empalo en ella hasta el fondo, y ella gime dejando caer la cabeza hacia atrás. Comiendo a embestirla con fuerza, llevado por la marea de lujuria que corre por mis venas. Sus gemidos me encienden, sus uñas clavándose en mi espalda me llevan a la locura, y con un grito ahogado mi chica llega al orgasmo, arrastrándome con ella en un par de estocadas más.

Vuelvo a alzarla en brazos para llevarla al dormitorio. La desnudo lentamente, y le pongo un antifaz, unas abrazaderas en las muñecas… y un correa de raso en el cuello. No pude resistirme, en cuanto la vi supe que podía darle un muy buen uso con Keyra. La llevo hasta la puerta de mi dormitorio, donde coloqué dos argollas en las que ato las abrazaderas, dejándola desorientada y a mi merced.

Recorro su piel con las yemas de los dedos desde la parte de atrás. Ella se estremece, pero permanece callada y expectante. Fuera de la cama puede ser una leona, pero aquí es mía… solo mía. Mis caricias avanzan hacia su sexo, cubierto por las braguitas, y paso las manos por él una y otra vez, tentándola pero sin profundizar en mis caricias.

Paso la correa de raso por su rajita, y tiro con fuerza hacia atrás, rozando sin compasión su clítoris. Ella gime recorrida por el placer, pero me limito a enganchar el final de la correa en su sujetador, dejando su sexo dividido en dos por ella.

Me aparto de su lado, y tras desnudarme, me siento en el sillón a observarla. Keyra se relame los labios, esperando la siguiente caricia, y con cada movimiento de sus piernas la correa roza su clítoris haciéndola estremecer. Pronto la paciencia de mi chica queda relegada en el olvido, y menea sus caderas para sentir el roce del raso en su sexo, hinchado y húmedo. Los gemidos quedos llenan la habitación, y me agarro la polla en un intento de refrenar el ansia de enterrarme en ella de nuevo. El orgasmo de Keyra llega acompañado por un grito, y la desato para poder seguir con nuestro juego.

A pesar de estar temblando, ella se abalanza sobre mis labios para besarme con lujuria, una lujuria desconocida en ella. Le ato las manos a la espalda y me siento en el sofá, con ella de rodillas junto a mí. Mi chica no se hace de rogar, y se introduce mi miembro en la boca hasta el fondo. Chupa, lame mi polla como si se tratase de un delicioso helado, y mi mano exploradora vaga hasta la abertura de su sexo, para introducir dos dedos en esa vagina que tantas veces me ha llevado a la locura.

Mis movimientos se acompasan con las succiones de su boca, pero no puedo permitir este juego mucho tiempo, así que la levanto de mi regazo y la obligo a sentarse a horcajadas sobre mi erección. Sus caderas comienzan un movimiento frenético deslizándola sobre mi polla hinchada, y sus preciosos pechos quedan a la altura perfecta para morderlos sin compasión. El sudor transpira nuestros cuerpos, el hambre reflejada en los ojos de Keyra es una reproducción exacta del que se debe reflejar en los míos, porque nunca tengo suficiente de ella.

La tumbo en el sillón de espaldas a mí y me introduzco en ella de nuevo, para poder moverme a mi antojo. Mis embestidas se entremezclan con las caricias de mis dedos en su clítoris. Ella grita, se convulsiona y llega al orgasmo, pero aún necesito más. Mis embestidas se vuelven frenéticas, desesperadas. Mi polla choca con la parte alta de su pubis, como si quisiera llegar hasta el fondo de su alma. Nuestros cuerpos se fusionan en una vorágine de placer, y el orgasmo me arrasa junto antes de que ella vuelva a rozar el Nirvana ayudada de mis dedos.

Cuando la tormenta amaina, pedimos comida china y nos damos una ducha para deshacernos del sudor y los restos de la pasión.

Ver a Keyra sentada en mi sofá con una de mis camisetas me hace querer más, mucho más de esta relación. Me acerco a ella para besarla, para entregarle mi alma en ese beso, y cuando me separo de ella una pregunta llena el aire de la habitación.

—¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?

—Nat, es demasiado pronto. Apenas llevamos un mes saliendo. ¿No crees que es excesivo?

—¿Por qué? Te quiero. Estamos bien. ¿Para qué esperar?

—Quizás para averiguar si somos compatibles, para saber si sería una buena idea irnos a vivir juntos.

—¿Y qué mejor manera de averiguarlo que compartiendo casa, nena?

—¿Qué prisa tienes? ¿No es suficiente lo que tenemos?

—No sé, es que siento que aún no estás del todo convencida con esta relación.

—Y no lo estoy. Pero es lo normal, Nat. Tenemos que conocernos más para poder plantearnos dar ese paso tan grande.

—Está bien, pero quiero concesiones.

—¿A qué te refieres?

—Quiero cosas tuyas en mi casa… y cosas mías en la tuya. No sé… Un cepillo de dientes, algo de ropa, unas braguitas mezcladas con mis bóxers… cosas así.

—Está bien, eso te lo concedo. Mañana traeré algunas cosas y llevaremos algunas tuyas a mi casa. ¿Te parece bien?

—No es lo que esperaba, pero me conformaré.

Ir a la siguiente página

Report Page