Bondage

Bondage


Capítulo 10

Página 12 de 15

Capítulo 10

Ayer me trajeron los muebles, y llevamos dos días intentando montarlos. Al menos mis amigos han accedido a ayudarme, e incluso mi hermana y mi cuñado… así que esta noche habremos terminado y cenaremos todos juntos para celebrarlo.

Keyra sigue con su idea de intentar que Cris y Marc se reconcilien esta noche… aunque dudo mucho que lo consiga. Desde la última vez no se hablan, y Marc no ha vuelto a hablar del tema… muy típico de él. Está callado, demasiado callado para ser él, pero no ha hecho nada por arreglar la catástrofe. Eso sí… no se le ha vuelto a ver ninguna rubia cogida del brazo, ni aparecer por el club.

Observo a mi chica, que se está peleando con una bolsita de tornillos y arandelas.

—¿Qué haces? —pregunto riendo.

—Esta bolsa me sobra. ¿Cómo puede sobrarme? Algo no he hecho bien, Nat. Esto de montar muebles no es lo mío.

—¿Y de quién fue la idea de ir a IKEA?

—Fue divertido —protesta con los brazos cruzados.

—Mucho. Anda… déjame ver.

Me acerco a ella gateando, pero en vez de ocuparme del maldito mueble la tumbo en la alfombra de angora, esa que ella quería tener, y la aprisiono bajo mi cuerpo.

—Creo que será mejor que hagamos un descanso, ¿no te parece? —pregunto antes de besarla.

—Yo también lo creo. Hoy nos han dejado solos ante el peligro… y este trabajo es muy estresante.

—Cierto… Además, tenemos que estrenar esta suave alfombra, ¿no crees?

—Por supuesto… Sería una pena que no sirviera para nuestros propósitos…

Un beso nos lleva a otro… y otro más. No puedo parar de tocarla, de besarla… de saborearla. Mi dulce Keyra es un bocado de lo más apetecible, siempre dispuesta, siempre receptiva. La desnudo de cintura para arriba antes de comenzar mi festín. Mis labios resbalan por su cuello hasta encontrar el valle entre sus senos. Esas dos montañas deliciosas me dan la bienvenida con dos crestas enhiestas y rosadas, que no me demoro en saborear. Miel y canela. Si tuviese que describir el sabor de la piel de mi chica sería miel y canela. Dulce, caliente… pero a su vez exótica y sensual.

Continúo mis andanzas por su cuerpo bajando hasta su ombligo, donde me recreo un poco, a sabiendas de que es uno de sus puntos más sensibles. Su cintura se arquea en busca del tacto de mis caricias, pero aún queda mucho, mucho tiempo por delante antes de que lleguemos al final del juego. Me deshago de sus pantaloncitos cortos en un santiamén, pero aún conservo esas braguitas de raso que tan bien se amoldan a su figura.

—Mmm… deliciosa —ronroneo.

Ella permanece callada, pero me mira con una sonrisa traviesa en los labios y una invitación en su mirada. Beso su sexo sin apartar la tela, y ella cierra los ojos para disfrutar de lo que vendrá después.

—¿Qué quieres, mi dulce sumisa?

—Hazme el amor, Nat… No puedo esperar más.

Cojo del suelo una de las muchas bridas que venían dentro de las cajas, y ato sus manos juntas, sobre su cabeza. Ella levanta la cabeza con la intención de atrapar mi boca, pero cuando está a un suspiro de alcanzarla, me separo de ella lo suficiente para que no consiga su objetivo.

—Bésame…

Su petición me provoca, me vuelve loco, pero no estoy dispuesto a que ella lleve el control de la situación, así que me acerco de nuevo hasta sus labios.

—Aquí mando yo —le susurro—. Te besaré cuando me dé la gana, no cuando tú lo digas. ¿Queda claro?

—Sí… señor.

De un tirón me deshago de las bragas y dejo su sexo expuesto. Me abro la cremallera de los vaqueros y de una sola embestida me empalo en ella hasta el fondo, sin preliminares, sin pensar. Su sexo está mojado, y mi polla resbala dentro y fuera de ella con frenesí.

—¡Dios Nat! ¡Sí… joder sí!

Escucharla gritar mi nombre me enciende, y ver cómo sus manos luchan por escapar para apretar la carne de mi espalda me hace estremecer. La quiero, ¡joder! Estoy completamente enamorado de ella, y cada vez que estoy en su interior siento que todo va a salir bien. Ella es mi ancla, mi puerto seguro… pero aún no siento que nuestros cuerpos bailen al mismo ritmo.

Ese pensamiento me trae de vuelta a la realidad como un jarro de agua fría. Mi miembro flácido sale de ella y me siento un auténtico gilipollas por haber estropeado un gran polvo con mis calentamientos de cabeza.

—¿Nat? ¿Qué ocurre?

Sonrío al percatarme de que Keyra se ha dado cuenta de que algo pasa, me pongo la máscara de amante seductor y bajo mi cuerpo hasta su sexo para hacerla disfrutar. Lamo su clítoris despacio, acompaño los movimientos de mi lengua con embestidas de mis dedos en su sexo, y poco a poco mi chica encuentra la liberación.

Necesito despejarme, necesito apartar de mi cabeza esas ideas macabras antes de cagarla con ella, así que la desato, la beso en los labios con una sonrisa forzada y voy a darme una ducha.

Diez minutos después, mi mente está despejada y reconozco que soy un auténtico gilipollas. Apenas llevamos un par de meses saliendo, ¿cómo demonios pretendo que ella esté completamente enamorada de mí? Ni siquiera sé si ha tenido alguna experiencia traumática con el sexo opuesto, o si es demasiado pronto para ella. Solo he pensado en lo que yo quiero, en lo que yo necesito, ¿pero qué es lo que necesita ella?

La encuentro sentada en el sofá con unas braguitas y la camiseta que llevaba puesta antes. Su cara denota una tristeza que me encoje el corazón, y el brillo de las lágrimas no derramadas en sus ojos me atenaza el alma. Me siento a su lado y la abrazo a mi cuerpo.

—Nena, ¿qué te ocurre?

—¿Qué ha pasado, Nat?

—Nada, cariño. ¿Qué va a pasar?

—He tenido la sensación de que ha sido un polvo por obligación. He sentido que no querías estar conmigo.

—¿Qué tonterías son esas? Nena, he llegado antes de lo que esperaba y me he sentido mal porque tú no lo habías hecho conmigo. Nada más.

—¿Seguro?

—Seguro. No te preocupes, ¿de acuerdo? Todo está bien. Estamos bien. ¿De dónde han salido esas bragas?

—Quería darte una sorpresa. Una de las cajas que traje no era de la tienda, sino de mi casa —se acerca a una caja y la abre—. Son mis cosas. Las cosas que quiero tener aquí. No quiero que pienses que no estoy implicada en nuestra relación, Nat. Porque no es así. Solo tengo miedo. Eso es todo.

—De acuerdo. No pasa nada. Anda, ve a ducharte. Yo recogeré todo esto y pediré la cena. Aunque les hayamos invitado a cenar a todos no pienso cocinar, y no voy a permitir que tú lo hagas tampoco.

—¿Y qué vas a pedir?

—¿Qué prefieres?

—Pizza. Me apetece pizza.

—Muy bien, date prisa. Encargaré las pizzas y cuando te duches iremos al supermercado a comprar algunas cosas para picar.

Keyra desaparece por la puerta del baño y suspiro cansado. Tiene miedo de que no salga bien. Tiene miedo de intentarlo y que al final no seamos compatibles… pero, ¿cómo saberlo si no lo intentamos?

Se acerca la hora de la cena, y reconozco que me hace mucha gracia ver a mi chica hecha un manojo de nervios esperando que su plan funcione a la perfección. Sinceramente yo lo dudo, Marc es demasiado cabezota y demasiado capullo para reconocer que está enamorado de Cris.

Hemos comprado algunas latas de conservas para acompañar las pizzas, cerveza, refrescos y una tarta helada de postre. De tres chocolates, la debilidad de Keyra. Eso me recuerda que aún no la he embadurnado con chocolate líquido…

El timbre de la puerta me saca de mi ensimismamiento. Me vuelvo hacia ella, la beso en la mejilla y me dirijo a la puerta.

—Bien… vamos allá —susurra Keyra.

La cena pasa sin incidentes. Marc ha tenido la cordura de no traer a ninguna de sus amiguitas a la cena (de haberlo hecho estoy seguro de que Keyra le habría abierto la cabeza de un sartenazo), y aunque no se dirigen la palabra, parece que todos nos lo pasamos bien.

Mi hermana y Christian se marchan después de la primera copa, y nos quedamos Marc, Cristal, Keyra y yo. Bien… ahora o nunca, chicos… Demostradme que sois civilizados.

—Vale, ahora que estamos solos… ¿Qué cojones os pasa a vosotros dos?

Mi pregunta sobresalta a Cristal, pero Marc bebe de su copa tan tranquilo como siempre.

—¿Acaso tiene que pasar algo? —pregunta.

—Dímelo tú, Marc —interviene Cris—. ¿Qué nos pasa? Te acuestas conmigo cada vez que se te antoja y al día siguiente actúas como si no hubiera pasado nada. No se te ha ocurrido hablar conmigo sobre lo ocurrido, y pasas de mí como de la mierda. Repito, ¿Qué nos pasa?

—Solo es sexo. No le des mayor importancia.

—Así que solo sexo… Era tu mejor amiga, ¿y acostarte conmigo es solo sexo? Cojonudo.

Cristal se levanta con intención de marcharse, pero me planto delante de la puerta para impedirle avanzar.

—Ah, no… de eso nada. De aquí no va a salir ni Dios hasta que este tema quede resuelto. Estoy hasta los cojones que mis dos mejores amigos se pasen el día discutiendo cuando yo sé que no podéis vivir el uno sin el otro.

—¡Marc solo necesita un coño donde meterla en caliente! Marc no me necesita en absoluto.

—¿Y tú qué coño sabes, Cris? —responde el aludido— ¿Acaso alguna vez me has tratado como tratas a Nat? ¿Alguna vez te has parado a pensar lo que yo podía sentir cuando le abrazabas, o le besabas en la puta boca?

—¡Por fin! —susurra Keyra a mi lado.

—¡Es mi amigo! ¿Acaso no lo he dejado claro en miles de ocasiones? ¿Nunca te has parado a pensar por qué a ti no te trataba de forma tan familiar? ¡No lo hacía porque estoy enamorada de ti, imbécil arrogante! ¡No lo hacía porque tenía miedo de que me rechazaras!

—¡¿Acaso crees que soy adivino?! ¿Cómo quieres que sepa que estás enamorada de mí si no me dices nada?

—¡Te quiero, gilipollas! Te quiero tanto que duele. Te quiero tanto que con solo una sonrisa me alegras el día. Te quiero tanto que el día que nos acostamos juntos el mundo me sonríe. ¿Te ha quedado lo suficientemente claro?

—¡Maldita sea, Cris! Llevo desde los dieciséis enamorado como un gilipollas de ti, creyendo que estabas enamorada de Nathan. Llevo años muriendo por dentro cada vez que le abrazabas, cada vez que le sonreías. Me he dedicado a ir de mujer en mujer para olvidarte, intentando que fueran lo más diferentes a ti como fuera posible. ¡¿Por qué cojones no me lo has dicho antes?!

—No quería perder tu amistad. No quería perder lo único que tenía contigo.

—Joder, nena… Ven aquí.

Marc la rodea con sus brazos y la besa… por fin. Keyra y yo desaparecemos por la puerta de forma disimulada, dejando a la parejita resolver sus problemas de la mejor manera posible: en la cama. Nosotros vamos al piso de mi chica… a realizar nuestras propias fantasías.

Ir a la siguiente página

Report Page