Bondage

Bondage


Capítulo 1

Página 4 de 15

Capítulo 1

Cuando llego a casa de Olivia, el cansancio amenaza con dejarme dormido a la primera de cambio. Mi hermana me abraza y me lleva a la cocina, donde me pone delante un plato de macarrones con queso, mi comida preferida.

—Gracias, nena. Estoy famélico.

—¿Cuántos días llevas sin comer decentemente?

—No lo recuerdo. Creo que desde que no vengo por tu casa.

—Eres un descerebrado, Nathan. Con tu trabajo tienes que estar bien alimentado y descansado. De no ser así puedes cometer un error, y…

Mi sangre se hiela en el acto. No puede ser… No se habrá atrevido, ¿verdad?

—Dime que no ha estado aquí Keyra Martin.

—Vino esta mañana, y fue muy amable conmigo. Me hizo unas cuantas preguntas sobre ti… Te están investigando, hermano. Deberías ser un poco más responsable en tu trabajo.

—A ver, nena… que quede una cosa bien clara. Ninguna de las negligencias que está investigando esa mujer ha sido obra mía, ¿de acuerdo? Puedo ser un mujeriego, no lo niego, pero en mi trabajo soy muy responsable. 

—Lo siento, pero me dijo que te acostabas con mujeres en horas de trabajo y pensé…

—Me acuesto con compañeras de trabajo fuera del horario laboral, que es muy distinto, y que yo sepa no he firmado en ninguna parte que no pueda hacerlo. Todo esto es culpa de Serena Robinson, la sobrina de mi jefe. Esa mujer se ha propuesto joderme porque no quise acostarme con ella, y te aseguro que en cuanto la vea le voy a dejar unas cuantas cosas muy claras. ¿Dónde están mis dos diablillos?

—Están haciendo los deberes en el salón. En el frigorífico tienes la cena para los tres. No creo que tarde demasiado, pero por si las moscas.

—Mamá… vete tranquila. Sé cuidar de mis sobrinos. Y de mí mismo también.

—Permíteme dudarlo —me besa en la mejilla—. Deséame suerte —dice cogiendo su bolso.

—No la necesitas. ¡A por todas!

La tarde con mis sobrinos ha sido un auténtico infierno. Ellos son dos angelitos, pero yo no podía permanecer con los ojos abiertos. He intentado jugar con ellos a algún juego, pero no podía estar atento y han acabado enfadándose por “no ser profesional”, según ellos. Al final he optado por ponerles en la televisión una película de Disney mientras yo descansaba un poco en el sofá. Deberían canonizar a ese hombre, gracias a sus películas muchos adultos escapan por unas horas de la locura de sus hijos.

Mi hermana llegó hace una hora, con una sonrisa triunfal y un trabajo como secretaria debajo del brazo. Hemos cenado juntos y ahora me dirijo a mi apartamento, en Brooklyn. Es mi nueva adquisición, y aún faltan la mitad de los muebles, pero es un lugar único… y perfecto para mí. Me desnudo de camino a la ducha, y caigo en la cama como un peso muerto. Ya recogeré la ropa por la mañana, que por suerte al día siguiente estoy de noches, así que puedo dormir hasta mediodía.

A la mañana siguiente alguien amenaza con echar mi puerta abajo. ¡Joder! ¡Ni siquiera son las ocho de la mañana! Voy a matarle… sea quien sea voy a matarle… Me pongo unos bóxers y me dirijo a la puerta. Juro que como sea Marc va a terminar en la mesa del quirófano… Pero no, no es Mark.

—Buenos días, señor O’Connor. ¿Aún en la cama? —pregunta Keyra Martin con una sonrisa.

—¿Usted qué cree? Tengo turno de noche, señora Martin. Lo más normal es dormir por la mañana para no cometer esas estupideces que usted se empeña en endilgarme.

—Vaya, siento haberle despertado entonces, pero solo tardaré unos minutos.

Keyra entra en mi apartamento sin pedir permiso, se sienta en mi sofá y cruza las piernas al más puro estilo Instinto Básico, antes de sacar de su bolso un bloc de notas.

—Acomódese, no se corte —ironizo.

—¿Podría ponerse unos pantalones? Me incomoda un poco verle en ese estado —ordena señalándome con su bolígrafo.

—Verá, dulzura… da la casualidad que no estoy en horas de trabajo, y esta es mi casa, así que si le incomoda verme en calzoncillos solo tiene que largarse.

—Está bien, si prefiere que vea su erección…

—No se preocupe, a mi erección no le importa tener publico. Y estese tranquila, que no es por usted. Erección matutina… ya sabe, cosas que nos pasan a los hombres. Vamos, señorita Martin, terminemos con esto de una puta vez para que pueda volver a la cama.

Me acerco a la nevera, saco la botella de leche y me bebo más de la mitad de un tirón. Después cojo un croissant de la cesta de los dulces y me apoyo en la encimera de la cocina esperando que esta endemoniada mujer empiece con su interrogatorio y se vaya de una puta vez. No pienso ofrecerle ni agua, mi hospitalidad está ahora mismo perdida en el mar de mala hostia que me embarga.

—Según tengo entendido, operó usted a Christian Stuart de un glioma del tronco del encéfalo en octubre del año pasado —comenta—. ¿Es correcto?

—Si lo dice su informe… no me acuerdo de todas las operaciones que he realizado.

—Bien, en el informe dice que la operación se complicó, causando paro cardíaco y la muerte del paciente. ¿Le suena ahora, señor O’Connor?

—Por desgracia no olvido ninguna de las muertes que ocurren en mi mesa de operaciones, señorita Martin. Cuando abrí descubrí que el tumor se había ramificado, y era imposible eliminarlo, así que ni siquiera le toqué. El pequeño sufrió un paro cardíaco cuando le estaba cerrando. Son cosas que pasan.

—¿No le tocó? ¿Está seguro?

—¡Por supuesto que estoy seguro! Óigame bien, señorita Martin, no he cometido ninguna negligencia en toda mi carrera, y no va a poder condenarme porque le fastidie que me haya follado a medio hospital.

—¡Eso no es cierto!

—¿Ah, no? Ha estado acosando a mi hermana, y puedo denunciarla por acoso. ¿Está segura de que quiere entrar en terreno pantanoso? Porque yo no tengo nada que perder, en cambio sus métodos no me parecen nada ortodoxos. Y ahora, me gustaría que se largase de mi apartamento, y exijo que en el futuro todas las preguntas que tenga que hacerme sean en horario laboral.

Keyra Martin se levanta despacio del sofá y se dirige a la puerta. Se da la vuelta y me mira con esos ojos tan atractivos… y tan vulnerables.

—Nathan… Yo no te odio, en absoluto. Esto no tiene nada que ver contigo, de verdad, solo estoy haciendo mi trabajo. Los directivos me están apretando las tuercas para que busque un motivo por el que echarte del hospital por las quejas de una doctora.

—A ver si adivino… ¿Serena Robinson?

—¿Cómo lo has…

—Dile a esos directivos que te están poniendo las pilas que Serena está indignada porque no me la follé. Me atacó cuando estaba descansando en la sala de empleados en una de mis guardias y la rechacé, y amenazó con hundir mi carrera.

—¿Y por qué no la denunciaste?

—Porque es la sobrina del jefe de cirugía, y nadie me creería. Supuse que en cuanto se calmase se le pasaría, aunque por lo que veo no ha sido así. 

—Yo… Siento haberte juzgado.

—Quizás podías haber empezado pidiéndome que te diera mi versión de los hechos. Nos habríamos ahorrado mucho esfuerzo.

Ella asiente y sale cabizbaja de mi apartamento. Yo me quedo allí, mirándola, y pensando que aunque quiere parecer una mujer fuerte y autosuficiente, en el fondo está perdida. Muy perdida.

 

Después de un turno de mierda en el hospital, me acerco al Vernon, un restaurante en el que preparan la comida más deliciosa que he probado jamás. Tras hacer mi pedido, que espero disfrutando de mi café, vuelvo a casa. Antes de que haya soltado las llaves en su lugar el teléfono comienza a sonar.

—¡Oh, joder, Livy! Si eres tú te juro que te mato —murmuro de camino al salón.

—Nathan, soy Keyra Martin.

—¿Tú otra vez? —pregunto con un suspiro.

—Tranquilo, esta vez es en son de paz. Sé que estarás cansado, pero ¿te apetece un café? Quiero recompensarte por haberme comportado como una arpía.

—¿En serio? ¿Y me vas a pedir perdón y todo? —bromeo.

—No te rías, pero esa era mi intención. No voy a ponerme de rodillas, O’Connor, eso ni lo sueñes, pero te mereces una disculpa.

—Con un “lo siento” me conformo, tranquila.

—Te recojo en diez minutos.

—De acuerdo.

Me doy una ducha rápida y me pongo unos vaqueros y una camiseta. No se trata de una cita a fin de cuentas, y no tiene sentido que me arregle.

Cuando abro la puerta del portal me encuentro con una Keyra muy risueña apoyada en un Mini color rosa chicle. ¿En serio piensa que me voy a montar en esa cosa?

—Dime que esa horterada no es tuya —digo antes de acercarme.

—¡Ey! No te metas con Minnie.

—¿Minnie? ¿En serio le has puesto nombre?

—Es una monada, no puedes negarlo.

—Keyra, da vergüenza. No pienso montarme en esa cosa.

—¡No seas dramático! Es solo un coche, y no podremos llegar a nuestro destino sin él.

—Ni de coña. Vamos en el mío, que es mucho más serio y adulto que eso.

—Aburrido, eso es lo que es.

—Un BMW Z4 descapotable nunca es aburrido.

Al final accede a que vayamos en mi coche, y nos encaminamos al norte. Una hora después nos encontramos en Manhasset, un pueblecito de ocho mil habitantes situado al norte de Long Island. Paramos frente a un restaurante estrecho, con una fila de asientos y una enorme barra de piedra.

—Voy a revelarte mi secreto, pero tienes que prometer que no se lo contarás a nadie.

—Prometido. ¿Se come bien en este sitio? Estoy hambriento.

—Ya lo verás.

Keyra pide dos hamburguesas y dos cervezas. He de reconocer que es la mejor hamburguesa que he probado en mi vida. Keyra me mira con la barbilla apoyada en las manos con una sonrisa traviesa.

—Es la mejor hamburguesa del mundo, ¿verdad? —pregunta.

—¡Dios, está increíble! ¿Cómo has conocido este sitio?

—Solía venir mucho con mi ex novio. Después él me dejó, y yo seguí viniendo sola. Joe, el dueño, es un hombre encantador, y empezó a hablar conmigo cuando me sentaba sola en la barra.

—¿Por qué te dejó? —pregunto sorprendido.

—No lo sé. Supongo que encontraría otra mujer más dispuesta, más guapa, o más rica que yo. Un día vino a casa, dejó las llaves sobre la mesa y me dijo que lo nuestro había terminado. Después se dio la vuelta y se marchó, sin dejarme preguntarle por qué. De eso hace ya más de un año, está superado. ¿Y tú? ¿Tienes pareja?

—Es complicado. Catherine me gusta, pero es demasiado caprichosa. No entiende que trabaje tantas horas, y cada vez que tengo guardia me cuesta una pelea con ella.

—¿Y por qué no la dejas? Explícaselo una última vez, y si aún así no lo entiende, déjala. Hay muchos peces en el mar, y siempre es mejor estar solo que mal acompañado.

—Es buena en la cama —contesto.

Si le dijera que es mi sumisa, que es una de las pocas mujeres que entiende que necesite atarla para acostarme con ella, saldría corriendo para no volver jamás a dirigirme la palabra. Y me siento a gusto con ella, estoy relajado. Me sorprende descubrir que no quiero que el día termine.

—Eso es mezquino, Nathan. La pobre estará enamorada de ti, y que pienses eso de ella es muy ruin. Deberías avergonzarte.

—No creí que fueras una mojigata, Keyra.

—¡No lo soy! Pero pienso que si estás con alguien es porque esa persona te gusta, y quizás con el tiempo pueda llegar a algo más. No me gusta pensar que el amor no existe.

—Yo no he dicho que el amor no exista. Solo digo que ella quiere estar conmigo, y a mí me resulta cómodo estar con ella.

—Algún día llegará una mujer que te haga perder la cabeza, y entonces te rechazará y sabrás lo que se siente.

—Quizás tengas razón, pero mientras tanto voy a seguir disfrutando de la hamburguesa y follando con Catherine.

Ella me tira la servilleta riendo y continúa comiendo. El resto de la tarde se me pasa volando, debo reconocerlo. A las ocho estamos de vuelta en mi casa.

—Ya puedes volver a ese caramelo de fresa que tienes por coche —le digo.

—Minnie es el mejor coche que he tenido en mi vida. Me lo compré con mi primer sueldo, y en el taller me lo decoraron a mi gusto.

—¿En serio no te da vergüenza ir en ese trasto?

—¡Claro que no! Es precioso, Nathan, tienes que reconocerlo.

—Parece un algodón de azúcar, Keyra. No un coche.

—Sigue disfrutando de tu cacharro y déjame a mí con el mío.

—Eso está fuera de discusión, nena… todo para ti.

Keyra se sonroja al oír el apelativo cariñoso, y baja la cabeza con una sonrisa.

—Me lo he pasado muy bien, Nathan. Gracias por darme la oportunidad de resarcirme.

—No hay de qué.

—Y siento haber sido tan poco profesional. Reconozco que los mujeriegos me enferman, y creí que tú eras uno de ellos.

—Disculpas aceptadas. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, no tienes más que decírmelo.

—Ya sabes… todo es confidencial, y no puedo hablar de ello. Pero gracias de todos modos. Buenas noches, O’Connor.

—Buenas noches, Martin.

Keyra se mete en su coche y se aleja. Sonrío sin darme cuenta. Aún en la oscuridad de la noche, su coche reluce al final de la calle.

 

 

Capítulo 2

El sonido de mi móvil interrumpe el silencio de mi consulta. Llevo un buen rato inspeccionando varias radiografías de un paciente, y aún no he conseguido averiguar cómo afrontar su tumor.

—Ey, Nathan… estás demasiado perdido —es la voz de Marc, mi mejor amigo y el capullo integral más grande de todo el estado.

—Tengo mucho trabajo, Marc. De hecho, estoy en la consulta.

—¿Esta noche trabajas?

Cada vez que me hace esa pregunta termino siendo arrastrado a algún bar de mala muerte a la caza de alguna mujer para Marc.

—No, tío… No trabajo esta noche, pero que no se te pase por la cabeza que voy a ir contigo de caza.

—¿Pero por qué? Me han contado que en el club hay una reunión de modelos, Nathan. ¿Imaginas lo que podríamos divertirnos allí?

—No tengo ganas de juegos, tío. Estoy jodido en el trabajo y lo último que necesito es una noche de juerga.

—Espera, ¿qué? ¡Joder, Nathan! ¡Soy tu abogado! ¿No crees que este tipo de cosas tendrías que contármelas en el acto?

—Marc… es solo un caso que no sé cómo afrontar, no seas dramático.

—¿Entonces qué me dices, Nat? Un par de copas y si no encuentras a ninguna con la que jugar te vuelves a casa. Palabra.

—¿Tengo que recordarte que estoy con Catherine?

—Pues llámala, tío.

—Está bien… nos vemos esta noche, pesado.

Cuelgo el teléfono con un suspiro. No tengo ganas de salir, y mucho menos de juegos, pero necesito despejarme un poco o voy a terminar por volverme loco.

Continúo un buen rato intentando dilucidar mi plan de acción con mi paciente, pero en vistas de que me encuentro en punto muerto voy a la sala de descanso a tomarme un café. Keyra está allí, sentada en uno de los sofás con las piernas bajo su cuerpo, inspeccionando unos informes.

—Tan trabajadora como siempre, señorita Martin —bromeo—. Nadie que la viese en este momento descubriría que es una adicta a las hamburguesas.

Ella sonríe y vuelve a centrarse en los expedientes médicos. Me acerco y me siento a su lado con mi taza de café en la mano.

—¿Alguna complicación? —pregunto.

—Eso me temo. He descubierto que el anestesista de las tres negligencias ha desaparecido.

—¿Cómo que ha desaparecido?

—Literalmente. Ha dejado su casa, ha cambiado de teléfono y no consigo localizarle. Voy a volverme loca, porque sé que ese hombre tiene parte de culpa, pero si no le encuentro, ¿cómo voy a denunciarle?

—¿De quién se trata? Quizás le conozca.

—Roger Douglas.

—Ni idea.

—Alto, fornido, pelo entrecano… y gafas de color verde pistacho.

—¡Doug! Le conocemos como Doug, y no está desaparecido. Su madre está muriéndose, y pidió una excedencia para ir a cuidarla a Dakota.

—¿Y sabes cómo puedo hablar con él?

—Maggy, enfermera de la planta infantil, es su novia. Habla con ella.

—No sabes lo que te lo agradezco, Nat. Es un asunto confidencial, pero sin tu ayuda seguiría completamente perdida.

—Un placer.

Keyra sale de la habitación y vuelvo a perderme en la cadencia de su culo, esta vez cubierto por unos pantalones ejecutivos. ¿Qué demonios tiene ese culo que me atrae de esa manera?

Cuando llego a casa a medio día, me doy una ducha y me meto desnudo entre las sábanas de satén negro, donde caigo fulminado en el acto.

Mi presa está atada a la cama de pies y manos, con los ojos vendados, y tan solo con un tanga de encaje… completamente a mi merced. Me he convertido en el depredador, mi sangre se acelera, mi respiración se acompasa a la de mi víctima. Ella se relame los labios presa de la expectación, pero no dice nada.

La pluma de pavo real que llevo en la mano se pasea indolente por su pierna, sus costillas… su boca. Ella se arquea buscando mis caricias, pero estas aún tardarán en llegar.

—Tranquila, gatita… Aún queda mucho juego por delante.

Paso la pluma por su pubis, escondido aún tras el encaje de su tanga, y un gemido escapa de sus labios sonrosados.

—No, Keyra… Nada de gemidos hasta que yo te lo permita.

Ella aprieta sus labios como una buena chica y yo continúo el paseo de mi pluma por su cuerpo. Se está relajando notablemente, que es lo que pretendía. Pero el juego acaba de empezar. Saco del cajón de la mesita de noche unas pinzas vibradoras y las coloco en sus pequeños pezones, hinchados ya por el deseo. Ella se tensa un segundo, pero en cuanto me alejo de su cuerpo sonríe satisfecha. Qué ingenua es… Acciono el mando y las pinzas comienzan a vibrar, primero despacio, y cada vez con más fuerza. Keyra se retuerce, pero se muerde el labio para evitar desobedecerme.

Verla así… expuesta, vulnerable y entregada por completo al placer está consiguiendo que mi polla asome por la cinturilla de los bóxers, y que me muera de ganas de follármela a pelo. Me deshago de sus braguitas y acerco el masajeador a su clítoris hinchado, consiguiendo que un grito escape de su garganta.

—Muy mal, gatita… tendré que castigarte.

Acerco mi lengua a su sexo y la lamo a conciencia. Es deliciosa, tan dulce… succiono su clítoris una y otra vez, introduzco mi lengua en su canal… y cuando está a punto de correrse, paro de inmediato.

—Si vuelves a hablar volveré a hacerlo, cariño. A ver cuántas veces eres capaz de soportar.

Me deshago de mi ropa interior y me tumbo junto a ella. No puedo evitar el impulso de morder su pezón, que sobresale de la pinza, consiguiendo que se arquee como el arco de un violín.

—Deliciosa… Vamos a ver qué más hay por aquí…

Enciendo de nuevo el estimulador y lo paso por sus costillas, su ombligo, su pubis… pero evito el contacto con su botón rosado. Bajo por el muslo, la pantorrilla, el pie… y vuelvo por la otra pierna hasta el punto de partida.

—¿Qué es lo que deseas, pequeña Keyra?

—A ti —susurra desesperada.

—Aquí estoy, preciosa. No pienso irme a ninguna parte.

—Fóllame, por favor…

Cierro los ojos recorrido por una descarga de deseo. Me coloco entre sus piernas, acerco mi boca a su cuello, y entro profundamente en ella al mismo tiempo que dejo mi marca en su piel. Ella grita, tira de las ataduras para poder soltarse, pero aún no es el momento. Bombeo dentro y fuera de ella con desesperación, susurrándole al oído, y me recompensa succionándome por completo en un orgasmo devastador.

Ahora es el momento de soltarla, de permitirle que me observe, que me acaricie, que me marque. Tiro de ella para colocarla a horcajadas sobre mí, y sujetándola de las caderas comienzo a moverme despacio dentro de ella. La veo echar la cabeza hacia atrás, y su larga cabellera roza mis testículos aumentando deliberadamente el placer.

Siento cómo sus uñas se clavan en mi pecho, cómo su sexo me acaricia cada vez más y más deprisa. Se me nubla la vista, me rindo ante ella y dejo que el placer me inunde por completo.

Me despierto cubierto de sudor, dolorido y frustrado. Ha sido solo un sueño… un sueño que me ha dejado claro dónde quiero tener a Keyra Martin: desnuda en mi cama.

 

El Inferno es el club de BDSM más exclusivo de la ciudad. Las cuotas de los socios son astronómicas, y las medidas de seguridad garantizan que los sumisos lleguen a casa sanos y salvos. A mí no me van los golpes, las quemaduras de cera o denigrar a mi sumisa. Prefiero disfrutar de su rendición, de verlas privadas del movimiento y de la vista, y hacerlas disfrutar hasta que supliquen clemencia.

Si bien soy socio del club desde hace algunos años, no elijo como Marc a alguna desconocida que quiera ser sodomizada. Mis parejas son sumisas solo en la cama, fuera de ella suelen tener fuerza, coraje… y voluntad.

Me siento en la barra y me pido una cerveza mientras espero que el capullo de mi amigo aparezca, ya que como siempre llega con retraso.

—Vaya, Nathan, qué alegría verte por aquí —dice acercándose Cristal, una de las empleadas del local y amiga mía—. Hacía mucho tiempo que no contábamos con tu presencia.

—He estado muy ocupado, dulzura —la beso en la boca como siempre—. Mi trabajo me ha absorbido por completo.

—¿Y dónde te has dejado a Catherine?

—Debe de estar al llegar. También he quedado con Marc —miro mi reloj—, que ya llega tarde como siempre.

—Ese capullo no me interesa en absoluto, y lo sabes —dice cruzándose de brazos.

—Le quieres, no vayas a negármelo.

—Claro que le quiero, pero es un gilipollas que no ve más allá de su nariz.

—Tal vez si fueras más amable con él…

—Solo me quiere cuando su sumisa de turno no le satisface, Nat. Yo necesito más que eso.

—Siento el retraso, no ha sido culpa mía —dice Marc en ese momento, acercándose—. Una pirada ha chocado conmigo cerca de aquí y hemos tenido que intercambiar los papeles del seguro.

—¿Solo los papeles? —pregunta Cristal— ¿O le has bajado las bragas?

—¿Estás loca? Demasiado peleona para mi gusto. Casi me arranca los ojos echándome la culpa de lo sucedido. ¿Te lo puedes creer? Ella le da a mi coche por detrás y yo soy el culpable del accidente.

—Apuesto a que no invadiste su carril sin poner el intermitente como haces siempre —ironizo.

—¡Oye! ¿Tú de parte de quién estás?

—De quien tenga la razón. Y algo me dice que no eres tú.

Diez minutos después Marc ha desaparecido por la puerta que da a las salas privadas y yo disfruto de mi segunda cerveza esperando a Catherine, que sigue sin llegar. En el escenario está teniendo lugar una exhibición de Shibari, el arte japonés de las ataduras. Sobre la tarima hay expuestas tres sumisas, cada una de ellas con una atadura diferente: Ganji Garame, una atadura de pies y manos; Hishi Shibari, más conocido como la atadura del patrón de diamante o del “abrojo de agua”, creado con formas de diamante que dan lugar a complejas formas cuadrangulares; y Jiai Shibari o atadura del “abrazo a uno mismo”, en el que los brazos de la sumisa se encuentran cruzados delante del cuerpo, sus codos doblados y sus manos colocadas cada una cerca o sobre el hombro contrario, asemejando la imagen de una persona abrazándose a sí misma.

El Shibari es un arte que me fascina, pero que no practico. Cuando tengo a una mujer atada y amordazada a mi merced, necesito desatarla deprisa para sentir sus dedos sobre mi piel. Sé que no soy un amo convencional, pero es así como me siento bien.

La cerveza se me atraganta cuando veo a una mujer adentrarse en la sala. Lleva una máscara, y se mueve como pez fuera del agua, pero la reconocería en cualquier parte: es Keyra Martin. Me acerco a ella con paso decidido y rezando porque ningún otro se percate de su presencia antes de que consiga llegar a su lado.

—¿Me quieres explicar qué demonios haces aquí? —susurro con los dientes apretados.

Mi brusquedad la sorprende, y abre los ojos como platos cuando descubre quién soy. Yo no llevo máscara, no necesito esconderme.

—¡Nathan! ¿Qué…

—¡Contesta! ¿Qué haces en un lugar como este?

—Yo podría preguntarte lo mismo —contesta cruzándose de brazos.

—Es evidente que soy socio del club, o no estaría aquí. Tú no eres socia, porque yo lo sabría, así que supongo que eres invitada de alguien. ¿De quién?

—¿Quién te dice que no acabo de hacerme socia?

—Es una opción, y si ese fuera el caso no te comportarías como pez fuera del agua, así que dime quién te invitó.

—Me invitó una amiga. Y soy nueva, Nathan, es normal que me sienta perdida.

—Hablaré con el encargado para que haga una ruta turística para ti, no te preocupes —ironizo.

—¡No te burles! En vez de echarme un sermón podías enseñarme el lugar.

—¿Ama o sumisa?

—¿Perdón?

—¿Eres ama o sumisa?

—¡Oh! Aún no lo he decidido.

—¿Que aún no lo has decidido?

La agarro de la muñeca y tiro de ella hasta una de las habitaciones que permanecen desiertas. Arranco esa ridícula máscara de carnaval de su cara y le muestro el sillón para que se siente. Yo me apoyo en el potro, que queda justo enfrente.

—A ver, Keyra, explícame una cosa. ¿A quién demonios se le ocurre aparecer en el club de BDSM más selecto de la ciudad sin saber si realmente le gusta esa práctica sexual?

—Es que… me gusta que me den azotes en el culo —dice a la defensiva.

—¿En serio creías que aquí ibas a encontrar que te den un par de azotes insignificantes en el culo? Aquí te darán fuerte, Keyra. Te dejarán el culo, o puede que otras partes, morado de los golpes de la fusta.

—¡Pero no quiero que me hagan daño!

Revuelvo mi pelo frustrado. ¿Esta mujer está cuerda o todas las jodidas locas de la ciudad me tienen que tocar a mí? Cojo la fusta de uno de los soportes y me acerco a ella.

—Extiende la mano.

—Pero…

—¡He dicho que extiendas la mano!

Ella obedece agachando la cabeza, y golpeo su palma con la fuerza suficiente para dejarle una rojez. Ella salta en el sitio y aspira con fuerza, pero no dice nada.

—¿Es esto lo que quieres?

—No… No.

—Entonces márchate de aquí.

Keyra camina cabizbaja delante de mí por el pasillo hasta la barra. Hace amago de marcharse, pero la sostengo por la muñeca cuando me percato de que está temblando como una hoja, y con un suspiro la ayudo a sentarse en un taburete.

—Vamos, necesitas una copa.

—Estoy bien, Nathan.

—Te aseguro que no lo estás. Cristal, ponle un margarita a mi amiga.

—Así que hoy has ido en rescate de una damisela en apuros —contesta la camarera mirándola de reojo—. Y yo que creía que los príncipes azules no existían.

—Déjalo Cris.

Keyra sigue con la vista pegada al suelo, y reconozco que me está dando algo de pena. Levanto su cara y le sonrío.

—Vamos, no es para tanto. Al fin y al cabo no ha pasado nada que haya que lamentar.

—No es eso. Es que… ahora me siento muy avergonzada.

—¿Por qué? Necesitabas un toque de realidad. Yo te lo he ofrecido. Se acabó.

—¿Y a ti te gusta…

Señalo con mi cerveza la exhibición.

—Eso es lo que yo hago… básicamente. Ato a mis sumisas para privarlas del movimiento. Les vendo los ojos para privarlas de la visión. Y las hago disfrutar entregándome su voluntad.

—¿No las golpeas?

—No si no se lo merecen. Prefiero otro tipo de castigos.

—¿Como cual?

—Si te lo dijera tendría que matarte —bromeo.

Marc se acerca con su sumisa de la noche bajo el brazo, pero al ver a mi acompañante se para en seco.

—¡Tú! ¡Maldita mujer!

—¿Maldita mujer? —pregunta Keyra indignada— ¡Has sido tú el culpable del accidente, bastardo!

Mi noche va de mal en peor. De todas las mujeres que hay viviendo en Nueva York, Marc ha tenido que ir a chocar con la responsable de asuntos internos de mi hospital. Cojonudo, ahora tendré que buscarme otro abogado si tengo la mala suerte de tener que pelear por mi puesto de trabajo.

—Ey, ey, ey… —digo interponiéndome entre los dos— Haya paz. Me importa una mierda de quién fuese la culpa, no ha habido que lamentar nada, así que se acabó la discusión. Marc, voy a llevarla a casa, quédate con Catherine cuando llegue. Nos vemos en un rato.

Sin más, cojo a Keyra de la mano y la saco del local a toda leche. Me apunto un tanto, acabo de evitar la catástrofe del siglo.

—Supongo que te has quedado sin coche —afirmo.

—Se lo ha llevado la grúa cuando el imbécil de tu amigo ha hecho que choquemos. ¿Cómo puedes ser amigo de ese estúpido? Te creía más inteligente.

—Que conduzca como el culo no quiere decir que no sea un buen tío, Keyra. Nos conocemos desde que éramos niños, y te aseguro que terminas por cogerle cariño. Además, deberías agradecerle que te haya librado de esa nube de algodón rosa. Vamos, te llevaré a casa.

Ella me da su dirección y conduzco en silencio, un silencio roto solo por la música que suena en la radio. Keyra sigue callada, demasiado callada para mi salud mental. Espero no haberla traumatizado de por vida. Pero es una mujer fuerte, no debería pasarle algo así.

—¿Te encuentras bien, Keyra?

—Eh… sí, solo estaba pensando en mis cosas.

—¿Seguro? Necesito que seas sincera conmigo, no quiero que me mientas.

—Estoy bien, Nathan. Te lo prometo.

Cuando llegamos a su casa, la acompaño hasta la puerta. Los temblores hace tiempo que desaparecieron, así que creo que puedo marcharme tranquilo.

—No vuelvas a ir sola a ese local, Keyra. Es peligroso y yo no estaré allí siempre para rescatarte.

—Me preguntaba… ¿Sigues con tu chica?

Su pregunta me descoloca por completo, pero sonrío y me apoyo en el quicio de la puerta con los brazos cruzados.

—¿Por qué lo preguntas?

—Es que… me preguntaba…

—Keyra…

—Me preguntaba si querrías que yo fuera tu sumisa. Quiero experimentar cosas nuevas en el sexo, y sé que soportaré estar atada. También creo que estaré más segura contigo que con un extraño. Sí, no te conozco demasiado, pero ya no te puedo considerar un extraño, porque me has salvado del Infierno.

¡Si hasta tiene ganas de bromear respecto a esto! Acojonante. Voy a abrir la boca para negarme en redondo, pero ella pone su dedo índice sobre mis labios para mandarme callar.

—No lo decidas tan deprisa. Ayer me dijiste que no sentías nada por ella, ¿no es cierto? Piénsalo, y ya me dirás tu respuesta un día de estos en el trabajo. Que duermas bien, Nathan. Y gracias por salvarme.

Keyra entra en su portal y yo me quedo ahí, con cara de gilipollas y una erección de mil demonios. ¿Qué cojones acaba de pasar?

Ir a la siguiente página

Report Page