Bondage

Bondage


Capítulo 3

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Capítulo 3

Las palabras de Keyra resuenan en mi cabeza una y otra vez mientras vuelvo al local. “Que duermas bien, Nathan”. ¿En serio cree que voy a poder pegar ojo después de su proposición? No paro de pensar en ella desnuda, atada… y mojada en mi cama.

El panorama que me encuentro en el club no es precisamente lo que necesito en este momento. Catherine está hecha un basilisco, y en cuanto me acerco a la barra me clava su uña de manicura francesa en el pecho.

—¿Dónde demonios estabas? Te he visto salir con una mujer, Nathan, no me lo niegues.

—Catherine, no vayas por ahí —le advierto.

—¡Llevo media hora esperando y tú estabas con otra mujer! ¿Cómo puedes ser tan desconsiderado?

—¡He dicho que se acabó! Estoy harto de tus numeritos, Cat. Estoy hasta los cojones de tus celos. Se acabó, ¿me oyes? Búscate un amo que te consienta tus berrinches, porque se acabó.

Dicho esto, salgo del club y me voy a casa frustrado. Me siento en el salón con una cerveza. ¿Cómo se ha complicado tanto la noche? Yo solo iba a acompañar a Mark a que cazara, y ahora… ahora lo mío con Catherine se ha ido a la mierda y no puedo quitarme a esa maldita mujer de la cabeza. 

Mi polla tiene una erección permanente desde que Keyra me propuso ser mi sumisa. No niego que es algo que me volvería loco, un deseo hecho realidad, pero las consecuencias serían catastróficas. ¿Qué pasaría con mi trabajo si algo sale mal?

Recuesto la cabeza en el respaldo del sofá y cierro los ojos con un suspiro. Keyra inunda mi mente, desnuda y atada a mi merced. Su cuerpo curvilíneo me da la bienvenida con un escalofrío cuando me siente cerca, y mi mano resbala inconscientemente hasta mi miembro. Lo aprieto fuerte, imaginando que es la boca de Keyra la que lo hace, imaginando que sus labios se pasean dulcemente por toda mi longitud.

Me masturbo como un colegial en celo pensando en todas las cosas que quiero hacer con ella, y cuando me corro derramándome sobre mi estómago he tomado una decisión: jugaré con ella, pero bajo mis condiciones.

Tras una ducha logro dormir de un tirón hasta la mañana. Hoy tengo que quedarme con mis sobrinos, así que me visto y me dirijo a casa de mi hermana con una caja de donuts en la mano. Mis diablillos son fanáticos de los donuts de todos los sabores, y como su tío preferido tengo que malcriarlos.

Llego con tiempo suficiente de ver a un desconocido saliendo a hurtadillas del apartamento de Livy después de besarla en los labios. Me acerco a mi hermana con una ceja levantada y una sonrisa en los labios.

—¿El hombre del gas? —bromeo.

—¡Cállate! —contesta riendo— Es un amigo.

—Un amigo que sale medio desnudo y a hurtadillas de tu casa después de comerte la boca… Interesante.

—No es que tú seas un santo tampoco…

—¿Acaso he dicho que no me parezca bien? Al contrario, me alegra de que rehagas tu vida.

—A ver, Nat… que no es más que un polvo ocasional. No hay nada serio entre nosotros.

—Hermanita… no pienso juzgarte. Sube a vestirte, llegas tarde.

Entro en la casa sin dejarla decir ni una palabra. ¿Quién soy yo para meterme en las relaciones de mi hermana? Aún no hace demasiado tiempo que se divorció, y supongo que no estará preparada para una relación seria. Pero de ahí a que se mantenga pura y casta…

A las tres estoy de vuelta en el hospital para mi último turno de la semana. Me esperan dos días de descanso, gracias a Dios. Busco inconscientemente a Keyra durante todo mi turno, pero no aparece por ningún lado. ¿Dónde se habrá metido?

Por la noche me cambio y me voy al bar de la esquina a tomarme una copa. Me siento frustrado. Tengo que hablar con ella y no sé cómo localizarla. Apuro mi copa y me marcho a casa. Pongo el coche a volar por la carretera. Necesito despejarme, no pensar más en esa mujer que me vuelve completamente loco.

Cuando llego a mi casa, me sorprende ver una silueta sentada en los escalones de la entrada del edificio. La farola está estropeada, así que no consigo distinguirla hasta que estoy a tres pasos de ella.

—¿Keyra? ¿Qué haces aquí?

—Hola, Nathan —contesta mirando al suelo—. No te vi en el trabajo y pensé…

—Vamos, subamos a mi casa. Aquí hace frío y estás temblando.

Subimos en completo silencio, roto solamente por el sonido del ascensor al pasar por las diferentes plantas hasta el ático. Ella se sienta y permanece con la vista puesta en el suelo, sin decir una palabra.

—¿Quieres tomar algo? —pregunto para romper el incómodo silencio.

—Agua está bien, gracias.

Me paro un minuto en la encimera de la cocina para serenarme. Tenerla tan cerca enciende mi sangre, y necesito mantener la calma si quiero que todo salga como quiero.

—¿Te encuentras bien, Keyra? —pregunto cuando me siento a su lado en el sillón.

—Sí, sí… estoy perfectamente. Solo quería saber si habías tomado una decisión respecto a lo de anoche.

—Chica impaciente… No me diste un límite de tiempo, creo recordar —sonrío—. Te he estado buscando en el trabajo precisamente por eso. Quería hablar contigo, hay cosas que tenemos que aclarar antes de tomar una decisión.

—¿Qué cosas?

—Antes de nada necesito que sepas que Catherine y yo hemos terminado. Independientemente de lo que pase entre nosotros, tenías razón. No merece la pena aguantar sus gilipolleces solo por un polvo.

—Me alegro por ti.

—Necesito saber que esto no va a interferir en nuestro trabajo, Keyra.  No hay que olvidar que eres de asuntos internos, y la verdad es que no quiero volver a estar en el punto de mira por una mujer despechada.

—¡Por supuesto que no! Jamás me aprovecharía de mi puesto para vengarme en caso de que no saliese bien. Puedes estar tranquilo.

—Eres una mujer muy fuerte, Keyra, no sé si estás hecha para ser sumisa.

—¿Me deseas?

—Eso no tiene nada que ver…

—¿Me deseas, Nathan?

Me acerco a ella lo suficiente como para que nuestras respiraciones se entremezclen. Cojo su mano y la coloco sobre mi miembro, que lleva duro desde que la vi en el portal.

—¿Responde esto a tu pregunta?

—Pues entonces déjame intentarlo. Déjame descubrir si puedo ser tu sumisa.

—¿Y si es demasiado para ti?

—Siempre puedo utilizar una palabra de seguridad, ¿verdad?

Me quedo mirándola a los ojos un segundo, donde se refleja su determinación. ¿Qué puedo perder?

Ataco su boca de una vez por todas. A la mierda la conciencia y la prevención. Ella gime y enreda sus manos en mi pelo, pero las aparto y las sostengo juntas en su regazo. Si vamos a jugar a mi juego, será bajo mis normas.

Lamo su lengua como si se tratase de un dulce caramelo, y ella gime y se retuerce debajo de mí. ¡Joder! No me había dado cuenta de que hemos acabado tumbados en el sofá. Separo mi boca de la suya lo justo para levantarme y tirar de ella hacia mi dormitorio.

—¿Estás nerviosa? —susurro.

—Un poco.

Desabrocho lentamente los botones de su camisa hasta dejarla abierta por completo. Su sujetador de encaje blanco me hace morderme el labio ansioso por pasar mi lengua sobre él, pero aún falta mucho para eso.

Me deshago de su falda y la camisa, y su conjunto de ropa interior es tan jodidamente sexy…

—Túmbate en la cama.

Ella obedece sin dejar de mirarme, y la dejo disfrutar viéndome desnudarme por completo. Me siento junto a ella en la cama y paso un dedo por su pecho distraídamente.

—Ahora voy a atarte. Pero necesito tu palabra de seguridad.

—Primavera.

—¿Primavera? —pregunto con una carcajada.

—¿Qué ocurre? ¿No es adecuada?

—Sí, lo es… pero normalmente las sumisas escogen un color… no una estación.

—Quizás no soy una sumisa convencional.

—Desde luego que no, preciosa. Bien, vamos allá.

Cojo una de las abrazaderas que cuelgan en el cabecero de mi cama y sujeto una de sus muñecas con ellas. Se cierran con un velcro, para poder soltarla deprisa si fuera necesario. La miro un segundo para ver su reacción, pero su rostro solo muestra curiosidad… y deseo.

Cuando la tengo inmovilizada de pies y manos me siento junto a ella.

—¿Preparada?

Ella asiente y se relame los labios, secos por la expectación. Paseo mi mano por su mejilla, su cuello, su pecho… Necesito estar atento a todas sus reacciones, necesito ir poco a poco para saber dónde están nuestros límites.

Uno mis labios a los suyos en un beso hambriento, y ella gime en respuesta. Su boca es dulce, caliente, y no puedo esperar para sentirla sobre mi polla. Bajo mi boca hasta su pecho, y martirizo sus pezones con lamidas lentas y mordiscos suaves a través del encaje del sujetador. Keyra gime, suspira y se retuerce entre mis manos, es arcilla lista para modelar, y será un placer hacerlo.

Continúo bajando por su estómago hasta llegar a sus braguitas. Paso la lengua una, dos veces sobre la tela antes de rasgarlas y lanzarlas al suelo. Me coloco a horcajadas sobre sus piernas y la miro fijamente antes de sacar la lengua y pasarla por toda su hendidura, mojada por sus jugos.

—¡Oh, joder! —grita.

—Nada de palabras, Keyra, o te castigaré.

Ella se tensa y se muerde el labio para conseguir obedecerme, y yo me doy un festín con su sexo cálido. Chupo su clítoris antes de morderlo, e introduzco dos dedos de golpe en su canal para acompañar las pasadas de mi lengua con embestidas rápidas, profundas.

Ella se arquea, gime y aprieta las cadenas con las manos, pero no suelta ni una sola palabra. Continúo lamiéndola, chupándola y follándola con mis dedos hasta que se convulsiona recorrida por el primer orgasmo de la noche.

—Buena chica —susurro antes de asaltar de nuevo su boca.

Tras ponerme un preservativo me introduzco lentamente en su interior, y permanezco quieto mientras atormento de nuevo sus pezones, ya libres del confinamiento del sujetador. Ya están duros, rosados debido al orgasmo anterior, y los muerdo con un poco más de fuerza, lo justo para producirle un poco de dolor.

—¡Ay! —gime.

—¡Nada de palabras!

Ella vuelve a morderse el labio y comienzo a moverme dentro de ella, tan despacio que me duele. Mi cuerpo me pide que la empale duro y hasta el fondo, pero esto terminaría demasiado pronto de hacerlo así, y no es eso lo que quiero.

Imito las embestidas de mi miembro en su boca, y me satisface ver cómo tira de las esposas para poder soltarse. Aumento el ritmo poco a poco, cada vez más y más deprisa, hasta que su sexo me ordeña preso de otro orgasmo. Desato sus piernas para darle un poco de movilidad, pero sus manos permanecen atadas un rato más.

—Ponte a cuatro patas —ordeno con un siseo.

Ella obedece sin rechistar, a pesar de que las ataduras le dificultan mantenerse erguida. Al final opta por apoyar la cabeza en el colchón, y arquea deliciosamente su espalda para ofrecerme su sexo de nuevo. Su mirada traviesa sobre el hombro casi consigue ablandarme… Casi. Me hundo en ella hasta el fondo, y comienzo un vaivén frenético que nos hace gritar a los dos. Su sexo se contrae, mi polla corcovea… y su orgasmo me vacía por completo en su interior.

Tras un segundo para reponerme, suelto las ataduras y me tumbo en la cama, atrayéndola hacia mi pecho. Ella suspira satisfecha y cierra los ojos con una sonrisa. No puedo evitar que la ternura se apodere de mi mente, y la beso en la frente con cuidado.

—Bienvenida a mi mundo de placer, dulce Keyra —susurro, pero ella ya se ha quedado dormida.

Me despierto completamente solo en mi enorme cama. ¿Dónde demonios se ha metido Keyra? Me pongo de pie de un salto y salgo a buscarla por toda la casa, sin éxito. La llamo un millar de veces sin conseguir respuesta, y termino desnudo, empalmado y completamente frustrado en mitad del salón.

—¡Maldita mujer!

Son las once de la mañana. Mi turno no empieza hasta dentro de tres horas, pero aún así me encamino al hospital con determinación. Parece que voy a tener que enseñarle lo que significa obedecer a mi pequeña sumisa.

La encuentro en la sala de descanso tomándose un café. Al verme sonríe feliz y hace amago de levantarse, pero mi estado de ánimo no está para sentimentalismos.

—¿Puedes venir a mi despacho, por favor? —pregunto serio— Es importante.

No espero contestación, en su rostro he visto que sabe que algo no anda bien. ¡Joder! Me duelen las pelotas por las ganas de echarle un polvo que he tenido que aguantarme esta mañana, así que más le vale ser obediente.

Me quedo en mangas de camisa y me coloco tras la puerta para esperar a que llegue. En cuanto entra en mi despacho mirando alrededor, cierro la puerta a sus espaldas y la aprisiono contra ella sujetándola por el cuello, aunque sin presión.

—Nathan… ¿Qué demonios estás haciendo? —susurra.

—¿Acaso esta mañana te he dado permiso para irte?

—¡Tenía que trabajar!

—La próxima vez me despiertas. Me he levantado con ganas de follarte y por tu culpa tengo un dolor de huevos insoportable. Ahora vas a pagar las consecuencias de tu desobediencia.

—¡Estamos en el hospital!

—Si me hubieras despertado, habríamos follado en la cama.

—Pero Nathan… ¡Nathan, estás siendo incoherente!

Me quito la corbata y ato sus manos con ella. La hago inclinarse sobre uno de los sillones de mi consulta, y de un solo tirón arranco sus braguitas de encaje.

—¿Me puedes explicar qué manía tienes con mis bragas?

—Cállate, Keyra.

Ella obedece, pero en su cara se puede ver la contrariedad por la pérdida de su ropa interior. Le compraré diez docenas con tal de poder disfrutar de ese pequeño placer. Ya está húmeda, y mis dedos se impregnan de sus jugos a la primera pasada por su sexo.

—Te gusta el peligro, ¿verdad, preciosa? Estás tan mojada…

—Por favor, Nat…

—Por favor, ¿qué?

—Fóllame de una vez.

—Esto es un castigo, ¿recuerdas? No voy a darte lo que quieres a la primera de cambio.

—¡Pero no he hecho nada!

Introduzco dos dedos dentro de ella, y comienzo a moverlos deprisa. Su sexo me succiona con hambre, pero no voy a darle el orgasmo que quiere hasta mucho después. Cuando siento que sus músculos se contraen, aparto mi mano, y ella gime frustrada.

—¡Por favor!

—Ni hablar.

Desabrocho mis pantalones y dejo escapar mi polla, que lleva dura toda la mañana. La acerco a sus labios, que se entreabren sin llegar a tocarme.

—Come.

La orden consigue que ella me chupe con ansias. Succiona mi polla en su dulce boca mientras acaricia con la lengua toda su extensión. Estoy a punto de perder la cabeza. Es buena, realmente buena, ¡joder! Y voy a terminar antes de lo que me gustaría.

—¡Dios, nena, sigue así! ¡Qué bien lo haces, joder!

La agarro de la coleta con fuerza mientras disfruto del tacto de su boca sobre mí. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para no correrme en su boca. Aún no he acabado con ella… ni mucho menos. Me coloco detrás de su cuerpo… y la empalo hasta el fondo. ¡Dios, así! Mucho mejor así. Me encanta sentirla alrededor de mi miembro. Es cálida, suave como el terciopelo, y tan estrecha… aprieto sus senos con mis manos en un intento de encontrar un ancla para tantas sensaciones. Mis embestidas se vuelven frenéticas, ella se muerde el dorso de la mano para evitar gritar, y las contracciones de su orgasmo hacen que me corra en su interior.

Salgo despacio de ella, le desato las manos y dándole la vuelta, ahora sí, ataco su boca despacio. Saboreo el dulce néctar de sus labios hasta que la tormenta amaina, y ella queda laxa entre mis brazos.

—¿Estás bien? —susurro.

Ella asiente sonriente, levanta la cara de mi pecho y acaricia mi mejilla con una uña perfectamente cincelada.

—Creo que ya no puedes decir que no follas con compañeras en horas de trabajo.

—Sí que puedo —miro el reloj—. De hecho mi turno empieza dentro de media hora, así que eres tú quien ha incumplido las reglas.

—Eso parece… Pero reconozco que me ha encantado hacerlo.

—Te gusta desobedecer, ¿eh?

—Digamos que me gusta el peligro.

Una carcajada escapa de mis labios sin poder evitarlo. La beso una vez más, pero no es suficiente y vuelvo a hacerlo hasta que ella me aparta con un gemido.

—Nathan… tengo que irme. He quedado con Rebecah Landry y ya llego tarde.

—¿Rebecah? ¿Acaso es sospechosa?

—No, pero ella estaba presente en una de las operaciones, así que quizás sepa algo. Es residente de primer año, por lo que estará asustada si hay algo turbio en el asunto.

—Es una buena chica, nena. No seas muy dura con ella.

—Solo quiero saber quién es el responsable de todo esto, mis jefes no dejan de presionarme y mi puesto está en peligro.

—Sabes que te ayudaré en lo que pueda, pero debes darme más información.

—Lo haré, pero fuera de aquí. Ahora me voy.

La beso una vez más, e introduzco mi mano por el bajo de su vestido dispuesto a retomar lo que acabamos de terminar, pero ella me aparta con un gemido.

—Nathan…

—Lo sé, lo sé.

Nos vestimos entre risas y ella sale de mi despacho con la carpeta en la mano y un aire muy profesional.

—De acuerdo, señor O’Connor —dice con la puerta abierta—. Investigaré lo que me ha contado.

—Gracias, señorita Martin. Ha sido un placer serle de ayuda.

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