Bondage

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Capítulo 4

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Capítulo 4

Tengo dos días libres, así que esta noche he preparado algo especial para Keyra. Esta mañana hice una visita al sex shop, y he comprado varias cosas, entre ellas un aparatito que nos va a hacer disfrutar esta noche muchísimo a los dos… sobre todo a ella. Se trata de un vibrador en forma de V, para llegar al clítoris y al punto G a la vez… y puedo ponerlo en marcha con mi móvil.

La casa de Keyra me sorprende. Esperaba encontrarme con un loft minimalista, fuerte y práctico como ella, pero en su lugar me encuentro un apartamento repleto de muebles antiguos y recuerdos. Me abre la puerta un poco nerviosa, y la hago dar una vuelta completa para disfrutar del vestidito negro que ha elegido para esta noche.

Tras unir mis labios a los suyos un segundo, me pongo de rodillas y le bajo las braguitas sin dejar de mirarla a los ojos. Ella se relame expectante, y saco mi nuevo juguete del bolsillo interior de la chaqueta. Tras humedecerlo un poco con mi lengua, lo inserto en su interior.

Ella abre las piernas esperando más caricias, pero le subo de nuevo la ropa interior y me pongo de pie a su lado para ayudarla a ponerse su chaqueta.

—¿En serio quieres que salga con eso ahí puesto?

—¿Acaso te molesta?

—No, pero…

—Te va a ayudar a estimular los músculos vaginales, nada más. Además, va bien sujeto con las bragas, no hay peligro de que alguien lo descubra.

Ella suspira y me hace pasar. Se acerca a la cocina y vuelve con dos copas de vino.

—Tómatela mientras termino de arreglarme.

—¿Y si en vez de salir pedimos unas pizzas y nos quedamos aquí? —pregunto acercándome a ella.

—¡Ni hablar! Dijiste que iríamos a cenar, Nathan, así que ahora te aguantas.

Keyra se pierde tras una puerta y yo me relajo con el vino, que es realmente bueno. Observo las distintas fotos que hay sobre el mueble del salón. En todas ellas sale Keyra acompañada de una mujer algo más joven que ella. Supongo que será su hermana, pues las dos son bastante parecidas.

Hay una en particular que me llama la atención. Keyra está apoyada en un árbol con la toga y el birrete de Stanford, sonriéndole a la persona que hace la foto. Siento unos celos irrefrenables hacia esa persona desconocida. ¿Qué demonios me está pasando? Antes de darme cuenta estoy cogiendo la maldita foto y metiéndola en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Cuando Keyra hace su aparición, me quedo con la boca abierta, literalmente. Se ha recogido el pelo en un sencillo moño bajo, dejando algunos mechones revolotear alrededor de su cara. Apenas lleva maquillaje, pero sí lo justo para estar arrebatadora. Me acerco lentamente y la aprisiono contra mi cuerpo.

—Estás preciosa, nena. Voy a ser el hombre más envidiado de todo Brooklyn esta noche.

—Exagerado —contesta riendo—. ¿Nos vamos?

He reservado mesa en un restaurante bastante sofisticado. En cuanto llegamos, el maître nos lleva a nuestra mesa, que está situada en un rincón apartado. Pedimos la cena y levanto mi copa de vino para brindar con ella.

—Por los imprevistos —digo sonriendo.

—¿En serio? —ríe— Está bien, por los imprevistos.

La dejo disfrutar del primer plato completamente relajada. Hablamos de nuestras vidas, de nimiedades para llenar los vacíos que a ambos nos gustaría llenar con una buena ración de sexo, y cuando llega el segundo plato saco el teléfono de mi americana y acciono el juguete maldito.

Keyra da un salto en la silla y se agarra al mantel como si le fuese la vida en ello, cerrando los ojos con fuerza y mordiéndose el labio inferior.

—¡Joder! —suspira jadeando cuando paro las vibraciones un minuto.

—¿Ocurre algo, querida? —pregunto inocente.

—No voy a soportarlo, Nat. Si lo vuelves a accionar me correré.

—Procura no gritar demasiado —digo accionando de nuevo el juguete.

Continúo degustando mi cena mientras ella gime e inspira con fuerza entre cada bocado. Sé que se está conteniendo, y eso es lo que más me pone. No, realmente estoy cachondo desde que en su casa se dejó hacer sin protestar, desde que confió en mí por completo.

Su mano aprieta mi pierna cuando mi dulce Keyra es recorrida por el orgasmo, y apago el aparato para darle tiempo a respirar… y a cenar en condiciones.

—¿Qué tal ha ido la conversación con Rebecah? ¿Has podido averiguar algo?

—Si… Aunque no demasiado. Me ha dicho que el anestesista olía a alcohol. Informó a su adjunta, pero ella la expulsó de la operación sin miramientos. También me dijo que no era el anestesista asignado, pero no sabe el nombre.

—¿Y quién era su adjunta?

—Serena Robinson.

—Mierda, nena…

—Eso mismo. Ahora no sé cómo demonios enfrentarla. Es una mujer difícil, y además hija del jefe de planta.

—¿Quieres que hable yo con ella?

—¡No! Es lo único que te faltaba. Si te entrometes en esto buscará la forma de echarte del hospital, y no pienso permitirlo. Debo encontrar otra manera de hacerlo…

—Esta noche no vas a encontrar la solución al problema, ¿no es así? Pues deja de preocuparte y disfruta de la cena.

Vuelvo a accionar el juguetito sexual al subir en mi coche, pero ahora ella no se contiene y grita extasiada, a pleno pulmón. Su mano traviesa vaga hasta mis pantalones, y aprieta con fuerza mi miembro, que está deseando enterrarse en su interior. Sujeto su mano para que no la mueva, no podría conducir si esos dedos mágicos se deslizaran por mi verga.

Subimos los escalones de su casa de dos en dos, y al llegar al rellano me tira las llaves y se quita las bragas y el juguete mientras abro la puerta. No me deja pensar: en cuanto cierra la puerta tras de sí me arrastra hasta el sofá, me desabrocha el pantalón y se sienta a horcajadas sobre mi miembro.

¡Joder! Su sexo chorrea, y mi polla resbala tan jodidamente bien… su culo se bambolea, succionándome cada vez más deprisa. Siento sus dientes clavarse en mi carótida, y sé que mañana tendré un buen chupetón, pero me importa una mierda.

La sujeto de las caderas para hincarme con más fuerza. Su sexo me exprime, se contrae… y me arrastra a un orgasmo devastador.

Keyra deja caer su cabeza en mi hombro, y noto cómo las lágrimas mojan mi camisa. Levanto su cara para ver que está riéndose, y que las lágrimas son los restos de la pasión.

—Debería irme —digo haciendo amago de levantarme, aunque no quiero hacerlo.

—Quédate —susurra ella.

—¿Quieres que me quede?

—Solo si tú quieres quedarte.

La levanto de mi regazo y nos dirigimos a su habitación. Tras desnudarnos, nos metemos entre las blancas sábanas de algodón, y antes de lo que imaginaba caigo en un sueño profundo.

 

He dormido con infinidad de mujeres a lo largo de mi vida, me he despertado con ellas e incluso he pasado el día después con ellas, pero jamás me había sentido tan extraño como esta mañana, cuando abrí los ojos y me encontré con los de Keyra Martin.

Estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas, tapada solo por una fina camiseta de tirantes, escrutándome, y la verdad es que me ha hecho sentir un poco incómodo. Cuando he abierto los ojos, ha sonreído, me ha besado en los labios y se ha marchado de la habitación sin más.

No entendí nada. Me di una ducha, me vestí y salí a buscarla. Ella estaba sentada en la isla de su pequeña cocina, dando buena cuenta de su desayuno. A mí me esperaba un plato repleto de huevos con beicon, un vaso de zumo y café.

—Buenos días, Mat.

—¿Por qué te has ido antes?

—Para preparar el desayuno, ¿para qué si no? Además, si me hubiese quedado habría acabado debajo de ti, y no podía ser. Hoy no trabajas, pero yo sí. Tengo que irme —dice saltando del taburete.

La cazo al vuelo cuando pasa por mi lado, y recorro su cuello con mis labios, haciéndole cosquillas.

—Llama y di que estás enferma —ruego.

—¡No puedo hacer eso!

—Claro que puedes. Nos iremos a mi apartamento y seguiremos jugando durante todo el día.

—¿Cómo voy a salir de casa si estoy enferma? Podrían verme.

—Mi coche tiene los cristales tintados, nadie te verá.

—Estás loco —susurra. Ya está casi convencida.

—Lo sé, y por eso te gusto.

Introduzco la mano por debajo de la camiseta y acaricio sus pechos, libres del confinamiento de un sujetador. Ella echa la cabeza hacia atrás y gime al sentir mis dedos jugar con sus pezones. Está tan preparada… solo un poco más y será mía. 

—Nathan, no seas malo… Déjame vestirme.

—Vamos, preciosa… hazlo por mí.

Keyra escapa de mis manos retorciéndose, coge el inalámbrico de la encimera y marca el número del hospital.

—Buenos días señor —dice con voz lastimera—. Me temo que he cogido la gripe —tos falsa—, tengo mucha fiebre… No, no hace falta, un día en la cama será suficiente… Gracias, señor. Mañana a primera hora estaré allí.

Cuando cuelga el teléfono me mira con una ceja arqueada y cara de diablilla traviesa.

—¿Y bien? ¿Qué decías que íbamos a hacer?

Mi cara de asombro debe ser todo un poema. ¿En serio su jefe se ha tragado esa pantomima? ¡Hasta un crío miente mejor que ella!

—¿Cómo es posible que se lo haya tragado? Mientes fatal, Keyra —digo riendo.

—Cierto, pero es la primera vez que voy a faltar al trabajo por la cara, así que no tiene motivo para dudar de mí.

En casa no tengo demasiados juguetes sexuales, acostumbro a utilizar las instalaciones del Inferno, que para eso pago la cuota todos los meses, pero hoy puedo apañármelas perfectamente.

Antes de llegar, paro en el Vernon para encargar la comida. No pienso salir de mi apartamento en todo el día, de eso no hay duda. En cuanto cruza la puerta de entrada, Keyra lanza los zapatos por los aires, se deja caer en el sofá y me llama encogiendo un dedo.

—¿Estás lista para dar un paso más? —pregunto serio.

Ella se muerde el labio nerviosa, pero asiente de inmediato. Le ofrezco mi mano, que coge sin rechistar, y la llevo a mi habitación. Del techo cuelga un gancho de acero, perfecto para mantenerla quieta por unas horas.

Saco del cajón de mi mesilla las esposas y el antifaz. Me acerco a ella despacio, y aprisiono sus muñecas con las esposas, que engancho en el mosquetón.

—¿Todo bien? —pregunto.

Tras su asentimiento, la privo del sentido de la vista, y tras besarla fugazmente en los labios me alejo para desnudarme por completo.

—¿Tomas anticonceptivos, Keyra?

—Sí. Aunque eso deberías habérmelo preguntado antes, ¿no crees?

—Yo siempre he usado protección.

—Ayer no.

—Te recuerdo que ayer fuiste tú quien me folló a mí, preciosa. Fuiste tú la imprudente.

Mi polla se hincha con solo pensar que no tengo que interponer látex entre ella y yo. Respiro hondo, comienza la acción. Ajusto en sus deliciosos pezones unas pinzas, lo justo para dejarlos sin circulación, pero sin apretar demasiado. Ella inspira fuerte, pero no dice nada. Introduzco un huevo vibrador en su interior, y acciono la velocidad más suave.

—Nada de orgasmos hasta que yo lo diga, nena.

Veo como encoge el estómago e intenta cerrar los muslos, pero se lo impido metiendo un pie entre los suyos.

—Déjalas abiertas —ordeno—. ¿Palabra de seguridad?

—Primavera.

Saco del cajón un plumero, y comienzo a pasearlo por su piel. Ella gime, y mi polla se llena por completo. Paso las suaves plumas sobre sus pezones sensibilizados, y ella da un respingo al descubrir las nuevas sensaciones. Bajo por su estómago hasta su sexo, y acaricio su clítoris hinchado un segundo.

—¡Dios, sí! —gime totalmente entregada a mis caricias.

Cojo ahora el flogger que compré cuando decidí que Keyra sería mía, vamos a ver hasta dónde es capaz de llegar. Paseo las tiras de cuero por su cuerpo, acostumbrándola a su textura, preparándola para lo que vendrá después.

El primer azote llega a su trasero, apenas una caricia, y ella gime en respuesta. Bien… muy bien. El segundo azote va a su estómago, un poco más fuerte.

—En cuanto quieras que pare solo tienes que decírmelo, Keyra. No hace falta palabra de seguridad.

Ella se relame los labios sin decir ni una palabra, y continúo con mi expedición. El tercer azote lo reciben sus pechos, y ella grita al sentir el cuero sobre sus pezones.

—¡Joder!

El último azote lo recibe su sexo, apenas una caricia en su clítoris, y ella llega al orgasmo, con sus jugos corriendo por sus piernas. Mi polla corcovea en respuesta a tan dulce visión, y no puedo evitar la tentación de arrodillarme ante ella y lamerlos lentamente, sin dejar escapar ni una sola gota.

—¿Qué dije, Keyra? —pregunto limpiándome la boca con el dorso de la mano.

—¿Cómo voy a hacerte caso si me haces eso?

—Tendrás tu castigo entonces, nena.

—Lo estoy deseando.

¡Joder! Si sigue así voy a terminar por dejarme de gilipolleces y follármela de una vez por todas.

El sonido del masajeador llena el aire de la habitación, y Keyra se inquieta por primera vez desde que empezamos. En cuanto acerco el aparato a su clítoris, un grito sale de su garganta. La sensación es demasiado cruda, demasiado intensa para resistirla. Sus muslos tiemblan, se convulsiona acercándose al orgasmo… y detengo la caricia en seco.

—¡No, por favor!

—¿Por favor qué?

—No pares… necesito correrme.

—Ni hablar. He dicho que no te vas a correr hasta que yo diga.

Me deshago del huevo vibrador y las pinzas de sus pezones. La sangre vuelve a correr por ellos, y los torna rosados y jugosos… como fresas maduras. No puedo evitar el deseo de chuparlos, lamerlos… morderlos sin control.

—¡Dios, sí! ¡Así… justo así! —grita retorciéndose.

Sustituyo mi boca por el masajeador, arrancándole otro gemido. Está a punto de caramelo… y yo no puedo esperar más. A la mierda el juego, el castigo y todo lo demás. La sostengo por las caderas con firmeza, y la insto a enredar sus piernas en mi cintura.

—Sujétate a la cadena —susurro un segundo antes de enterrarme en ella.

Por fin me encuentro donde quiero, en el puto paraíso. Comienzo a moverme sin control, dentro y fuera de su delicioso sexo, caliente, húmedo, suave. El sudor perla mi frente, y de su boca salen grititos ininteligibles que lo único que consiguen es enardecerme más y más. El placer llega al punto álgido, me recorre un escalofrío… y me corro en su interior cuando la oigo gritar mi nombre.

Cuando la tormenta amaina, me deshago del antifaz, y la desato con cuidado de no dejarla caer. Ella se acurruca entre mis brazos y se deja hacer, completamente extenuada. La siento sobre la tapa del inodoro lo justo para poner a llenar la bañera, y la introduzco en el agua caliente, donde se tumba con un suspiro de cansancio.

Enjabono su cabello, que se ha quedado adherido a su cara por el sudor, y ella ronronea como una gatita satisfecha. Los ruiditos que salen de su boca me hacen sonreír, y me llenan de una ternura desconocida hasta entonces.

Le enjuago la cabeza despacio y me meto en la bañera con ella, la abrazo con suavidad y suspiro. Yo también estoy cansado, llevo demasiado tiempo sin dormir bien. Permanecemos en silencio disfrutando del momento hasta que el agua se queda fría. Salimos de la bañera despacio, la seco con cuidado y cogiéndola de nuevo en brazos la tumbo sobre mis sábanas de satén.

Dormimos hasta cerca de la una del mediodía, cuando el repartidor del restaurante llega a traernos el pedido. Me levanto sin despertarla, preparo la mesa y vuelvo al cuarto para encontrármela estirándose con una sonrisa en los labios.

—Creo que jamás había dormido tan bien —susurra.

—Eso es la respuesta a las endorfinas, nena. Demasiada excitación para ti.

—¿Por qué tienes tan pocos muebles, Nathan? Tu casa está prácticamente desnuda.

—Me gustan las mujeres desnudas —bromeo—. Estoy empezando a decorarla, solo llevo aquí un mes. Antes vivía en un apartamento de alquiler, y apenas tenía cosas propias. El dormitorio y poco más. Antes de mudarme compré lo imprescindible para poder ir tirando hasta que terminase de amueblarla, pero ya sabes cómo es mi trabajo.

—Si quieres puedo ayudarte a hacerlo. Se me da bien decorar interiores.

—Nena, no te enfades, pero no estoy pensando en nada como tu piso.

—¡Oye! Que mi piso esté lleno de recuerdos no quiere decir que no sepa decorar la casa de alguien. De hecho mi hermana está muy contenta con el resultado de la suya.

—¿Tu hermana es la mujer que sale contigo en la mayoría de las fotos de tu apartamento?

—Así es. Diana es tres años menor que yo, y estamos muy unidas. Ahora ella está felizmente casada y vive a cinco horas en coche, por lo que no puedo visitarla tan a menudo como antes, pero hablamos por teléfono a diario.

Me siento en la cama para besarla. Un beso no es suficiente, así que repito la operación varias veces más antes de tirar de ella para levantarla.

—Vamos, la comida nos espera.

Me vuelve loco verla vestida con mi camiseta. Me vuelve loco ver su trasero redondeado bambolearse a través de la tela, sus piernas torneadas asomar por el borde, sus pechos rozando el logo de Nike.

Nos sentamos a comer muy cerca el uno del otro, parece que necesita mi contacto, y ¡qué cojones! Yo también. He pedido un poco de todo: ensalada, pasta, carne, y de postre su delicioso tiramisú.

—Todo tiene una pinta estupenda —dice relamiéndose—, pero creo que te has pasado pidiendo comida.

—Vamos, come. Tenemos que recuperar fuerzas. El día no ha hecho nada más que empezar.

—¿Qué tal le va a tu hermana? Me dijiste que le había salido un trabajo nuevo.

—Pues la verdad es que le va bastante bien. En el trabajo se siente a gusto, y para colmo hay alguien en su vida.

—¿Se ha enamorado?

—No… solo son amigos con derechos.

—¿Amigos con derechos? ¿Eso existe?

Su pregunta me arranca una carcajada. ¿En qué mundo vive mi dulce sumisa?

—Sin obligaciones, solo sexo. Es algo que se lleva mucho últimamente, Keyra.

—Entonces ellos son como tú y yo… ¿no?

—No puedes comparar su relación con la nuestra, Keyra. Tú eres mi sumisa, debes obedecerme y serme fiel. Ellos no tienen por qué hacerlo.

—¿Y tú, Nathan? ¿Debes serme fiel a mí?

—Los amos por costumbre no tienen por qué serle fieles a sus sumisas, pero yo no soy así. Cuando tengo una relación con una mujer me entrego por completo, no me van las medias tintas.

—Entonces no eres un amo en el sentido estricto de la palabra, Nathan. No eres como tu amigo Marc.

Su afirmación me deja un reducto amargo en la boca del estómago. Tiene razón, no soy como Marc, ¿pero por qué me jode tanto que así sea?

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