Bondage

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Capítulo 6

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—¿Se puede saber de qué vas? —le espeto.

—¿Qué? Intentaba ser amable.

—¿Amable? ¿Crees que es amable recordarle a mi novia que la has dejado sin coche?

—Espera, ¿qué? ¿Tu novia? ¿Y eso desde cuándo?

—No sabía que tenía que darte el parte de mi vida sentimental a diario.

—¡Lo siento! ¡Creí que era solo una sumisa con la que jugabas!

—Aunque así fuera, te has pasado. Espero oír una puta disculpa en cuanto ella salga del baño, Marc, o te juro que…

—¿Otra vez la ha cagado este capullo? —pregunta Cristal— Muy típico de él.

—¿Por qué no te vas a servir copas y nos dejas en paz? —dice Marc entre dientes.

—Te recuerdo que soy accionista. Si quisiera podría pasarme toda la noche sentada bebiendo vodka y disfrutando de los cotilleos.

—Te encantan los cotilleos, ¿verdad, preciosa? Nada como una noticia fresca para ir contándola a los cuatro vientos.

—Yo no tengo que ser educada como Keyra, Marc. ¡Vete a la mierda!

La noche llegó a su fin. No pienso estar en medio de una batalla campal entre estos dos, así que espero a Keyra en la puerta del baño y nos marchamos sin despedirnos.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —pregunta preocupada.

—Yo sí, nena, pero Marc y Cristal han empezado a discutir, y no tengo ganas de estar en medio.

—Me cae bien Cris. Es una mujer increíble. ¿Desde cuándo trabaja en el Inferno?

—No trabaja aquí, es la mayor accionista del local. Su padre era el dueño, y cuando murió pasó a ser de ella. Pero el negocio se hundía, y necesitaba dinero para levantarlo a flote, así que vendió parte de las acciones para ello.

—¡Vaya! Cualquiera lo hubiese dicho.

—Antes era un club vulgar, donde podía entrar cualquiera y más de un sumiso salió mal parado. Ella lo reformó, puso normas, seguridad… y unas cuotas lo suficientemente altas como para que no entrase cualquiera. Ha hecho un gran trabajo.

Llegamos a mi apartamento veinte minutos después. Keyra lanza los zapatos de tacón al aire y se sienta con las piernas cruzadas en el sofá.

—Necesitas muebles, Nathan. Y una televisión, cortinas… ¡Tu casa está desnuda!

—No tengo tiempo, nena. En mi próximo descanso iremos a comprarlos, ¿qué te parece?

—Por mí estupendo. Veré si puedo compaginar mis descansos con los tuyos para no tener que mentir más a mi jefe. No sirvo para hacerlo.

—Ya te lo dije, eres pésima mintiendo.

Alargo mi mano hacia ella, que la acepta sin rechistar. Cruzamos el salón hasta mi dormitorio, donde la desnudo lentamente. Ella se acurruca entre las sábanas de satén, y me reúno con ella en cuanto me deshago de mi ropa.

La abrazo por la espalda y beso el hueco de su cuello con suavidad, arrancándole un gemido.

—Puedes decirme que no, Keyra. Que seas mi sumisa en la cama no implica que tengas que estar disponible para mí cada vez que yo quiera acostarme contigo.

—Lo sé —Se vuelve hacia mí—. Si no te he dicho nunca que no, es porque yo también quería acostarme contigo. En cambio, hoy estoy demasiado cansada para hacerlo. ¿Lo dejamos para mañana?

Une su boca a la mía en un beso sensual, que hace que mi sangre arda al momento. Me separo de ella, que abre los ojos con una sonrisa y se tumba en la cama de nuevo.

—Te aseguro que con besos como ese no me demuestras que quieras dormir —suspiro.

Ella se ríe y se apoya en mi pecho, mirándome a la cara. Permanece callada, pero sé que algo se está cociendo en esa cabecita suya.

—¿Qué te pasa? —pregunto.

—Me da pena Cristal. Lo está pasando mal con Marc, y no se merece que la trate así.

—En eso estamos de acuerdo, ¿pero qué podemos hacer?

—He pensado que podías celebrar tu mudanza cuando tengas la casa amueblada. Una reunión íntima, nada más. Quizás se lancen y vuelvan a repetir. Quizás podamos conseguir que hablen, y hacer que estén juntos o que Cristal abra los ojos de una vez por todas.

—No es mala idea… Lo haremos. Pero ahora vamos a dormir. ¿No decías que estabas cansada?

—Se me ha quitado el sueño. ¿Sabes lo que me apetece? Un chocolate con galletas.

—¿En serio? ¿A estas horas?

—Sé que soy rara, pero si no me lo tomo no podré dormir.

—Vamos a prepararte ese chocolate.

Me levanto de la cama y preparo dos chocolates en la cocina. No tengo galletas, pero creo que unas nubes servirán. Al volverme me la encuentro sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y vestida con mi camisa.

—No tengo galletas, pero sí nubes.

—Gracias —coge la taza entre las manos y sopla para enfriarlo un poco.

—Sube al sillón. Vas a coger frío.

—Te hace falta una alfombra —dice—. Este suelo es demasiado frío.

—El suelo no es para sentarse, nena. Es para caminar.

—No dirás lo mismo cuando tengas una mullida alfombra de angora para revolcarnos por ella.

En ese momento se me pasa por la mente la imagen de Keyra, desnuda, sobre una alfombra frente a la chimenea. La idea es muy atrayente, debo reconocerlo.

—Alfombras. ¿Qué más necesito?

—Algún mueble para el salón. Supongo que tendrás discos y películas para colocar en alguna parte.

—Y el DVD, y la consola, el equipo de música… Sí, definitivamente me hace falta un mueble para el salón.

—Una mesa para comer. No puedes esperar que tus invitados coman en la mesita de café o en la isla de la cocina.

—¿Alguna cosa más?

—Ya te iré informando conforme las piense. Ahora mismo no se me ocurre mucho más.

—Muy bien, diseñadora de pacotilla, cuando tengamos un día libre iremos a comprar todo lo que se te antoje, pero ahora deberíamos dormir. Es tarde y mañana los dos nos arrepentiremos de trasnochar.

—Venga, vamos a la cama.

Meto ambas tazas en el lavavajillas y me vuelvo hacia Keyra, pero ella ya ha desaparecido por la puerta de mi dormitorio. Cuando me meto entre las sábanas, Keyra se abraza a mí, suspira, y en menos de un minuto está profundamente dormida.

Yo tardo en hacerlo un poco más, perdido en la certeza de que me está gustando hacer planes a largo plazo con ella. Perdido en la certeza de que, aunque lo niegue, ella ya es mi dueña. 

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