Bondage

Bondage


Capítulo 1

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—Es evidente que soy socio del club, o no estaría aquí. Tú no eres socia, porque yo lo sabría, así que supongo que eres invitada de alguien. ¿De quién?

—¿Quién te dice que no acabo de hacerme socia?

—Es una opción, y si ese fuera el caso no te comportarías como pez fuera del agua, así que dime quién te invitó.

—Me invitó una amiga. Y soy nueva, Nathan, es normal que me sienta perdida.

—Hablaré con el encargado para que haga una ruta turística para ti, no te preocupes —ironizo.

—¡No te burles! En vez de echarme un sermón podías enseñarme el lugar.

—¿Ama o sumisa?

—¿Perdón?

—¿Eres ama o sumisa?

—¡Oh! Aún no lo he decidido.

—¿Que aún no lo has decidido?

La agarro de la muñeca y tiro de ella hasta una de las habitaciones que permanecen desiertas. Arranco esa ridícula máscara de carnaval de su cara y le muestro el sillón para que se siente. Yo me apoyo en el potro, que queda justo enfrente.

—A ver, Keyra, explícame una cosa. ¿A quién demonios se le ocurre aparecer en el club de BDSM más selecto de la ciudad sin saber si realmente le gusta esa práctica sexual?

—Es que… me gusta que me den azotes en el culo —dice a la defensiva.

—¿En serio creías que aquí ibas a encontrar que te den un par de azotes insignificantes en el culo? Aquí te darán fuerte, Keyra. Te dejarán el culo, o puede que otras partes, morado de los golpes de la fusta.

—¡Pero no quiero que me hagan daño!

Revuelvo mi pelo frustrado. ¿Esta mujer está cuerda o todas las jodidas locas de la ciudad me tienen que tocar a mí? Cojo la fusta de uno de los soportes y me acerco a ella.

—Extiende la mano.

—Pero…

—¡He dicho que extiendas la mano!

Ella obedece agachando la cabeza, y golpeo su palma con la fuerza suficiente para dejarle una rojez. Ella salta en el sitio y aspira con fuerza, pero no dice nada.

—¿Es esto lo que quieres?

—No… No.

—Entonces márchate de aquí.

Keyra camina cabizbaja delante de mí por el pasillo hasta la barra. Hace amago de marcharse, pero la sostengo por la muñeca cuando me percato de que está temblando como una hoja, y con un suspiro la ayudo a sentarse en un taburete.

—Vamos, necesitas una copa.

—Estoy bien, Nathan.

—Te aseguro que no lo estás. Cristal, ponle un margarita a mi amiga.

—Así que hoy has ido en rescate de una damisela en apuros —contesta la camarera mirándola de reojo—. Y yo que creía que los príncipes azules no existían.

—Déjalo Cris.

Keyra sigue con la vista pegada al suelo, y reconozco que me está dando algo de pena. Levanto su cara y le sonrío.

—Vamos, no es para tanto. Al fin y al cabo no ha pasado nada que haya que lamentar.

—No es eso. Es que… ahora me siento muy avergonzada.

—¿Por qué? Necesitabas un toque de realidad. Yo te lo he ofrecido. Se acabó.

—¿Y a ti te gusta…

Señalo con mi cerveza la exhibición.

—Eso es lo que yo hago… básicamente. Ato a mis sumisas para privarlas del movimiento. Les vendo los ojos para privarlas de la visión. Y las hago disfrutar entregándome su voluntad.

—¿No las golpeas?

—No si no se lo merecen. Prefiero otro tipo de castigos.

—¿Como cual?

—Si te lo dijera tendría que matarte —bromeo.

Marc se acerca con su sumisa de la noche bajo el brazo, pero al ver a mi acompañante se para en seco.

—¡Tú! ¡Maldita mujer!

—¿Maldita mujer? —pregunta Keyra indignada— ¡Has sido tú el culpable del accidente, bastardo!

Mi noche va de mal en peor. De todas las mujeres que hay viviendo en Nueva York, Marc ha tenido que ir a chocar con la responsable de asuntos internos de mi hospital. Cojonudo, ahora tendré que buscarme otro abogado si tengo la mala suerte de tener que pelear por mi puesto de trabajo.

—Ey, ey, ey… —digo interponiéndome entre los dos— Haya paz. Me importa una mierda de quién fuese la culpa, no ha habido que lamentar nada, así que se acabó la discusión. Marc, voy a llevarla a casa, quédate con Catherine cuando llegue. Nos vemos en un rato.

Sin más, cojo a Keyra de la mano y la saco del local a toda leche. Me apunto un tanto, acabo de evitar la catástrofe del siglo.

—Supongo que te has quedado sin coche —afirmo.

—Se lo ha llevado la grúa cuando el imbécil de tu amigo ha hecho que choquemos. ¿Cómo puedes ser amigo de ese estúpido? Te creía más inteligente.

—Que conduzca como el culo no quiere decir que no sea un buen tío, Keyra. Nos conocemos desde que éramos niños, y te aseguro que terminas por cogerle cariño. Además, deberías agradecerle que te haya librado de esa nube de algodón rosa. Vamos, te llevaré a casa.

Ella me da su dirección y conduzco en silencio, un silencio roto solo por la música que suena en la radio. Keyra sigue callada, demasiado callada para mi salud mental. Espero no haberla traumatizado de por vida. Pero es una mujer fuerte, no debería pasarle algo así.

—¿Te encuentras bien, Keyra?

—Eh… sí, solo estaba pensando en mis cosas.

—¿Seguro? Necesito que seas sincera conmigo, no quiero que me mientas.

—Estoy bien, Nathan. Te lo prometo.

Cuando llegamos a su casa, la acompaño hasta la puerta. Los temblores hace tiempo que desaparecieron, así que creo que puedo marcharme tranquilo.

—No vuelvas a ir sola a ese local, Keyra. Es peligroso y yo no estaré allí siempre para rescatarte.

—Me preguntaba… ¿Sigues con tu chica?

Su pregunta me descoloca por completo, pero sonrío y me apoyo en el quicio de la puerta con los brazos cruzados.

—¿Por qué lo preguntas?

—Es que… me preguntaba…

—Keyra…

—Me preguntaba si querrías que yo fuera tu sumisa. Quiero experimentar cosas nuevas en el sexo, y sé que soportaré estar atada. También creo que estaré más segura contigo que con un extraño. Sí, no te conozco demasiado, pero ya no te puedo considerar un extraño, porque me has salvado del Infierno.

¡Si hasta tiene ganas de bromear respecto a esto! Acojonante. Voy a abrir la boca para negarme en redondo, pero ella pone su dedo índice sobre mis labios para mandarme callar.

—No lo decidas tan deprisa. Ayer me dijiste que no sentías nada por ella, ¿no es cierto? Piénsalo, y ya me dirás tu respuesta un día de estos en el trabajo. Que duermas bien, Nathan. Y gracias por salvarme.

Keyra entra en su portal y yo me quedo ahí, con cara de gilipollas y una erección de mil demonios. ¿Qué cojones acaba de pasar?

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