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Andrew fue a visitar a Blue al apartamento durante su convalecencia. Le llevó revistas de deportes y un videojuego. Para entonces, el chico ya se encontraba mejor y se alegró de verlo. Le pareció muy amable de su parte que fuera a visitarlo y le gustó el juego. Andrew les contó a los dos que había iniciado los trámites para el cambio de tutela y había solicitado la vista con el juez. Además, había conseguido que pospusiesen la cita con la archidiócesis del lunes al viernes, para que Ginny pudiese cuidar de Blue durante el postoperatorio.

—Es un tío majo —dijo Blue, tumbado en el sofá después de la visita de Andrew.

—Sí que lo es —convino Ginny. Ella ya estaba pensando en la reunión de la archidiócesis, que tendría lugar al cabo de dos días.

—Deberías estar con alguien como él —sugirió Blue.

A ella le chocaron sus palabras.

—¿Y por qué iba a querer yo eso? No quiero estar con nadie —replicó. Seguía sintiéndose casada con Mark y estaba convencida de que siempre se sentiría así. Nunca se había quitado la alianza—. Además, ahora te tengo a ti.

—Eso no es suficiente —respondió él sabiamente.

—Sí que es suficiente. —Sonrió. Y teniendo en cuenta que iba a convertirse en su tutora legal, era más que suficiente.

La mañana de la reunión con la archidiócesis, Ginny lo dejó en la cama con el portátil y una pila de videojuegos. Ella cogió un taxi que la llevó al pequeño restaurante donde había quedado con Andrew. Llegaba diez minutos tarde y se deshizo en disculpas.

—Lo siento. Tenía que dejar organizado a Blue antes de salir.

Andrew iba vestido con unos pantalones caqui, una americana de lino azul marino y una camisa azul con el cuello abierto. La advirtió de que tanto el prelado como los otros cargos que estuvieran con él adoptarían una actitud dura con ella para tratar de acobardarlos y que desistieran, y que era posible que acusaran a Blue de mentir, incluso. Al margen de lo que pensasen, inicialmente saldrían de defensa del padre Teddy y negarían todo lo que había dicho Blue. Andrew conocía su juego.

—La teoría de monseñor Cavaretti siempre ha sido que la mejor defensa es un buen ataque. Que no te impresione. No es tonto, sabe que llevamos las de ganar y por eso intentará asustarte para que cedas, si puede. No le conviene la mala publicidad que generará el caso, y si la archidiócesis sabe en qué andaba Ted Graham, le espera una buena dosis de mala prensa por haberlo encubierto y haberlo trasladado a otra parroquia. Todo pinta bastante mal para ellos. —Además, en última instancia, desde su punto de vista Blue sería un testigo inmejorable, pues era un chico directo y franco—. Lo tengo todo planeado —añadió para tranquilizarla mientras pagaba los cafés.

Entonces salieron y doblaron la esquina para acudir a la reunión.

La sede de la archidiócesis era un edificio imponente. Al llegar, condujeron a Andrew y a Ginny hasta una sala de espera de techos altos, mobiliario antiguo, bonito pero serio, revestimiento de madera tallada y un crucifijo en la pared. El lugar contaba con aire acondicionado, lo cual lo hacía agradable en medio del calor estival de Nueva York. Por un momento, Ginny se sintió abrumada.

—¿Estás bien? —le preguntó Andrew en voz baja.

Ella respondió afirmativamente con la cabeza. Sin embargo, el escenario resultaba sobrecogedor. Al poco un sacerdote joven se asomó y los acompañó al despacho de monseñor Cavaretti, en la planta superior. La sala también era imponente, con detalles preciosos. Ginny vio que los esperaban tres prelados. Nada más entrar, un hombre de corta estatura y complexión gruesa, ataviado con la vestidura propia de los prelados, se acercó a Andrew con una sonrisa amable. Monseñor Cavaretti llevaba en el sacerdocio casi cincuenta años, pero tenía en la mirada el brillo y la viveza de alguien mucho más joven.

—Me alegro de verte, Andrew. —Le dio unas palmadas afectuosas en el hombro y lo miró con alegría sincera—. Bueno, ¿cuándo volverás con nosotros? —bromeó—. Deberías estar trabajando a nuestro lado en este asunto —añadió más serio.

Habían colaborado codo con codo en numerosos proyectos en Roma durante dos de los cuatro años que Andrew pasó allí, y el prelado sentía un gran respeto por su capacidad. Siempre había dicho que era uno de los mejores juristas del Vaticano y que algún día llegaría a cardenal. Cuando se enteró de que Andrew había pedido la dispensa de sus votos, se llevó una honda decepción. Sin embargo, no lo había sorprendido del todo. Andrew siempre había sido muy independiente y librepensador, en ocasiones se empleaba más a fondo en la lucha por los ideales del derecho que en la Iglesia y poseía un intelecto que todo lo ponía en cuestión, a veces con un toque de cinismo. Jamás había dado nada por válido sin cuestionárselo ni hacía lo que le ordenaban. Antes de hacer nada, tenía que estar convencido de que era lo correcto y conforme a sus propios principios, lo que a veces lo convertía en un oponente formidable. Sospechó que en esa ocasión también sería así. Al igual que Andrew no lo subestimaba a él, Cavaretti no subestimaba a Andrew.

En Roma el prelado lo había tratado como a un hijo, le había enseñado los entresijos de la política vaticana, y juntos habían pasado muchas noches tomando vino hasta tarde en la cancillería de la ciudad eterna. Fue en esa época cuando Andrew había empezado a dudar de su vocación y del camino que había escogido. Sus razones para dejar el sacerdocio lo volvían aún más peligroso, y monseñor Cavaretti era muy consciente de ello. Andrew era un idealista y esos casos eran para él como una cruzada santa, mientras que para el prelado no eran sino una parte más del trabajo que desempeñaba para la Iglesia. Cavaretti conocía los puntos débiles de los sacerdotes además de los de los hombres.

—Un día de estos, volverás —le dijo a Andrew con tal seguridad que Ginny se sorprendió y se preguntó si sería cierto.

—Pero aún no —contestó Andrew siguiéndole el juego—. Y entretanto tenemos trabajo que hacer. —Acto seguido le presentó a Ginny, y el prelado le estrechó la mano.

Monseñor Cavaretti presentó a los otros dos prelados que aguardaban sin tomar asiento, y Andrew les explicó que Ginny iba a ser la nueva tutora legal de Blue, que vivía con ella. Entonces el eclesiástico bajo y regordete les indicó que se sentaran en un sofá que tenía una mesa de centro delante y varios sillones cómodos alrededor. Deseaba establecer un tono informal para esa primera conversación, con el fin de comprobar si podrían disuadir a Ginny y a Andrew de seguir adelante. La policía aún no había acusado formalmente a Ted Graham, por lo que era el momento idóneo para intentar hacerlos cambiar de idea, sobre todo antes de que el caso llamase la atención de los medios de comunicación. Por lo pronto, no se habían producido perjuicios, cosa que cambiaría en cuestión de pocas semanas, cuando llegase la fecha en que el gran jurado tuviese que estudiar el caso.

Monseñor Cavaretti observó atentamente a Ginny para tratar de calarla. Se había puesto un traje de chaqueta y pantalón de lino negro, y no llevaba ninguna joya, excepto la alianza. Lo sorprendió ver que estaba casada, la información que le habían facilitado decía que el chico, antes sin hogar, vivía solo con ella. Se preguntó cuál era el motivo por el que esa mujer se había implicado con él. Además, tenía conocimiento de que había sido periodista de televisión, lo cual al prelado le parecía un cóctel peligroso en combinación con la pasión ardiente de Andrew por defender una causa, si para colmo ella era una profesional con espíritu inquisitivo. Podrían acabar siendo un tándem peligroso. Cavaretti tomaba esos detalles en consideración y actuaba con cautela.

—Bueno, pues aquí estamos. —Los sonrió a los dos después de que el joven sacerdote que ejercía de asistente suyo les hubiese ofrecido a todos café, té o algún refresco que habían declinado—. ¿Qué vamos a hacer con este desafortunado asunto? —preguntó con tono amable. Se había hecho con el control de la reunión en cuanto ellos habían entrado en el despacho, con sus recuerdos de Roma con Andrew, sus comentarios jocosos y sus alabanzas hacia él—. Lo que está en juego es el futuro de un joven cura, no ya solo en la Iglesia, sino también ante los ojos del mundo. No cabe duda de que este caso lo destrozará, a él y su carrera, así como su fe en sí mismo si acaba ante un juez o, peor aún, en la cárcel.

Ginny no podía creer lo que estaba oyendo. Pero ni ella ni Andrew pronunciaron palabra.

—Además, por nuestra parte, debemos considerar qué efecto tiene este tipo de acusaciones en la Iglesia, cómo nos mina. Y también debemos respetar las leyes. Este caso tiene que ver con las personas, no solo con una parroquia, sino con nuestro interés por velar también por nuestros feligreses. —El hombre hablaba con ademanes tranquilos y benevolentes—. El padre Ted Graham es muy querido, tanto en su parroquia anterior como en la actual.

—¿Y por eso lo trasladaron a Chicago, en lugar de encargarse del asunto aquí? —preguntó Andrew sin alzar la voz.

Acababa de lanzarles un primer cañonazo de advertencia y, a juzgar por la mirada del viejo sacerdote, había dado en el blanco. Cavaretti, sin embargo, era demasiado listo para que el comentario de Andrew lo pillase desprevenido, y además lo conocía muy bien. Estaba preparado.

—Le había llegado el momento de trasladarse a otra parroquia. Eso lo sabes, Andrew. Evitamos el apego excesivo a los sitios, que afectaría nuestra objetividad y perspectiva. En Chicago se produjo una vacante en el momento adecuado y se le necesitaba mucho allí. En todos los lugares en los que ha estado ha sido una figura sumamente apreciada y un cura ejemplar.

—¿Era el momento adecuado porque se quejó alguien, como por ejemplo los padres de algún monaguillo que sí creyeron a su hijo? —Ambos sabían que no era lo habitual. Los padres tendían a depositar su fe en el párroco más que en sus propios hijos, por costumbre y por respeto a la Iglesia, al margen de lo escasamente fundado que este fuese. Pero Andrew sabía que era un error y siempre daba crédito a las palabras de los niños. Todavía no se había topado con ningún caso en el que el niño mintiera, siempre era el cura descarriado el que lo hacía. Eso también lo sabía Cavaretti—. ¿O acaso otros curas vieron algo que encontraron preocupante? Al parecer, todos sus feligreses de Nueva York estaban locos con él, era un párroco adorado. Entonces ¿por qué trasladarlo a Chicago?

—El párroco de St. Anne había fallecido de repente un mes antes y en esos momentos no contábamos con nadie más. —El viejo y astuto sacerdote miró a Andrew a los ojos con osadía. En lo que se refería al traslado del cura, la Iglesia tenía todas las bases cubiertas—. El traslado estaba justificado.

—Ojalá pudiera decir que lo creo —replicó Andrew con cinismo, retándolo a su vez—. Siempre hay otros candidatos, en especial si tienen a un párroco que lo está haciendo bien en la parroquia en la que está y que es tan apreciado. En esos casos prácticamente nunca los cambian de parroquia. Y resulta interesante que ahora tengamos quince casos, además del de Blue, en St. Francis y en St. Anne. Monseñor, creo que tienen un problema grave y lo saben. —Andrew era respetuoso pero implacable.

El semblante de Cavaretti no delataba reacción alguna. Los otros dos prelados no habían intervenido desde las presentaciones, y Andrew estaba seguro de que les habían indicado que permanecieran en silencio. Él ya contaba con que Cavaretti llevaría la voz cantante. Era el más veterano de la sala y conocía bien a Andrew, lo cual le daba ventaja.

Ginny estaba fascinada oyendo todo aquello y presenciando el estilo con que hablaban los dos hombres, que pugnaban entre sí con elegancia. Era casi como una danza. A esas alturas no era fácil predecir cuál de los dos ganaría. Ella apostaba por Andrew, por el bien de Blue. Pero monseñor Cavaretti era muy hábil también.

—Yo creo que todos debemos considerar el daño que se causará si no se desestima el caso —dijo el prelado en tono serio—. Las vidas que quedarán destrozadas, no solo la del padre Graham, también la del chico. ¿De verdad le hará algún bien sacar esto a la luz, incluso si lo que dice es cierto, cosa que no creo? Yo pienso que es un chico que tiene miedo, que tal vez intentó seducir a un sacerdote y luego se lo pensó dos veces, y entonces quiso darle la vuelta a la situación para sacar algún provecho. No vamos a pagarle un centavo por sus mentiras —puntualizó Cavaretti, clavando la mirada en los ojos de Andrew y a continuación en los de Ginny, que se había quedado con cara de espanto ante lo que estaba oyendo.

—Esto no tiene nada que ver con el dinero —lo corrigió Andrew con rotundidad. Ginny, por su parte, casi se levanta de un salto, pero se controló—. Ni con la supuesta seducción de un hombre de más de cuarenta años por parte de un crío de nueve. Es una hipótesis astuta, monseñor, pero aquí hará aguas. La víctima inocente es mi cliente, no el padre Graham. Y la Iglesia pagará lo que decida el juez, por haberle dejado secuelas de por vida. Usted conoce el precio que han de pagar las víctimas por estos casos tan bien como yo. Estamos hablando de un crimen, monseñor. Un crimen grave cometido contra un niño. Ted Graham tiene que estar en la cárcel, no reincidiendo de parroquia en parroquia.

»Si llega a los tribunales, y llegará, el mundo entero los mirará a ustedes y les preguntará por qué lo cambiaron de parroquia en lugar de impedir que volviese a hacerlo. Es un crimen grave, cometido contra mi cliente. Todos ustedes son responsables por no detener al criminal y por trasladarlo a otra ciudad. Me conoce bien para saber que no cejaré en mi búsqueda de la justicia, moral y material, como señal de su arrepentimiento y buena voluntad.

Dicho esto, el jurista y el prelado se miraron en silencio durante largo rato. Andrew se levantó e hizo una señal a Ginny para que lo siguiera. Ella se había quedado mirando asombrada a Cavaretti. Advirtió que fruncía los labios. Al prelado no le hacía ninguna gracia la postura de Andrew ni su renuencia a abandonar el caso, ni tampoco a sentirse intimidado por él como hombre de más edad. Había tenido la esperanza de que la reunión con Andrew fuese mejor de lo que fue. De momento al menos, Andrew no cedía ni un ápice.

Entonces el viejo prelado miró a Ginny.

—Le ruego que hable con el chico y que piense en las vidas que se dispone a destruir, en especial la suya. Este caso se pondrá feo y acabará haciendo daño a todos los implicados, incluso al propio Blue. Nosotros no dejamos piedra sin remover.

Era una amenaza directa. Pero Andrew intervino antes de que pudiera contestar. Ginny no sabía qué decir, aparte de que creía a Blue, que era precisamente la víctima de todo aquello, y que su sacerdote era un mentiroso y un pervertido, además de que la policía estaba recabando testimonios y pruebas para demostrarlo, entre las demás víctimas. Eso no iba a ser ninguna nimiedad, ni para el padre Teddy Graham ni para la Iglesia, sobre todo cuando el caso saltase a los medios.

—Gracias por su tiempo, señores —dijo Andrew cortésmente. Entonces se volvió de nuevo hacia Cavaretti—. Me alegro de haberlo visto, monseñor. Que pase un buen día. —Dicho esto, sacó a Ginny del despacho empujándola por el codo, le hizo una seña de que no dijera nada, bajaron sin esperar a que nadie los acompañara y salieron a la calle. Andrew tenía una mirada acerada. Cuando se alejaban de allí, explicó—: Es un viejo diablo taimado. Sabía que intentaría amedrentarte amenazando a Blue. Y, no cabe duda, será un caso duro, como siempre que alguien osa alzarse contra una institución mastodóntica como la Iglesia católica. Pero el bien y la verdad están de nuestra parte, no de la de ellos, y lo saben. Y cuando empecemos a sacar testigos adolescentes con relatos similares al de Blue, van a suplicarnos misericordia. No va a ser un caso bonito para ellos. Y saldrá caro para todos. Por eso, si pueden asustarte, lo harán. ¿Sigues decidida a continuar?

Andrew observó a Ginny con preocupación. Ella, sin embargo, era mucho más dura de lo que imaginaba. Y estaba furiosa con lo que había escuchado.

—Pero ¡qué vileza! ¡Lo que han hecho está tan mal! —exclamó indignada—. ¡Deberían ponerse de rodillas por lo que ocurrió!

—Al principio no son más que poses. No pueden darnos la razón nada más empezar. Tienen que jugar sus bazas. Pero acabarán pagando. A veces mucho dinero. En estos casos desembolsan unas indemnizaciones tremendas por daños y perjuicios. Eso no cambia lo ocurrido, pero a Blue le podría proporcionar una vida mejor de la que hubiese vivido de no ser así, y también algo de seguridad para el futuro. Eso podría ser muy importante para él. —Lo único que podía hacer Andrew para ayudarle en ese momento era convencer a la Iglesia de que le pagase una indemnización elevada. Y no descansaría hasta conseguirlo.

—¿De qué iba esa reunión? Yo creí que íbamos a hablar seriamente sobre lo que haríamos. Y resulta que solo querían meternos miedo.

Ginny estaba furiosa. Pero Andrew sabía que el baile no había hecho más que comenzar.

—A mí no me asustan —respondió con calma—. Y espero que a ti tampoco. Querían comprobar si abandonaríamos el caso antes de que llegue al gran jurado y se convierta en un dolor de cabeza mucho más grande para ellos. La identidad de Blue quedará preservada por el derecho al anonimato, al ser menor de edad. Es hora de que el padre Teddy pague por sus crímenes. Todo eso han sido alardes sin consecuencias. A partir de ahora, la cosa se pondrá seria, y atacarán con más dureza antes de ceder.

—¿Crees que cederán? —preguntó ella con cara de preocupación. Por dentro se sentía aliviada por que no hubiesen querido que Blue estuviera presente en la reunión. Aunque lo hubiesen pedido, ella no lo habría llevado. Cavaretti habría intentado presionar a Blue para obligarlo a retractarse y confundirlo sobre lo que realmente había pasado.

—En realidad no les queda otra, si Blue mantiene su historia.

—No es ninguna historia, es lo que pasó —replicó Ginny enardecida.

—Por eso estoy yo aquí —contestó Andrew sin levantar la voz—. Intenta que no te irriten tan pronto. Nos queda mucho trecho que recorrer. Y eso me recuerda… en cuanto te concedan la tutela, quiero que lo lleves a la psicóloga que te dije. Me interesa disponer de una evaluación de su estado mental y de la gravedad de las secuelas psicológicas, desde el punto de vista de un terapeuta. —Ya había solicitado la tutela temporal para Ginny a la espera de la vista con el juez. Estaba prácticamente seguro de que se la concederían.

—¿Lo hipnotizará o solo hablará con él? —preguntó preocupada.

—Dependerá de lo que piense ella. Quizá recurra a la hipnosis si sospecha que el cura lo sodomizó y él no lo recuerda. Pero un testimonio basado en la hipnosis puede ser demasiado esquemático y poco fidedigno, y hay jueces que no lo darán por válido. Yo me fiaría de la evaluación que haga y de lo que dice el propio Blue.

Ginny asintió con la cabeza. Ella solo quería avisar a Blue de lo que pasaría cuando fuera a ver a la terapeuta. Ya le había comentado que seguramente tendría que evaluarlo un psicólogo y no había puesto objeciones. Era como un libro abierto.

—Bueno, intenta hacer algo más agradable lo que queda del día —le sugirió Andrew al despedirse de ella en la esquina. A él no lo había sorprendido nada de lo ocurrido durante la reunión, pero Ginny estaba disgustada y afectada.

Andrew tenía por delante una tarde muy ocupada. Iba a atender a un cliente nuevo con un caso parecido, solo que el chico en cuestión había sido sodomizado, lo cual lo había llevado a sufrir psicosis, y acababan de darle el alta de un hospital psiquiátrico en el que había ingresado a raíz de un intento de suicidio. Andrew conocía casos mucho peores que el de Blue, pero el suyo también era importante y se lo tomaba muy en serio, como hacía con todos ellos. Había en juego frágiles vidas jóvenes que quedarían marcadas para siempre, de maneras sutiles y también evidentes. Su forma de vengarlos era lograr que todos los culpables acabasen en prisión.

Sonrió a Ginny. Lamentaba no poder facilitarles las cosas a ella y a Blue.

—Si no es inconveniente para ti, fírmame un permiso para la psicóloga para que pueda hablar del caso con ella. Estaremos en contacto. Estoy esperando noticias de Jane Sanders sobre la fecha en que verá el caso el gran jurado. Por lo que me dijo ayer, creo que les queda poco para remitirlo, y a partir de ahí iremos a por todas.

Ginny asintió. Era un profesional eficiente, siempre pendiente de todos los detalles, además de sumamente competente a la hora de verse las caras con sacerdotes viejos. La había impresionado su actuación en la reunión. Era la clásica mano de hierro con guante de terciopelo, y mucho más duro de lo que había pensado. De alguna manera, además, había ido bien que hubiese sido sacerdote. Era como un agente secreto que se hubiese pasado al otro bando y que conociese todos los tejemanejes ocultos de la Iglesia. Andrew O’Connor no era cojo ni manco. Por otra parte, la intrigaba lo convencido que estaba el viejo prelado de que Andrew regresaría a la grey, sobre todo teniendo en cuenta que lo conocía muy bien.

—Te llamaré —le aseguró—. Saluda a Blue de mi parte. —Se despidió con la mano y se metió en un taxi.

Ella cogió el metro para volver a la parte alta de la ciudad.

Blue preguntó por la reunión en cuanto Ginny entró por la puerta, pero ella no quiso inquietarlo.

—¿Qué os han dicho? —Se le veía preocupado. Había estado tumbado en el sofá, viendo la tele. Todavía estaba pálido como consecuencia de la operación.

—Poca cosa —respondió ella sin faltar a la verdad. En esencia, todo habían sido bravatas y amenazas veladas, junto con alguna que otra floritura y alguna que otra pulla por parte de Andrew. A Ginny le gustaba su estilo—. Más que nada querían saber si íbamos en serio con la acusación. Andrew les ha dicho que sí, pero con más palabras. También los ha amenazado un poquito y luego nos hemos ido. —Ginny lo había resumido sucintamente, eliminando las frases con segundas del prelado y sus intentos de chantaje—. Andrew conocía al prelado de antes, lo que no nos vendrá nada mal. Creo que después de esto la archidiócesis se pondrá más seria. Sospecho que tenían la esperanza de que tirásemos la toalla antes de que la cosa llegase al gran jurado, pero no va a ser así.

Se cambió y se puso unos vaqueros, una camiseta y sandalias. Después, ya más relajada, telefoneó a la terapeuta que le había recomendado Andrew y esta le dio cita para la semana siguiente. Entonces le habló a Blue del asunto.

Andrew llamó esa noche para ver qué tal estaba el chico. Ginny lo notó cansado, y él reconoció que había tenido un día muy largo.

—¿Qué tal va el paciente? —preguntó Andrew ya prácticamente como un amigo.

—Pues empezando a impacientarse, diría yo. Quiere ir a la playa mañana, pero creo que debería esperar unos días más.

—¿Qué te parece si me paso mañana a verlo por la noche y os llevo algo de cena? —propuso él.

A Ginny le pareció todo un detalle.

—Está que mata por una Big Mac —respondió riéndose.

—Creo que podemos cenar algo mejor.

Tengo cerca el Zabar’s. Me acercaré mañana a veros después de trabajar e iré con una cesta para llevar. —Se brindó con generosidad—. Ah, y no te olvides de nuestro partido de los Yankees. —Sería el día del cumpleaños de Blue. Ginny se preguntó si era tan detallista con todos sus clientes. Parecía sentir debilidad por Blue—. Hasta mañana por la noche —se despidió, después de haber charlado con ella un ratito más. Ginny le contó entonces a Blue que Andrew iría a cenar con ellos al día siguiente.

—Le gustas —dijo Blue con una sonrisa bobalicona.

—Le gustas tú —lo corrigió ella.

La noche siguiente, Andrew se presentó en el apartamento con un ramo de flores para ella y una cena opípara. Había varios tipos de pasta, pollo asado, ensaladas, diferentes quesos franceses de calidad, una botella de un vino francés excelente para él y Ginny, y una montaña de postres. Los tres lo repartieron todo por la mesa del comedor y disfrutaron de los manjares. Blue y él hablaron de béisbol y de música. Y cuando el chico se fue a dormir, los mayores se quedaron charlando, de los viajes de Ginny y de los recuerdos de él de Roma, a la que tanto había querido.

—Es la ciudad más romántica del mundo —dijo con nostalgia. Viniendo de un exsacerdote, el comentario resultaba algo extraño y Andrew, consciente de ello, sonrió—. Me di cuenta después de dejar la Iglesia. Algún día me encantaría volver. Fue alucinante estar en el Vaticano, pero trabajaba quince horas al día. Cuando terminaba, solía dar largos paseos nocturnos. Es una ciudad exquisita. Deberías llevar a Blue alguna vez. —La trataba como a una amiga más que como a una mujer. Era agradable poder compartir con él sus preocupaciones en relación con Blue, y sus esperanzas.

—Hay muchos sitios a los que me gustaría viajar con él, pero no a los países en los que trabajo. A lo mejor puedo tomarme un descanso y viajar con él a Europa el año que viene.

—Me parece que te lo has ganado.

—Estaba pensando en llevármelo a algún sitio unos días antes de que empiecen las clases.

—Deberíais ir a Maine. Yo pasaba los veranos allí, de niño. —Entonces se le ocurrió una idea y la cara se le iluminó—. ¿Te gusta navegar?

—No navego desde hace años. Pero me gustaba mucho.

—Tengo un velero ridículamente pequeño en Chelsea Piers. Es mi niña bonita. Salgo con él los fines de semana cuando no estoy hasta arriba de trabajo. Deberíamos salir con Blue algún fin de semana.

Como le pasaba a Ginny, también él quería que Blue conociese alguna de las alegrías de este mundo. A ella le pareció que podía ser un plan divertido.

Siguieron hablando un rato, sobre los veranos de su infancia en Maine y los de ella en California, mientras apuraban el vino. Fue una velada agradable, relajante, con sabor familiar. Ginny le dio las gracias por la deliciosa cena. Antes de marcharse, Andrew le prometió que la llamaría para cerrar el plan de salir con el velero.

Al día siguiente, Ginny recibió noticias de Ellen Warberg, de SOS/HR. Le comunicaba que tenían un proyecto en la India al que estaban planteándose enviarla. Se trataba del refugio para mujeres jóvenes que habían sido sometidas como esclavas sexuales; los trabajadores de las organizaciones humanitarias estaban rescatándolas o comprándolas una a una para salvarlas. En el campamento había ya más de un centenar de chicas. A Ginny le pareció interesante, pero en esos momentos tenía demasiadas cosas entre manos en casa.

—¿Cuándo necesitáis que salga para allá? —preguntó. Su tono de voz denotaba preocupación.

—Nuestra cooperante principal, que ejerce de responsable del lugar ahora mismo, tiene que estar de vuelta en Estados Unidos el diez de septiembre, así que creo que, como muy tarde, podemos mandarte allí en torno al cinco, para que pueda ponerte al corriente de todo antes de irse. Al menos no viven en condiciones extremas y, para variar, no estarás expuesta a disparos.

Sin embargo, la fecha que le había mencionado era el día en que Blue empezaba en el instituto de LaGuardia Arts y no faltaban más que tres semanas. A Ginny no le hacía ninguna gracia que tuviese que estar en la residencia el primer día de clase de un instituto nuevo que tanto lo entusiasmaba. Quería estar con él, para apoyarlo. Sin embargo, no estaba segura de si su jefa en SOS lo entendería. Ellen no tenía hijos y nunca había estado casada; su interés por la infancia era más político que otra cosa y en una escala mucho más grande que un solo adolescente el primer día de instituto. Ginny se lo pensó rápidamente y contestó:

—Es la primera vez que te digo esto, pero, con el corazón en la mano, no puedo estar allí en esa fecha. Tengo mucho lío aquí en estos momentos —dijo, pensando en la vista con el gran jurado, en que el padre Teddy posiblemente tendría que comparecer justo después, en que Blue empezaba en un nuevo centro educativo y en la investigación abierta para encontrar más víctimas. No veía factible viajar a la India a primeros de septiembre y no estar con Blue para apoyarlo en el arranque en el nuevo instituto y con las acciones penales inminentes.

—¿Cuándo crees que podrías ir? —preguntó Ellen con voz tensa. Tenía que cubrir el puesto con rapidez. Pero también era muy consciente de que Ginny había aceptado todas las misiones que le habían propuesto, por terribles que fueran, sin una sola queja, desde hacía más de tres años. Tenía derecho a rechazar una.

—Para mí lo ideal sería poder pasar aquí el mes de septiembre entero. A ver si puedes encajarlo así. Luego, a primeros de octubre ya podré ir a dónde digáis. —De esa manera, dispondría de un mes y medio sin moverse del país, lo cual le parecía un margen suficiente de tiempo para dejar las cosas encarriladas y a Blue hecho a la nueva situación. Entonces podría marcharse sin mala conciencia a desempeñar su trabajo para la organización.

—Creo que no habrá problema. Mandaremos a otra persona a la India, ya sé a quién. No tiene tanta experiencia como tú, pero quiere ir y creo que lo hará bien. Y a ti te mandaremos a otro sitio en octubre, Ginny. No puedo prometerte un destino concreto, y si sales el uno de octubre, te mandaremos a casa en torno a la Navidad o justo después de las fiestas, para que estés tres meses en el sitio.

Lo iba organizando mentalmente a medida que lo pronunciaba en voz alta, y a Ginny se le vino el mundo abajo a medida que la oía. Iban a nombrarla tutora legal de Blue y era responsable de él; que la mandaran a casa «justo después de las fiestas» iba a ser un duro golpe para él. No quería verse obligada a dejarlo en un centro de menores por Navidad mientras ella pasaba las fiestas en un campamento de refugiados en la otra punta del planeta, sin siquiera poder comunicarse con él. Cada día que pasaba se le complicaba más la vida, sobre todo teniendo en cuenta que el pleito contra la Iglesia estaba a punto de subir de forma drástica de temperatura.

—Arreglado —sentenció Ellen alegremente—. Que disfrutes de esta temporada en casa. —Ella imaginaba que Ginny estaba de vacaciones, yendo al cine, a museos. No tenía ni idea de que ya hacía casi ocho meses que había acogido bajo su protección a un chaval de la calle.

Ginny seguía pensando en todo eso cuando Andrew la telefoneó para comunicarle que habían fijado un día de la semana siguiente para que el gran jurado viese el caso y que era posible que la citasen para entrevistarla. También le contó que había salido a la luz otra víctima en Chicago, otro monaguillo. Andrew se imaginaba la reacción de Cavaretti. Las cosas no pintaban bien para el clero. Se dio cuenta de que Ginny parecía tener la cabeza en otra parte, pues apenas había reaccionado a la noticia de que habían encontrado a otra víctima del padre Teddy en St. Anne.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó.

Generalmente, cuando le contaba novedades sobre avances en el proceso, Ginny solía implicarse más. En ese momento, daba la sensación de tener un montón de cosas en la cabeza.

—Es que estaba negociando con mi jefa. Querían mandarme a la India dentro de un par de semanas, pero es mal momento para dejar solo a Blue. He conseguido que me permita pasar todo septiembre aquí, con la condición de que me vaya el uno de octubre. Pero eso quiere decir que lo más seguro es que no esté aquí para las Navidades. Estamos en paz. Lo que pasa es que siempre tiene que haber una pega en alguna parte.

Andrew no dijo lo que pensaba en voz alta, pero veía difícil que pudiera compaginar un trabajo como el suyo y la tutela de Blue, sobre todo si cada vez que viajaba estaba fuera varios meses, en total tres cuartas partes del año.

Ella también estaba dándose cuenta. Y le generaba mucha presión. La labor que hacía era importante para ella, pero Blue también lo era, y el chico la necesitaba.

—Todo era bastante fácil cuando no tenía a nadie en mi vida.

—Por eso mismo no me caso yo —dijo él riéndose, tratando de aliviar un poco la tensión de Ginny—, así me puedo ir a la India o a Afganistán en cualquier momento. —No entendía cómo se las ingeniaba ella para desempeñar ese trabajo y soportarlo durante largos períodos de tiempo, con Blue o sin él. Le parecía admirable y rayano en la santidad, aunque a veces también imprudente. Pero era como si a ella no le importasen ni los peligros ni las penurias, al menos hasta ese momento.

—Y añade Siria a la lista. En fin, ya veré cómo me las arreglo y adónde querrán mandarme cuando llegue el día. Por lo menos por ahora no me muevo de aquí.

—Me parece buena idea, al menos hasta después de la comparecencia y de que lo dejemos todo listo para la demanda civil. —Aún no iba a presentarla, pero había bastante que hacer—. Además, no se sabe lo que llegará a la prensa ni la dureza con que contraatacará la Iglesia. Lo mismo lanzan un par de bombas por encima de la tapia.

Le había asegurado a Blue que permanecería en el anonimato, cosa que en su caso estaba garantizada por ser menor de edad, pero no se sabía lo que podrían contar sobre Ginny o sobre los motivos por los que se había involucrado.

Y a medida que las cosas se caldeaban, Andrew empezó a temer que la archidiócesis no jugara «limpio». Por eso le parecía que lo mejor era que Ginny se quedara un tiempo en el país para apoyar a Blue. Con todo, podía imaginarse la presión que le estaba generando, en un trabajo en el que prácticamente pasaba fuera la mayor parte del tiempo y en el que rara vez tenía acceso a buenas comunicaciones. No tenía la vida montada para dar cabida a un adolescente. Ni a ningún otro tipo de relación de apego. Lo cual hasta entonces le había resultado perfecto.

—¿Cómo te lo planteas a la larga? —le preguntó.

Ella también se lo preguntaba. Si Blue se quedaba a vivir con ella, posiblemente tendría que tomar algunas decisiones difíciles.

—Pues ni siquiera soy capaz de planteármelo aún —respondió con cautela—. De momento voy a tratar de pasar el mes de septiembre aquí, luego a concentrarme en el siguiente viaje y a partir de ahí ya veré. Hasta ahora, estos últimos años, lo único que tenía que hacer era sostener una palangana de andrajos sanguinolentos en un quirófano móvil sin desmayarme, subir alguna que otra montaña y procurar que no me alcanzaran las balas de algún francotirador. Nadie me esperaba a la vuelta, nadie se preocupaba de saber dónde estaba, las más de las veces, salvo mi hermana de vez en cuando, pero ella tiene su vida y una familia de la que ocuparse. Ahora, de repente, tengo todas estas cosas en marcha aquí. No contaba con esto. —En ningún momento se lo había imaginado, ni por lo más remoto, cuando en Nochebuena, hacía casi ocho meses, dejó que Blue durmiera en su sofá.

—Yo creo que la vida funciona precisamente así. Que justo cuando crees que lo tienes todo organizado y atado a la perfección, alguien estornuda, o Dios sopla por encima, y todo el montaje de bloques de construcción se viene abajo.

Desde luego, era lo que le había pasado a Ginny hacía casi cuatro años cuando Mark, Chris y ella salieron de aquella fiesta dos días antes de la Navidad. Y en la actualidad, cuando al fin tenía una vida que encajaba por completo con su situación, todo se ponía patas arriba de pronto otra vez y le tocaba volver a ordenar las cosas. Pero, por lo que a ella respectaba, Blue era un problema estupendo del que ocuparse. Solo tenía que hallar la manera. De momento no deseaba tener que renunciar a nada, ni a su trabajo, que la apasionaba, ni a él. Y ya como tutora de Blue, se sentía aún más comprometida con él. Para ella se trataba de mucho más que un mero trámite.

—Avísame si crees que puedo echarte una mano de alguna manera. Puedo ocuparme de ver cómo está cuando estés de viaje, si quieres; ir a verlo al albergue otra vez.

No obstante, ambos sabían que Blue necesitaba algo más. Necesitaba la vida doméstica que no había tenido hasta que ella apareció en su vida, y Ginny era consciente de que ejercer de madre no era un trabajo a tiempo parcial.

—Supongo que tendré que ir viéndolo sobre la marcha.

Andrew pensó que no sería mala idea que limitase su exposición frecuente a peligros. Pero la veía muy comprometida con su trabajo. Y de todas maneras, el tiempo que le dedicase a Blue, mucho o poco, beneficiaría al chico, como ya había ocurrido.

—Por cierto, este fin de semana no tengo que trabajar —dijo, como cayendo de pronto en la cuenta—. Podría llevaros a dar un paseo en el velero el domingo.

A Ginny le encantó la idea. De pronto se preguntó si Blue se mareaba en los barcos y se dio cuenta de que seguramente nunca había tenido ocasión de averiguarlo.

Esa noche, durante la cena, le habló de la invitación de Andrew y Blue respondió entusiasmado. El sábado irían a ver el partido de los Yankees y a lo mejor el domingo a navegar. Estuvieron un rato hablando de eso, y luego Ginny le dijo que habían puesto fecha para la vista con el gran jurado. También le contó que había hablado con SOS y que no tendría que volver a viajar hasta al cabo de seis semanas. Él se alegró aún más de esto último. A Ginny su mirada de alivio le llegó a alma.

—Tenía miedo de que no estuvieses aquí cuando empezase el instituto —dijo en voz baja.

—Yo también. No podía irme antes de eso —respondió ella, también bajando la voz, pues notaba el peso de su responsabilidad hacia él.

—Ojalá no te mandasen lejos tanto tiempo —añadió Blue con tono melancólico—. Te he echado de menos cuando has estado fuera —reconoció.

Ginny asintió.

—Y yo a ti. A lo mejor pueden asignarme misiones más cortas. —Sabía, sin embargo, que esa no era la naturaleza de su trabajo y que una de las ventajas que ella representaba para SOS era que, hasta la fecha, no había tenido ataduras de ningún tipo. De pronto sentía remordimientos por tener que dejarlo durante meses en el centro de menores. El paisaje de su vida estaba cambiando a pasos agigantados.

La noche que fueron a ver el partido de los Yankees con Andrew por el cumpleaños de Blue fue uno de los mejores momentos de su vida. Andrew los recogió con el Range Rover que conducía los fines de semana. Blue estuvo hablando por los codos, emocionado, durante todo el trayecto hasta el estadio, con la gorra de los Yankees puesta. Andrew tenía varias sorpresas preparadas para él. Antes de que diera comienzo el partido, se lo llevó al campo y le presentó a unas cuantas estrellas más que ya estaban en la caseta del banquillo; felicitaron a Blue por su cumpleaños y le firmaron otras dos pelotas, que él, cuando volvieron con Ginny a las gradas, le rogó que guardase en su bolso y las protegiera con su vida. Andrew compró perritos calientes para los tres y, justo antes de que comenzase el encuentro, aparecieron las palabras «Feliz cumpleaños, Blue» con letras luminosas en el marcador. Al verlo, a Ginny casi se le saltan las lágrimas y Blue dejó escapar un grito de felicidad. No podía dejar de sonreír. Ginny y Andrew se miraban por encima de su cabeza y, cuando tomaron asiento, tanto ella como Blue le dieron las gracias.

El partido en sí también fue emocionante. Estuvo empatado hasta que los Yankees ganaron en la duodécima entrada, con jugadores en todas las bases. Blue se puso a dar saltos mientras los jugadores corrían para marcar el tanto de la victoria. De nuevo, cuando ya se iban, apareció su nombre en el marcador. Ese regalo de cumpleaños era el sueño de cualquier chico de su edad. Ginny también lo pasó en grande.

Andrew fue con ellos al apartamento para tomar la tarta que ella había mantenido escondida.

—Nunca había tenido un cumpleaños como este —declaró Blue solemnemente después de soplar las velas, mirándolos—. Sois mis mejores amigos.

Entonces se acordó de las dos pelotas autografiadas que estaban en el bolso de Ginny. Las sacó y las colocó muy orgulloso en la estantería de su cuarto, junto a las que había conseguido con Andrew la vez anterior.

—Le has hecho vivir un cumpleaños increíble —dijo Ginny a Andrew al tiempo que le servía una porción de la tarta. Se sentaron a la mesa de la cocina, tan pequeña que apenas cabían los tres.

—Es un placer poder hacerlo feliz —respondió Andrew con una tenue sonrisa—. No cuesta mucho.

Blue regresó entonces a la cocina y se sentó a comerse su trozo de tarta. Había sido una noche perfecta.

—Es la primera vez en mi vida que tengo tarta de cumpleaños —dijo con gesto meditabundo cuando se hubo tomado dos trozos.

Los dos adultos se quedaron atónitos. Esa sola frase ponía en perspectiva cómo había vivido Blue en el pasado, una vida tan diferente de la de Andrew y de la de Ginny, con familias estables y hogares tradicionales.

Andrew les contó que tenía dos hermanos mayores que le habían hecho la vida imposible. Uno era abogado y trabajaba en un bufete de Boston, y el otro era catedrático en Vermont. Los dos habían pensado que estaba loco cuando se hizo cura.

—Y tengo un sobrino de tu edad —añadió, sonriendo a Blue—. Quiere jugar al fútbol en el instituto y a su madre le va a dar algo. —Esta vez sonrió a Ginny.

Ella advirtió entonces que los dos tenían sobrinos pero no hijos. Cuando terminaron la tarta y fueron al salón, Andrew observó las fotos de Mark y de Chris.

—Era un niño precioso —le dijo a Ginny amablemente.

Ella asintió, sin poder pronunciar palabra. De vez en cuando, seguía formándosele un nudo en la garganta. Andrew lo percibió y, por eso, se puso a hablar con Blue del partido. Los dos estaban de acuerdo en que los Yankees habían desplegado un juego magistral. Andrew le prometió que si llegaban a la Serie Mundial, le llevaría a verlos. Al oírlo, Ginny se dio cuenta de que en esas fechas estaría fuera. De pronto le pareció duro tener que perderse cosas que eran importantes para Blue. Pero también sentía un deber para con su trabajo.

Antes de irse, Andrew volvió a felicitar a Blue por su cumpleaños y quedó en verlos a la mañana siguiente en los Chelsea Piers.

Fue otro día inolvidable para el chico. Andrew le enseñó a navegar con su precioso velerito, un viejo barco de madera que había restaurado él mismo. Ginny lo ayudó a manejar los cabos al alejarse del muelle. Hacía el típico día soleado del mes de agosto, espectacular y con una brisa perfecta. Luego lo ayudó con las velas, y Andrew le enseñó a Blue lo que tenía que hacer. Enseguida le cogió el tranquillo. Estuvieron surcando el mar a buena velocidad durante un rato. Luego atracaron en un pequeño puerto, donde Andrew echó el ancla. Almorzaron y se quedaron tumbados en cubierta, tomando el sol. El velero era ideal para los tres.

—Normalmente salgo yo solo —explicó Andrew a Ginny mientras observaban a Blue, en la proa. Ginny se volvió hacia él y percibió que era un hombre solitario, como suele ser la gente de mar—. Es un placer tener gente a bordo —añadió con una sonrisa—. El verano pasado fui con el velero hasta Maine. Mi familia sigue teniendo una casa allí, y yo intento pasar una o dos semanas al año para estar con los hijos de mis hermanos. Soy el tío raro que fue cura. —No parecía importarle ser diferente o estar solo. Era una soledad muy semejante a la de Ginny en ese momento, o hasta que Blue había aparecido, en realidad.

—Yo creo que empieza a gustarme ser rara —dijo ella sonriendo de oreja a oreja—. Mi hermana también cree que soy rara. Ya no tengo claro qué es lo normal.

En su día, lo normal había sido casarse y tener un hijo. En la actualidad, era vagar por el mundo como un alma perdida, alojándose en campamentos de refugiados. Y, para él, ayudar a chicos que habían sufrido abusos por parte de sacerdotes. Lo normal en su caso era la vida tal como la vivían, completamente diferente de la que habían imaginado y planeado. Consistía en disfrutar de los buenos momentos cuando llegaban, como aquella jornada juntos en el velero.

Hacia el final del día, el abogado había hecho un marinero de Blue. Andrew maniobró hasta los Chelsea Piers y, una vez allí, encendió el motor para entrar en el embarcadero. Ginny y Blue, por su parte, ayudaron a amarrar bien el barco. Después Blue echó una mano a Andrew para limpiarlo con agua. Los tres dijeron que había sido un día genial, se habían relajado, habían conversado y, cuando Andrew los llevó a casa, le dieron las gracias por todas esas horas maravillosas. Ginny lo invitó a subir a comer algo, pero él se disculpó diciendo que tenía trabajo que hacer. Sin saber muy bien por qué, ella notó que él se refugiaba en su trabajo para mantener la distancia con el resto del mundo. Era donde podía esconderse, como había hecho cuando era sacerdote.

—Ojalá tuviésemos un barco —comentó Blue con chiribitas en los ojos cuando subían en el ascensor.

Ginny se rio.

—No te me pongas estupendo, Blue Williams —bromeó, y él sonrió enseñando los dientes.

—Algún día seré un compositor famoso, ganaré un montón de pasta y te compraré un barco —dijo, entrando detrás de ella en el apartamento.

Ella se volvió para mirarlo y pensó que sería capaz de hacerlo. Las posibilidades eran infinitas. Ya nada era imposible para él.

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