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El senador que la había invitado a hablar en la subcomisión de derechos humanos internacionales había previsto que la recogiese un coche en Union Station, en Washington. Ginny tuvo el tiempo justo de parar para comprar un bocadillo por el camino. Quería oír a los demás ponentes. Al llegar, la condujeron al interior del edificio. Estaban esperándola. Se sentó en el asiento que le habían reservado entre el público y escuchó, profundamente conmovida, a los dos primeros ponentes, quienes informaron sobre atrocidades cometidas contra mujeres en África y Oriente Próximo. El presidente de la subcomisión suspendió la sesión para hacer una pausa, y Ginny aprovechó para peinarse y pintarse los labios.

A continuación llegó su turno de palabra. La acompañaron a un estrado dispuesto de forma que miraba de frente a los miembros de la comisión, los cuales ocupaban a su vez una tribuna elevada. Leyó el discurso que había preparado acerca de la situación profundamente preocupante de los derechos de las mujeres en Afganistán. No había nada nuevo en todo lo que explicó, pero su forma de expresarlo conmocionó a todos y los ejemplos que puso hicieron que se revolvieran. Habló durante cuarenta y cinco minutos, y cuando terminó, la sala quedó sumida en un silencio sepulcral, mientras los presentes trataban de recuperarse de lo que habían escuchado.

Se sintió satisfecha por haber hecho las cosas bien, lo que le recordó fugazmente su época en la televisión, cuando disfrutaba ejerciendo el oficio de periodista. Había guardado bajo siete llaves esas habilidades para convertirse en otra persona, en alguien que viajaba a países en conflicto, vivía en condiciones penosas durante el tiempo que pasaba en ellos y trataba de curar las dolencias del mundo en la medida de lo posible. Pero durante esos cuarenta y cinco minutos, con su traje azul marino y sus zapatos de tacón, de pronto había formado parte nuevamente de un mundo diferente. Y al bajar del estrado, se sentía bien. Era una lástima que Blue no hubiese estado allí para verlo. Le habría resultado interesante percibir la tensión del Senado en acción, ver cómo funcionaba. Además, dirigirse a una comisión de la cámara alta no era algo que Ginny hiciese todos los días. Incluso ella estaba impresionada.

El presidente de la subcomisión le dio las gracias, y ella regresó a su asiento. Poco después, el senador agradeció a todos su asistencia y dio por finalizada la sesión. Varios fotógrafos de prensa hicieron fotos a Ginny cuando abandonaba la sala. En el exterior del edificio, la esperaba un coche para llevarla a la estación, donde subiría al Acela para regresar a Nueva York.

En el tren, se quedó dormida, y estuvo de vuelta en su apartamento a las diez de la noche. Había sido un día agotador. Después de darse un baño y reflexionar sobre todo lo que había ocurrido, se metió en la cama preguntándose si Blue se presentaría al día siguiente. Temía que no apareciese y se planteó si debía acercarse otra vez a la estación para hablar con él o dejarlo tranquilo. Tenía derecho a vivir como quisiera; ella no podía obligarlo a escoger una vida mejor. La decisión, en última instancia, era de Blue.

A la mañana siguiente, estaba tomándose una taza de café y ojeando las noticias online, cuando sonó el timbre de abajo. En ese momento estaba leyendo la noticia de The New York Times sobre su discurso del día anterior. Era favorable. Fue a responder por el telefonillo con la esperanza de que se tratara de Blue y se llevó una alegría al oír su voz. Le abrió y el ascensor lo subió en un minuto, mientras ella lo aguardaba con la puerta abierta. Aún llevaba puesta la parka, y le pareció que estaba más alto y con aspecto algo más maduro que hacía tres meses. La vuelta a las calles lo había cambiado. Se lo veía menos aniñado, mayor. El muchacho vaciló un momento, y ella le hizo una seña para que se sentara en el sofá en el que había dormido tiempo atrás. Mientras se quitaba la parka para sentarse, Ginny lo notó algo incómodo en el piso.

—¿Has comido? —Él asintió con la cabeza, y Ginny no insistió, aunque se planteó si sería verdad—. Bueno, ¿qué tal te ha ido? —le preguntó educadamente, mirándolo a los ojos para sondear la verdad de su respuesta.

La vida en la calle no era un camino de rosas. Vio que Blue llevaba la mochila del colegio y dedujo que guardaba el portátil dentro. Ya no tenía dónde dejar sus objetos de más valor, por lo que los llevaba consigo.

—Estoy bien —respondió en voz queda—. Leí lo del cooperante que murió de un disparo de un francotirador en Afganistán. Me alegro de que no fueses tú —añadió con sinceridad.

—Estaba con él. Era encantador —dijo ella, recordando a Enzo—. Precisamente por eso nos mandaron antes a casa a algunos de nosotros. Volví hace casi dos semanas y llevo todo este tiempo buscándote. —Lo miró a los ojos, y entonces él apartó la mirada para rehuirla.

—Estoy bien —repitió él—. No me sentía cómodo en Houston Street. No me gustaban algunos chicos.

—Pues ojalá no te hubieses ido. ¿Y qué hay de la escuela? ¿Qué piensas hacer con los estudios? Ya sabes lo que opino.

Blue asintió.

—No sé. Hasta los profesores pasaban de si hacíamos los deberes o no. Todo me parecía tan absurdo… pasarme el día entero sentado perdiendo el tiempo.

—Ya sé que es lo que parece, pero es importante que vayas a clase.

Blue casi gruñó al oírlo, como si se diese cuenta de que era verdad.

—Quiero volver —dijo con un hilo de voz, apenas audible, mirándola de nuevo a los ojos.

—¿A vivir conmigo? —Ginny lo miró asombrada. Ella creía que también había echado esa idea en saco roto. Pero había ido a su casa.

Él respondió moviendo la cabeza afirmativamente, y a continuación, con voz más firme y clara, dijo:

—Pensé que no volverías nunca y que por eso daba igual lo que hiciera.

—No da igual en absoluto, para nada —recalcó ella, para que no le cupiera la menor duda—. Te dije que volvería.

Él respondió encogiéndose de hombros.

—No te creía. La gente siempre dice que va a volver y luego es mentira. —Además, le había dado muchísimo miedo que la mataran. Por eso había girado la espalda a todo y había regresado a las calles.

—¿Y qué piensas hacer si vienes a vivir aquí conmigo otra vez? No puedes quedarte en el sofá viendo la tele o jugando en el ordenador.

—No lo sé. —Bajó la cabeza y, al cabo de un momento, levantó de nuevo la cara para mirarla.

—Si te quedas, tendrás que ir al colegio y nada de dejar los estudios. Tendrás que aguantar hasta el final. Dentro de un mes, tengo que salir de nuevo de viaje. Quiero que, mientras no esté, te quedes en el albergue, así sabré que estás bien y no corriendo peligro en la calle. Blue, puedes volver a vivir aquí, pero solo si estamos de acuerdo en eso y te comprometes en serio. No quiero verte tirado en el sofá sin hacer nada solo porque te aburres y te da demasiada pereza ir a clase.

—Lo odio, el albergue y el colegio. Pero si me obligas, iré.

—Eres tú el que tiene que obligarse a ir a clase. Yo no puedo ir detrás de ti como si fuese la policía, y además no me da la gana hacerlo. Si te «obligo» a ir, volverás a escaparte. Tienes que querer lo que te proporcionarán los estudios al final. Y si vamos a formar un equipo en esto, lo que no quiero es que luego, cuando yo no esté, tú andes por las calles. Me daría algo. Es lo que me ha pasado esta vez, y estando tan lejos, en el tipo de sitios a los que voy, no puedo hacer nada. Necesito saber que puedo contar contigo para que hagas lo que dices que harás. Igual que yo cumplo mi palabra cuando te digo que volveré a casa.

Él asintió con gesto serio, y Ginny se dio cuenta de que era sincero. Ella quería ayudarlo y estaba dispuesta a tenerlo en casa con ella, de hecho quería que se quedara en el apartamento, pero no si iba a desaparecer y a dejar los estudios en cuanto ella se diera la vuelta. Necesitaba fiarse más de él.

—Bueno, ¿qué me dices?

—Pues que creo que voy a aborrecer ir a clase y vivir en Houston Street —repuso él con semblante serio. Y entonces sonrió—. Pero lo haré por ti, porque eres buena gente y no quiero causarte el menor problema. Y ahora ¿ya puedo volver aquí?

La cara de gratitud que puso arrancó a Ginny una sonrisa y le llenó los ojos de lágrimas. Ella era lo único que tenía en el mundo. Cuando Blue desapareció, creyó que lo había perdido.

Entonces se le ocurrió una idea.

—Sí, puedes volver. Pero no puedes seguir durmiendo en mi sofá.

—No pasa nada —respondió él, restándole importancia—. En casa de mi tía dormía en el suelo, o en la bañera, cuando estaba su novio. Era un gilipollas —añadió para que quedara claro. Era la primera vez que hablaba de él. Lo que Ginny sabía de aquel sujeto era lo que le había contado Charlene—. Aquí también puedo dormir en el suelo.

—No es eso lo que tengo en mente. —Le hizo un gesto para que la acompañase hasta la habitación extra que había estado llena de cajas sin desembalar desde que se mudara—. Tengo un trabajito para ti. Sueldo mínimo, por supuesto. Vamos a vaciar este cuarto, a desembalar las cajas y a montarte una habitación como es debido, para cuando estés en esta casa. ¿Cómo lo ves?

Los ojos de Blue se iluminaron como los de un chiquillo en Navidad, sin dar crédito.

—Nunca en mi vida he tenido una habitación para mí solo —susurró asombrado—. Ni siquiera cuando vivía con mi madre. Dormíamos en la misma cama, aunque por aquel entonces yo era pequeño. ¿Cuándo podemos hacerlo? —Sus ojos expresaban prisa y emoción.

—Bueno, vamos a ver… —respondió ella, fingiendo que se lo pensaba—. Ya me he leído el periódico. Y me he duchado. Después tengo que bajar a hacer la compra. ¿Por qué no nos ponemos ahora mismo?

Él profirió un grito y la abrazó. Y entonces ella le preguntó dónde tenía sus cosas. Había dejado su maletita de ruedas y el saco de dormir a un amigo de la estación para que se los cuidara, pero podía ir a recogerlos en cualquier momento.

—¿Qué tal si nos vamos a desayunar fuera para celebrarlo, recogemos tus cosas y volvemos a casa para ponernos manos a la obra? Mañana podemos acercarnos a comprar una cama y un mueble con cajones y lo que vayas a necesitar. —Estaba pensando en llevarlo a IKEA o a una tienda que conocía en el centro, que vendía muebles aceptables a precios razonables. Además, ella también quería modernizar un poco sus propios muebles. Estaba empezando a hartarse del aspecto de las cosas de segunda mano y, tras tres años usando lo que había comprado por cuatro chavos cuando se mudó a Nueva York, consideraba que ya les había sacado suficiente partido. De pronto sentía ganas de decorar un poco el apartamento, de transformarlo en un hogar para Blue y para ella.

Un agradable día de abril, iban por la calle los dos juntos camino del McDonald’s y el mundo les parecía un lugar aceptable. Ginny lo había encontrado, y Blue iba a tener su propio cuarto por primera vez en la vida. Los deseos de ambos se habían cumplido. Mientras desayunaban McMuffins, ella le contó sus vivencias en el campamento de Afganistán y volvió a hablarle del instituto de estudios artísticos y musicales.

—¿Quieres que me acerque a verlo? En septiembre acababa el plazo para presentar las preinscripciones para el curso que viene, y también estás fuera de plazo para las audiciones, pero hablé con ellos antes de irme. Si de verdad quieres estudiar allí, podrían considerar tu solicitud como un caso especial y aceptar tu preinscripción si la presentamos ya mismo. Es una pasada por su parte. Si te permiten presentarte y al final te aceptan, tienes que ser responsable, no puedes dejar colgados los estudios ni escaparte. Yo me comprometería a avalarte —añadió con solemnidad, y Blue la miró impresionado—. Y tendrás que hacer una prueba. Eso no tiene por qué suponer un problema para ti. Y si estás estudiando cosas que te gustan, puede que lo pases bien en el instituto.

—Si puedo tocar el piano a diario, me gustará —reconoció él, y se metió otro muffin en la boca. Engullía como si llevase tres meses sin probar bocado.

Después de desayunar, cogieron el metro hasta Penn Station. Ginny bajó las escaleras tras él y luego esperó en el andén a que fuese a buscar a sus amigos a la cornisa del túnel en la que dormían todos por las noches. No había nadie, salvo un chico que debía de rondar los dieciséis años. Ginny vio desde el andén que Blue recogía sus cosas y se quedaba hablando un rato con él. Le había contado que no había chicas en el grupo y que llevaban durmiendo allí todo el invierno. Nadie los molestaba y era un buen sitio para cuando hacía frío. Al poco, ya estaba otra vez con ella, con la bolsa en una mano y el saco de dormir bajo el brazo. Estaba ajado y mugriento, y Ginny le sugirió que comprasen uno nuevo. Al oírlo, Blue se fue corriendo a regalarle el saco a su amigo, un gesto que la conmovió, pues el otro chaval lo aceptó agradecido.

A continuación regresaron al apartamento y se pusieron a trabajar. Ginny encendió la lámpara de techo y echó un vistazo a los rótulos de las cajas. Hasta entonces no se había tomado la molestia de mirarlos y de pronto se dio cuenta de la cantidad de objetos cargados de valor sentimental que contenían las cajas. En unas ponía «Fotos del bebé», en otra «Boda», pero también había cajas, embaladas por Becky, que no tenían ningún rótulo en absoluto. Empezó por esas. Fue un impacto ver fotos de ella, Chris y Mark en marcos de plata, junto con adornos del salón de su casa, algunos de los cuales habían sido regalos de boda. Eran cosas que Becky había considerado que su hermana quizá querría volver a usar. Había un juego precioso de tocador, con cepillos y peines antiguos de carey, que le había regalado Mark un año por su cumpleaños; libros encuadernados en piel que le había regalado ella a él y una caja con los osos de peluche y los juguetes favoritos de Chris, que la dejó muda al abrirla y que cerró inmediatamente. Aún le dolía ver algunas cosas, incluso al cabo del tiempo. En el pasillo de la entrada había un armario vacío que no había utilizado nunca, y se le ocurrió guardar allí todo lo que no fuera a usar o que conservara únicamente por su valor sentimental, como las fotos de su hijo de bebé o el álbum de la boda. No obstante, se alegró de volver a ver otras muchas cosas. Becky había elegido bien.

A primera hora de la tarde, habían terminado de revisar las cajas, y Ginny decidió que, entre otras cosas, compraría una estantería para sus libros favoritos. Había sacado bastantes fotografías enmarcadas y las había colocado en el salón. Notaba que podían volver a formar parte de su decorado vital. La presencia entusiasta de Blue actuaba de amortiguador frente a los sentimientos de soledad y tristeza que tenía al contemplarlas. Él cogió cada fotografía con cuidado y observó con sumo interés las caras de Mark y de Chris, como si quisiera conocerlos a través de aquellas imágenes fijas.

—Era muy mono —comentó en voz baja, al depositar delicadamente una fotografía de Chris en la mesa de ella.

—Sí que lo era. —Coincidió Ginny con lágrimas en los ojos. Y cuando se dio la vuelta, Blue le dio unas palmadas suaves en el hombro y ella se volvió para sonreírle mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas—. Gracias. Estoy bien. A menudo los echo mucho de menos, nada más. Por eso me marcho una y otra vez a sitios disparatados como Afganistán o África. Allí no tengo tiempo para pensar.

Blue asintió como si la entendiese. Él tenía su propio modo de huir de los recuerdos, como dejar colgados los estudios y escapar de todo. Pero los dos sabían que nunca se puede correr tan lejos ni tan rápido como para alejarse totalmente del dolor. Siempre espera a la vuelta de la esquina, y un sonido, un aroma o un recuerdo son capaces de recordártelo.

Miró entonces la hora en su reloj y decidió que aún tenían tiempo de acercarse al centro de la ciudad. Tenía claro qué necesitaban y había medido la habitación. Había espacio para una cama individual, una mesa de estudio, una cómoda y una silla. También quería comprar una estantería, aparte de cualquier otra cosa que pudiera interesarlos. El sitio al que quería ir estaba en el Lower East Side.

—¿Y cómo vamos a traerlo todo desde la otra punta de la ciudad? —preguntó Blue preocupado.

Ella sonrió.

—Te lo traen a asa —respondió muy seria, y él se rio.

Habían pasado un mal trago mirando el contenido de las cajas de Ginny, y a Blue no le gustaba nada verla llorar, pero también pareció alegrarse de encontrar muchos de sus objetos de antes.

En cuanto llegaron a la tienda, se afanaron en buscar cosas nuevas. Ginny encontró una estantería que parecía antigua y que le gustó para el salón, y compró una mesa de trabajo nueva para sustituir la que tenía, tan fea. En cuanto a la mesa de comedor, la suya era medianamente aceptable, pero compró cuatro sillas a juego, además de un sillón de cuero algo gastado que iría bien con el reclinable. No había comprado tal cantidad de muebles de una tacada desde que decoraron la casa de Beverly Hills, y aunque eso apenas representaba una mínima parte de todo lo que había tenido en aquel entonces, en su vida actual no necesitaba más. A continuación echaron un vistazo a los muebles de dormitorio para Blue. Él se quedó plantado, como paralizado, mientras miraba a su alrededor.

—¿Cómo te gustan? ¿De estilo antiguo? ¿Moderno? ¿Blancos? ¿Con acabado de madera? —A Ginny la conmovía verlo así de abrumado.

El chico se acercó casi de inmediato a un conjunto de estilo masculino, pintado de color azul marino. Se componía de una mesa de estudio, una cajonera y un cabecero para la cama. Luego se le iluminó el rostro cuando vio una silla de cuero rojo. Ginny eligió un par de lámparas para completar el conjunto y una alfombra roja para el suelo, pequeña, a juego con la silla. La combinación de todos esos elementos daba como resultado un conjunto propio de una habitación seria pero juvenil. Tenía el aire adecuado para un chico de su edad.

Ella tenía varias láminas y pósteres en las cajas, de su antigua cocina, que quería colgar en las paredes. Y los almohadones de pelo que había salvado Becky para ella iban a quedar genial en el sofá nuevo. En el salón predominarían los tonos beis y grisáceo. En cuanto a su dormitorio, había decidido no tocar nada, ya que los muebles estaban en condiciones aceptables y era todo blanco. En el suelo pondría una alfombra mongola de pelo de cordero, también blanca, que había encontrado en una caja. El apartamento entero iba a sufrir una verdadera transformación. Pagó la compra y quedó con el encargado en que se la entregarían al día siguiente, y por una cantidad extra se llevarían lo que ya no quisiera, que era la mayor parte de lo que tenía. Había sido un día muy productivo.

Después de la expedición a la tienda, pararon en Chinatown y pidieron una cena riquísima en un restaurante que a ella le encantaba. Luego regresaron al apartamento. Cuando llegaron a casa, Blue quería ver una película en la tele, pero Ginny le recordó que tenía clase al día siguiente. Él protestó con un gruñido, aunque luego, al ver la mirada de ella, levantó las palmas de las manos en señal de rendición.

—Vale, vale, lo sé.

Cuando se acostó en el sofá, después de que ella volviese a preparárselo para dormir, Ginny le dijo que se despidiera de él, porque al día siguiente, cuando volviese de la escuela, habría desaparecido.

A la mañana siguiente, Blue arrastraba los pies, pero se marchó. Y Ginny aprovechó la espera de la entrega de los muebles para imprimir la solicitud de inscripción en el instituto LaGuardia Arts, siguiendo las indicaciones que le habían dado. Leyó el impreso atentamente y de nuevo vio que Blue tendría que hacer una audición. Ya habían pasado varios meses desde que cerraran los plazos de presentación de solicitudes, pero si le permitían presentarse y hacer la prueba, tendría opciones. El director del centro, con quien había hablado Ginny, había dicho que podrían hacer una excepción con él en relación con las fechas de presentación, pero que no podían hacer nada si los resultados de la prueba de acceso y de la audición no eran buenos. Tenía que cumplir los requisitos como todo el mundo, y a Ginny le pareció justo. Dejó el impreso encima de la mesa y mandó un correo electrónico a Charlene para decirle que su sobrino había vuelto a vivir con ella, solo para que estuviera al corriente.

En cuanto llegaron los muebles, Ginny se afanó en indicar a los transportistas dónde había que colocarlos y los vio llevarse los trastos viejos. Una vez que todas las piezas estuvieron en su sitio, el efecto de conjunto parecía cosa de magia. Cuando los hombres se marcharon, puso los almohadones de pelo en el sofá gris, que quedó perfecto, y la alfombra de borrego en su cuarto. Tenía además unos cojines de terciopelo que puso también en el sofá, así como uno muy suave, de moer beis, que colocó en el sillón de piel. Sacó más fotografías, de sus padres, de Becky, de Mark y de Chris, y las puso por el salón. También colgó algunas artísticas y pósteres. El baúl que usaba como mesa de centro, con sus viejas pegatinas de viajes, seguía quedando bien, y dejó encima unas cuantas revistas. Las cuatro sillas nuevas para la mesa de comedor supusieron una mejora impresionante. Finalmente llenó la estantería con sus libros.

A continuación se encargó de la habitación de Blue. Todos los muebles nuevos de color azul oscuro eran una preciosidad, y la alfombra y la silla rojas le daban el toque justo de color. Colgó en las paredes del cuarto del chico tres carteles de vivos colores, enchufó las lámparas recién compradas e hizo la cama. Esa misma tarde, el apartamento parecía un lugar completamente distinto.

Cuando Blue volvió de clase, lo hizo pasar y al chico se le abrieron los ojos como platos.

—¡Hala! Pero ¿de quién es esta casa? Se parece a las que salen en esos programas de decoración donde los dueños se van de la vivienda y llega un decorador y lo cambia todo y lo deja como nuevo, y al final acaban todos llorando cuando ven cómo ha quedado.

—Gracias, Blue —contestó ella, conmovida por sus palabras.

Luego fue a ver su cuarto y se hizo el silencio. Ginny se asomó por la puerta y vio que se había quedado parado en el centro de la habitación, mirándolo todo sin poder creérselo. Los pósteres que había colgado en las paredes quedaban genial, las lámparas estaban encendidas y la cama tenía sábanas limpias, una manta y una colcha, esperándolo. Entonces se dio la vuelta para mirarla.

—¿Por qué has hecho esto por mí? —preguntó, comprendiendo de pronto el gran esfuerzo que había hecho ella.

En la tienda de muebles todo aquello le había parecido diferente. Allí era como un hogar en el que vivía con ella, al menos de momento.

—Te lo mereces, Blue —respondió Ginny en voz baja, dándole unas palmadas en el hombro como había hecho él para consolarla el día anterior—. Te mereces una vida alucinante.

Él había mejorado la de ella de manera inconmensurable y ella también había conseguido un hogar, no solo un apartamento lleno de muebles feos que no pegaban ni con cola, un sitio en el que se limitaba a pasar los días entre viaje y viaje. Había tardado tres años en abrir unas cajas repletas de objetos familiares.

Blue le había insuflado la fuerza necesaria parar hacerlo y había sido su inspiración. Algunas cosas seguían causándole dolor al verlas, pero había logrado sacar la cantidad adecuada de fotografías sin que la embargase la emoción. Y estaba preparada para vivir con ellas de nuevo.

Esa noche hicieron la cena entre los dos. Ginny puso unos candelabros en la mesa y encendió las velas. Y después enseñó a Blue la solicitud de inscripción en LaGuardia Arts. Él ojeó los papeles con gesto inquieto.

—No creo que consiga entrar —dijo con aire derrotado mientras pasaba las hojas.

—¿No será mejor que lo decidan ellos? —respondió ella con calma.

Esa misma tarde había vuelto a hablar con el centro y estaban dispuestos a dejarlo presentarse y hacer las pruebas fuera de plazo. Era una oportunidad extraordinaria. No lo presionó; tampoco quería agobiarlo. Después de cenar, Blue tenía que hacer deberes. Lo dejó con sus tareas mientras ella se ocupaba de los platos y reflexionaba acerca del giro radical que había dado su vida desde que Blue había entrado en ella. Luego, cuando se secaba las manos con el trapo en la cocina, miró hacia el comedor y lo vio trabajando en la mesa del salón con la cabeza inclinada sobre los libros. Los muebles nuevos quedaban perfectos y toda la estancia había cobrado un aspecto hogareño. Mientras la observaba, admirada, él levantó la vista hacia ella y sonrió.

—¿Qué miras? —le preguntó, cohibido de pronto.

—Ha quedado bonito, ¿eh?

Era genial tener a alguien con quien hablar, con quien compartir cosas y hacer planes. Sus vidas se habían cruzado en el instante oportuno, tanto para ella como para él. Ginny no había pensado ni una sola vez en tirarse al río desde aquella horrible noche del aniversario, la noche anterior a Nochebuena, y en ese momento tenía objetos personales repartidos por todo el apartamento y a un adolescente que la necesitaba y que, por encima de todo, necesitaba que le dieran una oportunidad y que se merecía poder arrancar con buen pie en la vida. Lo único que podía hacer ella era esperar ser esa oportunidad. Solo de pensarlo, su propia vida ya cobraba sentido.

Volvió a dejar el trapo de cocina en su gancho y apagó la luz. Y Blue prosiguió con los deberes. Esa noche durmió por primera vez en su propia cama. Ginny estaba a punto de quedarse dormida cuando él aporreó la pared. Saltó de la cama, preguntándose si había ocurrido algo, y entonces lo oyó gritar:

—¡Gracias, Ginny!

Sonrió y volvió a sentarse en la cama.

—De nada. ¡Que duermas bien! —respondió, y se metió entre las sábanas con una sonrisa en el rostro.

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