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Les llevó su tiempo reunir todos los documentos de su expediente académico y las recomendaciones que necesitaba, pero Ginny y Blue finalmente rellenaron la solicitud de LaGuardia Arts para el curso siguiente, a la que adjuntaron una redacción en la que el chico explicaba por qué era tan importante para él. Al día siguiente, Ginny lo entregó todo en persona en la secretaría. Le dieron día y hora para la audición, la semana siguiente. Blue estaba muy nervioso. Ella estaba haciendo todo lo posible por tranquilizarlo para que no se bloquease por culpa del pánico, y le prometió que lo acompañaría. Había llamado al subdirector del colegio para disculparse de mil maneras en nombre de Blue y explicarle su situación doméstica. Le habló también de la solicitud de ingreso en LaGuardia Arts y prácticamente le suplicó que hiciese lo que estuviera en su mano para ayudar a Blue a entrar. El subdirector respondió que no sería fácil, teniendo en cuenta la cantidad de faltas de asistencia que acumulaba, pero reconoció que sus notas eran buenas y que era un alumno capaz. El hombre redactó una recomendación muy buena en ese sentido. Aseguró a Ginny que si las calificaciones de Blue no bajaban en los exámenes finales y presentaba los trabajos que le quedaban, se graduaría en junio. Ginny recalcó al chico lo importante que era eso si quería entrar en LaGuardia, un instituto mucho más divertido e interesante que uno normal y corriente.

Iban hablando del tema mientras andaban por la calle, y ella le preguntó qué trabajos del trimestre tenía pendientes. De pronto se había convertido en la madre sustituta de un adolescente, con todo lo que eso entrañaba. De cualquier modo, era un trabajo a tiempo parcial, ya que pasaba fuera tres de cada cuatro meses y solo lo tendría en casa durante cuatro meses y medio al año. Aun así, suponía todo un proceso de aprendizaje para ambos.

Pasaban por delante de una iglesia, y ella entró, como solía hacer. Le gustaba encender unas velas por Chris y Mark. Blue la esperó fuera pacientemente. Él no tenía la menor intención de pisar la iglesia. Y esta vez, al salir Ginny vio que el chico parecía molesto.

—¿Por qué lo haces? Solo sirve para dar dinero a los curas, y son todos un hatajo de ladrones y mentirosos. No necesitan el dinero. —Su tono era áspero.

—Me siento bien haciéndolo —se limitó a responder ella—. No estoy rezando a los curas. Me reconforta encender unas velas. Llevo haciéndolo desde que era una niña. —Continuaron caminando, pero él no comentó nada más, y Ginny se armó de valor y le preguntó por ese desprecio que sentía hacia los sacerdotes, las iglesias y todo lo que oliese a religión. Era evidente el enojo que le producía y en ocasiones su odio a los curas era exacerbado. Sabía que su madre había cantado en un coro, de modo que la religión no podía resultarle del todo ajena—. ¿Por qué odias tanto a los curas, Blue?

—Porque sí. Son malos. Hacen creer a todo el mundo que son buenos, pero no es verdad.

—¿Como quién? —Lo veía tan convencido que despertó su curiosidad—. ¿Conociste a algún cura malo cuando eras pequeño? —Se preguntó si quizá tenía algo que ver con la muerte de su madre.

—Sí, el padre Teddy —respondió con un gesto furibundo que la sorprendió—. Es el cura de la parroquia de mi tía. Jugaba conmigo en el sótano.

Ginny estuvo a punto de dar un traspié cuando lo dijo. Evitó poner cara de susto o transmitirle alarma.

—¿Qué quieres decir con que jugaba contigo? —Trató de adoptar un tono neutro, pero de repente se le encendió una luz roja en el cerebro. Y el hecho de que él hubiese sacado el tema era una muestra de la confianza que tenía en ella.

—Me besaba —dijo Blue, mirándola a la cara con aquellos ojos azules que le llegaban al alma—. Y me obligaba a besarlo a él, encima. Me decía que a Dios le gustaría y que quería que lo hiciese.

—¿Cuántos años tenías?

—No lo sé. Fue después de que muriera mi madre, nueve o diez quizá. Me dejaba tocar el piano que tenían en el sótano para las reuniones de la parroquia, pero me avisó de que si se lo contaba a alguien se metería en un lío, así que tenía que mantenerlo en secreto. No podía decirle a nadie que me dejaba bajar. A veces me pasaba toda la tarde tocando. Era cuando me obligaba a besarlo. Creo que habría hecho cualquier cosa con tal de poder tocar aquel piano. A veces se sentaba conmigo en el banco, y una vez me besó en el cuello y luego me… ya sabes… hizo cosas… que yo no quería, pero él me dijo que no podría volver nunca si no le dejaba.

Ginny notó que empezaba a marearse al intentar armarse de valor. La imagen mental de la escena que estaba describiendo Blue le revolvió las tripas. Quería hacerle una pregunta vital, pero no sabía cómo formularla de una manera que no se sintiera avergonzado.

—¿Él…? ¿Tú lo hiciste con él? —preguntó, procurando parecer lo más afable posible, que no se sintiera juzgado, al tiempo que crecía su rabia hacia el sacerdote que había sido capaz de hacerle aquello, de abusar de un niño.

Blue negó con la cabeza.

—No, no lo hice. Creo que él quería. Pero dejé de bajar al sótano antes de que me obligara. Solo me tocó, unas cuantas veces… ya sabes… ahí… y me metía las manos por dentro de los pantalones mientras yo tocaba. Decía que no era su intención, pero que tocaba tan bien el piano que lo tentaba. Decía que era culpa mía y que, si se lo contaba a alguien, me metería en un buen lío, por ir por ahí tentando a los curas de esa manera. Decía que hasta podía ir a la cárcel como mi padre. Me metía miedo.

»Yo no pretendía tentarlo ni tener problemas con Dios o ir a la cárcel. Por eso dejé de bajar a tocar el piano. Después de misa, me susurraba cosas y me pedía que bajase, pero yo no fui nunca más. Él venía a visitar a mi tía los domingos después de misa. Ella pensaba que era lo mejor que le había pasado en la vida y que era un santo.

—¿Nunca le contaste lo que te hacía?

—Una vez lo intenté… Le conté que me besaba, pero ella dijo que yo era un mentiroso y que iría al infierno por decir cosas malas del padre Teddy. Entre el infierno y la cárcel, nunca le conté el resto. De todos modos, tampoco me habría creído. No se lo he contado a nadie, solo a ti. —Él notaba que Ginny confiaba plenamente en él y se había sentido bien revelándole el secreto que llevaba cuatro años guardando.

—Blue, eres consciente de que lo que hizo ese hombre estaba mal, ¿verdad? Que es él quien obró mal y que tú no tenías la culpa de nada. Que tú no le «tentaste». Ese hombre es un pervertido y quería culparte a ti de lo que hacía él.

—Sí, lo sé —respondió Blue mirándola con intensidad a los ojos, con cara de niño otra vez—. Por eso es por lo que te he dicho que los curas son unos mentirosos y unos ladrones. Yo creo que solo me dejaba tocar el piano para poder hacerme esas cosas.

Había acertado de lleno, pensó Ginny. Todo había sido una trampa asquerosa para seducir a una criatura inocente y un abuso total de su posición de confianza en la vida del niño. Ponía los pelos de punta. Daba gracias por que no lo hubiese violado. Habría podido hacerlo fácilmente en el sótano de la iglesia, donde no los veía nadie. De pronto se le ocurrió que tal vez otros niños de la parroquia no hubieran tenido la misma suerte. Gracias a Dios que la atracción que ejercía el piano sobre Blue no había sido tan fuerte como para que el cura hubiera llevado aquel abuso más lejos. Y esperó, por el bien de Blue, que esa parte fuera cierta.

—Blue, ese hombre es una persona horrible. La gente va a la cárcel por cosas como esas.

—Qué va, al padre Teddy nunca lo van a meter en la cárcel. Todo el mundo lo quiere, incluida Charlene. Los domingos, cuando él se presentaba en su casa, yo siempre me marchaba. Prefería no estar cerca de él. Y cada vez que Charlene iba a la iglesia, yo le decía que estaba malo. Al cabo de un tiempo, dejó de pedirme que fuera con ella y me dejaba quedarme en casa sin decir nada. No he vuelto a misa y no pienso volver. Es un viejo verde asqueroso. —Su recuerdo le producía escalofríos.

—Cuánto lo siento, Blue. —Y entonces añadió—: No está bien que nadie lo sepa. ¿Y si se lo hace a otros?

—Probablemente ya lo haya hecho. Jimmy Ewald decía que él también lo odiaba. Nunca le pregunté por qué, pero me lo imagino. Él tenía doce años y era monaguillo, y su madre también quería mucho al padre Teddy. Todo el mundo lo quería. Ella solía hacerle bizcochos. Charlene siempre le daba dinero, y eso que lo necesitaba para sus hijos. De verdad que es un mal tipo.

Después de lo que acababa de contarle, a Ginny le pareció que se quedaba corto.

Ginny guardó silencio durante el resto del camino de vuelta al apartamento, pensando en lo que acababa de escuchar. No quería disgustarlo más haciéndole preguntas ni que él se sintiera avergonzado por habérselo contado. Pero imaginarlo como un crío de nueve o diez años del que había abusado un cura la había afectado profundamente. Eran cosas que se leían en los periódicos, pero que nunca pensó que podrían sucederle a alguien que conocía. Blue se había hallado en una situación de vulnerabilidad: su madre había muerto, su padre estaba en la cárcel, y su tía estaba obnubilada por completo con el retorcido cura. No era de extrañar que Blue se negase a pisar una iglesia. A la vez, la emocionaba profundamente que hubiese confiado en ella para contárselo. Quería hacer algo al respecto, pero no sabía ni por dónde empezar ni si en realidad era buena idea. Solo esperaba que le hubiese contado todo y que el sacerdote no lo hubiese sodomizado. La posibilidad hizo que sintiera náuseas. Esperaba de verdad que no hubiese sido el caso. Lo que le había contado era, ya por sí solo, bastante terrible y podía dejarle secuelas psicológicas de por vida. El pobre había sufrido mucho. Y su confianza en ella le pareció en ese instante un regalo aún más grande.

Ginny preparó la cena. Después, Blue se puso con uno de los trabajos que tenía pendientes, sobre el impacto de la publicidad en los niños cuando ven la televisión, para la asignatura de sociales, mientras Ginny fingía leer un libro, aunque no podía pensar en otra cosa que no fuera lo que Blue le había contado esa tarde sobre «el padre Teddy». Una y otra vez le venían a la mente imágenes de Blue en el sótano de una iglesia, tocando el piano, el cura con las manos metidas en los pantalones del niño, culpándolo por «provocarle tentaciones», y amenazándolo con la cárcel.

Esa noche apenas pegó ojo. Cada dos por tres la asaltaba ese tipo de pensamientos. Blue no había vuelto a mencionar el tema por la noche y ella se preguntó si tampoco él podría apartarlo de su mente, si tendría pesadillas. Cuando se lo contó, le había parecido que estaba enfadado pero sereno.

A la mañana siguiente, después de que Blue se fuera al colegio, Ginny se quedó un rato mirando por la ventana del apartamento, absorta en sus pensamientos. Había alguien a quien quería llamar, simplemente para hablar con él de todo aquello. Era Kevin Callaghan, un viejo compañero de su época como periodista de informativos. Se conocían desde hacía años y habían sido muy buenos amigos. Pero cuando murieron Mark y Chris y se mudó a Nueva York, Ginny había cortado lazos con él, al igual que con el resto de sus amistades y conocidos. No quería tener ningún vínculo con el pasado, y hacía más de tres años que no hablaban. Sin embargo, se moría por llamarlo. Era el mejor periodista de investigación del gremio. Si había alguien que supiera lo que podía hacerse, cómo habían sobrellevado semejante situación otras personas y cuál era el procedimiento a seguir, esa persona era él. Y sabría cuáles podían ser las secuelas que algo así dejaría en Blue. Ginny no deseaba hacer nada que pudiera herirlo, pero le parecía una injustica tan clamorosa que alguien explotara de esa manera a una criatura que le daban ganas de denunciar al cura en nombre de Blue. No sabía si sería lo más acertado. Pero, hasta que supiera más, no quería contarle nada de nada al chico.

Esperó a que fuese mediodía en Nueva York, las nueve de la mañana en Los Ángeles. A esa hora Kevin estaría en la redacción, si no andaba por ahí recabando información para alguna noticia. Los sucesos criminales eran su especialidad, y Ginny tuvo la sensación de que estaría al día en lo referente a curas que habían cometido abusos sexuales contra menores. La conversación iba a costarle unas cuantas lágrimas, pues Mark y él habían sido uña y carne. Cuando respondió a su llamada telefónica y Ginny oyó su voz, le temblaban las manos.

—¿Kev? Soy Ginny —dijo con voz ronca. Tenía un nudo en la garganta.

Él respondió con un largo silencio.

—¿Ginny qué más? —No la había reconocido por la voz. Además, después de tanto tiempo, lo último que imaginaba era tener noticias suyas.

—Ginny Carter. Qué bonito que no te acuerdes —bromeó.

Y al enterarse de quién era, Kevin soltó una exclamación.

—¡Qué bonito que no me hayas llamado en tres años, ni me hayas devuelto las llamadas ni hayas respondido mis mensajes de correo y de móvil!

Había pasado un año tratando de comunicarse con ella y al final se había dado por vencido. Había contactado con su hermana para averiguar cómo se encontraba, y Becky le había dicho que era una zombi, que no hablaba con nadie, que había cortado con todo el mundo y que trabajaba con SOS/HR en los lugares más espantosos del planeta con la idea de que la mataran (era como Becky veía la situación). Él se había quedado preocupado, pese a que admiraba lo que hacía. Le había enviado varios e-mails, uno de ellos concretamente el día del primer aniversario de la tragedia, pero como Ginny no había contestado a nada de lo que él le escribía, ya no había vuelto a hacerlo. Pensó que si alguna vez quería hablar con él, lo llamaría. Sin embargo, hacía dos años que había dejado de albergar esperanzas. Y de repente ahí estaba.

—Perdóname —dijo Ginny arrepentida. Volver a oír su voz la conmovía, era un poco como conectar con Mark, pues los dos hombres habían sido grandes amigos. Por eso nunca contestaba, porque le dolía demasiado. Pero en ese caso era diferente, lo hacía por Blue—. Llevo los últimos tres años tratando de olvidar quién fui. Hasta ahora me había dado resultado —le confesó con sinceridad. Ya no era la mujer ni la madre de nadie y, a su modo de ver, sin ellos carecía de identidad. No era más que una defensora de los derechos humanos a la que enviaban de misión en misión a los rincones del mundo más dejados de la mano de Dios. Se sentía como un espectro de la persona que había sido—. Pero te he echado de menos —añadió en voz baja—. A veces, desde la cima de alguna montaña, me acuerdo de ti y te mando buenas vibraciones. He estado en algunos lugares alucinantes. Nunca creí que fuese capaz, pero da sentido a mi vida. —Nada más había vuelto a darle sentido, hasta que apareció Blue—. No me reconocerías, no llevo maquillaje ni me arreglo el pelo desde hace tres años. —Salvo para la sesión de la subcomisión del Senado, en la que se calzó zapatos de tacón alto. El resto del tiempo iba vestida como una autoestopista y no le importaba lo más mínimo.

—Menuda lástima —se lamentó él—. Siempre has sido preciosa. Seguro que sigues siéndolo.

—No es lo mismo, Kev —respondió con las emociones a flor de piel—. Todo es diferente. Pero es lo que hay. —Había hecho de tripas corazón y ayudaba a los necesitados. Y pensaba que Kevin sería una de las contadas personas que lo entenderían, a diferencia de su hermana, para quien Ginny era un misterio y tal vez lo hubiera sido siempre. Eso era lo que empezaba a creer.

—¿Te va bien? —le preguntó él con suavidad—. Te diría que me llamases por Skype, pero seguramente acabaría llorando. Yo también te he echado de menos. Ya no es como en los viejos tiempos, cuando estábamos los tres juntos. —Había mantenido varias relaciones apasionadas y había vivido con un par de mujeres, pero no se había casado. Y Ginny cayó en la cuenta de que ya tendría cuarenta y cuatro años.

—Sí, me va bien —respondió a su pregunta—. ¿Todavía no te has casado?

—Bah, me parece que he perdido el tren. Me siento demasiado a gusto tal como estoy. Pero parece que mis novias son cada vez más jóvenes. La última tenía veintidós años; era la chica del tiempo de otra cadena, recién salida de la Universidad del Sur de California. Me da un poco de vergüenza, pero me lo paso demasiado bien para dejarlo. —Era un hombre muy guapo, y las mujeres caían rendidas a sus pies. Mark y ella solían bromear con él al respecto—. Bueno, ¿y qué te ha hecho caer del cielo? —le preguntó por último—. ¿Solo querías saludar?

No era tonto y sospechaba que su llamada escondía algún motivo concreto. Ginny siempre había sido una persona increíblemente profesional y muy centrada, incluso cuando estaban pasándolo bien.

—Pues digamos que me encuentro en una situación interesante —reconoció—. Tengo a un muchacho adoptado de forma extraoficial. Bueno, no exactamente. Nuestras vidas se cruzaron hace unos meses y supongo que podría decirse que estoy ejerciendo de mentora. Es un chico sin hogar, huérfano. Tiene trece años. Ahora mismo se aloja en mi casa y hace unos meses también se quedó conmigo. Mi hermana opina que estoy como una cabra, pero es un crío genial, brillante. Estoy tratando de encarrilarlo, de que entre en un instituto. Yo no permanezco mucho tiempo en la ciudad, me paso entre tres y cuatro meses en otros países, trabajando para SOS/HR, y regreso a Nueva York un mes hasta que vuelven a asignarme destino y me marcho otra vez. Mientras estoy aquí, intento hacer todo lo que puedo por él. Es un chico majísimo, de verdad.

Kevin la escuchó con paciencia, intrigado por lo que acababa de contarle. Por un lado, no se la imaginaba acogiendo bajo su techo a un adolescente sin casa ni familia, pero, por otro, se preguntaba si tal vez el hecho de cuidar de otra persona la ayudaría a salir adelante. Había sido una esposa y una madre excelente, y desde entonces era como si hubiese perdido el rumbo.

—Ayer, hablando, me contó algo que me dejó de piedra. En los últimos años han salido muchas historias así en la prensa, todos las hemos leído. No es nada nuevo. Pero este chico me importa mucho, de veras. Cuando tenía nueve años, un cura abusó de él. Parece de película, pero en este caso es peor, porque ocurrió de verdad. Un sótano oscuro, el cura dejándole tocar el piano para engatusarlo y que fuese a su iglesia, diciéndole que tenían que mantenerlo en secreto porque si no le buscaría problemas. Se sentaba al lado del muchacho, ante el piano, y le besaba y le metía la mano en los pantalones, para después recriminarle que lo había «tentado», de modo que supuestamente todo era culpa del chico, y lo amenazaba con que lo meterían en la cárcel si se iba de la lengua. Esto para él tenía un gran peso, pues su propio padre cumplía condena por aquel entonces y era huérfano de madre. Mientras tanto, su tía está convencida de que ese sacerdote es un santo. Trató de contárselo a ella, pero no quiso escucharlo. —Era una historia típica, como las que salían a diario en las noticias. Ambos lo sabían bien.

—Santo Dios, cómo odio a esos tíos —dijo Kevin crispado—. Y a mí me parece todavía peor, porque soy católico y de joven conocí a muchos curas como ese. Los curas que hacen esas cosas son como un grano en el culo de la Iglesia. Los aborrezco. Y manchan el nombre de toda la Iglesia. Deberían expulsarlos del sacerdocio y meterlos a todos en la cárcel, en lugar de protegerlos. —También en las noticias se había hablado mucho de esto, de casos en los que los delitos de los sacerdotes se veían tapados por sus superiores y por las diferentes congregaciones. El instinto le había dictado a Ginny que Kevin sería la persona indicada con quien hablar, y asimismo le ofrecía la oportunidad de recuperar el contacto con él—. ¿Violó al niño? —preguntó Kevin, intrigado por la historia y contento de hablar con ella de nuevo.

—No creo. Blue dice que no, pero ¿quién sabe? Es posible que haya reprimido el recuerdo. Era muy pequeño.

—Tienes que llevarlo a que lo examine un psiquiatra, a ver qué te dice. Puede que descubra algo mediante hipnosis. Si el chico tuvo suerte, la cosa no pasó de un beso y una mano en los pantalones. Es una violación absoluta de la confianza, por no hablar de delito de abuso sexual a menores.

La reacción de Kevin era tan vehemente como había sido la de Ginny. Le quitó un peso de encima hablarlo con él, pues venía a confirmar todo lo que ella misma había presentido.

—No sé qué hacer, Kev, ni por dónde empezar. ¿Con quién tendría que hablar? ¿A quién acudo? ¿O lo dejo estar? Si denunciamos al cura, ¿empeorará las cosas para Blue? ¿O es mejor castigar al que comete los abusos? Me he pasado toda la noche dándole vueltas.

—Entiendo que Blue es el nombre del chico…

—Sí. Tiene unos ojos azules de infarto.

—Pues igual que tú —dijo él con afecto. Siempre le había gustado mucho Ginny, pero jamás habría dado ningún paso, era la mujer de su mejor amigo. En ese momento, aunque todo era distinto, para él estaba fuera de su alcance. Tirarle los tejos, incluso tres años después, le habría parecido una falta de respeto hacia Mark—. Si te soy sincero, desconozco el procedimiento —reconoció—. Estoy al tanto de las noticias, como todo el mundo, pero no sé mucho más. ¿Quieres que indague un poco? Además, así tengo una excusa para volver a hablar contigo —añadió cariñosamente, y ella al oírlo sonrió.

—No volveré a desaparecer —respondió ella en voz baja—. Estoy mejor. Aunque regresaré sobre el terreno en unas semanas. Acabo de volver de Afganistán.

—Joder. Espero que no te encontraras cerca del cooperante al que mató un francotirador hace unas semanas.

—Iba con él por las montañas. Su caballo iba pegado al mío cuando recibió el disparo. Trabajábamos en el mismo campamento.

—Ginny, eso son palabras mayores. No te juegues la vida de esa manera. —Se había puesto serio al oír la respuesta de su amiga y sabía que Mark se habría angustiado terriblemente de haber podido imaginársela en una situación como la que acababa de describir.

—¿Y qué quieres que haga, si no? —repuso ella con toda sinceridad—. Por lo menos este trabajo da sentido a mi vida, soy útil para otras personas.

—Da la impresión de que estás haciendo mucho por ese chico sin hogar. Y no vas a poder ayudarlo si te matan.

—Eso dice él también. Pero me encanta mi trabajo.

Kevin conocía la naturaleza humana y tuvo la fea sensación de que Ginny había estado poniendo en peligro su vida de manera intencionada, tal vez incluso suicida, desde la muerte de su marido y de su hijo. Y sabía que su hermana pensaba lo mismo. Ese fenómeno no era infrecuente, y en ocasiones tenía resultados trágicos.

—Hablaremos de eso otro día —dijo Kevin con actitud práctica—. Quiero indagar acerca de ese cura. ¿Sabes si sigue en la misma parroquia?

—Pues me quedé tan atónita con la historia que no se me ocurrió preguntarle. Podría averiguarlo o preguntárselo a Blue. Puede que no lo sepa.

No ha vuelto a la iglesia desde aquello.

—Por mera curiosidad, ¿por qué no averiguas si el tío sigue allí o si lo han trasladado? Es posible que presentaran quejas sobre él. Estaría bien saberlo.

—Blue dice que hay otro chico que lo odia y él cree que es porque le hizo lo mismo que a él. Era mayor, tenía doce años entonces.

—Quédate con todos esos datos y deja que me entere de cuál es el procedimiento que se sigue para denunciar este tipo de hechos. Y, claro, tu chico tiene que estar dispuesto a hacerlo. Muchas víctimas prefieren permanecer en la sombra para siempre y no denunciar. Así es como tipejos de esa calaña consiguen salir impunes. Todo el mundo tiene miedo de agitar las aguas. O, cuando menos, algunas personas; gracias a Dios ya no es «todo el mundo». Te llamo en cuanto sepa algo. Y tú, averigua el paradero del cura.

—Lo haré —prometió ella—. Y, Kev, gracias. De verdad, gracias. Me ha encantado hablar contigo.

—No pienso dejar que vuelvas a desaparecer —la advirtió—, aunque huyas a Afganistán. Pero preferiría que no lo hicieses. Tiene que haber algo igualmente útil que puedas hacer aquí, en lugar de en la otra punta del mundo, donde te expones a que acaben con tu vida.

—Pues la verdad es que no. En los lugares a los que voy nos necesitan muchísimo.

—Nunca pensé que fueses del tipo Madre Teresa. Se te veía tan glamurosa en pantalla… —Realmente Mark y ella habían sido la pareja de oro de las noticias de la cadena y ella había pasado a moverse por Afganistán a lomos de una mula. Le costaba imaginársela. Aunque parecía comprometida hasta la médula, cosa que lo preocupaba. Trataría de disuadirla, si podía. Sin embargo, sabía lo cabezota que era y dudaba de sus posibilidades de conseguirlo. Oyéndola hablar, daba la impresión de que estaba desempeñando una misión sagrada, y lo mismo con el chico. Kevin admiraba lo que su amiga estaba haciendo por él. Le pareció que tenía razones para indagar, que el chaval merecía resarcirse, que el pederasta debía ser castigado y encarcelado. Esperaba que Ginny llegase hasta el final—. Te llamo en cuanto sepa más. Cuídate. Y pórtate bien hasta entonces.

—Me portaré bien. Te lo prometo. —Cuando colgó, se sentía mejor. Kevin había sido la persona idónea a la que llamar.

Esa noche no le dijo nada a Blue sobre su conversación con él. No quería contarle nada hasta que tuviera datos concretos. Necesitaba averiguar el apellido del padre Teddy y si seguía en la parroquia, pero pensó que, si actuaba con astucia, podrían facilitarle esa información allí mismo. Además, quería verlo con sus propios ojos.

En eso estaba pensando, acostada ya en la cama, cuando sonó el teléfono. Era Becky. Resultaba raro que la llamase tan tarde, era la hora de la cena en California, un momento en el que siempre andaba ajetreada con su marido y los chicos mientras preparaba la cena para todos.

—¿Ha pasado algo?

—Papá se ha caído y se ha roto el brazo —respondió con voz angustiada—. Ha vuelto a perderse. Creo que ya no le hace efecto la medicación. Lo hemos llevado al hospital y el pobre no sabía dónde estaba. Sigue sin saber dónde está. Quizá mañana se encuentre mejor, cuando sea de día. Pero, Ginny, tienes que venir. Papá no va a durar eternamente y está empeorando. Si no vienes ya, si lo dejas para cuando vuelvas de viaje la próxima vez, creo que ya no estará entre nosotros. En cualquier caso, se le habrá ido la cabeza del todo. Aunque ahora mismo no te reconozca, por lo menos se mantiene lúcido parte del tiempo. —Su voz denotaba que estaba desesperada, y Ginny se sintió mal por ella.

—Perdóname, Becky. Haré lo que pueda. Quizá pueda ir este fin de semana. —Lo pensó a toda velocidad. No quería que Blue faltase a clase. No quería hacer nada que pusiera en peligro su graduación en junio. Pero todavía no le había contado a Becky que el chico estaba viviendo otra vez en su apartamento. Tampoco le hacía gracia dejarlo ese fin de semana en Houston Street, pues en breve estaría mucho tiempo lejos de él—. Aunque si voy —añadió—, tendré que ir con una persona.

Su hermana se sobresaltó al otro lado de la línea.

—¿Estás con alguien?

—Sí, pero no en el plan que piensas. Blue se ha venido a vivir conmigo otra vez. Estoy intentando que entre en un instituto muy especial. De hecho, tiene una audición y una entrevista la semana que viene, así que podríamos ir el fin de semana.

—Oh, Dios mío, otra vez no. Por todos los santos, ¿en qué estás pensando? Solo te faltaba meter a un adolescente vagabundo en tu apartamento, o en tu vida.

—Le está yendo muy bien.

—¿Lo tienes en acogida? —No podía entender lo que hacía su hermana. Era como si hubiese perdido la cabeza.

—No, estoy ayudándolo, como mentora. Pero se aloja en mi casa mientras estoy en la ciudad.

La idea resultaba tan ajena para Becky que no entendía una sola palabra, como tampoco entendía absolutamente nada de lo que Ginny estaba haciendo con su vida. Sin embargo, se sentía demasiado cansada para pensar en ello. Bastante tenía con su padre. Y al menos Ginny había accedido a viajar a Los Ángeles. Ya iba siendo hora. Se alegraba de haberla convencido al fin.

—No quiero abusar de tu hospitalidad —dijo Ginny con respeto—, y menos ahora que vamos a ser dos, así que nos quedaremos en un hotel.

—Seguimos teniendo un cuarto de invitados. Y el chico puede dormir en la habitación de Charlie, si se porta como es debido. —Lo decía como si fuese un salvaje.

Ginny procuró no caer en la provocación.

—Es un niño muy educado. Creo que te gustará. —O al menos eso esperaba. Aunque no estarían más que un par de días: su idea era coger un vuelo el vienes por la tarde después del colegio y regresar el domingo por la noche a última hora para llevar a Blue directamente a clase el lunes a primera hora. Sería un viaje relámpago—. Te mando los datos del vuelo por e-mail —añadió.

Se despidieron al cabo de unos minutos.

Ginny se quedó pensando en todo ello, y en el impacto que supondría ver a su padre afectado por aquella enfermedad. Además, iba a ser la primera vez que viese a Becky y a los suyos desde hacía casi tres años y medio. La ponía nerviosa. Esperaba que todo fuera bien.

Se lo contó a Blue a la mañana siguiente. Al chico le hizo mucha ilusión viajar a California. Ginny le explicó los motivos del viaje, que su padre estaba enfermo y viejo, pero él respondió que estaba deseando conocer a su hermana y a sus hijos. Se lo tomó con tanta alegría que se la contagió a ella.

Después de que él se marchara al colegio, se le ocurrió telefonear a la tía de Blue. Por suerte, se encontraba en casa y respondió al primer tono. Le contó que iba a ir a Los Ángeles y que pensaba llevarse a Blue.

—¿Le importaría firmarme una carta? —le preguntó Ginny—. Es menor de edad, y yo no tengo la custodia. Si alguien de la compañía aérea me pide algún tipo de documentación, no me gustaría que pensasen que lo estoy secuestrando.

—Ningún problema —respondió Charlene con buena disposición, y quedaron en verse de nuevo en el hospital Mount Sinai esa misma noche, como habían hecho para el permiso escolar.

Ginny redactó la carta por ella y resolvieron la cuestión en cuestión de minutos, en la cafetería del hospital.

Entonces Charlene la miró. Seguía sin comprender por qué hacía todo eso por Blue, pero era muy amable de su parte. Sospechaba que, para haberse brindado tan generosamente a acoger a su sobrino en su casa y en su vida, Ginny se sentía muy sola.

—¿Cómo le va? —preguntó la tía de Blue cuando salieron juntas del edificio.

—Pues muy bien —respondió Ginny sonriendo segura—. Se gradúa en junio.

—Si no abandona antes —agregó la otra, con conocimiento de causa. No tenía ninguna confianza en la capacidad de su sobrino para aguantar en el colegio.

—No abandonará —dijo Ginny, mirándola decidida, y las dos se echaron a reír.

Ardía en deseos de preguntarle cómo se apellidaba el padre Teddy, pero no quería despertar sus recelos. En lugar de eso, le preguntó inocentemente cuál era su parroquia y Charlene respondió llena de orgullo que la de St. Francis. Con idea de despistarla y de disimular su interés, le contó que aún no había llevado a Blue a la iglesia pero que seguramente lo llevaría.

—Ni lo sueñe —respondió aquella, que sabía de qué hablaba—. Odia ir a misa. Yo al final lo di por imposible.

Ginny se preguntó si la mujer recordaría que tiempo atrás Blue le había contado que el cura lo había besado. Tuvo la impresión de que se lo había tomado como una chiquillada.

Le dio las gracias por firmar la carta. Charlene regresó a su trabajo, y Ginny cogió un taxi para volver al apartamento, donde Blue estaba preparándose para acostarse. Ella le había dejado preparada la ropa para el viaje, el día siguiente. Le había comprado unos vaqueros de repuesto, unos pantalones de pinzas de color camel, tres camisas y un cortavientos fino, además de unas Converse de caña alta, ropa interior y calcetines. Quería que se presentase lo mejor vestido posible a ojos de su hermana. No creía que bastase con que llevase zapatillas nuevas, para ganarse a Becky iba a necesitar mucho más que eso. Pero Ginny estaba segura de que Blue se portaría de maravilla y sabría defenderse cuando se hallase con su familia en Los Ángeles. El chico, aunque lamentaba que su padre estuviese enfermo, estaba entusiasmado con el viaje.

—Que duermas bien —le deseó una vez que Blue se hubo acostado, y se inclinó para darle un beso. Acababa de revisar de nuevo su maleta; tenía todo lo que necesitaba, hasta un pijama nuevo.

—Te quiero, Ginny —respondió él en voz baja.

Ginny, sorprendida por aquellas palabras, le sonrió. Hacía tanto tiempo que nadie le decía eso… y menos aún un niño.

—Yo también te quiero a ti —contestó, sonriendo todavía.

Apagó la luz y volvió a su cuarto para hacer su maleta. Cruzó los dedos para que todo saliera bien.

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