Blue

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Al día siguiente, Ginny recibió noticias de Ellen Warberg, de SOS/HR. Le comunicaba que tenían un proyecto en la India al que estaban planteándose enviarla. Se trataba del refugio para mujeres jóvenes que habían sido sometidas como esclavas sexuales; los trabajadores de las organizaciones humanitarias estaban rescatándolas o comprándolas una a una para salvarlas. En el campamento había ya más de un centenar de chicas. A Ginny le pareció interesante, pero en esos momentos tenía demasiadas cosas entre manos en casa.

—¿Cuándo necesitáis que salga para allá? —preguntó. Su tono de voz denotaba preocupación.

—Nuestra cooperante principal, que ejerce de responsable del lugar ahora mismo, tiene que estar de vuelta en Estados Unidos el diez de septiembre, así que creo que, como muy tarde, podemos mandarte allí en torno al cinco, para que pueda ponerte al corriente de todo antes de irse. Al menos no viven en condiciones extremas y, para variar, no estarás expuesta a disparos.

Sin embargo, la fecha que le había mencionado era el día en que Blue empezaba en el instituto de LaGuardia Arts y no faltaban más que tres semanas. A Ginny no le hacía ninguna gracia que tuviese que estar en la residencia el primer día de clase de un instituto nuevo que tanto lo entusiasmaba. Quería estar con él, para apoyarlo. Sin embargo, no estaba segura de si su jefa en SOS lo entendería. Ellen no tenía hijos y nunca había estado casada; su interés por la infancia era más político que otra cosa y en una escala mucho más grande que un solo adolescente el primer día de instituto. Ginny se lo pensó rápidamente y contestó:

—Es la primera vez que te digo esto, pero, con el corazón en la mano, no puedo estar allí en esa fecha. Tengo mucho lío aquí en estos momentos —dijo, pensando en la vista con el gran jurado, en que el padre Teddy posiblemente tendría que comparecer justo después, en que Blue empezaba en un nuevo centro educativo y en la investigación abierta para encontrar más víctimas. No veía factible viajar a la India a primeros de septiembre y no estar con Blue para apoyarlo en el arranque en el nuevo instituto y con las acciones penales inminentes.

—¿Cuándo crees que podrías ir? —preguntó Ellen con voz tensa. Tenía que cubrir el puesto con rapidez. Pero también era muy consciente de que Ginny había aceptado todas las misiones que le habían propuesto, por terribles que fueran, sin una sola queja, desde hacía más de tres años. Tenía derecho a rechazar una.

—Para mí lo ideal sería poder pasar aquí el mes de septiembre entero. A ver si puedes encajarlo así. Luego, a primeros de octubre ya podré ir a dónde digáis. —De esa manera, dispondría de un mes y medio sin moverse del país, lo cual le parecía un margen suficiente de tiempo para dejar las cosas encarriladas y a Blue hecho a la nueva situación. Entonces podría marcharse sin mala conciencia a desempeñar su trabajo para la organización.

—Creo que no habrá problema. Mandaremos a otra persona a la India, ya sé a quién. No tiene tanta experiencia como tú, pero quiere ir y creo que lo hará bien. Y a ti te mandaremos a otro sitio en octubre, Ginny. No puedo prometerte un destino concreto, y si sales el uno de octubre, te mandaremos a casa en torno a la Navidad o justo después de las fiestas, para que estés tres meses en el sitio.

Lo iba organizando mentalmente a medida que lo pronunciaba en voz alta, y a Ginny se le vino el mundo abajo a medida que la oía. Iban a nombrarla tutora legal de Blue y era responsable de él; que la mandaran a casa «justo después de las fiestas» iba a ser un duro golpe para él. No quería verse obligada a dejarlo en un centro de menores por Navidad mientras ella pasaba las fiestas en un campamento de refugiados en la otra punta del planeta, sin siquiera poder comunicarse con él. Cada día que pasaba se le complicaba más la vida, sobre todo teniendo en cuenta que el pleito contra la Iglesia estaba a punto de subir de forma drástica de temperatura.

—Arreglado —sentenció Ellen alegremente—. Que disfrutes de esta temporada en casa. —Ella imaginaba que Ginny estaba de vacaciones, yendo al cine, a museos. No tenía ni idea de que ya hacía casi ocho meses que había acogido bajo su protección a un chaval de la calle.

Ginny seguía pensando en todo eso cuando Andrew la telefoneó para comunicarle que habían fijado un día de la semana siguiente para que el gran jurado viese el caso y que era posible que la citasen para entrevistarla. También le contó que había salido a la luz otra víctima en Chicago, otro monaguillo. Andrew se imaginaba la reacción de Cavaretti. Las cosas no pintaban bien para el clero. Se dio cuenta de que Ginny parecía tener la cabeza en otra parte, pues apenas había reaccionado a la noticia de que habían encontrado a otra víctima del padre Teddy en St. Anne.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó.

Generalmente, cuando le contaba novedades sobre avances en el proceso, Ginny solía implicarse más. En ese momento, daba la sensación de tener un montón de cosas en la cabeza.

—Es que estaba negociando con mi jefa. Querían mandarme a la India dentro de un par de semanas, pero es mal momento para dejar solo a Blue. He conseguido que me permita pasar todo septiembre aquí, con la condición de que me vaya el uno de octubre. Pero eso quiere decir que lo más seguro es que no esté aquí para las Navidades. Estamos en paz. Lo que pasa es que siempre tiene que haber una pega en alguna parte.

Andrew no dijo lo que pensaba en voz alta, pero veía difícil que pudiera compaginar un trabajo como el suyo y la tutela de Blue, sobre todo si cada vez que viajaba estaba fuera varios meses, en total tres cuartas partes del año.

Ella también estaba dándose cuenta. Y le generaba mucha presión. La labor que hacía era importante para ella, pero Blue también lo era, y el chico la necesitaba.

—Todo era bastante fácil cuando no tenía a nadie en mi vida.

—Por eso mismo no me caso yo —dijo él riéndose, tratando de aliviar un poco la tensión de Ginny—, así me puedo ir a la India o a Afganistán en cualquier momento. —No entendía cómo se las ingeniaba ella para desempeñar ese trabajo y soportarlo durante largos períodos de tiempo, con Blue o sin él. Le parecía admirable y rayano en la santidad, aunque a veces también imprudente. Pero era como si a ella no le importasen ni los peligros ni las penurias, al menos hasta ese momento.

—Y añade Siria a la lista. En fin, ya veré cómo me las arreglo y adónde querrán mandarme cuando llegue el día. Por lo menos por ahora no me muevo de aquí.

—Me parece buena idea, al menos hasta después de la comparecencia y de que lo dejemos todo listo para la demanda civil. —Aún no iba a presentarla, pero había bastante que hacer—. Además, no se sabe lo que llegará a la prensa ni la dureza con que contraatacará la Iglesia. Lo mismo lanzan un par de bombas por encima de la tapia.

Le había asegurado a Blue que permanecería en el anonimato, cosa que en su caso estaba garantizada por ser menor de edad, pero no se sabía lo que podrían contar sobre Ginny o sobre los motivos por los que se había involucrado.

Y a medida que las cosas se caldeaban, Andrew empezó a temer que la archidiócesis no jugara «limpio». Por eso le parecía que lo mejor era que Ginny se quedara un tiempo en el país para apoyar a Blue. Con todo, podía imaginarse la presión que le estaba generando, en un trabajo en el que prácticamente pasaba fuera la mayor parte del tiempo y en el que rara vez tenía acceso a buenas comunicaciones. No tenía la vida montada para dar cabida a un adolescente. Ni a ningún otro tipo de relación de apego. Lo cual hasta entonces le había resultado perfecto.

—¿Cómo te lo planteas a la larga? —le preguntó.

Ella también se lo preguntaba. Si Blue se quedaba a vivir con ella, posiblemente tendría que tomar algunas decisiones difíciles.

—Pues ni siquiera soy capaz de planteármelo aún —respondió con cautela—. De momento voy a tratar de pasar el mes de septiembre aquí, luego a concentrarme en el siguiente viaje y a partir de ahí ya veré. Hasta ahora, estos últimos años, lo único que tenía que hacer era sostener una palangana de andrajos sanguinolentos en un quirófano móvil sin desmayarme, subir alguna que otra montaña y procurar que no me alcanzaran las balas de algún francotirador. Nadie me esperaba a la vuelta, nadie se preocupaba de saber dónde estaba, las más de las veces, salvo mi hermana de vez en cuando, pero ella tiene su vida y una familia de la que ocuparse. Ahora, de repente, tengo todas estas cosas en marcha aquí. No contaba con esto. —En ningún momento se lo había imaginado, ni por lo más remoto, cuando en Nochebuena, hacía casi ocho meses, dejó que Blue durmiera en su sofá.

—Yo creo que la vida funciona precisamente así. Que justo cuando crees que lo tienes todo organizado y atado a la perfección, alguien estornuda, o Dios sopla por encima, y todo el montaje de bloques de construcción se viene abajo.

Desde luego, era lo que le había pasado a Ginny hacía casi cuatro años cuando Mark, Chris y ella salieron de aquella fiesta dos días antes de la Navidad. Y en la actualidad, cuando al fin tenía una vida que encajaba por completo con su situación, todo se ponía patas arriba de pronto otra vez y le tocaba volver a ordenar las cosas. Pero, por lo que a ella respectaba, Blue era un problema estupendo del que ocuparse. Solo tenía que hallar la manera. De momento no deseaba tener que renunciar a nada, ni a su trabajo, que la apasionaba, ni a él. Y ya como tutora de Blue, se sentía aún más comprometida con él. Para ella se trataba de mucho más que un mero trámite.

—Avísame si crees que puedo echarte una mano de alguna manera. Puedo ocuparme de ver cómo está cuando estés de viaje, si quieres; ir a verlo al albergue otra vez.

No obstante, ambos sabían que Blue necesitaba algo más. Necesitaba la vida doméstica que no había tenido hasta que ella apareció en su vida, y Ginny era consciente de que ejercer de madre no era un trabajo a tiempo parcial.

—Supongo que tendré que ir viéndolo sobre la marcha.

Andrew pensó que no sería mala idea que limitase su exposición frecuente a peligros. Pero la veía muy comprometida con su trabajo. Y de todas maneras, el tiempo que le dedicase a Blue, mucho o poco, beneficiaría al chico, como ya había ocurrido.

—Por cierto, este fin de semana no tengo que trabajar —dijo, como cayendo de pronto en la cuenta—. Podría llevaros a dar un paseo en el velero el domingo.

A Ginny le encantó la idea. De pronto se preguntó si Blue se mareaba en los barcos y se dio cuenta de que seguramente nunca había tenido ocasión de averiguarlo.

Esa noche, durante la cena, le habló de la invitación de Andrew y Blue respondió entusiasmado. El sábado irían a ver el partido de los Yankees y a lo mejor el domingo a navegar. Estuvieron un rato hablando de eso, y luego Ginny le dijo que habían puesto fecha para la vista con el gran jurado. También le contó que había hablado con SOS y que no tendría que volver a viajar hasta al cabo de seis semanas. Él se alegró aún más de esto último. A Ginny su mirada de alivio le llegó a alma.

—Tenía miedo de que no estuvieses aquí cuando empezase el instituto —dijo en voz baja.

—Yo también. No podía irme antes de eso —respondió ella, también bajando la voz, pues notaba el peso de su responsabilidad hacia él.

—Ojalá no te mandasen lejos tanto tiempo —añadió Blue con tono melancólico—. Te he echado de menos cuando has estado fuera —reconoció.

Ginny asintió.

—Y yo a ti. A lo mejor pueden asignarme misiones más cortas. —Sabía, sin embargo, que esa no era la naturaleza de su trabajo y que una de las ventajas que ella representaba para SOS era que, hasta la fecha, no había tenido ataduras de ningún tipo. De pronto sentía remordimientos por tener que dejarlo durante meses en el centro de menores. El paisaje de su vida estaba cambiando a pasos agigantados.

La noche que fueron a ver el partido de los Yankees con Andrew por el cumpleaños de Blue fue uno de los mejores momentos de su vida. Andrew los recogió con el Range Rover que conducía los fines de semana. Blue estuvo hablando por los codos, emocionado, durante todo el trayecto hasta el estadio, con la gorra de los Yankees puesta. Andrew tenía varias sorpresas preparadas para él. Antes de que diera comienzo el partido, se lo llevó al campo y le presentó a unas cuantas estrellas más que ya estaban en la caseta del banquillo; felicitaron a Blue por su cumpleaños y le firmaron otras dos pelotas, que él, cuando volvieron con Ginny a las gradas, le rogó que guardase en su bolso y las protegiera con su vida. Andrew compró perritos calientes para los tres y, justo antes de que comenzase el encuentro, aparecieron las palabras «Feliz cumpleaños, Blue» con letras luminosas en el marcador. Al verlo, a Ginny casi se le saltan las lágrimas y Blue dejó escapar un grito de felicidad. No podía dejar de sonreír. Ginny y Andrew se miraban por encima de su cabeza y, cuando tomaron asiento, tanto ella como Blue le dieron las gracias.

El partido en sí también fue emocionante. Estuvo empatado hasta que los Yankees ganaron en la duodécima entrada, con jugadores en todas las bases. Blue se puso a dar saltos mientras los jugadores corrían para marcar el tanto de la victoria. De nuevo, cuando ya se iban, apareció su nombre en el marcador. Ese regalo de cumpleaños era el sueño de cualquier chico de su edad. Ginny también lo pasó en grande.

Andrew fue con ellos al apartamento para tomar la tarta que ella había mantenido escondida.

—Nunca había tenido un cumpleaños como este —declaró Blue solemnemente después de soplar las velas, mirándolos—. Sois mis mejores amigos.

Entonces se acordó de las dos pelotas autografiadas que estaban en el bolso de Ginny. Las sacó y las colocó muy orgulloso en la estantería de su cuarto, junto a las que había conseguido con Andrew la vez anterior.

—Le has hecho vivir un cumpleaños increíble —dijo Ginny a Andrew al tiempo que le servía una porción de la tarta. Se sentaron a la mesa de la cocina, tan pequeña que apenas cabían los tres.

—Es un placer poder hacerlo feliz —respondió Andrew con una tenue sonrisa—. No cuesta mucho.

Blue regresó entonces a la cocina y se sentó a comerse su trozo de tarta. Había sido una noche perfecta.

—Es la primera vez en mi vida que tengo tarta de cumpleaños —dijo con gesto meditabundo cuando se hubo tomado dos trozos.

Los dos adultos se quedaron atónitos. Esa sola frase ponía en perspectiva cómo había vivido Blue en el pasado, una vida tan diferente de la de Andrew y de la de Ginny, con familias estables y hogares tradicionales.

Andrew les contó que tenía dos hermanos mayores que le habían hecho la vida imposible. Uno era abogado y trabajaba en un bufete de Boston, y el otro era catedrático en Vermont. Los dos habían pensado que estaba loco cuando se hizo cura.

—Y tengo un sobrino de tu edad —añadió, sonriendo a Blue—. Quiere jugar al fútbol en el instituto y a su madre le va a dar algo. —Esta vez sonrió a Ginny.

Ella advirtió entonces que los dos tenían sobrinos pero no hijos. Cuando terminaron la tarta y fueron al salón, Andrew observó las fotos de Mark y de Chris.

—Era un niño precioso —le dijo a Ginny amablemente.

Ella asintió, sin poder pronunciar palabra. De vez en cuando, seguía formándosele un nudo en la garganta. Andrew lo percibió y, por eso, se puso a hablar con Blue del partido. Los dos estaban de acuerdo en que los Yankees habían desplegado un juego magistral. Andrew le prometió que si llegaban a la Serie Mundial, le llevaría a verlos. Al oírlo, Ginny se dio cuenta de que en esas fechas estaría fuera. De pronto le pareció duro tener que perderse cosas que eran importantes para Blue. Pero también sentía un deber para con su trabajo.

Antes de irse, Andrew volvió a felicitar a Blue por su cumpleaños y quedó en verlos a la mañana siguiente en los Chelsea Piers.

Fue otro día inolvidable para el chico. Andrew le enseñó a navegar con su precioso velerito, un viejo barco de madera que había restaurado él mismo. Ginny lo ayudó a manejar los cabos al alejarse del muelle. Hacía el típico día soleado del mes de agosto, espectacular y con una brisa perfecta. Luego lo ayudó con las velas, y Andrew le enseñó a Blue lo que tenía que hacer. Enseguida le cogió el tranquillo. Estuvieron surcando el mar a buena velocidad durante un rato. Luego atracaron en un pequeño puerto, donde Andrew echó el ancla. Almorzaron y se quedaron tumbados en cubierta, tomando el sol. El velero era ideal para los tres.

—Normalmente salgo yo solo —explicó Andrew a Ginny mientras observaban a Blue, en la proa. Ginny se volvió hacia él y percibió que era un hombre solitario, como suele ser la gente de mar—. Es un placer tener gente a bordo —añadió con una sonrisa—. El verano pasado fui con el velero hasta Maine. Mi familia sigue teniendo una casa allí, y yo intento pasar una o dos semanas al año para estar con los hijos de mis hermanos. Soy el tío raro que fue cura. —No parecía importarle ser diferente o estar solo. Era una soledad muy semejante a la de Ginny en ese momento, o hasta que Blue había aparecido, en realidad.

—Yo creo que empieza a gustarme ser rara —dijo ella sonriendo de oreja a oreja—. Mi hermana también cree que soy rara. Ya no tengo claro qué es lo normal.

En su día, lo normal había sido casarse y tener un hijo. En la actualidad, era vagar por el mundo como un alma perdida, alojándose en campamentos de refugiados. Y, para él, ayudar a chicos que habían sufrido abusos por parte de sacerdotes. Lo normal en su caso era la vida tal como la vivían, completamente diferente de la que habían imaginado y planeado. Consistía en disfrutar de los buenos momentos cuando llegaban, como aquella jornada juntos en el velero.

Hacia el final del día, el abogado había hecho un marinero de Blue. Andrew maniobró hasta los Chelsea Piers y, una vez allí, encendió el motor para entrar en el embarcadero. Ginny y Blue, por su parte, ayudaron a amarrar bien el barco. Después Blue echó una mano a Andrew para limpiarlo con agua. Los tres dijeron que había sido un día genial, se habían relajado, habían conversado y, cuando Andrew los llevó a casa, le dieron las gracias por todas esas horas maravillosas. Ginny lo invitó a subir a comer algo, pero él se disculpó diciendo que tenía trabajo que hacer. Sin saber muy bien por qué, ella notó que él se refugiaba en su trabajo para mantener la distancia con el resto del mundo. Era donde podía esconderse, como había hecho cuando era sacerdote.

—Ojalá tuviésemos un barco —comentó Blue con chiribitas en los ojos cuando subían en el ascensor.

Ginny se rio.

—No te me pongas estupendo, Blue Williams —bromeó, y él sonrió enseñando los dientes.

—Algún día seré un compositor famoso, ganaré un montón de pasta y te compraré un barco —dijo, entrando detrás de ella en el apartamento.

Ella se volvió para mirarlo y pensó que sería capaz de hacerlo. Las posibilidades eran infinitas. Ya nada era imposible para él.

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