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A Blue no lo entusiasmaba la idea de ir a ver a una terapeuta, pero había accedido porque sabía que era importante para el caso. Y tanto él como Ginny se llevaron una sorpresa agradable al conocerla el lunes, el día después de haber estado con Andrew en el velero. Se llamaba Sasha Halovich y era una mujer menuda y arrugada como una pasa; parecía tan mayor que podría haber pasado por la abuela de Ginny. Pero era muy inteligente, y estuvo dos horas a solas con Blue en su despacho. Luego salió para tener unas palabras con ella, con permiso del chico. Le dijo que tenía la seguridad de que no había ocurrido nada más que lo que él contaba, cosa que ya de por sí era horrible y muy traumática para él; pero le parecía que estaba llevándolo bien, en gran medida gracias a Ginny. Halovich consideraba que era un muchacho estable y sano que había tenido una vida dura, pero que había capeado los problemas notablemente bien. No consideraba necesario someterlo a hipnosis y dijo que redactaría un informe y que estaría dispuesta a testificar ante el juez. Además, le parecía buena idea verlo de vez en cuando para ayudarlo a afrontar los meses que tenía por delante. Ginny estuvo conforme.

Andrew la telefoneó al día siguiente para comentarlo, dado que ella había firmado la autorización para que la psicóloga hablase con él.

—Al parecer está bastante bien, gracias a ti. —Él concedía todo el mérito a Ginny, cosa que ella rechazó con humildad.

—Gracias a él mismo y con un poco de ayuda de sus amigos —lo corrigió—. Es un chico estupendo. Confío plenamente en él y creo a pies juntillas todo lo que ha dicho.

—Así es como debe ser. Si hubiese más padres con tu mentalidad, habría gente mejor en el mundo.

—Yo lo único que deseo es que Blue tenga una vida alucinante —respondió ella con rotundidad—. Y creo que lo conseguirá.

En opinión de Andrew, lo que Ginny había hecho para que entrara en LaGuardia Arts era poco menos que un milagro. Era el tipo de persona con el don de cambiar la vida a los demás, no solo en Siria o en Afganistán, trabajando en defensa de los derechos humanos, sino también en su día a día, en su país natal. Prueba de ello eran las acciones legales que él había iniciado en su nombre. También la psicóloga se había quedado impresionada; le había dicho a Andrew que Blue estaba adaptándose muy bien a su nueva vida, pese al estrés del inminente proceso judicial. Además, la doctora Halovich le había asegurado que Ginny era exactamente lo que el chico necesitaba y que había sido un milagro que los dos se hubiesen encontrado. Hasta donde Andrew sabía, no podía estar más de acuerdo. Después de hablar sobre la terapeuta, Ginny le agradeció de nuevo el fabuloso día en el barco y la invitación al partido de los Yankees.

El siguiente paso importante del proceso fue la presentación ante el gran jurado por parte de la policía de todas las pruebas recabadas, que eran muchísimas: entrevistas a otras víctimas, a sus familiares, entrevistas a testigos que habían salido a la luz, personas que habían visto cosas que, al refrescárseles la memoria, encontraron sospechosas. Había declaraciones de padres furiosos y de niños traumatizados. El «padre Teddy» había sodomizado a los de más edad, los cuales eran sus monaguillos, y había tenido sexo oral con los más pequeños, como había hecho con Blue, además de someter a tocamientos a gran cantidad de niños, a los que siempre acusaba de hacerlo caer en la tentación y a los que amenazaba con llevarlos a la cárcel o incluso con castigos físicos si se lo contaban a alguien, de modo que, además del sentimiento de culpa, acarreaban el peso del secretismo. El informe era demoledor. Cuando llegó a manos del gran jurado, tenían conocimiento de once víctimas en Nueva York y seis en Chicago. El Departamento de Policía de Nueva York había informado a su homólogo de Chicago, y también allí se había abierto una investigación. Andrew y Jane Sanders estaban seguros de que acabarían apareciendo más víctimas.

Con el trauma de las víctimas contrastaba vivamente la indignación de los feligreses que seguían convencidos de la inocencia de su cura predilecto y que insistían en que los niños mentían. Andrew nunca había logrado entender cómo podía aferrarse la gente a su lealtad hacia alguien a pesar de las pruebas innegables en su contra. Pero su amor por el padre Teddy era incondicional, y su creencia en la pureza de la Iglesia estaba muy arraigada. Olvidaban que, como toda organización, estaba formada por individuos, y que en todas partes había personas enfermas, en todos los ámbitos de la vida. Uno de ellos era Ted Graham. Y el segundo peor delito que se había cometido era el encubrimiento por parte de la archidiócesis. Ya no cabía duda al respecto, pese a que aún había que demostrarlo. No obstante, en la parroquia de St. Francis de Nueva York habían dado un paso al frente dos sacerdotes jóvenes, diciendo que habían visto cosas que no les gustaron y que habían denunciado a Ted Graham a un eclesiástico de la archidiócesis, pero que no se había hecho nada para apartarlo de su puesto. Y cuando informaron sobre él por segunda vez, los reprendieron.

Seis semanas después de esa queja, Graham había sido trasladado a Chicago, donde también hizo lo que se le antojó. Uno de esos dos jóvenes sacerdotes que lo denunciaron a sus superiores había abandonado la Iglesia precisamente por eso, y el otro se estaba planteando dejar los hábitos también, pero todavía no se había decidido. Cuando Jane Sanders lo entrevistó, le dijo que la Iglesia lo había defraudado por completo y que casi seguro que se marcharía. Había deseado ser sacerdote desde que tenía uso de razón, pero ya no lo deseaba. Le contó que su abuela estaba muy afectada y decepcionada por su decisión. Era una señora con una mentalidad anticuada y dos de sus propios hijos se habían ordenado sacerdotes.

Al leer el informe de la oficial Sanders para el gran jurado, resultaba pasmosa la cantidad de vidas que se habían visto afectadas por la perfidia de Ted Graham. Había perjudicado a muchas criaturas, con toda probabilidad de forma irreparable; había dañado físicamente a aquellos a los que había sodomizado a tan corta edad; había dejado a padres devastados, a familias rotas; había defraudado a sus compañeros y hecho que se tambalearan los cimientos de su fe, y había puesto en peligro a sus superiores por querer protegerlo. Y respondería por todo ello. Antes de su traslado a Chicago, un joven prelado le había preguntado si las alegaciones y sospechas eran ciertas, y el padre Teddy lo había negado y le había ofrecido una profusa explicación creíble sobre por qué la gente le tenía envidia. Se pintó a sí mismo como la víctima, cuando lo cierto era lo contrario. Aquel prelado al que engañó estaba en ese momento en un serio apuro por haberlo trasladado a Chicago. Pecó de ingenuo. Pero sus superiores sabían lo que hacían cuando corrieron un tupido velo sobre el problema y trataron de darle solución poniendo tierra de por medio, lo cual no había hecho sino dejarlo campar a sus anchas entre más inocentes. Era una desgracia para todos los involucrados, incluido el propio Ted Graham, si bien él negaba eso también y sostenía que era un mártir de la Iglesia.

El gran jurado deliberó sobre el caso y votó a favor de procesar al padre Teddy. Ninguno de los integrantes albergó la menor duda de que era culpable, al igual que la Iglesia por ocultar que tenía conocimiento de sus crímenes.

Días después de que el gran jurado votase a favor del procesamiento penal, el padre Ted Graham fue extraditado a Nueva York para comparecer ante el juez. Los tribunales de Chicago lo citarían más adelante. Viajó en avión en compañía de dos ayudantes del

sheriff y entró en el Tribunal Supremo de Nueva York junto a su abogado y dos sacerdotes, para declararse inocente de once cargos de abuso sexual a menores, entre ellos sodomía, felación y abuso de confianza. Entró en la sala sonriendo y se dirigió al juez con tono respetuoso. El tribunal decretó prisión preventiva, con una fianza de un millón de dólares, y acto seguido dos ayudantes del

sheriff se lo llevaron esposado, mientras él hablaba con ellos de manera afable. Se lo veía totalmente tranquilo, sin muestras de sentirse culpable o asustado. Ginny no acudió a la comparecencia, pero Andrew sí, y observó con suma atención todo lo que sucedía para contárselo después. Al oír cómo se había comportado Ted en la sala, Ginny sintió asco. Pensaba interpretar el papel del gran tipo y del mártir cristiano hasta el final.

—¿Y ahora qué? —preguntó a Andrew cuando la llamó por teléfono—. ¿Se queda en la cárcel hasta el juicio?

—Es poco probable —respondió Andrew con cinismo—. La Iglesia depositará la fianza discretamente dentro de un par de días, cuando no llame demasiado la atención. Su letrado pedirá que lo pongan en libertad bajo su responsabilidad, alegando que no hay riesgo de fuga, pero el juez se lo denegará. Para sacarlo tendrán que pagar cien mil dólares y constituir el resto de la fianza a continuación. Eso a la Iglesia se le da bien, de modo que conseguirán que salga. Después tendrán que repetir toda la operación en Chicago cuando lo acusen allí.

Los acontecimientos se habían enlazado de manera extraordinaria: Blue había tenido la valentía de hablar, ella lo había creído, habían acudido a las autoridades competentes y Andrew se había hecho cargo del caso. Aún no había acabado todo, ni mucho menos. La investigación avanzaría a lo largo de los meses siguientes, se prepararía el sumario con sumo cuidado y el juicio se celebraría al cabo de aproximadamente un año, salvo que antes Graham se declarase culpable y le ahorrase al estado los gastos inherentes de procesarlo. Después tendría que enfrentarse al juicio en el estado de Illinois por los cargos presentados allí. Pero sin duda acabaría en la cárcel, donde Blue, Ginny y Andrew estaban convencidos de que era donde debía estar.

Con todo lo que estaba pasando en relación con el caso, Ginny no tuvo tiempo de planificar unas vacaciones para ella y Blue. Pero sí fueron varias veces a la playa de Long Island a pasar el día y asistieron a otro concierto en el parque. Andrew los llevó a un musical de Broadway, el primero que veía Blue. Era

El fantasma de la Ópera, y le encantó. Y también volvieron a navegar, el fin de semana del día del Trabajo.

Cuando las cosas empezaban a calmarse poco a poco, Blue comenzó las clases en LaGuardia Arts. Era la semana siguiente al día del Trabajo. El primer día lo llevó Ginny, como le había prometido. Lo acompañó hasta el acceso de la avenida Amsterdam, pero no entró con él. Tenía que valerse por sí mismo, pues ya estaba secundaria. Con suerte, se disponía a iniciar una carrera en la música. Eso le trajo el recuerdo del primer día de Chris en la guardería y volvió llorando todo el camino en metro hasta casa. Pensó en llamar a Andrew, pero no quería comportarse como una sensiblera y además sabía que él estaba ocupado. No obstante, Blue había formado un fuerte vínculo entre ellos.

Se le hizo extraño volver al apartamento después de dejar a Blue en el instituto. Esa mañana Becky la llamó por teléfono por primera vez en meses y Ginny le contó que el chico había empezado las clases ese mismo día.

—No me puedo creer que hayas hecho esto por él —dijo Becky, esta vez en tono admirativo y menos crítico de lo habitual.

Sus hijos habían iniciado el curso la semana anterior y le dijo que era una gozada volver a tener tiempo para ella. El verano se le había hecho eterno, con la muerte de su padre y los chicos en casa durante tres meses. Ginny le mencionó también la comparecencia ante el juez y que había dieciséis víctimas del sacerdote, aparte de Blue. Becky la escuchó horrorizada.

—Cuesta creer que un cura cometa semejante aberración, aunque ya había leído algo. ¿Crees que se declarará culpable?

De pronto parecía sentir más interés por el caso, pese a que antes no había creído ni a Blue ni a su hermana. Pero dado que lo acusaban más personas, le resultaba creíble. Ni siquiera ella podía creer que mintiesen diecisiete chicos, algunos ya hombres hechos y derechos que se contaban entre sus primeras víctimas. Estuvieron hablando un rato más y se despidieron. Las dos tenían cosas que hacer.

Kevin Callaghan también telefoneó a Ginny esa semana. Había leído que se acusaba a un cura de delitos sexuales en Nueva York y sospechaba que se trataba del caso de Ginny, por el que lo había llamado hacía unos meses para pedirle consejo.

—¿Es ese el tío? —Tenía curiosidad y hacía tiempo que no hablaban.

—Sí, es él. Hay otras dieciséis víctimas y es probable que aparezcan más antes de que todo termine.

—¿Y qué tal lo lleva tu chico? —Kevin la admiraba por haberse erigido en adalid de Blue cuando nadie más creía en él.

—Pues increíblemente bien —dijo muy orgullosa.

Blue era una fuente constante de alegría para ella. Le contó que había empezado en un instituto especial de estudios artísticos. En diciembre daría su primer recital. Se alegraba de que tuviera un año de paz antes de que se celebrase el juicio del padre Teddy. Necesitaba ese tiempo para reponerse.

—¿Y tú? ¿Cuándo vuelves a la carretera? —le preguntó Kevin.

—En octubre —respondió, y se sintió culpable al decirlo—. Estoy esperando que me digan adónde me mandan.

A Kevin también eso le inspiraba admiración, y le daba pena que no tuviese más tiempo para ver a los viejos amigos, para hacer vida social o incluso emparejarse, pero con todo lo que estaba haciendo, con Blue y el juicio a la vista, comprendía que le resultaba imposible. Tenía demasiadas cosas de las que ocuparse. Ginny le prometió que lo llamaría antes de salir de viaje de nuevo.

El resto del mes transcurrió apaciblemente. Blue iba aclimatándose al instituto mientras Ginny se ocupaba de las tareas de la casa, leía informes del Departamento de Estado y esperaba noticias sobre su destino siguiente, que estaban al caer. También se organizaron para invitar a Andrew a cenar con ellos otra vez. Blue le habló del instituto y le enseñó sus trabajos, que lo impresionaron. Estaba componiendo música y le encantaba el nuevo centro educativo. Saltaba a la vista que estaba cada día mejor.

Andrew y Ginny se sentaron a conversar después de la cena mientras Blue se metía en su cuarto a ver la tele. Últimamente casi no habían tenido tiempo para hablar. Andrew le dijo que estaba hasta arriba de trabajo, ocupándose de expedientes nuevos. Y le comunicó que en octubre habría una reunión trascendental en la archidiócesis en la que se debatiría una posible indemnización a Blue que podría servir para evitar la demanda civil. Y si se condenaba a Ted Graham a pagar una indemnización en el procedimiento civil, se declararía culpable de las acusaciones penales. Los prelados, obispos y arzobispos estaban empezando a comprender que no había escapatoria en el caso de Ted Graham y querían sondear a Andrew para ver qué cantidad estaba planteándose reclamar. Todavía no habían acordado nada, pero era un primer indicio de movimientos dentro de la Iglesia y de que deseaban zanjar el asunto. Además, tendrían que negociar con las otras víctimas.

—Creo que deberías estar presente —sugirió quedamente a Ginny mientras esta lo miraba con cara de pánico.

—No puedo… Me marcho antes. Aún no sé adónde, pero acepté salir el uno de octubre. ¿Cómo voy a poder estar en la reunión?

—No lo sé. Pero si no puedes, no hay más vueltas que darle. —Se le notaba desilusionado pero comprensivo—. Sería mucho más efectivo si pudieses hablar en su nombre. Y tu testimonio tendrá más peso que el que tendría el de unos padres biológicos, ya que tú acabas de entrar a formar parte de su vida y de alguna manera sigues siendo una persona objetiva con respecto a él. Si no puedes ir, me encargaré yo, pero si hubiera alguna probabilidad de que estuvieras, creo que deberías hacerlo.

Nunca antes la había presionado. Y lo que le estaba diciendo era importante para ella. Pero no podía volver a retrasar su partida. También con SOS había contraído una obligación.

Esa noche, en la cama, tenía el cuerpo revuelto. No paraba de pensar en la reunión a la que Andrew quería que asistiese en octubre. Le parecía imposible por completo estar presente.

Dos días después, recibió una llamada de Ellen en la que le comunicaba que SOS/HR había decidido cuál sería su siguiente misión. La enviaban a una región de la India que no era la que le habían propuesto en un primer momento. El trabajo sería un poquito más duro: estaría destinada en un campamento de refugiados enorme de Tamil Nadu, en el sudeste del país. Y querían que fuese allá en un plazo de diez días, a primeros de octubre, tal como se había comprometido a hacer en septiembre.

Estuvo tres días dándole vueltas sin parar, torturándose con la idea, hasta que finalmente fue a las oficinas de la organización para hablar con Ellen en persona. Cada día surgía algo diferente, siempre relacionado con Blue, pero a Ginny le encantaba que formase parte de su vida. Si bien no sabía qué hacer, le parecía que no podía marcharse antes de que se celebrase aquella reunión de la archidiócesis. No quería perjudicar el caso de Blue contra el padre Teddy, y Andrew opinaba que eso sería lo que sucedería si no estaba presente. Lo había telefoneado para volver a hablar del asunto y él había sido muy sincero. Le dijo que la necesitaba en la reunión, si era posible.

Se sentó delante de Ellen y suspiró.

—Te veo agobiada —le dijo Ellen, al tiempo que le tendía el fajo de documentos con toda la información que debía leer antes de la misión.

—Es increíble lo estresante que puede ser estar en casa. Es mucho más simple preocuparse de la disentería y los francotiradores.

Ellen se rio con su comentario. A veces ella también se sentía así. Había trabajado sobre el terreno como Ginny durante años y todavía lo añoraba. Pero había sufrido algunos reveses de salud como consecuencia de haber pasado años contrayendo enfermedades durante sus períodos de trabajo humanitario, donde no había recibido los cuidados médicos adecuados, y finalmente había decidido que era hora de trabajar desde un despacho en lugar de sobre el terreno. Ella creía que a Ginny aún le quedaba unos años antes de tomar esa decisión.

—¿Tienes ganas de volver a viajar? —preguntó con una cálida sonrisa.

Ginny estuvo a punto de echarse a llorar. No tenía ningunas ganas; la indecisión la estaba destrozando. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sabía que no tenía elección. Necesitaba quedarse con Blue. Él jamás se lo habría pedido, pero Ginny sabía lo importante que sería para él y tal vez era un sacrificio que debía hacer.

—Ni siquiera sé cómo decirte esto, Ellen, pero creo que tengo que quedarme aquí hasta finales de año. No quiero fastidiar mi trabajo, y me apasiona lo que hago, pero acaban de concederme la tutela legal de un chico de catorce años. Estamos en medio de un pleito y él es la víctima de un procedimiento abierto. Acaba de empezar la secundaria en un instituto nuevo. Y creo que debo quedarme. —Lo dijo todo con cara de verdadera lástima.

Ellen la miró estupefacta. Se daba cuenta de que Ginny estaba hecha un mar de dudas. Era una de sus mejores cooperantes y no les convenía prescindir de ella para las misiones humanitarias. Sería una pérdida tremenda para ellos.

—Lo siento muchísimo, Ginny. ¿Puedo ayudarte de alguna manera? —Era una mujer compasiva y le gustaba echar una mano si era posible.

—Sí, cuida de él mientras estoy fuera. —Nunca había pasado tanto tiempo en Estados Unidos desde hacía tres años y medio, y por momentos se le hacía raro. Pero sería infinitamente peor dejar a Blue tres meses y regresar pasadas las Navidades.

—¿Crees que ya no querrás volver a trabajar en misiones fuera? —le preguntó Ellen con cara de preocupación.

—Espero que sí. Si te soy sincera, no lo sé. Tengo que ver cómo va la cosa… Todo es tan nuevo aún… Yo misma estoy tratando de adaptarme a tener en casa a un adolescente.

—¿Tienes pensado adoptarlo? —Era una pregunta razonable, teniendo en cuenta lo que había dicho.

—No lo sé —respondió Ginny pensativa—. Ya voy a ser su tutora legal y no estoy segura de que necesitemos más. Pero lo que no necesita y lo que yo no deseo hacerle en este preciso momento es dejarlo solo tres meses, cuando están pasando tantas cosas en nuestra vida. —Y para él sería desastroso si la mataban durante una misión humanitaria. También lo había pensado, pero eso no se lo dijo a Ellen. No estaba preparada para dejar SOS/HR, solo necesitaba tomarse un tiempo mientras trataba de averiguar qué hacer. Y estaba segura de que a finales de año lo tendría claro—. ¿Puedes darme una excedencia hasta que acabe el año? —preguntó Ginny con gesto angustiado.

—Sí, puedo hacer eso —respondió Ellen sin juzgarla—, si de verdad consideras que es lo que debes hacer.

La miró detenidamente con cierta tristeza, temiendo que no volviese nunca con ellos. A Ginny también le daba miedo. Le agradeció su comprensión, firmó un formulario para solicitar la excedencia y dejó el fajo de documentos relativos a la India encima de la mesa de Ellen. Luego regresó a casa para esperar a que Blue volviese del instituto. Se sentó a esperarlo en el salón, sintiéndose como si se le hubiese muerto alguien. No se sentía ni liberada ni aliviada por no tener que viajar fuera. Solo sentía que había hecho lo que le dictaba la conciencia, por Blue. No tenía ninguna certeza de que la decisión fuese buena para ella, pero sí sabía que echaría de menos el trabajo que había ido desempeñando hasta entonces.

Mientras meditaba sobre todo ello, sonó el teléfono. Era Andrew, quien detectó al instante que algo no iba bien.

—No te noto demasiado contenta —le dijo—. ¿Ha pasado algo?

—No estoy segura —respondió Ginny con sinceridad. Aunque le parecía que era la decisión acertada, no se sentía muy feliz al respecto—. Acabo de ampliar la excedencia hasta finales de año. No me parecía bien dejar a Blue. Pero tampoco me siento preparada para renunciar al trabajo humanitario. La verdad es que lo echo de menos. Ahora no hago más que hacer la compra y jugar a las cartas con Blue. Necesito algo más en la vida —le confesó, derrumbada—. Y tampoco quería estar ausente de tu reunión con la archidiócesis del mes que viene. —Quería estar en dos sitios a la vez y sabía que era imposible.

—¿Por qué no te mimas un poco una temporadita? A lo mejor te viene bien quedarte en casa estos meses. Todos los padecimientos del mundo y las personas necesitadas no habrán desaparecido para enero, y entonces podrás retomar tu trabajo. A lo mejor puedes pedir que te manden fuera para períodos más cortos o trabajar en resolución de problemas, en lugar de estar tres meses desplazada. —No era mala idea. Hasta entonces no se le había ocurrido trabajar en el ámbito de la resolución de problemas. Mientras lo escuchaba, fue animándose—: No me cabe duda de que Blue estará encantado, igual que yo —añadió eufórico—. ¿Te parece bien cenar conmigo la semana que viene para celebrar que estarás aquí?

Era encantador de su parte, aunque a ella le resultó también un tanto extraño. Le caía bien y lo admiraba, pero era el abogado de Blue, no un amigo de ella. Y estaba segura de que él también lo veía así.

—¿Para hablar del caso? —le preguntó.

—No —respondió él claramente, con calma, y sonriendo aunque ella no pudiera verlo—. Porque me gustas. Creo que eres una persona increíble y acabo de acordarme de que ya no soy sacerdote. ¿Te resulta inapropiado?

Ginny reflexionó un largo momento y a continuación, con una sonrisa, respondió:

—No, para nada.

—Pues yo también tengo buenas noticias para vosotros. El juzgado de familia tiene un hueco la semana que viene. Van a citarnos para la vista sobre la tutela. Os necesito a Blue y a ti, y a Charlene, si está dispuesta a ir también. —Era una noticia buenísima—. ¿Y si quedamos para cenar después, para tener algo por lo que brindar?

—¿Con Blue?

—No, solo nosotros dos —respondió Andrew sin vacilar.

Y cuando esa noche le contó a Blue que se quedaba hasta enero y que estaría con él durante las fiestas navideñas, el chico soltó un grito que debió de oírse hasta en Central Park. Su decisión de quedarse con él en lugar de pasar tres meses en la India había sido recibida con vítores por parte de sus fans y estaba encantada. De pronto, su decisión de no viajar cobraba sentido y le gustó la sensación. Supo que era lo que tenía que hacer.

La vista para el cambio de tutela fue un trámite tan sencillo como le había anticipado Andrew. El juez entendió perfectamente a Blue y estaba al tanto de la inminente decisión judicial. La labor humanitaria de Ginny le mereció un profundo respeto, así como todo lo que había hecho por el muchacho. Charlene sí que se presentó en los juzgados, era la primera vez que Blue y ella se veían desde hacía un año, y para ella fue un momento agridulce. Pero no había estado a su lado, al contrario que Ginny a pesar de sus viajes de trabajo. Ya había modificado su vida de un modo inconmensurable. El juez no tuvo ningún problema a la hora de concederle la tutela a Ginny. Después, Andrew y Ginny se llevaron a Blue a comer. Charlene se excusó diciendo que tenía cosas que hacer y se marchó a toda prisa en cuanto salieron de la sala.

Así pues, Ginny se convirtió oficialmente en tutora legal de Blue. Fue un paso enorme para ambos, además de un compromiso mutuo. Si Ginny se hubiese ido a la India, no habría podido asistir a la vista, de modo que su pálpito de quedarse había sido atinado. Tenía la sensación de que había en todo ello un elemento mágico: en lo que había pasado, en las personas que habían entrado a formar parte de su vida, el instituto nuevo, que Ted Graham fuese a responder ante el juez. La mano del destino los había tocado a todos ellos. Y había sido por Blue.

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