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Dos semanas después de que Blue se escapara, monseñor Cavaretti convocó a Andrew y a Ginny a otra reunión. No avanzó ninguna explicación, y el caso seguía en el mismo punto desde hacía semanas; tampoco habían aparecido más víctimas. El padre Teddy había salido bajo fianza. Se había ido a vivir a un monasterio cerca de Rhinebeck, a orillas del Hudson. Y, para alivio de Ginny, los tabloides no habían vuelto a publicar nada más.

Andrew y Ginny quedaron delante de la archidiócesis para entrar a la vez. Habían cenado juntos la noche anterior, las cosas entre ellos avanzaban de forma favorable. Al penetrar en el edificio, Andrew la miró de arriba abajo con discreción. Unos minutos después, los condujeron al despacho privado de monseñor Cavaretti. Por un momento, a Andrew le recordó el tiempo que el prelado y él habían compartido en Roma y sus coloquios sobre derecho canónico. Pero esta vez, mirándolos mientras tomaban asiento, monseñor Cavaretti no sonreía.

—Hoy deseaba hablar con ustedes dos —anunció con tono sombrío—. Como podrán imaginar, toda esta situación ha afectado enormemente nuestros ánimos. No son historias alegres que digamos, y todos los implicados sufren, y también la Iglesia. —Entonces se volvió hacia Andrew—. Quería que supieran que Ted Graham se declarará culpable mañana. No tiene sentido alargarlo más. Creo que ninguno de nosotros tiene dudas sobre lo que ocurrió y nos sentimos profundamente apenados por los niños afectados. —El viejo sacerdote transmitía una profunda consternación. Andrew estaba impactado, nunca le había visto una actitud tan humilde—. Quiero discutir una indemnización con ustedes dos. Hemos consultado con el cardenal y con Roma. Quisiéramos ofrecer a Blue Williams una indemnización de un millón setecientos mil dólares, que se ingresarán en un fondo a su nombre y permanecerán en él hasta que alcance la edad de veintiún años. —Miró entonces a Ginny a los ojos—. ¿Lo consideraría usted aceptable? —Sentía una admiración inmensa por lo que había hecho por Blue y se le notó en la mirada.

Ella miró de inmediato a Andrew y de nuevo al prelado, y asintió con la cabeza, con cara de asombro. Era más de lo que había imaginado nunca. Ese dinero le cambiaría la vida para siempre. Su formación académica, su sensación de seguridad, las opciones que le daría más adelante. Ciertamente, se hacía justicia. Ginny asintió agradecida, incapaz de articular palabra.

—¿Le parece bien, abogado? —preguntó Cavaretti a Andrew.

Él le sonrió y los dos hombres, viejos amigos en el fondo, intercambiaron miradas de respeto y afecto. El resultado final era una bendición para todos. La Iglesia, tras la insistencia de Cavaretti, hacía lo correcto para el chico.

—Me parece muy bien, y me llena de orgullo haber formado parte de esta decisión colectiva; es lo que había que hacer. —Cavaretti se levantó—. Es todo lo que tenía que decir. Prepararemos los documentos y, por supuesto, se acompañarán de un acuerdo de confidencialidad. Creo que ninguno de nosotros sacará el menor provecho de hablar con los medios de comunicación.

Andrew y Ginny se mostraron de acuerdo por completo. Luego se estrecharon la mano unos con otros y poco después Andrew y Ginny estaban de nuevo en la calle. Se alejaron a toda prisa antes de decir nada. Entonces él se volvió hacia ella con una sonrisa enorme.

—¡Increíble! ¡Lo hemos conseguido! Dios mío. ¡Tú lo has conseguido! Esto sí que va a permitir darle a Blue una vida alucinante. Podrías haber escuchado su historia y no haber hecho nada. Pero, no, tuviste las agallas de llegar hasta el final y le infundiste a él el valor para hacerlo. Y ahora esto marcará la tónica para el resto de los niños de los que abusó Ted Graham.

Era una de las victorias más dulces de su carrera como abogado, y gracias a ese caso él había conocido a Ginny. Ante ellos, ante los tres, se abría un mar de posibilidades. La Iglesia podía permitirse la indemnización que iba a pagar a Blue. Y Andrew jamás olvidaría la mano benévola de Cavaretti en el asunto.

Comieron juntos para celebrarlo. Esa noche Andrew fue a cenar con ellos y se lo contaron todo a Blue. Él se quedó en estado de

shock. No podía concebir que un día todo ese dinero fuera a ser suyo.

—¡Dios mío, soy rico! —exclamó mirando a Ginny—. ¿Puedo comprarme un Ferrari cuando tenga dieciocho años? —Y sonrió de oreja a oreja.

Ella se rio.

—No, pero podrás pagarte una buena educación, que es mejor que eso —respondió con firmeza.

Los dos se alegraban por él. Había pagado un alto precio para obtener ese dinero, pero le ayudaría mucho el resto de su vida, con suerte, si se invertía con sensatez. A Ginny no le cupo duda de que así sería. Tenía toda la vida por delante y muchas cosas que asimilar.

Al día siguiente, llamó a Kevin Callaghan para contarle que habían llegado a un acuerdo. No precisó la suma de la indemnización, pero sí le agradeció efusivamente que la hubiera puesto sobre la pista de Andrew; no habría podido encontrar mejor abogado. También le contó que Ted Graham se declararía culpable ese mismo día.

—Excelente. —Se alegraba mucho. Y le recordó que fuese a verlo si viajaba a Los Ángeles. Ya había comprendido que siempre la llevaría en su corazón. Sabía que nunca obtendría nada, pero era bonito soñar.

En noviembre Ellen Warberg la llamó desde las oficinas de SOS/HR. Ginny había estado pensando mucho en su trabajo. Echaba de menos trabajar, y viajar para la organización, pero todo eso ya no era compatible con las responsabilidades que había adquirido hacia Blue ni con su relación con Andrew, que iba consolidándose día tras día y parecía encaminada a algo serio, cosa que los había pillado a ambos por sorpresa.

Ginny dio por sentado que Ellen la había convocado a su despacho para hablar de su siguiente misión y tenía claro que iba a tener que rechazarla.

—Quería decirte —empezó Ellen, muy seria, cuando se sentaron frente a frente en su despacho— que me jubilo. Quiero disponer de tiempo para llevar a cabo algunos proyectos y viajar por viajar. Pasé años haciendo lo que haces tú y luego, desde hace cinco, trabajando en esta mesa de despacho, y pienso que ha sido tiempo suficiente. Quería que fueses la primera en saberlo, porque me gustaría proponerte como sucesora en el cargo. Me parece que lo harías genial, y no creo que pasarte nueve meses al año en zonas de conflicto, en la otra punta del planeta, sea lo que quieres en estos momentos de tu vida. Total, que podría interesarte —dijo con tono esperanzado, pero segura de que tendría que convencerla para que aceptase.

A Ginny le entraron ganas de saltar y abrazar a Ellen. Era la solución perfecta para el problema que llevaba meses atormentándola. No quería dejar el trabajo, pero tampoco podía seguir haciendo esa labor. Sin embargo, lo que hacía Ellen sí podía hacerlo. Le iba a la perfección y además conocía muy bien tanto las necesidades como el estilo de SOS/HR.

—Estaré encantada —respondió Ginny sonriendo exultante, con una cara como si acabara de ganar la lotería.

Ellen rodeó la mesa de despacho para abrazarla y le anunció que se marchaba el uno de enero. Era perfecto, lo miraran por donde lo mirasen.

Andrew y Blue se llevarían la alegría de su vida cuando se lo contase esa noche. Sus días de nómada habían acabado. Dos semanas más tarde, confirmaron su nuevo cargo como directora de la sede central de SOS/HR en Nueva York. Era un puesto con prestigio y con un sueldo en consonancia. Ellen y ella almorzaron juntas para hablar del traspaso de poderes, y aquella le dio a Ginny muy buenos consejos.

Después del almuerzo, Ginny fue a escoger el regalo de Navidad que había pensado hacerle a Blue. Le compró un piano. Sabía que sería el regalo más emocionante del mundo para él, mejor que un Ferrari. Llevaba toda la vida soñando con tener su propio piano. Estaba sacando buenas notas en el instituto y preparando su primer recital para ese mismo mes.

Cuando volvía andando a casa, se puso a nevar. Eso le recordó la misma época de hacía casi un año, cuando acababa de regresar de África, la víspera de la fecha que tanto horror le causaba, y un niño llamado Blue le cambió la vida para siempre, como ella a él; y Andrew los había ayudado a ambos. En ese momento, todo aquello le parecía un milagro.

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