Blue

Blue


8

Página 14 de 33

—Papá se ha caído y se ha roto el brazo —respondió con voz angustiada—. Ha vuelto a perderse. Creo que ya no le hace efecto la medicación. Lo hemos llevado al hospital y el pobre no sabía dónde estaba. Sigue sin saber dónde está. Quizá mañana se encuentre mejor, cuando sea de día. Pero, Ginny, tienes que venir. Papá no va a durar eternamente y está empeorando. Si no vienes ya, si lo dejas para cuando vuelvas de viaje la próxima vez, creo que ya no estará entre nosotros. En cualquier caso, se le habrá ido la cabeza del todo. Aunque ahora mismo no te reconozca, por lo menos se mantiene lúcido parte del tiempo. —Su voz denotaba que estaba desesperada, y Ginny se sintió mal por ella.

—Perdóname, Becky. Haré lo que pueda. Quizá pueda ir este fin de semana. —Lo pensó a toda velocidad. No quería que Blue faltase a clase. No quería hacer nada que pusiera en peligro su graduación en junio. Pero todavía no le había contado a Becky que el chico estaba viviendo otra vez en su apartamento. Tampoco le hacía gracia dejarlo ese fin de semana en Houston Street, pues en breve estaría mucho tiempo lejos de él—. Aunque si voy —añadió—, tendré que ir con una persona.

Su hermana se sobresaltó al otro lado de la línea.

—¿Estás con alguien?

—Sí, pero no en el plan que piensas. Blue se ha venido a vivir conmigo otra vez. Estoy intentando que entre en un instituto muy especial. De hecho, tiene una audición y una entrevista la semana que viene, así que podríamos ir el fin de semana.

—Oh, Dios mío, otra vez no. Por todos los santos, ¿en qué estás pensando? Solo te faltaba meter a un adolescente vagabundo en tu apartamento, o en tu vida.

—Le está yendo muy bien.

—¿Lo tienes en acogida? —No podía entender lo que hacía su hermana. Era como si hubiese perdido la cabeza.

—No, estoy ayudándolo, como mentora. Pero se aloja en mi casa mientras estoy en la ciudad.

La idea resultaba tan ajena para Becky que no entendía una sola palabra, como tampoco entendía absolutamente nada de lo que Ginny estaba haciendo con su vida. Sin embargo, se sentía demasiado cansada para pensar en ello. Bastante tenía con su padre. Y al menos Ginny había accedido a viajar a Los Ángeles. Ya iba siendo hora. Se alegraba de haberla convencido al fin.

—No quiero abusar de tu hospitalidad —dijo Ginny con respeto—, y menos ahora que vamos a ser dos, así que nos quedaremos en un hotel.

—Seguimos teniendo un cuarto de invitados. Y el chico puede dormir en la habitación de Charlie, si se porta como es debido. —Lo decía como si fuese un salvaje.

Ginny procuró no caer en la provocación.

—Es un niño muy educado. Creo que te gustará. —O al menos eso esperaba. Aunque no estarían más que un par de días: su idea era coger un vuelo el vienes por la tarde después del colegio y regresar el domingo por la noche a última hora para llevar a Blue directamente a clase el lunes a primera hora. Sería un viaje relámpago—. Te mando los datos del vuelo por

e-mail —añadió.

Se despidieron al cabo de unos minutos.

Ginny se quedó pensando en todo ello, y en el impacto que supondría ver a su padre afectado por aquella enfermedad. Además, iba a ser la primera vez que viese a Becky y a los suyos desde hacía casi tres años y medio. La ponía nerviosa. Esperaba que todo fuera bien.

Se lo contó a Blue a la mañana siguiente. Al chico le hizo mucha ilusión viajar a California. Ginny le explicó los motivos del viaje, que su padre estaba enfermo y viejo, pero él respondió que estaba deseando conocer a su hermana y a sus hijos. Se lo tomó con tanta alegría que se la contagió a ella.

Después de que él se marchara al colegio, se le ocurrió telefonear a la tía de Blue. Por suerte, se encontraba en casa y respondió al primer tono. Le contó que iba a ir a Los Ángeles y que pensaba llevarse a Blue.

—¿Le importaría firmarme una carta? —le preguntó Ginny—. Es menor de edad, y yo no tengo la custodia. Si alguien de la compañía aérea me pide algún tipo de documentación, no me gustaría que pensasen que lo estoy secuestrando.

—Ningún problema —respondió Charlene con buena disposición, y quedaron en verse de nuevo en el hospital Mount Sinai esa misma noche, como habían hecho para el permiso escolar.

Ginny redactó la carta por ella y resolvieron la cuestión en cuestión de minutos, en la cafetería del hospital.

Entonces Charlene la miró. Seguía sin comprender por qué hacía todo eso por Blue, pero era muy amable de su parte. Sospechaba que, para haberse brindado tan generosamente a acoger a su sobrino en su casa y en su vida, Ginny se sentía muy sola.

—¿Cómo le va? —preguntó la tía de Blue cuando salieron juntas del edificio.

—Pues muy bien —respondió Ginny sonriendo segura—. Se gradúa en junio.

—Si no abandona antes —agregó la otra, con conocimiento de causa. No tenía ninguna confianza en la capacidad de su sobrino para aguantar en el colegio.

—No abandonará —dijo Ginny, mirándola decidida, y las dos se echaron a reír.

Ardía en deseos de preguntarle cómo se apellidaba el padre Teddy, pero no quería despertar sus recelos. En lugar de eso, le preguntó inocentemente cuál era su parroquia y Charlene respondió llena de orgullo que la de St. Francis. Con idea de despistarla y de disimular su interés, le contó que aún no había llevado a Blue a la iglesia pero que seguramente lo llevaría.

—Ni lo sueñe —respondió aquella, que sabía de qué hablaba—. Odia ir a misa. Yo al final lo di por imposible.

Ginny se preguntó si la mujer recordaría que tiempo atrás Blue le había contado que el cura lo había besado. Tuvo la impresión de que se lo había tomado como una chiquillada.

Le dio las gracias por firmar la carta. Charlene regresó a su trabajo, y Ginny cogió un taxi para volver al apartamento, donde Blue estaba preparándose para acostarse. Ella le había dejado preparada la ropa para el viaje, el día siguiente. Le había comprado unos vaqueros de repuesto, unos pantalones de pinzas de color camel, tres camisas y un cortavientos fino, además de unas Converse de caña alta, ropa interior y calcetines. Quería que se presentase lo mejor vestido posible a ojos de su hermana. No creía que bastase con que llevase zapatillas nuevas, para ganarse a Becky iba a necesitar mucho más que eso. Pero Ginny estaba segura de que Blue se portaría de maravilla y sabría defenderse cuando se hallase con su familia en Los Ángeles. El chico, aunque lamentaba que su padre estuviese enfermo, estaba entusiasmado con el viaje.

—Que duermas bien —le deseó una vez que Blue se hubo acostado, y se inclinó para darle un beso. Acababa de revisar de nuevo su maleta; tenía todo lo que necesitaba, hasta un pijama nuevo.

—Te quiero, Ginny —respondió él en voz baja.

Ginny, sorprendida por aquellas palabras, le sonrió. Hacía tanto tiempo que nadie le decía eso… y menos aún un niño.

—Yo también te quiero a ti —contestó, sonriendo todavía.

Apagó la luz y volvió a su cuarto para hacer su maleta. Cruzó los dedos para que todo saliera bien.

Ir a la siguiente página

Report Page