Blue

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Blue leyó el texto con cuidado y le indicó que coincidía con lo que le había dicho. No había omitido nada, y el escrito no contenía errores. Una vez que hubo confirmado que era correcto, Sanders le pidió que jurase que lo que le había contado era cierto. Él lo juró y firmó la declaración. Entonces ella les dio las gracias a los dos por haber ido y los acompañó a la puerta. Había sido una entrevista agotadora y cargada de emociones. Blue estaba exhausto, y Ginny también tenía cara de cansada, pero se dijo que todo había ido bien.

Estaban bajando en el ascensor cuando Ginny miró detenidamente a Blue.

—¿Estás bien?

—Sí. Es maja —dijo él en voz baja. Entonces levantó el rostro y miró a Ginny con tristeza—. ¿No estás enfadada conmigo?

Se refería a lo que se había callado, ella lo comprendió enseguida. Al contrario, estaba admirada ante la sinceridad con la que había hablado, cosa que no podía haberle resultado fácil.

—Pues claro que no. ¿Cómo iba a estar enfadada contigo? Eres la persona más valiente que conozco y has hecho bien en contárselo. Con el único con quien estoy furiosa es con el padre Teddy.

Blue asintió y ella le cogió de la mano. Salieron del ascensor y del edificio y, ya en la calle, cuando se dirigían al metro, él volvió a hablar y a reír, y a llenarse de vida otra vez.

Jane Sanders salió de su despacho, con la declaración de Blue en la mano, y entró en el de su teniente con pasos largos y cara de pocos amigos. El teniente alzó la vista y se encontró con una mirada asesina. El caso no era diferente de los demás, pero estaba harta de oír la misma historia una y otra vez y de que siempre le asignasen esos casos a ella. Después de asistir a cursos de psicología y orientación personal durante años, y con su licenciatura por la Universidad de Columbia, los manejaba mejor que cualquiera de sus compañeros. Además, siempre echaba el guante al delincuente, no había perdido ningún caso contra un pederasta, ya fuese un ciudadano de a pie o un cura.

—¿Qué tienes? —preguntó el teniente, interesado. No era la primera vez que veía aquella expresión en su rostro—. ¿Un encantador asesino múltiple para que no te aburras? —bromeó.

—Ojalá. Otro cura. Estoy hasta las narices de estos tíos y de lo que hacen a los críos. ¿Por qué no los expulsan del sacerdocio? La mayoría ya saben quiénes son, pero los van cambiando de sitio como la bolita de los trileros. Dan mala prensa a la Iglesia. —Al igual que Ginny, estaba segura de que el padre Teddy había hecho lo mismo o cosas peores a otros niños de la parroquia. En los casos de pedófilos como él, nunca se trataba de hechos aislados. Probablemente había vuelto a las andadas en Chicago. Sanders contaba con un equipo de investigadores de los que tiraba para casos similares; pensaba ponerlos a trabajar en el de Blue de inmediato.

—¿Tiene opciones de salir adelante? —le preguntó Bill Sullivan.

Sanders era la mejor oficial que tenía para casos de abuso de menores, desempeñaba su labor de manera brillante.

—Absolutamente —contestó ella con total seguridad—. Es un caso de abusos de manual. —Se asemejaba a muchos otros en los que había trabajo. Y le parecía que todos los elementos eran verosímiles—. Además, el chico será un testigo inmejorable.

—Entonces a por él, Jane. —Bill sonrió de oreja a oreja.

—Descuida, lo haré. Estoy en ello.

Dejó una copia de la declaración encima de la mesa, con el número de expediente correspondiente, y volvió a su despacho. Había dado comienzo la búsqueda del padre Teddy y de sus víctimas.

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