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La reunión con Andrew O’Connor fue muy diferente de la que habían mantenido con la policía. De entrada, para ahorrarle a Blue el sufrimiento y la vergüenza de tener que contarlo todo de nuevo con pelos y señales, Ginny entregó al abogado la declaración hecha ante la policía. Le pidió que la leyese, y eso hizo. Al terminar, levantó la cara para mirarlos a los dos, con gesto serio. Era un hombre alto, de porte aristocrático. Aunque iba en vaqueros y con una camisa azul con las mangas remangadas, se veía que era de una factura excelente. Además, llevaba los zapatos impecables. Los cuadros que decoraban su despacho eran obras caras, y los diplomas decían que se había licenciado por Harvard. A juzgar por su seguridad y sus modales, Ginny intuyó que procedía de alguna familia importante y que tenía dinero. Kevin no lo había comentado, pero ella lo percibía. Sin embargo, aunque podía imaginárselo como ejecutivo de banca o abogado, nunca habría dicho que había sido sacerdote.

—Conozco a Jane Sanders. Es la persona idónea para esta investigación —dijo O’Connor contento con la noticia—. Ya he trabajado con ella. No hemos perdido ninguno de los casos en los que hemos trabajado juntos. Y no creo que este vaya a ser muy difícil de demostrar. Por lo visto, el tipo es muy descarado, y sospecho que tú eres solo una de sus víctimas, Blue. Puede que haya muchas. Y si logramos demostrar que la archidiócesis lo trasladó a Chicago para encubrirlo, habremos ganado el caso. Sospecho que eso fue justo lo que hicieron. El Vaticano ha ordenado que deje de aplicarse esa práctica, pero algunos responsables diocesanos y algunos obispos siguen intentando proteger a los suyos. El derecho canónico estipula sin género de dudas que en este tipo de casos deben entregar a los curas descarriados a las autoridades, pero muchos se niegan a hacerlo. De este modo, sujetos como el padre Teddy salen impunes una y otra vez. Lo primero que hay que hacer es pararlo y conseguir que se haga justicia, con Blue y con todas las personas a las que haya hecho daño. Y luego querría que indemnizasen a Blue por los daños. En algunos de estos casos, mis clientes han conseguido sumas de dinero nada desdeñables.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Blue directamente.

—Cuando alguien te hace algo malo como eso —explicó el exjesuita—, y te perjudica o te daña de alguna manera, lo primero que quieres es que, de ser posible, lo encarcelen. De eso se encarga la policía. Pero luego puedes presentar una demanda civil y obtener una suma de dinero por lo que sufriste. De eso me ocupo yo. —Lo expuso de un modo muy sencillo.

—¿Quiere decir que me pagarán por lo que me hizo? —Blue estaba horrorizado—. No me parece bien.

—En cierto sentido no está bien —convino Andrew—. No arregla nada y, en el caso de personas que sufrieron lesiones físicas, no les devuelve su integridad perdida. Pero viene a ser el modo en que nuestro sistema hace que los culpables pidan perdón y paguen por lo que hicieron. Y en ocasiones puede ser bueno, cuando ese dinero puede ayudarte. En este caso, es la Iglesia católica la que paga la indemnización y a veces se han establecido sumas muy elevadas. No puede ponerse precio al daño que causa esa gente ni al trauma que sufriste o a dolor que causaron. Pero recibir una indemnización ha ayudado a algunas víctimas a encontrar consuelo y a sentir que hay gente que se preocupa por ellas. Así funciona nuestro sistema jurídico. —Blue escuchó las explicaciones del abogado, pero seguía mostrándose incómodo con la idea—. Podría venirte bien disponer de un dinero en el banco, para tus estudios, para montar una empresa algún día o para dar una entrada en la compra de una casa cuando seas mayor, o incluso para tus hijos. Es una manera de darte algo a cambio de la inocencia que perdiste y del abuso de tu confianza. —No hizo mención a su cuerpo, pero también formaba parte de ello.

Blue se volvió hacia Ginny con gesto inquisitivo.

—¿A ti te parece bien? —le preguntó inseguro.

Ella asintió.

—Sí, Blue. Viviste algo terrible. Fue muy traumático. Si recibes una indemnización, no estarás robando a nadie. Te lo mereces. Y para la Iglesia sería la forma de pedirte perdón por lo malo que fue el padre Teddy y lo por lo que te hizo. —Tal como lo expresó Ginny, le pareció mejor.

—El Estado lo manda a la cárcel y la Iglesia te pide disculpas haciéndote un regalo. A veces es un regalo muy grande, pueden permitírselo —agregó el abogado.

Blue se quedó pensativo, dándole vueltas, y no respondió. No quería un dinero que no se merecía por haber permitido que el padre Teddy le hiciera algo que no estaba bien. De vez en cuando todavía se sentía culpable, porque a medida que iba haciéndose mayor entendía hasta qué punto era algo intolerable y él, sin embargo, no se lo había impedido. Pero había tenido demasiado miedo a impedírselo. ¿Y si el padre Teddy tenía razón cuando dijo que Blue le había hecho «caer en la tentación»? No había sido su intención, pero ¿y si era eso lo que había ocurrido?

—Me gustaría trabajar con Jane Sanders en la investigación, y además podemos contratar a un detective privado, para atar todos los cabos sueltos y no dejarnos nada relevante —les explicó el letrado—. Nos interesa organizar el caso lo mejor posible para asegurarnos de que lo condenan. Mientras tanto, yo prepararé la demanda civil, de manera que en cuanto lo condenen, obtengamos una indemnización de la Iglesia.

Aunque lo exponía de forma muy directa, Ginny sabía que no sería tan fácil como sonaba. Resultaba complicado llevar ese tipo de casos a instancias judiciales, y la Iglesia no siempre se mostraba tan colaboradora como él daba a entender. La Iglesia protegía a los suyos. Pero el panorama esperanzador que había esbozado él les sonaba perfecto tanto a ella como a Blue.

—Además, en cuanto el Estado presente cargos contra él y el caso salga a la luz pública, quiero enviar una carta a los feligreses de su parroquia de aquel entonces, a la de antes del incidente y a la de hoy en día, y a cualquier otra parroquia en la que haya servido, para ver si conseguimos que aparezcan más víctimas. Hay gente que no quiere verse implicada o que los demás se enteren de lo que les pasó, pero otros muchos sí, sobre todo cuando se dan cuenta de que no han sido los únicos. Os sorprendería saber cuántas personas aparecen de la noche a la mañana reconociendo públicamente que también les ocurrió a ellos. Este tipo de individuos no delinque solo una o dos veces, ni siquiera un puñado. En uno de los casos que llevé, encontramos a noventa y siete víctimas, pero solo setenta y seis estuvieron dispuestas a testificar. Todas recibieron indemnizaciones de la Iglesia, y muy elevadas, de hecho. Fue el caso más importante en el que he trabajado hasta la fecha.

—¿Cuáles serían sus honorarios por este? —le preguntó Ginny con prudencia. Sospechaba que cobraba si la sentencia era favorable a su cliente, deduciendo para sí un porcentaje de la indemnización fijada, y que no les cobraría nada más aparte de eso. Pero necesitaba asegurarse.

—Para mí estos casos son una parte importante de nuestra historia como seres humanos y como católicos. Debemos corregir estas conductas. No podemos ocultarlo, hay que cerrar las heridas, cueste lo que cueste. Y quienes, como yo, seguimos creyendo en la Iglesia y en su integridad, estamos dispuestos a devolver algo a las víctimas. Por eso llevo estos casos de manera altruista. No cobro nada, con independencia de la cantidad de horas que invierta. Incluso si vamos a juicio. No quiero un porcentaje del pago. Dicho de otro modo —añadió mirándolos a los dos—, todo lo que haga en relación con el caso será gratis.

A Blue le pareció muy amable de su parte, y Ginny se quedó atónita, pues sabía lo cara que podía resultar toda la labor legal y cuánto cobraban la mayoría de los abogados, sobre todo cuando había indemnizaciones de por medio.

—¿Y eso cómo puede ser? —le preguntó, sin dar crédito.

—Es fácil. Tengo clientes que me pagan por casos de otra índole. Considero fundamental demostrar que sigue habiendo gente buena implicada en la Iglesia directa e indirectamente. —Él no sabía que ella conocía su historia, por eso aclaró—: Yo fui sacerdote. Dejé el sacerdocio por distintos motivos, pero me preocupan profundamente estos delitos de abusos sexuales contra niños. Y esto es lo que está en mi mano hacer para ayudar: defender a quienes lo necesitan y hacerlo sin cobrar nada a cambio. No quiero que la gente crea que consigo una indemnización elevada a una víctima para poder llevarme una parte. No soy yo quien sufrió los abusos, sino Blue. Merece ese pago por entero. Llevo varios años trabajando así. La archidiócesis sabe quién soy. No les gusto, y lucho con uñas y dientes. —Entonces miró a Ginny con una amplia sonrisa—. Y siempre gano. Todavía no he perdido un solo caso de este tipo y no tengo la menor intención de empezar ahora. La espada de la verdad es poderosa. —A continuación sonrió a Blue—. La usaremos para cortarle la cabeza al padre Teddy. —Ginny habría sugerido otras opciones, pero guardó silencio. Estaba asombrada ante ese exsacerdote que acababa de ofrecerse a representar gratis a Blue—. ¿Es usted su tutora? —preguntó a Ginny.

Daba por hecho que la respuesta sería afirmativa, de modo que se sorprendió cuando ella le dijo que no lo era.

—La tutora es su tía. ¿Necesita que firme algo?

—Aún no. Pero cuando llegue el momento de interponer la demanda civil, tendrá que firmarla su tutora legal.

—Estoy segura de que la firmará —respondió Ginny con confianza. Charlene quería a su sobrino y desearía lo mejor para él, y cobrar una indemnización lo sería—. En ese sentido no habrá problema.

Él asintió, contento de oír la respuesta, y pasó a explicarles cuál sería el plan. Hablaría con el detective al que solía recurrir en casos de abusos sexuales, un profesional excelente a la hora de sonsacar rumores, chismorreos y sospechas de los parroquianos, y en ocasiones mucho más que meras habladurías, datos que podrían conducirlos a pruebas y a otras víctimas. O’Connor dijo también que se mantendría en contacto con la oficial Sanders durante toda la investigación. Y que, tan pronto como el Estado o varios estados se querellasen contra el padre Teddy Graham, iniciaría la causa civil y, al mismo tiempo, reclamaría el pago de la indemnización a la Iglesia. En cuanto fuese condenado, nadie podría echar su pleito abajo. Llegados a ese punto, solo faltaría establecer el importe del pago. Pero hasta entonces les quedaba un largo camino por recorrer. Andrew O’Connor calculaba que el proceso entero llevaría un año, más o menos, dependiendo de lo que tardasen en efectuar el pago. Si iban a juicio, podía alargarse más. Pero dudaba de que llegasen a eso. Por otro lado, si la archidiócesis trataba de ocultar los crímenes del padre Teddy y lo respaldaba, empeoraría sus propias perspectivas de éxito. En efecto, los tribunales esperaban que la Iglesia mostrase arrepentimiento por los delitos cometidos por sus sacerdotes y que resarciese a las víctimas.

Conversaron unos minutos más. Durante ese tiempo, pese a que Andrew O’Connor trataba de no quedarse mirando a Ginny, lo cierto era que la observaba con atención. La veía muy cambiada respecto a la época en que trabajaba en la televisión. Seguía igual de guapa, pero de un modo más sereno, más luminoso. Pensaba que tenía un rostro angelical. No llevaba maquillaje y se había recogido el cabello, largo y rubio, en una coleta, y su mirada reflejaba una tristeza como nunca había visto, incluso cuando se reía. Sus ojos eran dos profundos pozos de dolor. Solo se la veía feliz cuando se dirigía a Blue.

Ginny, por su parte, observó al abogado cuando los acompañó a la puerta y pensó que era un hombre sofisticado y de mucho mundo. Un hombre de apariencia distinguida que, a pesar de las sienes plateadas, tenía un rostro juvenil. Calculó que rondaría los cuarenta años.

Recordó que los jesuitas eran la élite intelectual de la Iglesia. Y si había trabajado en el servicio jurídico del Vaticano, tenía que ser un buen abogado, muy brillante. Kevin le había comentado que había vivido cuatro años en Roma. Era un hombre muy capaz y, al igual que cuando conoció a Jane Sanders, estaba segura de que, con él, el caso de Blue estaría en buenas manos. En el camino de vuelta al apartamento, el chico comentó que a él también le había gustado. En ningún momento preguntó cuánto podría llegar a cobrar, pues aún le daba apuro pensarlo siquiera. A Ginny le gustaba eso. Blue no estaba dando la cara por dinero, sino porque era lo correcto, y por lo que le habían hecho.

Esa noche telefoneó a Kevin Callaghan para darle las gracias por el contacto.

—Ha sido una pasada. Y a Blue también le ha gustado. Me da que es un abogado muy bueno, pero casi me caigo de la silla cuando nos ha dicho que lleva estos casos de manera altruista.

—Increíble. —Kevin también estaba sorprendido.

—Es como si siguiera creyendo en todos los valores jesuitas. Tan solo quiere acabar con los malos sacerdotes —añadió Ginny.

—Un tío interesante —comentó Kevin.

Ginny opinaba lo mismo. Estaba muy impresionada. La reunión había resultado sumamente provechosa para la causa de Blue, como también lo había sido el encuentro con la policía.

Después de hablar con Kevin, la llamó Becky. Cada vez que recibía una llamada suya, Ginny se armaba de valor para oír malas noticias.

—¿Qué tal papá? —preguntó, y contuvo la respiración en espera de la respuesta.

—Más o menos igual que cuando vinisteis. Está y no está. Ahora pasa algunos días enteros durmiendo. —Era como una vela cuya llama iba titilando hasta que se apagaba—. ¿Qué tal ha ido la semana? —preguntó Becky. No habían vuelto a hablar desde el viaje relámpago a Los Ángeles.

—Ajetreada y agotadora. —Ginny se notaba un tanto fatigada, pero a la vez contenta con todo lo que habían logrado.

—¿Qué has estado haciendo?

—Pues algunas cosas nada fáciles —reconoció—. Nos hemos enfrentado a una situación bastante dura para Blue. O al menos hemos dado el primer paso. —Eso era solo el principio. Ginny aún no le había contado nada a Becky y tampoco quería hacer pasar vergüenza a Blue, pero, aunque su identidad quedase protegida, el caso saldría a la luz pública en breve, así que le pareció correcto decírselo.

—¿Algo relacionado con el colegio?

—No —respondió con tiento—. Hace tres años el cura de su parroquia abusó de él y, después de hablarlo seriamente, hemos decidido hacer algo al respecto. Total, que la semana pasada fuimos a la Unidad de Abuso de Menores y hoy hemos estado con un abogado especializado en estos casos contra la Iglesia. Ha sido todo bastante intenso. Pero creo que será bueno para Blue. Honra y da validez a lo que vivió, y le transmite el mensaje de que nadie que abuse de él saldrá impune, y que hay gente decente que se preocupa por él.

Al otro lado del teléfono se hizo el silencio cuando terminó de hablar.

—Dios mío —exclamó Becky al cabo de un minuto. Ginny dio por sentado que se sentía horrorizada por lo que había tenido que vivir Blue—. No me puedo creer que estés haciendo esto. ¿Ahora arremetes contra la Iglesia? ¿Y cómo sabes tú que lo que te ha contado es verdad?

Becky no se lo había creído en absoluto. Entre las acusaciones reales, también había habido un montón de otras falsas que habían destrozado la vida a curas buenos. Era la otra cara de la moneda. Sin embargo, Ginny estaba segura de que no era el caso de Blue. Lo creía sin asomo de duda. El sufrimiento que le causaba era demasiado real.

—Estoy totalmente segura de que es verdad —replicó con calma.

—¿Y tú qué sabes? Muchos chicos han mentido sobre esas cosas. Y que te impliques en eso me revuelve las tripas. Ese crío no es tu hijo, apenas lo conoces y ahora vas y te metes con la Iglesia católica. ¿Es que ya no crees en Dios? Pero ¿qué te pasa?

Ginny estaba indignada con lo que estaba escuchando y con que fuese su hermana quien lo hubiera pronunciado.

—Pues claro que creo en Dios. Pero no creo en curas que aprovechan su posición para abusar de niños o violarlos. No te equivoques. ¿Y quién va a dar la cara por él si no lo hago yo? Becky, no tiene a nadie en este mundo, sus padres murieron, no hay ningún adulto que se ocupe de él y solo le queda una tía que ni siquiera desea verlo y que vive con tres hijos en un piso de una sola habitación, con un novio que encima le pega. Tú no entiendes de dónde viene este chico, y te importa un bledo. Pero a mí no. —Ginny estaba escandalizada por la reacción de su hermana. Siempre le parecía mal cualquier cosa que hiciera ella, ya se tratara de su trabajo humanitario, de Blue o de la querella contra el cura que había abusado de él.

—¡No eres Juana de Arco, por el amor de Dios! E ir a por la Iglesia en la que nos educaron nuestros padres es un sacrilegio y una inmoralidad. No me puedo creer que vayas a hacer algo así. Da gracias a Dios por que papá no se enterará nunca.

Su padre había ido a misa todos los domingos de su vida, al igual que su madre. Ellas habían asistido a la iglesia de pequeñas. Becky y Alan solo iban a misa algún domingo y se llevaban a los chicos con ellos. No podía decirse que fueran católicos practicantes. Pero Becky se sentía en el deber de defender al padre Teddy Graham, aun cuando había sido él quien había vulnerado la santidad de la Iglesia, y no a Ginny por defender a Blue y presentar batalla.

—No puedes ir en serio. De verdad creo que tienes que replanteártelo —insistió Becky. Hablaba en un tono de incredulidad furiosa y severo rechazo.

—¿Qué? ¿Y transmitirle la idea de que no pasa nada por que abusaran de él, que no tiene importancia y que el cura que se lo hizo es un buen tipo? Tendría que estar en la cárcel. Además, estoy segura de que se lo hizo a muchos niños más. La semana pasada yo misma lo vi con uno.

—¿Qué estabas haciendo, seguirlo?

Becky volvía a salirse por la tangente. Eso hizo ver a Ginny, una vez más, que su hermana la había criticado toda su vida por cualquier cosa que hiciera. Pero nada de lo que le dijera disuadiría a Ginny de apoyar a Blue con el caso.

—No, fui a Chicago a ver cómo era. Y es un verdadero personaje.

—Igual que tú —repuso Becky enfadada—. Nunca pensé que vería el día en que mi propia hermana atacase a la Iglesia.

—Es que en esto hay que atacarla. Hay que delatar a esos hombres. Son pederastas de la peor calaña. Son pedófilos y deben ir a la cárcel.

—Blue no sufre. Se ve que es un chico feliz y sano. No es el primero al que le pasa, lo superará. No hace falta que conviertas esto en una misión sagrada y que te pongas en ridículo.

—No puedo hablar de esto contigo —respondió Ginny y apretó los dientes—. Lo que me estás diciendo es indignante. Según tú, entonces, ¿qué se supone que tiene que hacer la gente? ¿Defender a los curas malvados? ¿Esconderlos? ¿Olvidar que existen? Porque eso es lo que ha estado haciendo la Iglesia, y no hace sino empeorar la situación aún más.

—Son hombres santos, Ginny —repuso Becky con un tono de voz glacial—. Dios te castigará si enredas con estas cosas.

—Más me castigará Él, y también mi conciencia, si no ayudo a este niño a obtener justicia en este mundo.

—¿Por qué no dejas de preocuparte por él y pones orden en tu propia vida, en lugar de ir por ahí recogiendo a todos los perros callejeros con los que te cruzas y de recorrer el mundo intentando resolver problemas que no tienen solución? No vuelvas a irte fuera, búscate un trabajo como Dios manda, ve a la peluquería de vez en cuando, échate novio y vuelve a convertirte en un ser humano normal. Y, por el amor de Dios, ten un poco de respeto hacia la Iglesia católica.

—Gracias por los consejos —dijo Ginny y colgó sin despedirse.

Estaba temblando. No podía creer lo que le había dicho su hermana, y no solo sobre los sacerdotes que habían vulnerado todas las leyes con un desprecio absoluto hacia la moral y la decencia, y que se dedicaban a violar criaturas. Era evidente que su hermana hubiera preferido esconderlo.

Al poco rato, Blue entró en pijama, con cara de desconcierto.

—¿Quién era? Me ha parecido oírte gritar cuando he salido de la ducha.

Ginny daba gracias por que no hubiese oído lo que había dicho.

—Era Becky. Hemos tenido una bronca estúpida. Cosas de hermanas. Me ha dicho que debería ir más a la peluquería.

Él le observó el pelo y se encogió de hombros ante los misterios femeninos.

—Pues a mí me parece perfecto.

—Gracias. —Ginny sonrió.

No se arrepintió ni por un instante de apoyarlo en esa lucha. En realidad, se trataba precisamente de respetar a la Iglesia católica, de defenderla, más que a los curas que la habían profanado. Y se trataba de defender el derecho de los niños a vivir a salvo, protegidos de todo peligro en un entorno puro y seguro. Ginny había disfrutado mucho en compañía de Becky cuando fueron a Los Ángeles, casi como en los viejos tiempos, cuando eran niñas. Y otra vez le soltaba una diatriba, en esta ocasión defendiendo algo indefendible en la Iglesia. Ginny estaba furiosa. No obstante, también se dio cuenta de que lo que ella y Blue pensaban hacer levantaría ampollas cuando otras personas se enterasen, gente que, al igual que Becky, preferiría que los pecados de un puñado de curas se mantuvieran en secreto y fingiría que el clero católico era infalible. Ginny no estaba dispuesta a eso. Ella creía en buscar la verdad, en sacar a la luz el mal, en luchar por que se hiciera justicia a víctimas inocentes y en defender el derecho de los niños a no ser ni violados ni sometidos a abusos por parte de sus párrocos. Para ella era absolutamente evidente que se trataba de unos principios por los que merecía la pena luchar, pensara lo que pensase su hermana. Y si Becky la censuraba, peor para ella. Ginny creía al cien por cien en lo que estaba haciendo. Esa noche, cuando Blue la abrazó antes de irse a dormir, con un destello de fe en ella en la mirada, Ginny no tuvo dudas de que estaba obrando bien.

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