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Ginny no volvió a hablar con su hermana después de la discusión del lunes por la noche. Becky le envió un mensaje de texto reiterando las ideas y opiniones que le había expresado de viva voz, pero Ginny no respondió. Para ella no cabía discusión alguna. A su modo de ver, la postura de Becky era una vergüenza.

El martes había quedado con Ellen Warberg. Tras considerarlo cuidadosamente y consultar a otras organizaciones humanitarias internacionales, habían decidido enviar a Ginny junto con un puñado de colaboradores a Siria. Cruz Roja tenía una presencia importante en la región, y SOS/HR siempre había mantenido una postura apolítica por completo, lo que hasta cierto punto les garantizaba la protección tanto de la organización en sí como de sus trabajadores. No cabía duda de que se trataba de una zona peligrosa y de que había lugares más seguros a los que viajar, pero Ellen le aseguró que, a la menor señal de que estuviera produciéndose un cambio en el ambiente o un aumento de las tensiones, Ginny podía marcharse de allí por voluntad propia, y ellos mismos la sacarían del país si se enteraban de algo de lo que ella no tuviera conocimiento, aunque no se tratara más que de rumores sobre un mayor peligro. Ginny quedó conforme con las explicaciones de Ellen. La organización nunca la había defraudado. El problema para ella era Blue. Había asumido una responsabilidad con él y ya no le parecía inteligente por su parte aceptar las misiones más difíciles. Accedió a viajar a Siria, pero en el futuro se replantearía el tipo de misiones que estaba dispuesta a aceptar. Su vida había cambiado.

Ellen no albergaba dudas sobre la capacidad de Ginny. La situación en Siria era desagradable, pero la gente necesitaba su presencia con desesperación. Estaban encarcelando a los chicos mayores de catorce años sin motivo aparente, los torturaban y en algunos casos incluso los violaban; los que sobrevivían solían salir destrozados, física y psicológicamente, casi sin posibilidad de recuperarse. Estaban deteniendo a niños todavía más pequeños, a algunos de los cuales los encarcelaban también. Cruz Roja había instalado dos campamentos para ofrecerles asistencia, con personal y mandos internacionales. SOS/HR destacaría a dos cooperantes en cada campamento. Ginny era una de ellos. Pese a que la decisión de enviarla allí era una muestra de la fe que tenían en ella, iba a ser una labor desgarradora. Debido a la dureza de la misión, habían resuelto que fuese breve. Ellen la informó de que la llevarían de vuelta al cabo de ocho semanas, a primeros de agosto. Ginny se alegró de no pasar demasiado tiempo lejos de Blue. Esa misma noche le contó las novedades.

—Me marcho la semana que viene —le dijo mientras cenaban—, lo cual significa que me pierdo tu graduación. Me da muchísima pena, pero vas a tener que mostrar madurez. La buena noticia es que volveré un mes antes de lo normal. —Ya habían contado con que no podría asistir a la graduación. Y Ginny se alegraba de estar de regreso antes de que terminase el verano—. Te compraré un móvil antes de irme. —Aún no lo había hecho, cosa que en algunos momentos era un incordio, como cuando quería saber dónde estaba. Por eso quería que lo tuviera antes del viaje—. Tienes que estar localizable si te llama la oficial Sanders, o Andrew O’Connor, por si necesitan preguntarte algo para el caso. —Por el momento la investigación estaba empezando, pero era posible que necesitasen confirmar algún detalle con Blue o contactar con él para algo—. Yo iré llamándote siempre que me sea posible, pero no creo que pueda comunicarme mucho desde el campamento. —No deseaba resaltar los riesgos de la región y lo dijo sin añadir detalles, para restarle importancia—. Quiero que te quedes en Houston Street. Ya sé que no te gusta, pero solo serán ocho semanas. —Hablaba como si fuese lo más natural del mundo. Y esperaba que él tampoco hiciera muchos aspavientos. Ya sabía que iba a tener que quedarse en el centro de Houston Street mientras ella estuviera fuera.

—¿Y por qué no puedo quedarme aquí? —Aun a sabiendas de que Ginny iba a tener que irse, la idea de que se marchara de viaje otra vez suponía una decepción tremenda. Llegado el momento, era una realidad difícil de aceptar para los dos.

—No puedes quedarte solo en el apartamento. Tienes trece años. ¿Y si enfermas? —O si una trabajadora social descubría que estaba viviendo solo a los trece años.

—Nadie cuidaba de mí cuando enfermaba en la calle —le recordó.

—Yo me quedaré más tranquila si estás en un entorno protegido, con otros chavales y con toda la ayuda que puedas necesitar.

—Odio ese sitio. —Se cruzó de brazos y, encorvándose, se escurrió en el asiento de la silla.

—No serán más que ocho semanas. Esta vez regresaré antes y pasaré aquí casi todo agosto. Y no volverán a asignarme ninguna misión hasta septiembre. —La situación la angustiaba y le daba pena dejarlo, pero había sobrevivido sin ella hasta que se conocieron y se iría dejándolo a buen resguardo y con todas las necesidades cubiertas. Julio Fernández le había prometido que esta vez no le quitaría ojo. Además, allí podría tocar el piano del centro. Aunque aquello era solo un pequeño consuelo—. Como se te ocurra escaparte, te juro que cuando vuelva a casa me pondré como una furia: te ataré a la cama y no volverás a ver tus Converse favoritas, o cualquier cosa terrible que se me ocurra.

Él sonrió ante sus amenazas vanas. Ginny no sabía qué hacer para ser mala con él. Blue seguía sin querer ir a Houston Street mientras Ginny estaba de viaje, pero lo haría por ella, aunque fuese a regañadientes y sin parar de protestar.

Al día siguiente de que SOS/HR le comunicase su nuevo destino, Andrew O’Connor la telefoneó. Se le había ocurrido una idea y deseaba hablar con ella cuando Blue no estuviera presente. Por eso llamó en horario escolar. Ella estaba en casa, organizándose para el viaje.

—¿Blue ha ido alguna vez a un terapeuta? —le preguntó.

—Me parece que no. Me lo habría contado.

—Creo que sería buena idea que lo evaluaran. Si le han quedado secuelas psicológicas del abuso, nuestra posición como parte demandante se vería reforzada. Y, quién sabe, quizá recuerde algo que no nos haya contado o de lo que ni siquiera sea consciente. Es una idea nada más. Es un chico con un equilibrio interior sorprendente, teniendo en cuenta lo que ha vivido. Aunque estoy seguro de que usted tiene mucho que ver en eso —comentó.

Le impresionaba que ella hubiese querido implicarse tanto con él. A su modo de ver, aquello era propio de una santa. Además, saltaba a la vista que Blue y ella se preocupaban el uno por el otro. Ella era buena con él, lo trataba con respeto y con un profundo cariño.

—Yo aparecí hace muy poco en su vida —dijo con modestia—, y hasta entonces se las había arreglado bien. Ahora tiene un techo bajo el que vivir, pero su estabilidad mental es obra suya.

—Es un chico con mucha suerte —dijo Andrew, y lo decía de verdad.

Ginny, sin embargo, sabía que el exabogado del Vaticano también formaba parte de la buena suerte de Blue, al haber aceptado llevar la demanda civil sin cobrarles nada.

—Me marcho en menos de una semana, pero intentaré encontrar a alguien antes. ¿Alguna idea?

O’Connor le dio el nombre de una psicóloga con la que había trabajado en otras ocasiones, con resultados excelentes, sobre todo con niños en casos similares. Ginny anotó sus datos.

—¿Adónde viaja? —preguntó. Sentía curiosidad por ella. Aunque ya no trabajaba en la televisión, seguía pareciéndole una persona interesante y con un trabajo fascinante como cooperante internacional. Pero no sabía mucho más.

—Pues a Siria —respondió ella como si fuese normal viajar allí.

—¿A Siria? ¿Y por qué allí?

—Trabajo para SOS/HR como cooperante sobre el terreno. Suelo pasar entre tres y cuatro meses en cada destino al que me mandan, tres veces al año, casi siempre en campamentos de refugiados. Acabo de volver de Afganistán.

—¿Hace mucho que se dedica a eso? —Su respuesta lo había intrigado aún más. Obviamente, viajaba a lugares peligrosos, era una mujer con agallas y había sufrido en la vida.

—Pues desde que… —Se interrumpió—. Desde hace tres años y medio, desde que dejé los informativos. —No quería dar pena hablando de Mark y de Chris.

—¿Dónde se quedará Blue mientras usted está fuera?

—Esta vez me voy solo ocho semanas. He hecho un trato con él, pero no está nada contento con el plan. Se quedará en la residencia de Houston Street, un sitio de lo más decente. Se escapó de allí mientras yo estaba en Afganistán. Me ha prometido que no volverá a hacerlo. Voy a dejarle su número de teléfono también.

Andrew sonreía mientras la escuchaba. Era una persona de verdad y, en su opinión, una bastante extraordinaria, a juzgar por lo que estaba haciendo por Blue.

—Por cierto, creo que le va a hacer falta un permiso de su tía para la psicóloga. Puede que sin él no lo atienda. Los terapeutas pueden ser muy puntillosos con estas cosas.

—Llamaré a su tía para que me lo firme —respondió Ginny sin que le supusiese el menor problema.

—Tiene que ser frustrante que ella sea la tutora legal cuando es usted quien tiene la custodia física del chico.

—La verdad es que no. Hasta ahora ha sido muy amable siempre que le he pedido que me firme alguna autorización. La llamaré.

Charlaron unos minutos más sobre el viaje a Siria y colgaron. Como Ginny sabía que Charlene estaba en casa durante el día, pues trabajaba de noche, la telefoneó enseguida. La mujer se alegró cuando ella le contó cómo le estaban yendo las cosas a su sobrino y que se graduaba al cabo de unas semanas, pero que por desgracia ella no estaría presente en la ceremonia. Charlene no se ofreció a ir en su lugar. Entonces Ginny le explicó que necesitaba que le firmase otro permiso.

—¿Para qué esta vez? ¿Va a llevárselo a Europa de vacaciones este verano? —preguntó riéndose. La había impresionado que Ginny se lo llevase a Los Ángeles. En su opinión, su sobrino tenía mucha suerte.

—No —respondió esta seriamente—, es que me gustaría que lo viese un terapeuta.

—¿Qué clase de terapeuta? —quiso saber—. ¿Es que se ha hecho daño? Ese crío anda siempre saltando de un lado a otro. No me sorprendería.

—No, él está bien —respondió con serenidad—. Me refiero a un psicólogo, a esa clase de terapeuta.

—¿Y para qué querría que lo viese un psicólogo?

Parecía muy asustada, y Ginny se preguntó si tal vez su reacción obedecía a que su novio había agredido a Blue y no quería que se enterase nadie. Ella no tenía intención de contárselo por teléfono, pero tuvo la sensación de que no le quedaba más remedio, ya que Charlene le había preguntado y no quería mentir diciendo que era para otra cosa.

—Creo que Blue intentó contárselo hace mucho tiempo. Era muy pequeño, es probable que no se expresara de una manera muy convincente por aquel entonces. —Con eso pretendía ofrecerle a Charlene una excusa airosa por no haber escuchado a su sobrino en relación con algo tan importante—. Al parecer, Blue fue víctima de abusos sexuales por parte de un cura de la parroquia cuando tenía nueve o diez años. Vamos a iniciar acciones al respecto. La semana pasada presentamos una denuncia ante la policía contra el agresor y, en cuanto lo acusen formalmente, presentaremos también una demanda civil contra la archidiócesis.

Al otro lado del teléfono se hizo un silencio sepulcral.

—¿Qué agresor? —preguntó Charlene horrorizada.

—El padre Teddy Graham —contestó Ginny, y la tía de Blue profirió un grito agudo.

—¡No puede hacer eso! ¡Blue miente! Ese padre es el hombre más bueno de la Tierra. ¡Blue arderá por toda la eternidad en el infierno si va contando mentiras sobre ese hombre! —Saltó como loca en su defensa, para horror de Ginny.

—Lo he visto y entiendo por qué se siente usted así. Es un hombre muy afable. Pero el hecho es que abusó sexualmente de su sobrino, y puede que de otros niños de la parroquia. Está destrozando la vida a esas criaturas y eso no se puede consentir. La policía ha abierto una investigación. Y Blue no va a ir al infierno ni por eso ni por ninguna otra cosa. Fue víctima de un delito sexual. —Ginny procuraba mostrarse lo más razonable posible y no perder los estribos con Charlene.

—¡Es un mentiroso y siempre lo ha sido! Ya intentó colarme eso. Puedo asegurar que no hay ni asomo de verdad en lo que dice. Es usted la que cometerá un crimen si intenta meter a ese hombre en la cárcel. ¡El padre Teddy es un santo!

Oyéndola, a Ginny le entraron ganas de ponerse a gritar. No obstante, se obligó a mantener la calma y la razón. Necesitaba el permiso de la tía para llevar a Blue al psicólogo.

—Sé que es muy desagradable. Y no me cabe duda de que le costará creerlo, por el afecto que tiene a ese hombre. Pero creo que ha engañado a todo el mundo y que va a salir a la luz la verdad. Hablarán otros chicos. Pero, mientras tanto, necesito ese permiso para Blue.

—No pienso darle ningún permiso ni nada que sirva para que acose a ese hombre. Y no he dicho «acusar», ¡he dicho «acosar»! No voy a firmar nada que la ayude en esta empresa impía. Y ya le puede decir a Blue que se olvide de que somos familia si no retira la acusación contra el padre Teddy inmediatamente. —Charlene dejó muy clara su postura, acto seguido se despidió y colgó.

Ginny llamó enseguida a Andrew O’Connor para contarle lo que había pasado. El abogado no se sorprendió.

—Suele ocurrir. La gente se siente amenazada cuando se la obliga a enfrentarse a algo así, y es probable que ella se sienta culpable por no haber escuchado a Blue.

—No me lo ha parecido. Ese hombre es tan convincente y tan seductor… Yo misma lo comprobé. En cualquier caso, no quiere firmarme la autorización, así que no puedo llevarlo a la psicóloga. —Ginny parecía desalentada. La conversación con la tía de Blue había supuesto un mal trago.

—No se preocupe —la tranquilizó—, de momento no nos hace falta. No corre prisa. Puede volver a intentarlo cuando regrese.

Ginny dijo que lo haría, pero no le había parecido que Charlene fuese a firmar nada. Su propia hermana había adoptado la misma postura que ella, la de preservar el silencio en torno a la Iglesia, sin importar lo que hubiese hecho ese cura pervertido. Andrew le deseó buena suerte de nuevo con el viaje y se despidieron.

No quiso contarle a Blue lo de su conversación con Charlene, no iba a servir de nada.

Esa semana le compró el móvil prometido como regalo de graduación; la dejaba más tranquila saber que podría contactar con él, si ella misma lograba acceder a un teléfono.

Además llamó a su abogado para añadir una corrección en su testamento y que lo llevase al notario. Todavía tenía dinero del seguro de vida de Mark, de la venta de la casa y de sus propios ahorros, y destino una parte considerable de la herencia para Blue. Becky y su familia no lo necesitaban, y si le ocurría algo, quería que lo recibiese Blue. Le pareció que era lo que debía hacer.

El sábado lo ayudó con el traslado a Houston Street. Mientras deshacían las maletas, Blue parecía desconsolado. Le había prometido que al día siguiente se lo llevaría a comer a algún sitio, pues partía hacia Siria el lunes.

Cuando volvió a casa, comprobó si tenía correo en el buzón, y encontró una carta del instituto LaGuardia Arts para Blue. El corazón le palpitaba a toda velocidad mientras subía al apartamento con ella en la mano. Se moría por abrir el sobre, pero se contuvo. Lo guardaría y se lo daría en la comida del día siguiente, para que lo abriese él mismo. Esperaba que fueran buenas noticias.

El domingo por la mañana, fue a buscarlo a Houston Street, y Blue estaba esperándola en la entrada del centro. Comieron en la terraza de un café del Village y entonces Ginny se acordó del sobre que llevaba en el bolso. Ambos sabían de qué se trataba. Ginny miró nerviosa cómo lo abría; le preocupaba lo que podía pasar si rechazaban su solicitud. Sabía que supondría una desilusión tremenda para él y no quería marcharse dos meses de viaje dejándolo con ese mal sabor de boca. Mientras Blue leía la carta, ella observó su cara con interés; por un instante no mostró ninguna señal de nada. Entonces, cuando llevaba media misiva leída, abrió a más no poder sus grandes ojos de color azul casi eléctrico y la miró sin pestañear.

—¡Dios mío, dios mío, dios mío, me han aceptado! —exclamó. Varios clientes de la terraza se volvieron, pero no le importó—. ¡Me han aceptado! —repitió con énfasis. Se levantó, dio un salto y la rodeó con los brazos—. ¡Voy a ir al instituto LaGuardia Arts!

—Eso parece. —Ginny le sonreía de oreja a oreja desde su silla, con lágrimas en los ojos.

Para él era un logro impresionante que Ginny esperaba que le cambiase la vida, como había sido su intención cuando presentó la solicitud y lo animó a presentarse. El chico apenas logró articular palabra durante el resto de la comida. Luego dieron una vuelta por el Village, cogieron un taxi y se fueron a Central Park. Se tomaron sendos helados, pasearon un largo rato y acabaron tumbándose en la hierba. Blue estaba más feliz que nunca desde que Ginny lo conocía y orgulloso de sí mismo, con razón. Ella también estaba muy orgullosa de él. Nada más terminar de comer, Blue había mandado a Lizzie un mensaje de texto con su flamante móvil y ella se había alegrado mucho por él. A ella también la habían aceptado en el instituto de Pasadena que había elegido como primera opción. Los dos querían verse de nuevo, y Blue no paró de rogarle a Ginny que invitase a Lizzie a Nueva York.

Esta vez, cuando lo dejó en Houston Street, Blue no estaba triste. La emoción de saber que lo habían aceptado en LaGuardia Arts era demasiado grande. Nada más entrar en el centro, se lo contó a Julio Fernández.

—Pues entonces más vale que disfrutemos de tu compañía antes de que te hagas tan famoso que ya no quieras mezclarte con nosotros —bromeó Julio, y sonrió a Ginny—. Espero que pienses tocar nuestro piano mientras estés aquí. Nos vendría bien un poco de música decente —le dijo a Blue, que estaba eufórico.

Este seguía sonriendo cuando abrazó a Ginny para despedirse y ella lo besó a su vez.

—Pórtate bien. Como te escapes esta vez, te mato —le advirtió. Aunque también sonreía, y Blue se daba cuenta de que no lo decía en serio—. Te llamaré siempre que pueda. —Pero ya le había reiterado que no sería con frecuencia debido a la ubicación del campamento. Como era habitual, la mayor parte del tiempo estaría incomunicada con el exterior.

—Cuídate —respondió él con gesto cariñoso—. Te quiero, Ginny.

—Yo también te quiero, Blue. No lo olvides. Volveré —dijo para recordarle que ya no estaba solo, que ella lo quería y se preocupaba por él.

Blue estaba dando los primeros pasos hacia la vida alucinante que ella le había asegurado que tendría. Todo aquello hizo que ella misma se diera cuenta, más que nunca, de que deseaba volver a casa sana y salva después de ese viaje. Tenía que estar ahí para Blue.

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