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La otra vida: 1959 - 1962 » La Pobre Doncella enamorada

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La Pobre Doncella enamorada

¿Y si el Príncipe no cumplía su promesa de llamarla?

¿Si ella esperaba, esperaba y esperaba, pero él no llamaba? ¿Y en su confusa y complicada vida llamaban otros, durante esas semanas, pero nunca él? Por fin, cuando casi había perdido la esperanza, recibió una llamada de un misterioso individuo (un nombre que no significaba nada para ella, en medio de su nerviosismo) desde (se le dio a entender) la mismísima Casa Blanca. Y pronto, el cuñado del Presidente, que vivía en Malibú, llamó para invitarla a pasar un fin de semana en su casa.

Será una pequeña reunión privada, Marilyn.

Sólo un grupo selecto de personas. Gente discreta.

Con aparente indiferencia, ella preguntó:

—¿Y él… él también estará?

El galante y seductor cuñado del Presidente respondió, también con aparente indiferencia:

—Mmm. Dice que hará todo lo posible.

Marilyn rió, emocionada.

—Ah. Ya sé lo que significa eso.

Sé que tiene muchas mujeres. Es un hombre de mundo.

Yo también soy una mujer de mundo. ¡Ya no soy una niña!

El fin de semana llegó, voló y terminó. Ella sólo recordaría fragmentos, como en un popurrí cinematográfico. ¿Esto me está pasando a mí? ¿Ésta soy yo? ¿O lo era?

A diferencia de en las películas, aquí las tomas no se repetían. Sólo tenías una oportunidad.

Esos momentos vertiginosos en los que sonaba el teléfono de su línea privada y el misterioso (desde Washington) preguntaba si estaría en casa para recibir una llamada a las 22.25 de esa noche. Ella se sentía tan débil que tenía que sentarse, pero reía y decía:

—¿Si es-estaré en casa? Mmm —era la Vecina de Arriba, ingenua y graciosa. La simpática, dulce e ingeniosa Vecina de Arriba que escribía sus propios diálogos—. ¿Cómo puedo saberlo antes de las veintidós y veinticinco?

Un murmullo de perplejidad al otro lado. (¿O se lo imaginaba?)

Así que esperaba y esperaba. Pero no era una espera agotadora y humillante, sino una espera emocionante. La clase de espera que te da motivos para ser feliz, para sonreír, cantar y bailar el día entero. Y finalmente llegaban las 22.25, el teléfono sonaba, y ella descolgaba el auricular para decir con entrecortada voz de niña: ¿Diga?

La voz de él, su Príncipe, inconfundible.

¿Hola? ¿Marilyn? He estado pensando en ti.

¡Yo también he pensado en usted, señor P-Pronto!

Lo hacía reír. Dios, es tan agradable oír la risa de un hombre. El poder de una mujer no reside en el sexo, sino en su capacidad para hacer reír a un hombre.

Si estuviera allí contigo, cariño, ¿sabes qué te estaría haciendo?

Ahhhh. No. ¿Qué?

* * *

A veces el cuñado del Presidente llamaba diciendo que pasaría a verla para tomar una copa en casa de ella, o salir a tomarla fuera o a cenar; tenían que tratar «asuntos confidenciales», decía; pero ella se apresuraba a decir que no. Recordando los ojos de ese hombre en Palm Springs, su mirada desnudándola sin disimulo. En ese momento no le venía bien, decía. El cuñado del Presidente respondía, con la voz de un hombre para quien las conquistas y los rechazos sexuales tenían aproximadamente el mismo peso emocional: entonces en otro momento, bonita. No es necesario que sea esta noche.

Marilyn había oído que se pasaban las mujeres entre ellos.

Más exactamente, las mujeres pasaban por ellos en orden jerárquico descendente. Primero el Príncipe / Presidente, después sus varios hermanos y cuñados, y finalmente sus amigos.

Pero pensaba ¡Conmigo, no! ¡Él no me haría esto a mí!

Durante la última llamada, una conversación breve y agitada, él parecía excitado y soñoliento y le había repetido esas palabras mágicas que ella empezaba a preguntarse si las habría imaginado, u oído mucho tiempo antes en una película de la que no recordaba otra cosa. Tú tienes algo que no tiene nadie más. Ninguna otra mujer. Existes para ser tocada. Igual que una llama. No conozco a otra mujer como tú, Marilyn.

Ella creyó que podía ser cierto. ¡Ah, creyó que él creía que era cierto! Es como decir que me quiere. Pero con otras palabras.

La Pobre Doncella siguió esperando. Era fiel durante su espera.

Le llegó la noticia de que Cass Chaplin estaba hospitalizado en una clínica de desintoxicación de Los Ángeles. Estuvo a punto de telefonear para interesarse por él, pero en el último momento se asustó. No puedo. No puedo relacionarme con ellos. Ahora no. Se preguntó si Cass y Eddy G. seguirían siendo tan íntimos.

Dios, echaba de menos a los Dióscuros, sus amantes. Después de dos aburridos matrimonios con sendos heterosexuales decentes.

¡Los hermosos Cass y Eddy G.! Ella había sido su chica, Norma. Había hecho lo que ellos le habían pedido. Tal vez la tuvieran hipnotizada. ¿Y si hubiera seguido a su lado y tenido el hijo de ambos? Quizá todavía tendría una carrera como Marilyn Monroe. Pero había pasado mucho tiempo. Ahora el niño tendría ocho años. Nuestro hijo. Aunque maldito. No recordaba con claridad cómo había muerto el niño, por qué había tenido que morir, por qué Marilyn lo había matado. Unos meses antes había visto una foto de Cass en el Tatler y descubierto con horror cuánto había envejecido su ex amante, que ahora tenía bolsas oscuras bajo los ojos y arrugas a los lados de la boca. Su belleza en ruinas. La cámara lo había pillado en un arrebato de cólera, con un puño levantado y la boca fruncida, diciendo una obscenidad.

Pero ahora tengo un amante bueno. Un hombre que sabe lo que valgo. Una auténtica alma gemela.

Ay, aunque todo fuera zalamería irlandesa, y no dudaba de que el noventa y nueve por ciento de lo que le decía lo era, se trataba de la zalamería de su Príncipe y no de la de un drogadicto de Hollywood.

¡Qué extraño! En respuesta a la carta que con tanto afecto le había escrito a Gladys, recibió una nota escrita a máquina, las palabras abigarradas en el centro de una hoja de papel con múltiples pliegues.

No te da vergüenza Norma Jeane, he leído lo de Clark Gable

dicen que lo mataste que contribuiste a su «fatal ataque cardíaco»

Aquí hasta las enfermeras están enfadadas. Así fue como me enteré.

Pero algún día, si me invitan a la Casa Blanca, quizá mi madre me acompañe. Eso sería muy importante para ella, como para cualquier madre estadounidense.

Iba al psiquiatra. Iba a un analista. Iba a ver a un «asesor de salud mental» de West Hollywood. Dos veces a la semana la visitaba un terapeuta corporal. Había empezado a asistir a clases de yoga. A veces, durante las interminables noches en que el hidrato de cloral no la ayudaba a dormir más que un par de horas, llamaba a un masajista que vivía en Venice Beach. En su imaginación, el masajista era uno de los surfistas que la habían salvado de ahogarse hacía mucho tiempo. Un gigante, un culturista. Pero tierno. Al igual que Whitey, Nico la adoraba sin desearla; para él, su cuerpo no era más que arcilla que amasar, atender, a cambio de un pago.

—¿Sabes qué me gustaría, Nico? Me gustaría dejar mi cuerpo contigo. Entonces yo me iría…, ay, no sé dónde…, a algún sitio donde pudiera ser libre.

Inspiró su fragancia de lata y se sintió feliz. Al volver desde Palm Springs a su discreta casa mexicana en Fifth Helena Drive (¡qué nombre tan raro para una calle!; le había preguntado a la agente inmobiliaria qué significaba, pero la mujer no lo sabía), había puesto la rosa de papel metalizado en un florero de cristal que a su vez había colocado sobre el piano Steinway, donde la flor brillaba incluso en la oscuridad. La rosa. ¡La rosa de él! Puesto que era de papel metalizado y no de verdad, no se marchitaría ni moriría jamás; la guardaría siempre como un recuerdo del amor de ese gran hombre por ella. Naturalmente, él nunca dejará a su esposa. Su familia católica, su formación. Yo no espero nada semejante. Es un personaje de la Historia. El líder indiscutible del mundo libre. Dirigiendo una guerra en Vietnam. (¡Tan cerca de Corea! Donde MARILYN MONROE había hecho su celebrada actuación para las tropas estadounidenses.) A punto de invadir la Cuba comunista. Ah, el Presidente era un enemigo peligroso. Ella estaba orgullosa de él, fascinada por él. Su cara aparecía constantemente en los periódicos y la televisión. El mundo masculino de la historia y la política, el mundo de la lucha incesante. Y había emoción en esa lucha. Qué es la política sino una guerra por otros medios. El objetivo es vencer al adversario. La supervivencia de los más aptos. La selección natural. Para el hombre, el amor es una debilidad. La rubia Marilyn quería explicarle a su Pronto que eh, ella lo entendía.

Fue la rosa de papel metalizado la que la condujo hasta el piano. Sentada ante el teclado en la silenciosa casa con las persianas bajadas para protegerla del implacable sol. Pulsando las teclas con inseguridad y timidez. Como quien teme tocar el piano después de mucho tiempo porque sabe que ha perdido incluso sus modestas dotes. En realidad, nunca había tocado Para Elisa y nunca lo haría. Pero lo que más temía era que la memoria física de sus dedos evocara en su mente recuerdos de tiempos perdidos, demasiado dolorosos. ¿Madre? ¿Qué era eso que querías de mí y nunca pude darte? ¿En qué te fallé? Me esforcé tanto. Se preguntó si su infancia habría sido diferente en el caso de que hubiera tocado mejor el piano para el señor Pearce y cantado mejor para la pobre Jess Flynn. Tal vez su desgraciada falta de talento hubiese contribuido a la locura de Gladys Mortensen. O quizá en la mente de Gladys algo se hubiera roto repentinamente.

Sin embargo, Gladys parecía haberla absuelto de su culpa. Nadie tiene la culpa de haber nacido, ¿no?

Sin embargo, se sentía optimista. En esta casa, su primera casa en propiedad, empezaría a tocar el piano otra vez. Pronto tomaría clases. En cuanto ordenara un poco su vida.

Esperando a que el Príncipe la llamara. Bueno, ¿por qué no?

Casi sin saber lo que hacía, como un capricho, esa primavera aceptó trabajar en otra película. La Productora la presionaba. Su agente la presionaba. En el momento de su divorcio había hablado con Max Pearlman de la posibilidad de hacer un papel en una obra para el New York Ensemble; no sería La muchacha del pelo de oro, pero podría ser Casa de muñecas, de Ibsen, o El tío Vania, de Chéjov. Sin embargo, para gran decepción de Pearlman, ella no se había comprometido para ninguna fecha. Durante sus conversaciones telefónicas, se había mostrado entusiasmada como una niña, pero después habían pasado las semanas sin que él tuviera noticias de ella o de Holyrod; si él telefoneaba, no le devolvían las llamadas, y finalmente el proyecto había quedado en el aire. Porque tengo mucho miedo. No me atrevo a presentarme ante el público en un espectáculo en vivo. En una ocasión, mientras soñaba que trabajaba en una obra de teatro, se había apoderado de ella semejante pánico que se había orinado en la cama.

—Dios mío. Oh, esto no.

Recordando el olor a orina del colchón de Gladys en Lakewood.

En su confusión mental, recordaría este episodio como si verdaderamente hubiera sucedido, como si se hubiera hecho pis durante un ensayo en Nueva York.

—Dios mío. Me levanté y mi vestido estaba húmedo, pegado a mis piernas. Aaayyyy.

Esta anécdota de la Vecina de Arriba jamás la contaría en la Casa Blanca.

¡Una cita tan romántica! No en California, sino en Nueva York, donde el Presidente estaba de paso. En el más estricto secreto, naturalmente, ella lo entendía.

Sí, pero tenía que trabajar. No se había casado con un hombre rico; lo había hecho por amor. Cada uno de mis matrimonios fue por amor. Pero no estoy desanimada. ¡Sí, desde luego, volvería a intentarlo! Tenía que trabajar, y después de Vidas rebeldes no estaba en condiciones de ser demasiado exigente con el guión.

—Pero Roslyn Tabor ha sido mi mejor interpretación, ¿no? —protestó ante su agente—. Todo el mundo lo dijo.

Rin-Tin-Tin rió de una manera que quizá habría sonado jovial para quien no conociera Hollywood y respondió con su voz de agente sensato:

—Sí, Marilyn, todo el mundo lo dijo.

—Pero tú no estás de acuerdo, ¿no? ¿No lo crees?

—¿Qué más da lo que yo crea, querida Marilyn? —replicó él con un tono nuevo, que ella había empezado a oír con más frecuencia desde Vidas rebeldes, como si intentara animarla—. Lo que importa es lo que piensen los millones de estadounidenses que hacen cola como ovejas para comprar entradas en las taquillas de los cines. O los que no hacen cola.

Ofendida, ella dijo:

—Pero Vidas rebeldes no ha ido tan mal, ¿no? ¿Sabes quién la vio y le encantó? ¡El Presidente de Estados Unidos! ¿Puedes creerlo?

—El Presidente debería haber llevado a sus amigos —replicó Rin-Tin-Tin.

—¿Qué quieres decir? ¡Eh! ¿A qué te refieres?

Entonces el agente se ablandó y respondió con voz casi humana:

—No, no fue tan mal, Marilyn. Si hubiese sido una película sin Marilyn Monroe, habría podido decirse que fue muy bien.

Ella no preguntó «¿qué quieres decir?» porque lo sabía perfectamente. En cambio, se mordió el pulgar y, con la cara acalorada como si la hubieran abofeteado, dijo:

—Entonces no importa, ¿verdad? Yo sé actuar y la gente lo reconoce. Pero eso no importa. Durante años, la gente se ha burlado de Marilyn Monroe porque era sólo un símbolo sexual, una rubia tonta que no sabía actuar, y ahora se burlan de ella porque su última película no ha sido un éxito de taquilla. Ahora Marilyn es el veneno de la taquilla, ¿eh?

Alarmado, Rin-Tin-Tin se apresuró a decir:

—Por supuesto que no, Marilyn. No digas esas cosas; alguien podría oírte —estaban hablando por teléfono. Ella, desde su discreta casa mexicana, con las persianas bajadas para protegerse del sol—. Marilyn Monroe no es el veneno de las taquillas —Rin-Tin-Tin hizo una pausa para que ella pudiera oír las vibraciones en la línea.

Todavía no.

Sobre la repisa de la chimenea, en su sombrío salón, había dos estilizadas estatuillas. Una, de la industria del cine francés; otra, de la industria del cine italiano. Habían premiado a MARILYN MONROE por su magnífica interpretación en El príncipe y la corista. (Ay, ¿por qué me «honraron» por esa película y no por Bus Stop? ¡Maldita sea!) Pero nunca había recibido un premio en Estados Unidos, ni siquiera una nominación al Oscar por Bus Stop o Vidas rebeldes. Lo que sensatamente esperaba La Productora (como le había explicado Rin-Tin-Tin, o quizá Z) era que Marilyn volviera a trabajar en comedias eróticas, éxitos seguros como Con faldas y a lo loco y La tentación vive arriba, pues ¿por qué demonios los estadounidenses iban a gastarse el dinero que tanto les costaba ganar en deprimentes melodramas? ¿Películas iguales que sus puñeteras vidas? ¿Qué tenía de malo reír un poco? ¿Y sentir un cosquilleo en la entrepierna? ¿Eh? Una rubia despampanante, escenas en las que la ropa cae, corrientes de aire que le levantan la falda y dejan las bragas a la vista. En esta fabulosa película nueva, Something’s Got to Give, habría trajes ceñidos y una rubia alocada nadaría desnuda ante las cámaras. ¡Sería fan-tás-ti-co!

A mí me encanta actuar. De verdad, la interpretación es mi vida. Nunca me siento tan viva ni tan feliz como cuando estoy actuando.

Ay, ¿qué he dicho? Bueno, tú me entiendes.

(Entonces ¿por qué tengo tanto miedo? Ya no tendré miedo.)

De manera que aceptó el papel. ¡Un inmediato comunicado de prensa de La Productora! MARILYN MONROE está encantada de volver a trabajar. Sólo entonces leyó el guión de Something’s Got to Give, que le llevó hasta la puerta de su casa, en bicicleta, un sudoroso muchacho con bigote. Se sentó a leerlo junto a la piscina (salpicada por la sombra de las palmeras, caparazones de escarabajos, algo que parecía regueros de esperma humano), y una hora después no recordaba ni una sola palabra. Un montón de clichés. Un diálogo idiota. Ni siquiera estaba segura de cuál era su papel. Su nombre cambiaba cada pocas páginas

—Supongo que Marilyn no es más que la gallina de los huevos de oro, ¿no? ¿El señuelo para los inversores?

Hablaba personalmente con Rin-Tin-Tin, un hombre maduro aunque todavía joven, barrigón, con las mejillas flácidas y los ojos entornados igual que los de ella. Él le decía que vamos, lo único que tenía que hacer era aparecer en el plató, repetir las frases que le indicaran y olvidarse de estudiar, volverse loca y hacerles la vida imposible a todos los que la rodeaban.

—Limítate a presentarte y a mostrarte sexy y divertida, como la Marilyn de antes. Diviértete un poco, para variar. ¿Qué hay de malo en eso?

Pero ella, indignada, se oyó decir:

—Pues hay cierta mierda que ni siquiera Marilyn está dispuesta a comer.

Y a la mañana siguiente, después de marcar el número de la agencia, se oyó decir:

—Bueno, puede que lo haga. Necesito el dinero, supongo.

Nunca sería demasiado real para ella. La última película con la que se asociaría a MARILYN MONROE.

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