Blonde

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La otra vida: 1959 - 1962 » «Feliz cumpleaños, señor Presidente»

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«Feliz cumpleaños, señor Presidente»

Soñaba que estaba embarazada del hijo del Presidente, pero pasaba algo malo con el hijo del Presidente, iban a demandarla por homicidio involuntario porque a causa de las drogas que había tomado, el feto que llevaba en el útero estaba deforme, no más grande que un caballito de mar flotando en la líquida oscuridad, y aunque el Presidente era un católico devoto, contrario al aborto y los anticonceptivos, deseaba evitar un escándalo nacional, de modo que iban a extirparle quirúrgicamente el feto deforme. Eh, sé muy bien que éste es un sueño ridículo, despertaba cada media hora temblando y transpirando, con el corazón desbocado porque temía que uno de ellos (Dick Tracy, Jiggs, Bugs Bunny, el Francotirador) hubiera entrado sigilosamente en su casa para dormirla con cloroformo (como habían hecho en el Hotel C, antes de llevarla en estado comatoso y cubierta con la arrugada gabardina negra al avión que la trasladaría a Los Ángeles), de modo que había marcado con desesperación el número de Carlo inducida por un terror nocturno demasiado banal para ponerle nombre, pero más tarde ese mismo día, cuando estaba ya totalmente despierta y consciente de dónde se encontraba, ¡Ésta es la vida real, no un escenario!, sonó el teléfono y ella levantó el auricular diciendo con la cálida y cordial vocecilla de la Vecina de Arriba «¿Sí? ¿Diga? ¿Quién habla?» (su número no figuraba en la guía y sólo lo tenían las personas queridas o importantes para su carrera), oyendo ruidos en la línea que significaban que la estaban grabando, el equipo de escucha en una furgoneta aparcada a la vuelta de la esquina o camuflada en el camino particular de una casa del barrio, aunque no tenía ninguna prueba, naturalmente, y no quería exagerar, sabiendo que las drogas exacerbaban la ansiedad, las sospechas, la diarrea, los mareos, las náuseas, los vómitos y los pensamientos y sentimientos paranoicos. Pero lo que uno imagina puede haber sucedido ya.

Y más tarde ese día, mientras el ocaso suavizaba los contornos de las cosas, con un apocalíptico cielo de acuarela sobre su cabeza, estaba tendida en una tumbona de plástico junto a la piscina (en la que no nadaría jamás), y al alzar la vista lo vio, no al Presidente sino al cuñado del Presidente, que se parecía tanto al Presidente como si fuesen hermanos, y él le sonrió diciendo:

—Marilyn, volvemos a encontrarnos.

A este cordial y engolado ex actor se lo conocía (según le habían dicho, avergonzándola), con afecto en ciertos círculos y con desprecio en otros, como el Macarra del Presidente. Es el diablo. Pero yo no creo en el diablo, ¿no? Estaba especialmente sensible, había estado leyendo Las tres hermanas, de Chéjov, imaginando que podría interpretar a Masha; un célebre director de Nueva York la había invitado a trabajar en un montaje que duraría seis semanas y su corazón optimista la animaba: ¿Por qué no? ¡Sé silbar, igual que Masha!, porque estaba madurando lo suficiente para convertirse en Masha, estaba madurando hacia la tragedia, aunque su corazón pesimista-realista sabía Fracasarás otra vez, no te arriesgues. El éxito de MARILYN MONROE tenía un regusto a fracaso en sus labios, un sabor a cenizas mojadas, pero he aquí de súbito un emisario del Presidente «devorando con los ojos» a MARILYN MONROE en biquini negro, leyendo Obras escogidas de Chéjov, ¿había algo más gracioso en el mundo?, ¡caray, si hubiera llevado consigo una cámara! Imaginó al Presidente, su compañero de copas y jodiendas, partiéndose el pecho con la anécdota.

Le pidió una copa a MARILYN, ella fue a buscarla (descalza, el trasero bamboleándose en el minúsculo tanga negro y las tetas más asombrosas que había visto en una hembra de Homo sapiens), y cuando regresó le dio la sorpresa: MARILYN MONROE estaba invitada para cantar el Cumpleaños feliz al Presidente en una función de gala que se celebraría en Madison Square Garden ese mismo mes, sería una de las funciones benéficas más importantes de la historia y para una causa condenadamente buena, el Partido Demócrata, el partido del pueblo, quince mil invitados pagarían entrada, se recaudaría más de un millón de dólares para las elecciones de noviembre y sólo participarían artistas muy especiales, los grandes talentos de Estados Unidos, los amigos del Presidente, incluida MARILYN MONROE. Ella lo miró fijamente. Sin maquillaje, con su dulce cara bonita y el cabello recogido en coletas, aparentando muchos años menos que sus casi treinta y seis, dijo con timidez:

—Ah, yo creía que ya no le gu-gustaba al Presidente.

El cuñado del Presidente pareció estupefacto.

—¿Que no le gustabas? ¿Hablas en serio, Marilyn? ¿Tú? —al ver que ella seguía mordiéndose la muy mordida uña del pulgar y no respondía, protestó—: Cariño, debes saber que todos estamos locos por ti. Por Marilyn.

Titubeando, como si pensara que aquello podía ser un truco, ella dijo:

—¿De-de veras?

—Desde luego. Hasta la primera dama, la Reina de Hielo, como la llaman cariñosamente. Le encantan tus películas.

—¿En serio? Vaya.

El hombre rió y apuró su whisky con soda, tan mal preparado como lo prepararía una niña, servido en un vaso inapropiado y con el borde desportillado.

—«No ver. No oír.» También es mi lema.

No podía viajar a Nueva York en medio del rodaje de una película, dijo. Estaban a punto de echarla del proyecto, añadió. Ah, lo sentía mucho, sabía que era un honor, uno de esos honores únicos en la vida, pero no podía arriesgarse a que la despidieran y, francamente, no podía permitírselo. No era Elizabeth Taylor, que ganaba un millón de dólares por película; ella tenía suerte si sacaba cien mil y de eso le quedaba una miseria después de pagar los gastos, a sus agentes y Dios sabía a quién más de los que le chupaban la sangre, ay, casi le daba vergüenza decirlo, pero no tenía mucho dinero. ¿Tal vez él podría explicárselo al Presidente? Esta casa que tanto amaba le estaba costando cara, casi no podía permitírsela. Billetes de avión, gastos de hotel, un vestido nuevo, porque, oh, Dios, tendría que ponerse algo muy especial para la ocasión, ¿no?, y eso costaría miles de dólares, y si iba a Nueva York desobedeciendo las cláusulas de su contrato con La Productora, ellos no pagarían la ropa, desde luego, ni costearían sus gastos, tendría que sacarlo todo de su bolsillo; no, no podía permitírselo, un honor único en la vida, pero no: no podía permitírselo.

Además, sé que me odia. No me respeta. ¿Por qué iba a dejarme explotar por esa gentuza?

El Macarra del Presidente le cogió la mano y se la besó.

—Marilyn. Hasta pronto.

Costaría cinco mil dólares.

Ella no tenía cinco mil dólares, pero (¡se lo habían prometido!) los organizadores de la fiesta de cumpleaños del Presidente pagarían sus gastos, incluido el vestido, de modo que allí estaba, probándoselo, nerviosa y emocionada como cualquier colegiala estadounidense probándose el vestido para el baile de graduación. ¡Y qué vestido! Una tela muy, muy fina, transparente, mágicamente cubierta de centenares —¿miles?— de piedras de estrás, para que MARILYN MONROE brillara, reluciera, pareciera estallar bajo el delirante remolino de luces de Madison Square Garden. Como es natural, debajo del vestido no llevaría nada. Absolutamente nada. MARILYN MONROE garantizada. Se afeitaba el vello corporal a menudo, preparándose para estar lisa como una muñeca. ¡Ah, aquella muñeca de su infancia, vieja, calva y con flácidas piernas de trapo! Aunque MARILYN MONROE no tiene nada flácido; todavía no. La enardecida multitud miraría a esa mujer, a la despampanante muñeca sexual de cuerda del Presidente, a la muñeca inflable con pelo rubio platino, la mirarían e imaginarían lo que no podían ver, ¡un sombrío coño!, ¡un sombrío tajo!, ¡una sombría nada entre los voluptuosos y pálidos muslos!, como si esa sombra fuese la mismísima eucaristía, llena de misterio. Casualmente, el presentador de la fiesta del Presidente era nada más y nada menos que el apuesto cuñado o, para los íntimos, el Macarra del Presidente, meloso y radiante enfundado en su esmoquin, conduciendo a la bulliciosa multitud a un frenético clímax de ovaciones, gritos, aplausos, silbidos, pataleos y desbordante entusiasmo por MARILYN MONROE, la zorra del Presidente.

Tan borracha que el risueño presentador tuvo que ir a buscarla entre bambalinas, cogerla por las axilas y prácticamente arrastrarla hasta el micrófono. Tan apretada dentro de ese ridículo vestido y con unos zapatos de tacón de aguja tan altos que apenas si podía andar y tenía que dar pasitos de niña. Tan asustada, a pesar de que estaba bebida y encocada hasta las orejas, que apenas si podía enfocar la vista. Qué espectáculo. Qué visión. El público de quince mil demócratas ricos expresó a gritos su aprobación. A no ser que fuera un benevolente desprecio. ¡Mari-lyn! ¡Mari-lyn! Esta mujer increíble fue el gran final de la fiesta de cumpleaños, y mereció la pena esperar. Hasta el Presidente, que había dado cabezadas durante algunos de los homenajes, como los sentidos gospels cantados a capela por un coro negro de Alabama, le prestó toda su atención. En el palco presidencial estaba el juvenil Presidente con corbata negra, arrellanado en un sillón con los pies en alto, sobre la barandilla, con un puro (cubano, de la mejor marca) entre los dientes. Y qué dientes tan grandes y blancos. Miraba hacia abajo, a MARILYN, ese espectáculo de cuerpo mamífero y reluciente vestido «transparente». ¿Habría tenido Marilyn tiempo para preguntarse si el Presidente viajaría a Los Ángeles para ayudarla a celebrar su cumpleaños el primero de junio?, una celebración seguramente íntima; no, no era probable que hubiese tenido tiempo de preguntárselo, porque estaba de pie ante el micrófono, atontada y con una sonrisa ausente, lamiéndose los labios pintados de rojo como en un desesperado intento de recordar dónde estaba y qué era aquello, con los ojos vidriosos, tambaleándose sobre sus tacones de aguja, comenzando por fin a cantar, después de una pausa larga hasta la turbación con la voz débil, cálida y sensualmente ronca de MARILYN:

HAP / / / / py / / / / birth / / / / day / / / / to YOU

Happy / / / / birth / / / / dayyy / / / / to / / / / YOU

H-hap / / / / py / / / / birth / / / / day / / / / mis / / / / ter

PRES / / / / i / / / / dent

Hap / / / / py / / / / BIRTH / / / / day / / / / TOYOU

De alguna manera estas sílabas salieron de sus labios, a pesar de la horrible sequedad de su garganta, el ensordecedor zumbido en sus oídos y el remolino de luces, cuando estaba de pie ante el micrófono, agarrándose a él para no caerse, sin la ayuda del presentador, que aplaudía con entusiasmo y sonreía con lascivia mientras le miraba el trasero embutido en el brillante vestido; algunos aseguran que MARILYN alzó unos ojos llenos de amor hacia el Presidente, despatarrado en su palco como un joven príncipe consentido, aseguran que su sensual e íntima cancioncilla estuvo a todas luces dedicada exclusivamente a él, pero el Presidente estaba de un humor festivo, no de un humor sentimental, flanqueado por sus escandalosos amigos y sus hermanos rivales, aunque había que destacar la ausencia de la primera dama, que detestaba las fiestas bulliciosas como este vulgar festejo para recaudar fondos en Madison Square Garden y prefería la compañía de la flor y nata de la sociedad a esta panda de juerguistas y politiqueros, ¡estos zafios! Mientras el Presidente miraba cómo MARILYN MONROE le cantaba con voz sensual, uno de sus amigotes le dio un codazo en las costillas: Espero que folle mejor de lo que canta, Presi, y el ingenioso Presi murmuró, con el puro en los dientes, No, pero al menos mientras te la tiras no tienes que oírla cantar, un comentario que arrancó las carcajadas de todos los que estaban en el palco. De hecho, MARILYN MONROE consiguió terminar no uno sino dos precarios estribillos del Cumpleaños feliz, bajo la atenta mirada de la multitud, que la observaba como observaría a un equilibrista con un repentino ataque de vértigo sobre la cuerda floja, esperando que cayese, pero ella cantó sin desentonar una sola nota (eso pareció) ni tartamudear, ni perderse, y consiguió que el público se pusiera en pie y la acompañara en el jubiloso final, deseando «feliz cumpleaños» al Presidente. Esa noche Marilyn estuvo fabulosa una intérprete magnífica quién sino Marilyn tendría las agallas necesarias para presentarse delante de quince mil personas sabiendo que no tiene talento, con todo el aspecto de una mujer que se ahoga y sin embargo preciosa con esa palidez suya, un cadáver flotando apenas por debajo de la superficie del agua tan dulce que nos enamoramos de ella otra vez, Marilyn con su extraño y brillante vestido dentro del cual la habían cosido como si fuese una salchicha nos sorprendió a todos, porque casi era capaz de cantar con esa nostálgica voz de fantasma. Y de repente todo terminó. Se quedó mirando con los ojos entornados a esos desconocidos que la adoraban. Que la aplaudían y la vitoreaban. Y el Presidente y sus acompañantes también aplaudían con entusiasmo. ¡Ah, la querían! La respetaban. No había viajado hasta allí, enferma y aterrorizada, en balde. Éste es el día más feliz de mi vida, intentaba explicar, ahora puedo morir feliz, soy tan feliz, ¡ah, gracias!, trataba de explicárselo al público, pero el risueño presentador tiraba de ella, gracias, señorita Monroe, y un ayudante salió de entre bambalinas para llevársela del escenario, la pobre y aturdida mujer apoyada en el brazo de un desconocido. Era evidente que estaba enferma, agotada, había dado todo lo que tenía y daba pena verla, estaba cogida del brazo de un hombre y se habría dejado caer al suelo para dormir allí mismo, pero él le dijo con suavidad: ¿Señorita Monroe? No puede acostarse aquí, y allí estaba ella, respirando hondo, sujetándose al marco de una puerta, luego dejándose caer sobre la pila de un lavabo, sola, luchando contra las náuseas, en su cuarto de baño del 12305 de Fifth Helena Drive, mirando su demacrada cara en el espejo, ¿no había salido de casa?, ¿no había viajado a Nueva York para cantarle el Cumpleaños feliz al Presidente?, sí, pero habían pasado varios días, La Productora la había echado y le pedía una indemnización de un millón de dólares por incumplimiento de contrato (según Variety), pero había tenido su momento de gloria y ahí, colgado en el armario, estaba su fabuloso vestido «transparente» de estrás, un vestido tan hermoso necesita una percha forrada de tela en lugar de una metálica, pero ella no tenía ninguna, o si la tenía, no sabía dónde estaba y, ay, Dios, le dolía ver cuántas piedras se habían caído, y el vestido era tan caro y nunca le pagarían los gastos. ¡Ay, lo sabía!

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