Blonde

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Marilyn: 1953 - 1958 » El Ex Deportista: el encuentro

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El Ex Deportista: el encuentro

—Quiero salir con ella.

El Ex Deportista frisaba los cuarenta. Hacía años que había bateado por última vez en un partido de liga, que había hecho su último home run y sonreído con timidez ante los setenta y cinco mil enfervorizados admiradores que lo vitoreaban. En sus tiempos, había roto récords del béisbol que se remontaban a 1922. Lo consideraban superior a Babe Ruth. Se había convertido en una leyenda nacional. En un ídolo estadounidense. Se había casado y tenido hijos y su esposa había pedido el divorcio acusándolo de «crueldad». Bueno, ¡tenía genio! No se puede culpar a un hombre viril de tener carácter. Además, era «italiano y celoso», un «italiano que jamás olvidaba una ofensa ni perdonaba a un enemigo». Tenía una nariz típicamente latina y la apostura característica de un italiano de tez morena. Siempre se le veía atildado al detalle. En público, era tranquilo y educado. Tenía fama de tímido y de galante. Usaba ropa informal durante el día y trajes oscuros para salir de noche. Había nacido en San Francisco, en el seno de una familia de pescadores. Era católico y un macho muy macho. Por temperamento, era un hombre de familia, pero ¿dónde estaba su familia? Salía con «modelos» y con «jóvenes actrices». Su nombre se mencionaba a menudo en la prensa del corazón. En el momento de su retirada del béisbol, ganaba cien mil dólares al año. Había regalado dinero a sus padres, comprado propiedades y hecho inversiones. Se lo «vinculaba» con ciertos comerciantes italianos de San Francisco, Los Ángeles y Las Vegas. Como era de esperar, sentía debilidad por los restaurantes italianos: pasta, escalopes de ternera y, de vez en cuando, un risotto, siempre que éste estuviera preparado como era debido. Casi siempre dejaba propinas espléndidas, pero empalidecía si lo atendían mal. Nadie se habría atrevido a ofenderlo deliberadamente; era un hombre que siempre tenía la última palabra. Las mujeres lo llamaban irónicamente el Bateador de los Yanquis. Bebía, fumaba, cavilaba. Era un adicto a los deportes. Tenía muchos amigos, algunos ex deportistas como él y todos forofos del deporte. Sin embargo, se sentía solo. Suspiraba por una «vida normal». Veía béisbol, fútbol y boxeo en la televisión. Cuando asistía a un partido de béisbol, enseguida lo identificaban y lo aplaudían. A la gente le encantaba ver cómo se ponía de pie —sonriendo con timidez y saludando con la mano— y volvía a sentarse de inmediato, rojo como un tomate. Había conocido a sus amigos en restaurantes y clubes nocturnos. A menudo eran bulliciosos, exigentes con la comida y el servicio y los últimos en abandonar el local, pero dejaban generosas propinas. En los establecimientos públicos, el Ex Deportista disfrutaba firmando autógrafos, aunque detestaba que lo acorralaran o lo empujaran. Le gustaba contar con la compañía de una mujer bonita y risueña, pues con frecuencia había fotógrafos cerca. Le complacía que una mujer se colgara de su brazo, pero no que se le pegara como una lapa. Despreciaba a las mujeres que «intentaban ser hombres». Las féminas «antinaturales» que no deseaban hijos le inspiraban furia y repulsión. Condenaba el aborto. A veces usaba métodos anticonceptivos, pese a que la Iglesia únicamente admitía el de los ciclos naturales. Estaba en contra de los comunistas y los simpatizantes del comunismo, los «rojos» y los «rojillos». No había leído ningún libro, ni siquiera había abierto uno, desde sus épocas de bachiller en San Francisco, cuando había obtenido calificaciones mediocres. Se había convertido en jugador profesional a los diecinueve años. Le gustaba el cine, en especial las comedias y las películas bélicas. Era un hombre corpulento que se ponía nervioso si debía pasar mucho tiempo sentado. Iba a la iglesia esporádicamente, pero jamás se saltaba la misa de Pascua. Cuando se arrodillaba para recibir la Sagrada Comunión, cerraba los ojos, fiel a las enseñanzas de su infancia. No mordía la hostia; dejaba que se disolviera en la boca, como también le habían enseñado de niño. Era tan incapaz de comulgar sin confesar antes sus pecados como de ponerse en pie en medio de la misa y proferir insultos y obscenidades contra el cura. Creía en Dios, pero asimismo en el libre albedrío. Por casualidad vio a Marilyn Monroe en una foto publicada en L. A. Times. La rubia actriz de Hollywood posaba con gracia entre dos jugadores de béisbol. «Comienza una nueva temporada. ¡A batear!»

El Ex Deportista contempló la foto largo rato. Una pelota, un bate y una joven deslumbrantemente guapa con la cara más dulce del mundo, un cuerpo escultural como el de la Venus de Milo y una melena de algodón de azúcar. Era un ángel con pechos y caderas. El Ex Deportista telefoneó en el acto a un amigo de Hollywood, el propietario de un conocido restaurante de Beverly Hills.

—Esa rubia, Marilyn Monroe…

—¿Sí? —preguntó el amigo—. ¿Qué pasa?

—Me gustaría salir con ella.

—¿Con ésa? —el amigo rió—. Es una fulana, siempre lo ha sido. Lleva el pelo teñido. Es una zorra que no usa ropa interior. Sale con judíos y vive con un par de maricas drogadictos. Ha chupado todas las pollas de la ciudad y algunas de fuera. Pasa fines de semana enteros en Las Vegas, atendiendo a los muchachos. Nunca sale de la suite. Por lo visto, no se harta del chorizo polaco.

Hubo un silencio. El propietario del restaurante de Hollywood pensó que el Ex Deportista había colgado silenciosamente el auricular, lo cual no era ajeno a sus hábitos. Sin embargo, el hombre dijo:

—Quiero salir con ella. Haz las gestiones oportunas.

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