Blonde

Blonde


La otra vida: 1959 - 1962 » Belleza de alcantarilla

Página 80 de 97

Belleza de alcantarilla

Era una belleza de alcantarilla, taimada y de piel caliente. No había otra como ella en todo Hollywood.

Ay, Señor. La Actriz Rubia se embriagaba mirándose sin parar.

Esencia de Morena. No hará falta teñir el vello del pubis, ¿verdad? La hermana morena de la Actriz Rubia.

Sin embargo, la Actriz Rubia se sentía tímida delante de ella. Era la Morena quien se acercaba sonriente y seductora. Las dos mujeres habían acudido a la fiesta (que se celebraba en una casa que parecía un palacio veneciano y que daba a un desfiladero de Bel Air, con nubecillas no muy lejanas, como traídas desde la fabulosa Shangri-La) sin acompañantes masculinos. (Aunque las dos estaban casadas. ¿O no?) La belleza de alcantarilla y piel caliente, y de un pueblo de Carolina del Norte. La belleza merengada de Oklahoma nacida en Los Ángeles. La que hablaba, fumaba y reía como un hombre del arroyo, y la que emitía una risa sofocada y confusa como si no supiese qué era la risa y para qué servía. Ay, a la Actriz Rubia se le trababa la lengua, tartamudeaba y era demasiado alta; y pesaba diez kilos más que la Morena. Soy una hembra triste y gorda.

Estaban en una terraza. Noche y niebla.

—¿Por qué tomárselo tan en serio —dijo la Morena—, actuar?

¿Estaban hablando de aquel tema? ¿Qué tema? La Actriz Rubia se sintió desorientada.

¿Estaba borracha? Durante la larguísima cena la habían homenajeado, porque Con faldas y a lo loco era un éxito. Otro éxito de MM. Una obra maestra y la mejor interpretación de MM. No estaba borracha, pero había tomado mucho champán (¿cuánto?) aquella noche. Y antes de cenar, ¿en casa de alguien? No había tomado pastillas, eso lo recordaba. Por lo menos desde la última vez que las había tomado, en el coche de no sabía quién.

La Morena había saltado a la fama años antes que Marilyn Monroe, aunque no le llevaba tantos años.

—Actuar —añadió—, el cine, es básicamente mierda.

La Actriz Rubia protestó.

—¡P-pero… es m-mi vida!

A lo que la Morena replicó con desdén:

—Tonterías, Marilyn. Sólo tu vida es tu vida, Marilyn.

No pasaría por alto la Actriz Rubia que su hermana del espejo oscuro era una enviada que estaba allí con la misión de comunicarle una verdad profunda; pero no era una verdad que la Actriz Rubia pudiera encajar.

Parpadeó.

—Por favor —dijo casi en son de súplica—, no me llames M-marilyn. ¿Lo haces para burlarte?

Y la Morena la miró y observó durante un tenso momento de película, como preguntándose ¿Está loca o sólo borracha? Se habían oído tantos rumores en Hollywood sobre MM…

—¿Por qué preguntas si es para burlarme? —dijo—. No lo entiendo.

—Podrías llamarme N-norma —dijo la Actriz Rubia con impaciencia—. Podríamos ser amigas.

Cuánta nostalgia había en la voz de la Actriz Rubia.

—Claro que podríamos ser amigas. Pero Norma es un nombre que da mala suerte —se refería a que Norma Talmadge había tenido una muerte de perros no hacía mucho.

La Actriz Rubia, dolida, respondió:

—Yo creo que es un bonito nombre. Me lo pusieron por Norma Shearer, que fue mi madrina. Y es mío.

—Claro que sí, Norma. Lo que tú digas.

—Pero es verdad.

—Está bien. Lo es.

Toda la noche, sentadas a la mesa, se habían estado observando y midiendo. El multimillonario productor y anfitrión las había puesto en extremos opuestos de la mesa, como adorno. La Actriz Rubia con su blanca seda escotada hasta el ombligo y la Morena elegantemente enfundada en lila. La Actriz Rubia callada y la Morena contando anécdotas como un hombre. Menos en la talla, el cuerpo y la cara es un hombre. ¡Dios mío! Se decía de aquella actriz de Hollywood que jodía como un hombre. Aquí te pillo y aquí te mato, como un hombre. (Pero ¿como qué hombre?) Había estado casada, divorciada, casada y divorciada; casada con hombres ricos y famosos, y había huido de la relación conyugal como quien se escabulle por la puerta trasera, indiferente, sin pesar y sin volver la cabeza. ¡Las mujeres no son así! No se sabía cuántos abortos había tenido. Alardeaba de no tener instinto maternal. ¿Era lesbiana encubierta o no tan encubierta? Era una de las actrices de cine mejor pagadas del mundo, pero le gustaba impresionar diciendo: «Bueno, yo de actuar no sé un pimiento. No he aportado nada a este negocio. No me merece respeto. Es una forma de ganarme el pan. Así no tengo que caer en la mierda de verdad, como el cine porno o la prostitución».

De la Morena se decía que hacía en serie sus papeles cinematográficos, interpretando una escena tras otra, en el orden que quería el director, sin apenas repeticiones. Si el director quedaba satisfecho, ella también. Raras veces leía el guión entero, y conocía y le importaba poco el papel de los demás actores. Memorizaba sus frases leyéndolas deprisa y corriendo mientras la maquillaban y la vestían. Le atraían el juego y las apuestas y tenía el cerebro rápido, astuto y superficial de un jugador. Su cuerpo era perfecto, aunque no tenía la pechuga de la Actriz Rubia ni el culazo de la Actriz Rubia. Una cara perfecta, de pómulos visibles, una mezcla de óvalo y corazón, barbilla con hoyuelo y ojos castaños y brillantes. Aquella cara recordaba a Botticelli. Recordaba las esculturas griegas. Desde luego, no recordaba a Hollywood, California, 1960, y menos aún a Grabtown, Carolina del Norte, años veinte. Si pudiera ser esta mujer. Pero a la vez, por dentro, yo.

La Actriz Rubia se oyó decir con chirriante voz adolescente:

—Bueno, soy actriz. ¡Es mi vida! Por eso quiero hacerlo lo mejor posible. Es la mejor parte de mí misma la que es actriz.

Con desconcertado desdén, la Morena encendió un cigarrillo como lo haría un hombre, con una sola mano, no con mechero, sino con una cerilla rascada con experiencia, exhaló una bocanada de humo que hizo lagrimear a la Actriz Rubia y dijo, no con amabilidad, no como una hermana mayor:

—¿Lo mejor para quién, Norma? ¿Para tus admiradores? ¿Para los jefazos de La Productora? ¿Para Hollywood?

—¡No! —exclamó la Actriz Rubia—. Para…

Para el mundo. Para el tiempo. Para vivir después de morir. Tartamudeó con los ojos dilatados, de confusión, con alarma.

—Para…

Los bonitos ojos de la Morena, de largas pestañas, estaban clavados en ella. Seductores. Hipnotizantes. Temblaba y era incapaz de pensar. Durante una ráfaga de recuerdos, que pasó con la fuerza de una dosis de Benzedrina, vio la mirada castaña e imperturbable de Harriet y hebras de humo flotando delante de aquella cara. Mi morena y seductora hermana. Mi hermana del arroyo.

—¿Por qué te alteras tanto? —dijo la Morena—. Eres la MONROE. Lo que haces es propio de la MONROE. Todas las películas que hagas en lo sucesivo pueden ser un fracaso de taquilla, pero eres la MONROE de por vida. Y serás la MONROE en la otra vida. Eh —al ver la cara que ponía la Actriz Rubia. Pero yo estoy viva. Soy una mujer viva—. Nadie hace el papel de rubia como tú. Siempre hay una rubia. Tuvieron a la Harlow, a Lombard, a la Turner y a la Grable; y ahora tienen a la Monroe. Puede que tú seas la última.

La Actriz Rubia se sentía perpleja. ¿Dónde estaba el mensaje? ¿O es que no había mensaje? Algunas noches, si llevaba de pie muchas horas, ahora que su marido-el-dramaturgo (como Hollywood conocía a aquel personaje misterioso) se había ido a Nueva York por deseo de ella, y vivía otra vez sola en Hollywood, como navegando en un iceberg en medio de un turbulento mar de hielo, no sólo confundía las palabras sino también los pensamientos. Los sentía crujir y romperse. De la angustia de pensar y culparse continuamente había nacido el antídoto para la angustia, que no era otro que la desintegración, la locura, la expresión aniquilada de la cara de Gladys Mortensen, y Norma lo sabía y al mismo tiempo no lo quería saber; tal era el mensaje secreto de su vida. Puede que la Morena intuyera algo. La Morena se sentía muy atraída por la Actriz Rubia. Del mismo modo que, cuando era pequeña y vivía en una modesta granja de Carolina del Norte, se había sentido atraída por los seres que sufrían: los polluelos, días antes revestidos de hermosas plumas, las perdían, recibían picotazos, sangraban y abandonaban toda esperanza, ya que habían despertado la misteriosa cólera de otros pollos; el benjamín de la camada de una cerda, incapaz de alimentarse y condenado a ser pisoteado, agredido e incluso devorado por otros cerdos… Eran muchos los que sufrían. Daban ganas de salvarlos a todos. De niña querías salvarlos a todos.

—Hollywood es rentable —dijo la Morena—. Por eso estamos aquí. Somos putas de categoría. Una puta no se enamora de su oficio. Se retira cuando ha ganado suficiente. Las películas no son partos mentales, cielo. No traen niños.

¿Niños? ¿Qué tenían que ver los niños con aquello?

—Bueno, me… —titubeó la Actriz Rubia— me daría vergüenza hablar así.

La Morena se echó a reír.

—A mí me dan vergüenza muy pocas cosas.

Pero la Actriz Rubia insistió.

—Actuar es una forma de vivir. No sólo por dinero. Es…, bueno, ya lo sabes. Un arte.

La turbaba hablar con tanta vehemencia.

—Tonterías —dijo la Morena—. Actuar no es más que actuar.

Pero quiero ser una gran actriz. Seré una gran actriz.

Compadeciéndola tal vez, al ver su expresión, la Morena cambió de tema y se puso a hablar de hombres. Graciosos y crueles. De hombres a los que conocían las dos. Jefazos de los estudios, productores particulares. Actores, directores, guionistas, agentes y escurridizos y fantasmales inquilinos de la cultura marginal. Claro que había follado con Z, «para subir. ¿Quién no?». También había jodido, hacía años, con «Shinn, aquel judío retaco y sexy», y echaba de menos a I. E. incluso ahora. También con Chaplin. Bueno, con Charlie Sr. y con Charlie Jr. Con Edward G. Robinson Sr. y con Edward G. Robinson Jr. «A estos dos, a Cass y a Eddy G., también te los tiraste tú, ¿verdad, Norma?» Con Sinatra, con quien había estado casada durante unos cuantos años de inestabilidad. Frankie, a quien había dejado de respetar el día en que quiso matarse con somníferos.

—Por amor. Por amor a mí. Llamaron a una ambulancia, no a mí, y lo salvaron. Así se lo dije a él: «So panoli. Toman somníferos las mujeres. Los hombres se ahorcan o se saltan la tapa de los sesos». Nunca me perdonó, pero a otras mujeres aún las perdonó menos.

La Actriz Rubia habló entre titubeos de lo mucho que admiraba a Sinatra el cantante.

—No es malo —prosiguió la Morena encogiéndose de hombros—. Si te gustan las ñoñerías blandengues de los blancos estadounidenses. A mí lo que me va es el sonido negro sucio, el jazz, el rock. Frankie era bueno jodiendo. Cuando no estaba borracho o drogado. Era puro nervio. Un esqueleto saltarín con la polla a punto. Pero ni punto de comparación con aquel macarroni como se llame…, tú estuviste casada con él un tiempo. Salíais en todos los periódicos —dándole un codazo a la Actriz Rubia, guiñándole un ojo—. Le gustaba que lo llamara «el Bateador de los Yanquis». Hay que concedérselo a los macarronis. Por lo menos son hombres.

La expresión de la Actriz Rubia. Todo, a cierta distancia, se estaba viendo y registrando, y un día se proyectaría en el indistinto pero clásico blanco y negro. La Morena belleza de alcantarilla, envuelta en seda lila, riendo, cogiendo entre sus manos la aturdida cara infantil de la Actriz Rubia y dándole un beso en plena boca.

Esencia de Morena, esencia de Rubia.

La Monroe quería ser artista. Era de las pocas personas a las que había conocido en mi vida que se tomaban en serio aquella basura. Esto es lo que acabó con ella, no lo otro. Quería que la reconocieran como a una gran actriz, pero también quería que la quisieran como a una niña, y evidentemente no se puede tener las dos cosas.

Hay que elegir cuál se desea más.

Yo no me quedo con ninguna.

Ir a la siguiente página

Report Page