Blockchain

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Introducción

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166. Werback, Kevin: The Blockchain and the New Architecture of Trust (consultar la tercera parte: Building the Decentralized Future). Cambridge, Massachusetts, The MIT Press, 2018.

167. Fukuyama, Francis: El fin de la Historia y el último hombre. Nueva York, Free Press, 1992.

168. Simonite, Tom: The Decentralized Internet Is Here, With Some Glitches. Wired, 3 de mayo de 2018. www.wired.com/story/the-decentralized-internet-is-here-with-some-glitches/.

169. Bajo el mandato de Bill Clinton como cuadragésimo segundo presidente de Estados Unidos (1993-2001), la economía estadounidense creció de manera robusta y tanto el país como los hogares redujeron su nivel de deuda. Menos positivas fueron las consecuencias de su decisión de desregular los mercados financieros y la concesión de préstamos hipotecarios, que influyeron sobre la Gran Recesión una década después (2007-2010).

170. Asentamientos de colonos europeos en el territorio fronterizo de Norteamérica tras la independencia de Estados Unidos, promovidos por el país en su expansión hacia el Oeste de Norteamérica.

171. Stoll, Clifford: The Internet? Bah! Why The Web Won't Be Nirvana. Time Magazine, 26 de febrero de 1995. www.newsweek.com/clifford-stoll-why-web-wont-be-nirvana-185306.

172. Ellis, James: The Story of Steve Jobs, Xerox and Who Really Invented the Personal Computer. Newsweek, 19 de marzo de 2016. www.newsweek.com/silicon-valley-apple-steve-jobs-xerox-437972.

173. El periodista estadounidense Walter Isaacson evoca estos orígenes en su ensayo The Innovators (Nueva York, Simon & Schuster, 2014).

174. Borges, Jorge Luis: El jardín de los senderos que se bifurcan (en Ficciones). Madrid, Alianza Editorial, 1981.

175. Saramago, José: Todos los nombres. Madrid, Alfaguara, 1997.

176. Estos partían, a su vez, de la tradición medieval en torno a los scriptorium y bibliotecas monásticas del medievo.

177. Santayana, George: La Vida de la Razón. Fases del progreso humano, Volumen 1: La razón en el Sentido Común, 1905.

178. Yourcenar, Marguerite: Mémoires d'Hadrien. París, Plon, 1951.

179. Aurelio, Marco. Meditaciones (reflexiones del filósofo emperador escritas en griego entre los años 170 y 180 de nuestra era). Barcelona, Gredos, 1983.

180. Según los propios historiadores romanos, la ciudad se había fundado en el año equivalente al 753 antes de nuestra era.

181. Alighieri, Dante: Divina comedia. Infierno. Florencia, 1304.

182. Ken Kesey es el autor de Alguien voló sobre el nido del cuco (1962), novela que escribió tras acudir a una clase de escritura creativa en la Universidad de Stanford.

183. Kerouac, Jack: On the Road. Nueva York, Viking Press, 1957. En la carretera es considerada la biblia de la Generación Beat.

184. Wolfe, Tom: The Electric Kool-Aid Acid Test. Nueva York, Farrar Straus Giroux, 1968.

185. Bateson, Gregory. Pasos hacia una ecología de la mente. Chicago, University of Chicago Press, 1972.

186. Markoff, John: What the Dormouse Said: How the Sixties Counterculture Shaped the Personal Computer Industry. Nueva York, Penguin, 2005.

187. Película dirigida por Ridley Scott y estrenada en 2000, protagonizada por Russell Crowe en el papel de general —y posteriormente gladiador— oriundo de la Hispania romana.

188. Osnos, Evan: Can Mark Zuckerberg Fix Facebook Before It Breaks Democracy? Entrevista de Evan Osnos a Mark Zuckerberg en The New Yorker, 17 de septiembre de 2018. www.newyorker.com/magazine/2018/09/17/can-mark-zuckerberg-fix-facebook-before-it-breaks-democracy.

189. Graves, Robert. I, Claudius. Londres, Arthur Barker, 1934.

 

DEL MISTERIO DE HOMERO AL DE SATOSHI

NOTAS SOBRE EL MUNDO DE EXPERTOS EN QUE NOS ADENTRAMOS

Una mañana cualquiera. Es un día sin escuela para mis hijos. Cuando me acerco al escritorio con un café para proseguir con esta saga, la mediana de mis dos hijas se acerca y me pregunta acerca de qué escribo. No es un artículo, respondo, sino un libro. ¿Sobre qué? Bien —pienso—, la pregunta debía llegar tarde o temprano. Es un libro técnico, respondo describiendo una mueca. ¿Un libro técnico? ¿Quiere decir eso que lo que explicas es «real»? me pregunta mi hija. Sí, un libro divulgativo, un ensayo parecido a esos libros de texto que seguís en clase. ¿Un libro escolar? No, más bien, un libro sobre métodos que nos ayudarán a ordenar y a intercambiar mejor la información, sin depender de guardianes ni supervisores. ¿Ordenar? ¿Guardianes? ¿Supervisores? ¿Qué forma tienen y cómo se llaman esos métodos? No tienen forma, pues son intangibles y existen solo en forma de información digital, y la tecnología que posibilita esos objetos sin forma se llama «blockchain» (utilizo adrede el término inglés, pues la lengua materna de mis hijos es más bien el inglés, si bien hablan castellano, catalán y francés: su madre es californiana). ¿Blockchain? ¿Y dices que esa manera de organizar crea dinero que no se puede ver ni tocar? ¿Y cómo se usa, pues? ¿Es una tarjeta de crédito?

Tratar de explicar a un niño uno de los muchos recovecos técnicos de un mundo que requiere cada vez más expertos, implica adentrarse en la evolución de nuestras herramientas, cada vez más específicas y abstractas. En la búsqueda por especialistas cada día más formados y concretos, nuestra sociedad otorga un prestigio creciente a los expertos de un nicho concreto, y este favor coincide con la pérdida de importancia y consideración —para la sociedad y el mundo laboral, para las instituciones y las familias— de las personas formadas en un sólido humanismo generalista: las ciencias duras —las disciplinas técnicas y exactas— ocupan en el imaginario el lugar que en el pasado tuvieron las ciencias sociales o humanas.

Figura 9.1. Una partida de peonzas Beyblade en casa del autor, evolución de este juego tradicional ideada por el dibujante de manga japonés Takao Aoki.

Este traspaso de poder desde los sabios humanistas a los especialistas (que Ortega y Gasset llamó «sabios ignorantes» y «bárbaros especialistas») es el principal problema del proceso de sofisticación del mundo que nos rodea, según este filósofo español190; la sociedad tecnocrática avanza con inercia imparable hacia abstracciones que la alejan de consideraciones humanas y culturales próximas a la costumbre, empezando por la ética, pero también por la manera en que entendemos y clasificamos el conocimiento y transmitimos valor intangible: blockchain es, quizá, el último ejemplo de este proceso. Ortega coincidía en este punto con las reflexiones sobre cultura de masas, técnica y burocracia del sociólogo Max Weber, así como en la posible solución: la única rebelión posible en la sociedad de masas es la toma de conciencia del individuo para rebelarse contra la inercia de procesos colectivos, y encontrar mecanismos para evitar el fraude o la crueldad. Quizá el protocolo blockchain combine, en su esquema mutualista, el germen de sistemas técnicos capaces de respetar las consideraciones del individuo dentro de la colectividad.

La reflexión de Ortega pasa por mi mente mientras hablo con mi hija; el libro está fresco en la memoria, al haberlo consultado unos días atrás en busca de un par de citas. Trato de aportar entonces ejemplos de dinero fíat, esa abstracción para intercambiar valor a la que otorgamos un valor simbólico asignado por una autoridad; el dinero que usa blockchain no necesita una autoridad central para fijar el valor, sino que es el interés de todos los participantes el que garantiza su valor intrínseco. En cuanto a su uso efectivo, recuerdo a mi hija la cantidad de ocasiones en que, comprando por Internet o en la tienda, acabamos pagando con tarjeta de crédito o con transacciones electrónicas. El dinero, explico, sirve igual en su versión desmaterializada, siempre que exista un sistema para comprobar la identidad del comprador y la existencia de fondos o de crédito asociados con este. La explicación se complica, tal y como detecto en el rostro de mi hija, una niña de nueve años. Observo cómo el habitual centelleo de curiosidad en sus ojos se transforma en la vivacidad de la búsqueda de un pie de apoyo que la acerque a lo que está explicando su padre. De repente, el centelleo retorna y su rostro describe una sonrisa. ¿Tiene blockchain algo que ver con los Beyblade? ¿Beyblade? —ahora es el padre quien no sabe a qué atenerse—. De repente, evoco la conversación con mi hijo de seis años, el benjamín de los tres y único varón, quien nos había convencido hacía unos días para que rompiéramos una de las tradiciones de la familia, consistente en pedir para las fiestas regalos útiles, necesarios y duraderos.

EN BUSCA DE PUNTO DE APOYO PARA LA CADENA DE BLOQUES

Beyblade es el nombre otorgado a unas peonzas desmontables y con exterior circular metálico empleado para desestabilizar a otras peonzas mientras dan vueltas a toda velocidad, después de que los participantes se hayan servido de «lanzador» para ponerlas a rodar (al estilo del viejo método de encendido de un motor estirando una cuerda con el brazo con todo el brío que permitan nuestros reflejos). Antes de comprar una caja que incluía dos de las mencionadas peonzas, así como dos lanzaderas, dos «llaves» para armarlas y desarmarlas, y un «estadio» para hacerlas rodar (en realidad, un barreño circular de unos 30 centímetros de diámetro elaborado con un plástico extremadamente fino), recuerdo haber investigado algo sobre el fenómeno. La cultura infantil actual me pilla cada vez más desprevenido al desvelar modas más o menos pasajeras y juegos sobre los que carezco de referencia alguna. En otras palabras: mi hija había intuido que, para mí, el fenómeno Beyblade carecía de todo punto de apoyo y referente con mi realidad cotidiana e intereses, justo el mismo efecto de blockchain sobre ella.

Transcurrieron unos minutos de discusión y referencias cruzadas con respecto a la cadena de bloques y a las peonzas Beyblade, surgidas a partir de una historieta de manga escrita e ilustrada por Takao Aoki191 entre 1999 y 2004 (época en la que me interesé por ciertas historietas manga, sobre todo por la obra de Osamu Tezuka). Y mi hija volvió a sorprenderme, al explicarme que, de la misma manera que blockchain era una tecnología que permitía crear monedas sin versión física ni banco, las batallas entre peonzas Beyblade podían encontrar su equivalente virtual: basta con escanear el código de los dispositivos para acceder a competiciones en Internet, en las que uno puede hacer competir su modelo contra la peonza de otros contrincantes de cualquier rincón del mundo. Le aclaro a mi hija que blockchain no se caracteriza únicamente por su carácter virtual, sino que son su arquitectura y funcionamiento los aspectos decisivos que justifican su potencial y explican, entre un número indefinido de fenómenos, que yo mismo me siente a escribir un libro sobre la tecnología —mi hija escruta ahora el contexto ante ella: auriculares, apuntes, libros de referencia, algunos objetos, una vista oblicua a una calle de París—.

Me esmero en enumerar los incentivos creados en la cadena de bloques para garantizar el interés de su comunidad. La cadena de bloques no organiza batallas de peonzas como Beyblade, ni físicas ni virtuales, pero sí se asegura de comprobar la integridad de la información que contiene un registro compartido de transacciones entre participantes, o cadena de bloques, mediante una competición entre usuarios, quienes deben resolver un rompecabezas matemático antes que el resto de sus contrincantes. Al proceso de consenso de cada nueva actualización de la cadena de bloques, que no requiere autoridades intermediarias, se le llama «minado», y quienes han asistido en el proceso logran nuevas monedas no disponibles antes en el sistema. En cierto modo, este dinero ha «emergido» de un proceso de consenso basado en la buena fe.

¿Minado? ¿Consenso? Mi hija empieza a interesarse por blockchain, esa especie de juego de Beyblade en que su padre se halla enfrascado...

PENÉLOPE TEJIENDO UN ÁRBOL DE CIFRADO HASH

Al alejarse tras la llamada insistente de su hermano mayor, quien trataba de armar una estructura fantástica con una vaga forma de árbol a partir de multitud de piezas LEGO, me pregunté si, en aquellos minutos, yo había abierto un poco más el mundo a mi hija o si, por el contrario, había sido mi hija quien me había permitido recuperar algo de riqueza referencial en un trabajo técnico y abstracto. En pocos minutos, mi hija mayor se unió a sus dos hermanos para erigir la estructura. Sin ser conscientes de ello, los tres al unísono ponían a prueba fundamentos estructurales básicos con aplicaciones en matemáticas, geometría, arquitectura... y análisis de datos.

Trasladado a la ciencia computacional, un esquema similar al expuesto en la estructura LEGO que se elevaba ante mí es, en esencia, un árbol de cifrado Merkle o hash de Merkle, una estructura de datos concatenada en forma de castillo de naipes, en la que las etiquetas de los nodos posteriores incluyen una referencia a los nodos anteriores, para conformar una cadena. Ideada en 1979 por Ralph Merkle192, uno de los padres de la criptografía de clave pública, esta arquitectura es hoy esencial para sistemas P2P como blockchain, al garantizar la integridad y seguridad de datos (pues una referencia cifrada de las operaciones ya realizadas se encasta en cada una de las nuevas transacciones de la compleja serie histórica a prueba de falsificación, o cadena hash).

Volviendo a la saga de Internet que nos ocupa, las etiquetas de cifrado entre bloques de la cadena, hash, evocan la importancia estructural del hilo usado por Penélope, la mujer de Odiseo, para tejer un sudario para el rey Laertes mientras espera al retorno de Odiseo. La intención de Penélope es evitar el fin de la tarea de entrelazado, pues se ha visto obligada a prometer que se volvería a casar cuando haya finalizado; es por este motivo que destejerá de noche lo avanzado de día.

Figura 9.2. Retrato del filósofo José Ortega y Gasset, pintado por Joaquín Sorolla en 1918.

Como Penélope193, cuando es necesario, la cadena de bloques también puede «destejer lo tejido» gracias a la coherencia de las referencias hash concatenadas.

Aproveché para levantarme a preparar un café y, a mi paso por la sala de estar, observé que mi hija hundía sus manos en la caja llena de diminutas piezas LEGO multicolor, a la manera en que Amélie194 hunde las suyas en los sacos de legumbres en la película homónima. Cuando mi cabeza desaparece en dirección a la cocina, mi hija me llama. ¿Querías algo? Mira, papá, estamos haciendo una enorme casa de LEGO y me he puesto a «minar» en esta caja. ¿Sabes qué? He logrado mi recompensa: buscaba unas piezas alargadas, pero nunca pensé que encontraría estas otras piezas, mucho más adecuadas. Nuevamente, mi hija acaba de asociar su rico mundo referencial, todavía dominado por el juego —el descubrimiento de piezas de LEGO más adecuadas de las que ella misma buscaba conscientemente— con la titánica tarea del proceso de «minado» de la cadena de bloques. Mientras preparo el café, reflexiono sobre una nueva certidumbre: estamos preparados para comprender, aprovechar y mejorar la cadena de bloques.

Todas las sagas dignas de iniciar su propio canon a través de la diseminación de relatos apócrifos sobre un mismo acontecimiento, confunden realidad y leyenda. Estas epopeyas requieren arquetipos que garanticen el interés del público y su ayuda para diseminar el interés en torno al propio relato; se trata de historias con héroes y villanos, a menudo personalidades de carne y hueso; son meros individuos anónimos que tratan de ganarse la única inmortalidad a la que tienen acceso los hombres según los filósofos clásicos: esta inmortalidad para mortales consiste en erigirse personajes de hazañas que, con los años, se transforman en leyendas transmitidas de padres a hijos. Los autores de estas obras son más bien compiladores de fábulas colectivas que captan el interés suficiente como para ofrecer la sensación de que lo explicado (las hazañas, calamidades e intrigas, éxitos y fracasos), está en el aire y tarde o temprano alguien deberá destilar su esencia en un canon: una epopeya literaria, un libro sagrado... o un Libro Blanco, como se ha definido el artículo científico sobre Bitcoin escrito por Satoshi Nakamoto.

UNA OBRA COLECTIVA QUE IMAGINAMOS DE UN SOLO AUTOR

El ensayista y anticuario británico Adam Nicolson, quinto barón de Carnock195, ha dedicado un libro196 a exponer una tesis explorada por la literatura comparada desde la Antigüedad: la constatación de que La Ilíada y La Odisea, poemas épicos griegos escritos en torno al año 750 a.C. que describen hazañas a la vez históricas y mitológicas ocurridas en el período prehelénico de la civilización micénica (entre los años 1600 a.C. y el 1100 a.C.), no son obra de un solo autor —en este caso, el Homero que ha pasado a la posteridad—, sino fruto del trabajo colectivo. Esta obra mural se habría beneficiado de la tarea de numerosas generaciones de rapsodas, las cuales habrían contribuido a fijar viejas historias en un formato fácil de transmitir oralmente y capaz de suscitar el interés y la emoción de generaciones de espectadores de una sociedad preliteraria (a excepción de una minoría de escribas, nadie conocía la lengua escrita). La Ilíada y La Odisea son los dos únicos textos íntegros que han sobrevivido del Ciclo troyano, una saga que se componía de infinidad de poemas sobre la guerra de Troya. El Ciclo troyano tiene un carácter fundacional del pueblo griego, que pudo compartir sus historias a través de los poemas que los bardos transmitían oralmente por las polis y pueblos durante el fin de la Época Oscura, justo antes de que floreciera la civilización griega que conquistaría el Mediterráneo (y fundaría el pensamiento occidental).

Ambos poemas épicos han influido sobre toda la literatura posterior hasta tal punto que, gracias al trabajo de «fijación escrita» de ese misterioso autor al que llamamos Homero y a quien atribuimos ciertas cualidades desde la Antigüedad —varón, ya anciano, ciego—, ambas obras se siguen vendiendo y leyendo en todo el mundo. Todas las guerras relatadas desde entonces tienen algo de la guerra troyana narrada en La Ilíada, del mismo modo que todas las peripecias vitales que requieren nuestra astucia y tesón son pequeñas «odiseas». Y el respeto por las obras supervivientes del Ciclo troyano empezó pronto: en el siglo I a.C., en plena culminación de la literatura latina más refinada, Virgilio trató de asociar la grandeza cultural romana a un origen mitológico griego, hasta el punto de remontar la inspiración de sus propios versos en La Eneida (29 a.C. - 19 a.C.) hasta el Ciclo troyano y los propios versos homéricos sobre la guerra de Troya. Con su poema, Virgilio pretendía asegurar un puesto en la posteridad a los guerreros nobles romanos.

No es su condición de heredero de la baronía de Carnock, en el concejo escocés de Fife, lo que ha despertado la pasión de Adam Nicolson por la obra de Homero, el origen y la auténtica identidad del autor, sino la vigencia de lo que allí se narra: la condición humana (los principales motivos que mueven nuestra existencia) no ha cambiado en lo esencial desde hace 3000 años, cuando Homero se sentó a escribir el texto que había evolucionado gracias al proceso de boca a oreja entre bardos y oyentes: nos siguen atrayendo e hiriendo la violencia y el repertorio completo con el resto de las pasiones humanas descarnadas que se describen sin moralina en ambas epopeyas. Las historias surgieron de la combinación de hechos y leyendas, hasta conformar una nueva mitología, y el propio «autor» que decidió escribir las obras se convirtió él mismo en leyenda misteriosa: se discute desde la Antigüedad el lugar de nacimiento del poeta, con siete lugares disputándose el honor. En cuanto a su condición de hombre ciego, hay autores que dedicaron libros enteros a exponer otras teorías. Samuel Butler, satirista británico del siglo XIX, escribió un ensayo en el que Homero es una mujer; otros consideran que Homero es en realidad un grupo de autores de finales de la Época Oscura en busca de la gloria de la posteridad, cuya maldición —el hecho de no ser una única persona— los habría condenado a compartir la gloria personificados para siempre en un poeta viejo y ciego; para otros, como el propio Nicolson, es un error hablar de un autor «él», «ella» o «ellos», sino que se trata de un «ello»: un complejo proceso de transmisión oral, confluencia y mutación de varias historias, que habrían evolucionado en una forma próxima a la que prevaleció en forma escrita. El subproducto, en definitiva, de un complejo proceso de valores e historias que se comparten entre distintas personas y pueblos, hasta inspirar una forma estable197.

Figura 9.3. Penélope (1912), estatua en bronce del escultor francés Antoine Bourdelle y nexo de unión entre Auguste Rodin y la generación de Alberto Giacometti y Henri Matisse: fue alumno del primero y maestro de los dos últimos.

Y de las sagas del Ciclo troyano a las de Internet, que elaboramos hoy entre todos y sobre las cuales conocemos infinidad de fragmentos apócrifos que luchan por su supervivencia y popularidad orgánica en las redes: si La Ilíada y La Odisea son —al igual que otros grandes relatos creadores de una tradición mitológica y literaria, desde las sagas nórdicas al Cantar de mio Cid—, un conjunto de historias que confluyen en una gran metahistoria, Bitcoin surgió en 2008 para explicar una metatecnología, o nueva tecnología surgida a partir de la combinación de varias tecnologías, metodologías y arquitecturas ya existentes.

Bitcoin apareció como una compilación matemáticamente viable de conceptos que servían para crear un «ecosistema» donde residiera un nuevo tipo de dinero. En este ecosistema, equivalente al contexto del Ciclo troyano o las sagas nórdicas (el «universo» de tradiciones que permite el caldo de cultivo donde puede surgir algo nuevo, sea una obra literaria o una criptomoneda), unidades monetarias llamadas bitcoin (BTC) sirven para almacenar y transmitir valor entre participantes de la red Bitcoin. Pero, del mismo modo que las unidades surgidas del Ciclo troyano (los libros de Homero) crearían mucho más valor del que retienen, al permitir toda una tradición posterior, el «ecosistema» de Bitcoin tiene mayor potencial que el planeado inicialmente, y la propia infraestructura, blockchain, puede servir de base para plataformas de «contratos inteligentes» que creen aplicaciones de todo tipo, lo cual relativiza su uso inicial exclusivo como criptomoneda. Y, si las monedas bitcoin son las unidades de la saga blockchain, o los libros individuales de la Biblioteca de Babel, ese repositorio bibliográfico con un número incalculable de habitaciones, estantes y libros concebida por Jorge Luis Borges, ¿quién es el Homero de la cadena de bloques? A estas alturas, no debería extrañarnos el hecho de saber tan poco del creador de Bitcoin y postulador de la arquitectura blockchain, un individuo o colectivo que responde al nombre de Satoshi Nakamoto, como lo que conocemos de Homero. Nos encontramos, casi con toda seguridad, con un personaje oculto bajo pseudónimo y protegido no ya por la posteridad, sino por el propio sistema de criptografía asimétrica que, combinando una clave pública y otra privada, permite a los participantes de cualquier blockchain transferir unidades de valor sin necesidad de desvelar su identidad real, personal o jurídica, ni ante el receptor de la transacción ni ante ningún intermediario.

LA DIFICULTAD DE PERSEGUIR A UN ESPECTRO

Sobre blockchain (un equivalente contemporáneo de la expresión «sobre el papel»), poco importa si Satoshi es un hombre, una mujer o se declara, por el contrario, integrante de un supuesto género neutral (por otro lado, una de las reivindicaciones de nuestro tiempo); si es de nacionalidad japonesa, uruguaya o apátrida; si usa su cuenta en calidad de persona física o lo hace como persona jurídica representando a un colectivo de personas; etc.

Con independencia de la persona oculta tras el pseudónimo, Satoshi Nakamoto es rico y, casi con toda seguridad, ha decidido no desvelar su identidad como estrategia para evitar su persecución jurídica desde cualquier jurisdicción que considere que Bitcoin vulnera la ley. Se estima que Nakamoto, que ha permanecido en silencio desde 2011, posee en torno a 1,1 millones de bitcoin, o alrededor del 5 % del total que existirá jamás debido al diseño expreso del protocolo, que permite solo la creación de 21 millones de unidades198. El algoritmo diseñado por Nakamoto ofrecía incentivos para promover su adopción inicial, y la recompensa relacionada con el proceso de actualización de bloques (para alcanzar un consenso sobre la última versión de la cadena a través del minado) disminuye con cada actualización, lo que ha conducido a especulaciones sobre la abundancia de amigos de Nakamoto entre los autores de las primeras transacciones y propietarios de los primeros nodos de la plataforma Bitcoin.

Los «mineros» más activos en los inicios del protocolo, lanzado en el 3 de enero de 2009, tenían la oportunidad de lograr más bitcoins que quienes resuelvan el acertijo matemático de la prueba de trabajo (PoW) a medida que se acerque la fecha límite en el protocolo, diseñado para operar con la arquitectura descrita hasta aproximadamente el año 2140 (la recompensa por bloque confirmado se mantendrá en 12,5 bitcoin hasta 2020, y se reducirá después a 6,25 bitcoins durante los siguientes cuatro años de minado). Pero la persona —o colectivo— tras el nombre Satoshi Nakamoto no ha mantenido siempre su secretismo, ofreciendo en los inicios de Bitcoin varias pistas diseñadas más para mantener un aura propia de los relatos épicos que para asistir a la legión que trata de desenmascarar su identidad. Mientras desarrollaba el protocolo que lo catapultaría y haría rico, Nakamoto aseguró que era un hombre en la treintena avanzada y con residencia en Japón. Al ser preguntado por la P2P Foundation, organización sin ánimo de lucro fundada en Ámsterdam para estudiar el impacto de la tecnología peer-to-peer, Nakamoto aseguró, asimismo, haber nacido en Japón el 5 de abril de 1975.

Un estudio meticuloso de sus escasas comunicaciones ofrece algunas pistas adicionales que contradicen, al menos en parte, estas afirmaciones: su trabajo parece haberse desarrollado en un huso horario americano, si bien su inglés incluye expresiones más propias del inglés británico o de los ciudadanos de países pertenecientes a la Commonwealth que del hablado en América del Norte. Nakamoto usa la acepción inglesa de las palabras favour, colour, grey, modernised, así como expresiones inexistentes en Estados Unidos, tales como bloody hard, flat para designar un apartamento, o maths —y no math— para hablar de matemáticas, entre otros giros británicos extensibles a algunos territorios angloparlantes, pero no a América del Norte. Entre 2009 y 2010, Nakamoto escribió centenares de entradas en las que mostraba un nivel de inglés nativo (si bien con un número negligible de faltas ortográficas y gramaticales). La combinación de estos textos, en torno a 80000 palabras199, no solo muestra su competencia lingüística, sino una cierta uniformidad estilística y conocimientos económicos; allí se citan las tesis de distintas escuelas económicas y se exponen la evolución, principales ventajas e inconvenientes de los mercados financieros de materias primas y de productos manufacturados. Existen las mismas lagunas en cuanto a su ideario y orientaciones políticas, si bien su trabajo criptográfico, el artículo que lo ha catapultado y enriquecido y un puñado de comentarios críticos con la actuación de autoridades centrales que «degradan la moneda», denotan unas tendencias libertarias transversales, reivindicadas tanto por entusiastas estadounidenses del libre mercado y la ausencia de impuestos, como por socialistas utópicos próximos a ideas cooperativistas.

El anonimato de Satoshi Nakamoto no es únicamente una estrategia que impediría una hipotética persecución judicial del creador de una moneda diseñada para eludir a intermediarios y reguladores, además de evitar la necesidad de revelar la identidad durante el registro o las transacciones de criptomoneda. Su decisión de escudarse tras un pseudónimo es un mensaje dirigido a entusiastas y a incrédulos, a reguladores y periodistas de investigación, que demuestra la efectividad del protocolo para salvaguardar la privacidad no solo de los participantes, sino del propio creador de Bitcoin. Para no ofrecer más pistas de las necesarias, Nakamoto registró el dominio Bitcoin.org sirviéndose de Tor, un software de comunicaciones encriptadas que oculta tanto el origen de una comunicación telemática (la dirección IP concreta, los nodos de red próximos, etc.) como el mensaje difundido.

Tor, que surgió como proyecto de comunicaciones del Laboratorio de Investigación Naval de Estados Unidos y es patrocinado desde 2004 por la EFF200 (fundación de apoyo y salvaguarda de las libertades civiles en Internet), ha dejado de ser infalible, según documentos filtrados en 2013 por Edward Snowden, pues la NSA, agencia estadounidense de espionaje cibernético, habría logrado la manera de conocer la identidad de los usuarios de la aplicación. La ausencia de pistas adicionales sobre Nakamoto contradice, de momento, las tesis de la documentación filtrada por el ex empleado de la CIA y la NSA. El anonimato voluntario de Nakamoto es una declaración de principios en un momento en que la mitad de la población mundial tiene acceso a Internet (datos de 2018) y las empresas más populares hasta el momento usan el rastreo de la información y la actividad de los usuarios con fines comerciales y, cada vez más, con fines potencialmente sociales, políticos o propagandísticos, como demuestra el uso de técnicas de cruzado de datos a cargo de firmas de análisis de mercado como Cambridge Analytica o Palantir para influir sobre el voto, recaudar impuestos o detectar a ciudadanos en situación irregular.

Figura 9.4. Por distintos motivos, a menudo festivos y/o ceremoniales, el ser humano ha tratado de suplantar simbólicamente su identidad con el uso de una máscara. En la imagen, máscara de piedra del neolítico datada en el año 7000 a.C. Actualmente en el Musée Bible et Terre Sainte de París, es la máscara más antigua que se conoce.

POR QUÉ LA IDENTIDAD DE SATOSHI SE CONFIRMARÁ SOLO DE MANERA PÓSTUMA

Sin la colaboración del interesado o interesados, investigar sobre la identidad de Satoshi Nakamoto parece tan lejos como descubrir la identidad de Homero. Hasta ahora, ha habido varios desenmascaramientos fallidos. El primer gran falso positivo llegó en 2014, cuando el semanario de negocios estadounidense Newsweek creyó haber dado con la identidad del creador de Bitcoin201. La revista explicó entonces que se trataba de Dorian Prentice Satoshi Nakamoto, ingeniero informático de nacionalidad estadounidense; al día siguiente, la cuenta de un foro usada por Nakamoto publicó su primer mensaje tras cinco años de silencio, negando la exclusiva. En el mensaje se leía un escueto: «No soy Dorian Nakamoto». Los sabuesos tras la pista del autor y fundador de Bitcoin se centraron entonces en la información que pudiera proporcionar la propia cadena de bloques. En el bloque inicial, o «génesis» en la jerga de blockchain, la primera transacción de Nakamoto había acabado en la cuenta de un usuario anónimo que confirmaría su identidad, Hal Finney; se creyó que Finney podía ser el propio Nakamoto, si bien el periodista Andy Greenberg ha estudiado correos electrónicos privados entre el creador de Bitcoin y Finney, y ha concluido que se trata de dos personas distintas. Para añadir más misterio al asunto, Finney murió en 2014. Pasaron dos años hasta el siguiente gran revuelo, suscitado esta vez por Craig Wright, un científico computacional australiano con hambre de notoriedad. Wright convocó a varios medios internacionales para «demostrar» que él era Satoshi Nakamoto, y ofrecía en el anuncio su proof-of-work, PoW, particular: las claves del creador de Bitcoin. Ante las dudas suscitadas, Wright anunció que despejaría cualquier duda moviendo una criptomoneda de la cuenta de Nakamoto; sin embargo, en lo que se reveló posteriormente como un montaje, Wright aseguró haber cambiado de opinión en el último momento. En lo que pareció un montaje, el australiano aseveró dar crédito a un rumor según el cual podría ser detenido por «habilitar el terrorismo» si confirmaba ser Nakamoto.

La tesis actual sobre el autor de Bitcoin se decanta por una identidad compartida: Nakamoto sería el avatar creado por un grupo de entusiastas de la idea de una moneda virtual, segura, alérgica a los intermediarios, capaz de evitar el problema del doble gasto, inmutable, neutral por naturaleza, sometida a la autorización criptográfica de los participantes en una transacción, auditable, de contabilidad compartida, sin caducidad, íntegra, a prueba de falsificaciones, predecible. El individuo o individuos tras Nakamoto quizá desconociera/n, al publicar el Libro Blanco fundacional de Bitcoin, que el protocolo serviría para mucho más que para intercambiar criptomonedas. Si Homero abre la puerta a todas las epopeyas bélicas y odiseas personales escritas desde La Ilíada y La Odisea, la aportación de Satoshi Nakamoto debería permitir la evolución de una Internet que hoy muestra síntomas de concentración y conservadurismo esclerótico, a una nueva era de servicios descentralizados en que los usuarios recuperen la autoridad sobre sus datos y actividad, a la vez que el mutualismo tecnológico abre la puerta a modelos de negocio de naturaleza mutualista.

La persona (o personas) tras el pseudónimo ha acumulado una experiencia en criptografía a un nivel solo adquirido por quienes han trabajado en entornos académicos, empresariales e institucionales de primer nivel: el diseño ha sido tildado de «elegante», y demuestra tanto concisión como meticulosidad en la programación del ecosistema, si bien se han criticado limitaciones como la lentitud del protocolo usado por Bitcoin para verificar las transacciones en la red (10 minutos, mientras Ethereum logra el mismo cometido en 12 segundos), o el hecho de que los usuarios deban contar con conocimientos suficientes como para descargar un software de encriptación que proteja sus monederos virtuales. ¿Por qué no proporcionar total seguridad desde los cimientos, incorporando un método de encriptación al que deban someterse los monederos antes de que se active en ellos la cuenta de un usuario?

190. Ortega y Gasset, José: La rebelión de las masas (parte IV: El crecimiento de la vida). El ensayo se publicó primero en forma de artículos en el diario El Sol en 1929. Su cuarta parte abre con la siguiente reflexión: «El imperio de las masas y el ascenso de nivel, la altitud del tiempo que él anuncia, no son a su vez más que síntomas de un hecho más completo y general. Este hecho es casi grotesco e increíble en su misma y simple evidencia. Es, sencillamente, que el mundo, de pronto, ha crecido, y con él y en él, la vida. Por lo pronto, ésta se ha mundializado efectivamente; quiero decir que el contenido de la vida en el hombre de tipo medio es hoy todo el planeta; que cada individuo vive habitualmente en todo el mundo».

191. Takao Aoki (nacido en 1961) es un «mangaka» japonés. Se ha hecho célebre con la serie Beyblade, convertida en una franquicia que ha revivido el interés de los niños —y no tan niños— en las competiciones con peonzas.

192. Merkle, R.C.: A Digital Signature Based on a Conventional Encryption Function. Advances in Cryptology, CRYPTO '87. Lecture Notes in Computer Science, número 293. p. 369. doi:10.1007/3-540-48184-2_32.

193. Homero: Odisea (traducción de José Luis Calvo). Madrid, Cátedra, 1987.

194. Jeunet, Jean-Pierre: Le Fabuleux Destin d'Amélie Poulain, 25 de abril de 2001.

195. Adam Nicolson es descendiente del diplomático británico Sir Arthur Nicolson, primer barón de Carnock, embajador británico en España entre 1904 y 1905.

196. Nicolson, Adam: Why Homer Matters: A History. Nueva York, Henry Holt & Co. (Macmillan), 2014.

197. Ya en el siglo XX, la filosofía fenomenológica se referirá a este proceso de construcción de «universales subjetivos» como «intersubjetividad» (Edmund Husserl).

198. A una conversión, en enero de 2019, de cada bitcoin por 3 769 dólares, o 3 306 euros, la fortuna de Nakamoto andaría en torno a los 4 146 millones de dólares, o 3 635 millones de euros.

199. Para situar esta cifra en perspectiva, la edición en inglés en el original de 1984, la novela de George Orwell, tiene 88 942 palabras.

200. Electronic Frontier Foundation, EFF, es una organización sin ánimo de lucro fundada el 6 de julio de 1990 en San Francisco.

201. Goodman, Leah McGrath: The Face Behind Bitcoin. Newsweek, 3 de junio de 2014. www.newsweek.com/2014/03/14/face-behind-bitcoin-247957.html.

 

EL ARTE DE INTERPRETAR (Y APLICAR) UN ARTÍCULO ACADÉMICO

ENTRE SHAWN FANNING Y AARON SWARTZ

Como las partículas elementales que constituyen la materia o las moléculas que, organizadas en proteínas, conforman la estructura replicable que le ha permitido a la vida emerger en nuestro astro, hay estructuras de datos y sistemas de información cuyo cometido es desafiar la tendencia al desorden y la desintegración en el universo. A contracorriente de la entropía y armado de un idealismo ya puesto a prueba con éxito en los propios protocolos de Internet, un adolescente californiano compiló una aplicación de software que pretendía facilitar una vieja actividad humana: compartir con otros lo que nuestra especie percibe como lo más auténtico, sugestivo y universal. La música. O, explicado por Arthur Schopenhauer202: «Lo que hay de íntimo e inexpresable en toda música, lo que nos da la visión rápida y pasajera de un paraíso a la vez familiar e inaccesible, que comprendemos y no obstante no podríamos explicar, es que presta voz a las profundas y sordas agitaciones de nuestro ser, fuera de toda realidad, y por consiguiente, sin sufrimiento».

Como cualquier adolescente, Shawn Fanning trataba de optimizar el intercambio de música entre usuarios, P2P, si bien la red de intercambio concebida no se circunscribía al instituto donde estudiaba o al suburbio californiano donde residía. Su red de intercambio global hizo saltar las alertas del derecho mercantil mundial, al demostrar que, como había proclamado el hippy tecnófilo avant la lettre203 Stewart Brand, «la información quiere ser libre»204. Una vez digitalizada, la información imitaba el comportamiento equívoco de las partículas elementales, presente en un lado u otro y escurridiza a la más mínima oportunidad, pues siempre parecía haber alguien dispuesto a dedicar su tiempo libre para compartir, remezclar, modificar, promover, atacar cualquier unidad mínima de significado con carácter memorable: noticias, canciones, fotografías y, cuando el ancho de banda lo permitiera, películas y videojuegos. Todo era susceptible de ser replicado, modificado y difundido. Bibliotecas y mediatecas enteras. La existencia de Napster era un ataque sistémico al propio modelo jurídico que sostenía a una economía cada vez más desmaterializada, algo así como la transición del arte desde las paredes de exposiciones permanentes con fondos heredados del despotismo ilustrado, como el Prado y el Louvre, a las sorpresas grafiteras efímeras de Bansky, el artista callejero que tomaba la aldea global205 como ámbito de acción.

Napster debía desaparecer como servicio, y la posición de defensa adoptada por la industria discográfica a través de su asociación en Estados Unidos, la RIAA206, sería la avanzadilla de una defensa jurídica de las viejas estructuras estatales contra la amenaza sistémica de un medio descentralizado, distribuido y alérgico a unas normas diseñadas para la distribución de conocimiento en formato analógico. Los formatos digitales concedían una rapidez, flexibilidad y eficiencia solo equiparable a la propia organización de los bloques esenciales de la naturaleza: desde las series de proteínas que constituyen la base de la vida, a la replicación celular... o a la expansión de un virus.

Figura 10.1. Portada de la primera edición del disco Music for 18 Musicians del compositor minimalista estadounidense Steve Reich (1978). El LP contiene un tema de 56 minutos 31 segundos de duración, con una sencilla progresión armónica de únicamente 11 acordes. La sencillez de la pieza evoca los diseños melódicos y a la vez repetitivos de la naturaleza (desde las formas fractales al ADN o la propia replicación celular).

Era posible atacar jurídicamente a Napster, arrinconar su servicio y modelo de negocio hasta asfixiarlo, infiltrarse en la propia red de intercambio, instalar troyanos en el ordenador de algunos de los equipos participantes, e incluso perseguir legalmente tanto a su creador como a algunos de sus usuarios más activos. Sin embargo, una vez demostrada la eficacia y radicalidad de las bases de datos distribuidas, pronto quedó claro que los servicios P2P emularían la capacidad regeneradora de algunos organismos biológicos, no solo capaces de recuperar la estructura celular y la función de órganos y miembros dañados o amputados, sino de adaptarse a las características de un ecosistema cambiante. Una década después del ostracismo de Napster, la mutación camaleónica de los vástagos del servicio tomó viejas ideas y sueños del mundo de la criptografía y, gracias a la estimulación de los nuevos anticuerpos, gestó la cadena de bloques.

La exigencia técnica de la nueva estructura de datos, así como su lentitud, la mantienen alejada del gran público, algo que Napster había sorteado ya en su nacimiento; no obstante, la coherencia replicadora de un esquema en forma de árbol fractal presenta un esquema de diseminación potencialmente imparable. El mundo de las bases de datos distribuidas se asemeja cada vez más a una de esas melodías minimalistas que repiten su estructura con ligeras modificaciones, mientras logran expandirse en la conciencia del oyente como lo hace en un estanque una onda generada por el lanzamiento de una piedra. Algo así como la progresión armónica de las melodías del compositor minimalista Steve Reich, capaces de envolver una sala con un tintineo repetitivo cuya belleza surge de la coherencia entre los elementos. Un ejemplo célebre es Music for 18 Musicians207, tema compuesto por la progresión armónica de tan solo 11 acordes que logran envolver al espectador, fenómeno psicoacústico que retraza la misma referencia melódica a medida que más instrumentos se van uniendo con sutileza. Cuando finaliza el tema, uno podría sentirse sobrevolando la biblioteca de Babel soñada por Borges, o contemplando la representación gráfica de una cadena de bloques.

HACKERS EN BUSCA DE LO CORRECTO

Por el camino de esta expansión tecnológica con la capacidad replicadora de una melodía de Steve Reich se quedaron, eso sí, las esperanzas y buenas intenciones de algunos entusiastas del altruismo en la Red. En 1999, año de fundación de Napster, un activista hacker todavía más joven que Shawn Fanning —y más preocupado por la ética hacker que por la música—, creaba su primer sitio web, Theinfo.org. Aaron Swartz, oriundo de un suburbio de Chicago, apenas tenía trece años. En Theinfo.org aparecían los principales rasgos de los documentos abiertos y colaborativos, o wikis, que inspirarían Wikipedia. Swartz se ganó pronto el respeto de los pesos pesados de la Red, entre ellos, Paul Graham, fundador de la incubadora de negocios Y Combinator, a cuyo primer curso, en 2005, acudiría Swartz. Durante su estancia en la incubadora, Swartz contribuyó al desarrollo de Reddit, entonces en ciernes. Pero la intención de Swartz no se detenía en la riqueza material o la notoriedad, sino en el impacto social de sus contribuciones. Le interesaban ante todo los protocolos que aceleraran lo que, ya en 1984, Stewart Brand había considerado inevitable: el acceso libre a datos imprescindibles para la ciudadanía que, sin embargo, permanecían sin digitalizar u ocultos tras un acceso de pago.

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