Blockchain

Blockchain


Introducción

Página 9 de 18

Al afrontar al debate sobre las ventajas e inconvenientes de cadenas de bloques abiertas y su alternativa, las blockchain con permisos, quizá asistamos a un debate evolutivo crucial desde mecanismos de consenso tradicionales —los cuales muestran claros síntomas de agotamiento—, hacia sistemas que aprenden de los ideales mutualistas del pasado y tratan de hacerlos viables en una especie de democracia directa automatizada... Pero, ¿puede un sistema de organización depender o, peor aún, basarse en criterios influidos por algoritmos? Sea como fuere, nos enfrentamos a un momento de contestación y madurez tecnológica que impiden calmar las críticas —muchas de ellas legítimas— al sistema político «menos malo» de la actualidad, las democracias liberales y su sistema de democracia representativa, que sacrifican participación en favor de estabilidad pero que, en momentos de incertidumbre y agitación propagandística como el actual, son incapaces de lograr la una o la otra.

141. Del griego

relato mítico relativo a los orígenes del mundo (o bien teoría científica que trata del origen y la evolución del universo).

142. Buterin, Vitalik: White Paper (documento explicativo) de la plataforma descentralizada Ethereum: A Next-Generation Smart contract and Decentralized Application Platform. The Ethereum Wiki, cuenta del proyecto Ethereum en GitHub. github.com/ethereum/wiki/wiki/White-Paper.

143. D. Anthony, Scott: Sony: Winning the DVD Battle But Losing the Innovation War? Harvard Business Review, 19 de febrero de 2008. hbr.org/2008/02/sony-winning-the-dvd-battle-bu.

144. Sisario, Ben y Russell, Karl: In Shift to Streaming, Music Business Has Lost Billions. The New York Times, 24 de marzo de 2016. www.nytimes.com/2016/03/25/business/media/music-sales-remain-steady-but-lucrative-cd-sales-decline.html.

145. Markoff, John: What the Dormouse Said: How the Sixties Counterculture Shaped the Personal Computer Industry. Nueva York, Penguin, 2005.

146. Es el caso de, por ejemplo, el derroche energético ligado al propio diseño del protocolo: Why bitcoin uses so much energy. The Economist, 9 de julio de 2018. www.economist.com/the-economist-explains/2018/07/09/why-bitcoin-uses-so-much-energy.

147. Antonopoulos, Andreas M.: Mastering Bitcoin: Unlocking digital cryptocurrencies. Sebastopol (California), O'Reilly Media, 2014.

148. Buterin, Vitalik: A Prehistory of the Ethereum Protocol. Sitio web personal de Vitalik Buterin, 14 de septiembre de 2017. vitalik.ca/general/2017/09/14/prehistory.html.

149. Lucifredi, Federico y Ryan, Mike: AWS System Administration. Best Practices for Sysadmins in the Amazon Cloud. Sebastopol (California), O'Reilly Media, 2018.

150. Blackmore, Susan: The Meme Machine. Oxford University Press, 2000.

151. Del inglés «Distributed Denial-of-Service», o ataque de denegación de servicio procedente de diversas fuentes y, por tanto, más difícil de anular.

152. Wood, Gavin: Ethereum: A secure decentralised generalised transaction ledger (Yellow Paper de Ethereum, revisión EIP-150), 2014. gavwood.com/paper.pdf.

153. Ethereum Constantinople (también St. Petersburg, o Ethereum 2.0) es la segunda actualización no compatible —«hard fork»— de Metropolis la tercera versión (de un total de cuatro) programada por la plataforma Ethereum. Las dos anteriores son Olympic y Frontier, mientras la cuarta fase de desarrollo de la plataforma cuenta con el nombre de código de Serenity: Sharding roadmap, The Ethereum Wiki, cuenta del proyecto Ethereum en GitHub. github.com/ethereum/wiki/wiki/Sharding-roadmap.

154. Werbach, Kevin: The Blockchain and the New Architecture of Trust. Cambridge (Massachusetts), The MIT Press, 2018.

155. Paratii Video: A Brief History of P2P Content Distribution, in 10 Major Steps. Paratii en Medium, 25 de octubre de 2017. medium.com/paratii/a-brief-history-of-p2p-content-distribution-in-10-major-steps-6d6733d25122.

156. Gupta, Saurabh: Storing documents in blockchain. Blockchain Musings, Medium, 2 de junio de 2017. medium.com/blockchain-musings/storing-documents-in-blockchain-1d4d361ca962.

157. A efectos de arquitectura de datos, los smart contract pueden equipararse a las API —interfaz de programación de aplicaciones—, mientras las aplicaciones distribuidas —DApp— representan la interfaz usada por el usuario en una aplicación web.

158. Wilson, Fred: What Is Going to Happen in 2019. AVC, 1 de enero de 2019. avc.com/2019/01/what-is-going-to-happen-in-2019/.

159. Boullosa, Nicolás: La oportunidad de blockchain. Anuario Perspectivas Wellcomm 2018: La comunicación en la era blockchain, febrero de 2018. perspectivas2018.well-comm.es/autores/nicolas-boullosa_la-oportunidad-de-blockchain/.

160. Entre otros servicios, Amazon Web Services, Microsoft Azure, IBM Bluemix, y Google Cloud Platform.

161. Graham, Mackenzie: Facebook, Big Data, and the Trust of the Public. Departamento de Ética Práctica de la Universidad de Oxford, 13 de abril de 2018. blog.practicalethics.ox.ac.uk/2018/04/facebook-big-data-and-the-trust-of-the-public/.

162. De Filippi, Primavera y Wright, Aaron: Blockchain and the Law. The Rule of Code. Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 2018.

163. Tett, Gillian: Bitcoin, blockchain and the fight against poverty. Financial Times, 22 de diciembre de 2017. www.ft.com/content/60f838ea-e514-11e7-8b99-0191e45377ec.

 

BLOCKCHAIN Y LA «ÉPOCA CLASICA» DE INTERNET

CUANDO EL ECOSISTEMA DESCENTRALIZADO EMPEZÓ A RECENTRALIZARSE

Las grandes cuestiones en torno al desarrollo y evolución de Internet están ligadas a los efectos de la nueva tecnología, la imprenta de nuestro tiempo, sobre la propia condición humana en cada momento histórico: si la imprenta facilitó el surgimiento del periodismo, Internet ha provocado su mayor crisis y pone entredicho modelos de conocimiento basados en intermediarios tradicionales. Pero la propia fiebre de la sociedad del conocimiento —la cacofonía de la desinformación y los bulos, producidos por usuarios que son a la vez receptores y altavoces de todo tipo de información— parece querer producir sus propios anticuerpos: protocolos seguros, distribuidos y radicalmente democráticos que, como blockchain, asocian a cualquier transacción un histórico de registros no falsificable. Estos nuevos protocolos facilitarán el surgimiento de una sensación de corresponsabilidad en redes de usuarios en las que el propio objetivo individual se ajustará a la capacidad y salud general de un sistema interdependiente: la cadena de bloques alcanza consensos mediante la confirmación de las buenas prácticas en la infraestructura, pues el precio a pagar para correr esquemas corruptos —como un cartel para fomentar ataques del 51 % que faciliten el doble pago, o la corrupción— es demasiado elevado para mantener su atractivo (en condiciones de ausencia de errores humanos en el código fuente del protocolo de una blockchain dada).

Cuesta creer que, hace veinticinco años, la «International Network», heredera de ARPANET, fuera considerada uno más de los numerosos proyectos incomprensibles para el gran público, originado al calor de una agencia de inteligencia estadounidense que trataba de justificar el presupuesto público asignado con libros blancos y experimentos a medio cocinar. Hasta mediados de los años noventa, Internet era un medio técnico al que se accedía con los primeros navegadores de acceso a la Red, artilugios toscos y carentes de cualquier aspiración práctica o estética, antes de que el amor por la tipografía de Steve Jobs y el estudio de la experiencia del usuario transformaran el medio.

Figura 8.1. Navegador WorldWideWeb, creado por el propio Tim Berners-Lee en el CERN de Ginebra. El documento de bienvenida explica al visitante cómo usar el hipertexto. «Referencias a otra información están representadas así. Haz doble clic en ello para saltar a la información relacionada», especifica el segundo párrafo. Quizá, en unos años, los conceptos de blockchain experimenten un proceso de divulgación equivalente y nos acaben pareciendo igual de obvios.

En los inicios, el utilitarismo de los creadores y primeros usuarios de las plataformas se imponía a cualquier otra consideración. En 1990 aparecía la interfaz de acceso diseñada por el propio Tim Berners-Lee en el CERN de Ginebra, llamada «navegador WorldWideWeb». Las sagas de Internet, esa historia con aureola mítica que construimos sobre la marcha a partir de la evolución de un medio hoy ubicuo, nos recuerdan que Tim Berners-Lee programó su navegador, así como los protocolos que permitirían universalizar el acceso remoto a documentos de hipertexto sin necesidad de conocimientos técnicos, en una estación de trabajo NeXT, un equipo ideado para facilitar la transición desde una informática ajena al diseño a una herramienta para promoverlo: el ordenador, con un cuidado aspecto y arquitectura y Unix por sistema operativo, había sido planeado para evolucionar sin constricciones técnicas. Steve Jobs había fundado NeXT tras ser expulsado de la compañía que había cofundado; años más tarde, el retorno de Jobs a una Apple a punto de desaparecer convertiría el sistema operativo que asistió a Berners-Lee en la concepción de los protocolos HTTP, HTML y URL, en la base del sistema operativo Mac OSX. Poco a poco, la priorización de la sencillez y la coherencia en el diseño informático influyó sobre los nuevos proyectos de Internet, que pudieron aprovechar la mayor capacidad y estabilidad de ordenadores, móviles y otros dispositivos, así como un mayor ancho de banda en conexiones físicas y protocolos móviles.

Dos décadas después, Apple es la mayor empresa mundial por capitalización bursátil y ha sobrevivido en su transición desde compañía minoritaria a empresa dominante y madura tras la muerte del propio Jobs en 2011. La evolución de la informática personal y los terminales de la Internet ubicua no se entienden sin la aportación de Jobs, escéptico de Internet, de su incongruencia estética y epistemológica, así como de su naturaleza caótica e incontrolable. A su pesar, desde su retorno a Apple como consejero delegado, Jobs contribuiría decisivamente a la transición entre la Internet puntocom —dominada por la especulación y el fracaso de proyectos poco realistas—, y la Web 2.0 —dominada por servicios de Internet que lograron la sofisticación y estabilidad demandadas por los usuarios gracias a la banda ancha y a la irrupción de la Internet móvil—. El sistema operativo adaptado desde NeXT y que pasaría a llamarse Mac OS X, así como la exitosa miniaturización del ocio y las comunicaciones (iPod, iPhone, iPad), allanarían el camino a la compañía y a sus competidores.

ATRACÓN DE ÉXITO WEB 2.0: EL DILEMA DE GESTIONAR EL EXCESO DE LA CENTRALIZACIÓN

En diez años, Steve Jobs había transformado la empresa que había hallado vendiendo productos para los nichos académico y gráfico, en la mejor posicionada para sacar partido de la era que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha definido como «la sociedad de la transparencia»164, la cual ofrece, poco más de una década después, síntomas preocupantes: los servicios más populares y los beneficios publicitarios están concentrados en pocas empresas, y la estrategia de rastreo de los datos y la actividad de los usuarios permite a estas mismas compañías165, propietarias de los mayores repositorios de datos centralizados jamás creados, desestabilizar economías y sociedades.

Quizá estés leyendo este libro, que forma humildemente parte de la saga apócrifa de Internet, para analizar hasta qué punto la tercera gran fase de desarrollo de la Red (que podemos llamar «la saga de la Internet 3.0», o Web 3.0, etc.), puede ser protagonizada por una tecnología de organización de los datos descentralizada y repartida entre los participantes a partir de un esquema P2P alérgico a intermediarios, resistente a los ataques y a la manipulación, gracias al carácter orgánico de su red y a un historial de transacciones compartido166.

¿Pueden las bases de datos distribuidas con historial compartido otorgar a los usuarios la soberanía de sus datos? Cuesta concebir, dado el estado de las cosas en 2019, que una arquitectura de datos con implantación marginal pueda suscitar cierto interés y te haya llevado incluso a ti, ¡oh, lector!, a conceder un buen rato a este libro. Los incrédulos, sobre todo quienes caen en la tentación de considerar que, dada la concentración actual de los servicios más populares y los beneficios asociados en un puñado de actores privados con sede en Estados Unidos y China, asistimos a una especie de «fin de la historia» de Internet, harán bien en evocar el ensayo del economista Francis Fukuyama publicado en 1992, que proclamaba oficialmente «el fin de la historia»167.

Para Fukuyama, todo tenía sentido y no había duda sobre los vencedores: tres años antes de la publicación del ensayo había caído el Muro de Berlín y el capitalismo se había impuesto al comunismo. Asimismo, se cumplían cinco siglos de la conquista de América y Estados Unidos garantizaba el supuesto futuro unipolar de un mundo bajo mandato único estadounidense. La lectura de Fukuyama sobre la Guerra Fría despreció las implicaciones de un mundo abierto al comercio mundial que ofrecía espacio en las negociaciones a los países emergentes, liberados cada vez más de la falsa dicotomía capitalismo/comunismo. Animado por el contexto de inicios de la última década del siglo XX, el propio Fukuyama olvidó que su interpretación de ambas concepciones políticas es igualmente mecanicista y parte del mismo reduccionismo.

Del mismo modo, Internet no ha alcanzado en la actualidad su estado absoluto de madurez, sino que nos adentramos en una nueva fase, en la cual la descentralización desempeñará un rol preponderante168.

EL FIN DE LA HISTORIA QUE NUNCA OCURRIÓ

En 1993, un año después del celebrado ensayo de Fukuyama y de que, bajo la nueva Administración demócrata de Bill Clinton, Estados Unidos acelerara todavía más la desregulación169, los todavía marginales usuarios de Internet celebraban en petit comité la primera versión de Mosaic, el primer navegador moderno apto para no expertos, que competía con el proyecto académico de un estudiante de Berkeley, el navegador ViolaWWW. Mosaic, más robusto y versátil, originaría el proyecto Mozilla (origen de Netscape y Firefox). En paralelo, Microsoft adquiría Spyglass, un navegador desarrollado por la Universidad de Illinois que se convertiría en Internet Explorer. Microsoft introduciría el navegador por defecto en Microsoft Windows, decisión que iniciaría un complejo proceso judicial antimonopolístico hoy sepultado por una realidad mucho más compleja e inquietante. En cierto modo, la era de confianza y expansión económica con que se topó Internet a inicios de los noventa animó a inversores privados a apostar, aunque fuera a pérdidas, en un proyecto descentralizado y con mentalidad de Frontera, donde reinaba el voluntarismo libertario y la iniciativa individual. Eso sí, a este nuevo «territorio» no se llegaba a caballo, sino que las vituallas consistían en el registro de un dominio y un servidor. Acto seguido, uno trataba de usar los toscos protocolos y estándares recién estrenados de la WWW para plantar su bandera pirata y reclamar un nuevo solar virtual.

La mentalidad de los homestead170, parecía espolear una nueva fiebre del oro que culminó con el dominio de Internet Explorer en sistemas operativos y como navegador de acceso a la Red, y con el posterior estallido de la burbuja puntocom. Internet, aquel incompleto y complejo usado por un puñado de ingenieros y despreciado incluso por expertos informáticos hasta bien entrados los años noventa, era una infraestructura anárquica capaz de desquiciar incluso a los expertos informáticos del momento. En 1986, el astrónomo e ingeniero informático Clifford Stoll había logrado desenmascarar al célebre hacker alemán Markus Hess, infiltrado junto a Dirk Brzezinski y Peter Carl en varios ordenadores militares e industriales; Stoll explicaría la hazaña en un libro de 1989. Ni sus conocimientos ni su perfil académico impidieron que Cliff Stoll firmara en 1995 un artículo171 para Newsweek en que se mofaba del supuesto potencial exagerado de Internet. La Historia parece mofarse, de momento, de la precipitación de los análisis de Francis Fukuyama y Clifford Stoll sobre la victoria sin tacha del capitalismo y la fanfarria desproporcionada sobre la utilidad real de Internet, respectivamente. Ni hubo fin de la historia, ni Internet estaba condenada al ostracismo a pesar de la frustración que causaba su uso en 1995.

Era 1995, y tanto el contenido disponible en la Red como la velocidad de ordenadores, navegador y conexión, dejaban mucho que desear. ¿Estaremos incurriendo en la misma precipitación con la Internet descentralizada y blockchain? ¿Dónde podemos situar a la mayoría de críticos irredentos de blockchain que, a la vez, destacan por su conocimiento técnico y por mantenerse informados sobre el desarrollo de futuros protocolos y tecnologías?, ¿en el terreno de Clifford Stoll o en el de las empresas que, como DEC y Xerox172, despreciaron por poco relevantes o «marginales» en los años setenta el potencial de los proyectos de informática personal que ellos mismos habían auspiciado?

A estas alturas, a lo sumo deberíamos ser precavidos al infravalorar las posibilidades de una tecnología o futuro protocolo de Internet por supuestas «razones de peso», como su carácter ininteligible, la acumulación de promesas falsas y/o vacuas, o por entusiasmar más a un atajo de empollones que al gran público y los grandes inversores. Como hemos comprobado, la propia Internet fue atacada públicamente debido a su amateurismo y charlatanería, la falta de rigor de sus proyectos con sospechoso tufo libertario y el desprecio de cualquier taxonomía operativa o inteligible.

Figura 8.2. Según el politólogo y ensayista Francis Fukuyama, quien ha reconocido haberse equivocado en su lectura sobre el fin de las ideologías, el deseo de reconocimiento es el principal indicador de un profundo desajuste en nuestra era: la falta de valores sólidos que acompañen al relativo bienestar material generalizado. Imagen: Narciso, lienzo pintado por Caravaggio entre 1597 y 1599.

CUANDO GOOGLE ACABÓ CON LA TAXONOMÍA

Hasta la proliferación orgánica de nodos conectados a Internet y documentos accesibles a través de la WWW, la ontología de los ficheros informáticos se había asociado con métodos canónicos de clasificación de la información, heredados de los catálogos y clasificaciones que proliferaron con la Ilustración y el uso de las primeras máquinas analíticas, a partir del programa informático descrito por Ada Lovelace (a modo de marginalia de un documento técnico que había traducido del italiano en 1843) para el dispositivo precursor de la computadora del británico Charles Babbage, creado en 1837173.

A mediados de los años noventa, universitarios en general y estudiantes de doctorado en particular se encontraban entre los individuos con más horas de vuelo en el uso intensivo de la WWW, el correo electrónico y los grupos de noticias; estos usuarios pioneros fueron los primeros en detectar, estudiar y tratar de solventar la dificultad para localizar información relevante en Internet, que crecía en tanto que catálogo anticanónico del conocimiento, como poco menos que la antimateria de las bibliotecas públicas con una clasificación ontológica debidamente diseñada, aplicada y mantenida, donde clases, atributos, relaciones, funciones, restricciones y reglas contaban —a diferencia de las bases de datos informáticas— con seres humanos siempre al alcance que actuarían como vulgarizadores de semejantes laberintos burocráticos.

En el peor de los casos, perderse en una biblioteca era un evento con el potencial alucinógeno y sinestésico de las experiencias psicotrópicas. Algo así como si estudiantes, bohemios y otras criaturas que acompañan a las polillas en las bibliotecas y otras instituciones utilitarias fruto de la Ilustración, intuyeran en lo más hondo que, adentrándose en el sopor académico de una biblioteca o archivo, entran en la unidad a escala humana del mecanismo fractal que ordena el universo: el mundo como biblioteca y la biblioteca como laberinto del minotauro, un lugar físico donde caben las reflexiones matemáticas sobre el infinito de Jorge Luis Borges174, y el existencialismo burocrático del trabajador de un Registro Civil que busca recortes y referencias en un paisaje dibujado por M.C. Escher. Es el caso de don José175, uno de los personajes más célebres de José Saramago.

INGENUIDAD DE LOS PRIMEROS ORÁCULOS OFICIOSOS

El primer gran esfuerzo taxonómico para orientarse por el laberinto de contenido superficial en que mutaba Internet en la segunda mitad de los noventa llegó a manos de dos estudiantes californianos, fundadores de Yahoo!, que definieron su clasificación con acertada sorna al incluir bajo el logotipo del servicio (la única imagen en la página) el lema «Otro oráculo jerárquico oficioso más». Con este reconocimiento iconoclasta de las limitaciones del servicio, Jerry Yang y David Filo, quienes habían creado el directorio como estudiantes de postgrado de la Universidad de Stanford, creían abrir la veda a una miríada de competidores incapaces de ofrecer algo mejor. Al fin y al cabo, ¿cómo organizar o detectar relevancia en un ecosistema diseñado para mantener a toda costa su desorden? La mentalidad taxonómica de los directorios se remontaba a los sistemas de clasificación de la Ilustración176; pero la transformación del acceso a recursos relevantes en Internet no llegó con clasificaciones tradicionales, sino a través de un algoritmo matemático que analizaba la relevancia de cada contenido accesible en un índice con la aspiración quijotesca de analizar todas las páginas de acceso libre de la WWW.

Yahoo!, el primer directorio taxonómico a gran escala surgido en la universidad, trató de inocularse el nuevo virus transformador introduciendo en su página principal el motor de búsqueda de Google, una pequeña empresa desconocida fundada en septiembre de 1998 a raíz, una vez más, de un proyecto universitario. Las sagas de Internet caían en la recurrencia y el eterno retorno evocado por Nietzsche: Yahoo! promovía a su propio caballo de Troya, Google, en su escaparate global. El filósofo y ensayista estadounidense de origen español Jorge «George» Santayana reflexionaba sobre la corta memoria de los hombres en una frase que ha sido atribuida a Winston Churchill una y otra vez: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo». El progreso, exponía Santayana177, no consiste tanto en el cambio, sino en nuestra capacidad para retener y asimilar lo que acabamos de aprender. Cuando nos adentramos en lo que percibimos como una espiral de cambios y perdemos puntos de referencia, se instala en nosotros la sensación de que no hay nada que mejorar ni dirección que tomar; al perder puntos de apoyo y olvidar la estrategia, llega la complacencia, la experiencia no se retiene y vuelven los mismos errores con distintos detalles. Quizá Santayana hubiera podido opinar sobre la entrada de Google en el campo de búsqueda de Yahoo!, un pequeño cambio que ha transformado nuestra manera de percibir Internet y afrontar la realidad.

Figura 8.3. Quienes aseveran que el protocolo de blockchain es un montón de humo, deberían acudir a la Red y echar un vistazo al inicio de los primeros negocios puntocom, e imaginar lo difícil que era entonces abstraerse de la realidad a corto plazo para, observando la evolución técnica de protocolos, equipos informáticos y redes de telecomunicaciones, estudiar las perspectivas de futuro con optimismo.

Nuestro abuso del «búscalo en Google» o del «lo dice Google» puede tener consecuencias nefastas si, por ejemplo, el navegador se centra en mostrar los resultados económicamente más efectivos en lugar de ofrecer respuestas no tendenciosas a información acerca de teorías conspirativas, desinformación y agitación propagandística. La tierra no es plana. De hecho, esta constatación científica, así como la refutación de dogmas eclesiásticos —entre ellos, el de la transmigración de las almas—, costó la hoguera al polímata renacentista Giordano Bruno tras la condena de la Inquisición romana. El propio Nicolás Copérnico había eludido el tribunal eclesiástico al morir poco después de publicar sus tesis, si bien Galileo Galilei fue perseguido por herejía hasta su muerte. Estos hechos, así como la constatación de que las tesis de los llamados «flatearthers», o entusiastas de la teoría de que la tierra es plana, son una falacia, no parecen alarmar a los responsables de herramientas como el motor de búsqueda más usado del mundo, que se protege cuando muestra resultados erróneos y propensos a alimentar teorías conspirativas. Google argumenta que su objetivo es servir búsquedas y no cribar contenido por parámetros epistemológicos como el de veracidad. Sea como fuere, Google, el pequeño motor de búsqueda que rogó a Yahoo! una oportunidad, creado igualmente por estudiantes y portador de un sentido de la estética todavía más utilitario que la empresa cofundada por Jerry Yang y David Filo, empezaba su carrera hacia el control monopolístico de un sector creado por la propia firma. La confirmación simbólica del éxito de su estrategia llegaría cuando el nombre de la marca inspiró poco después su propio verbo en inglés estadounidense, tan sensible a las modas y a la utilidad como sus propios hablantes. En junio de 2006, el verbo to google aparecía en el Oxford English Dictionary.

To google or not to google, that is the question.

LA HISTORIA DE NUESTROS DÍAS, CONSIDERADA DESDE EL FUTURO

En Memorias de Adriano178, la escritora francesa Marguerite Yourcenar nos invita a ponernos en la piel de uno de los denominados «cinco emperadores buenos» de la Roma imperial, Publio Elio Adriano. La novela, armada elegantemente con la forma de unas memorias en primera persona, es un recorrido por la vida de este patricio de Hispania que había escalado hasta la cúspide demostrando su valía en campañas militares en Dacia y Oriente Próximo. Yourcenar imagina así lo que podría haber sido la autobiografía del personaje, la cual, aunque perdida para la historia, existió en realidad. Emperador romano entre 117 y 138, este gobernante estoico reflexiona, en la evocación de Yourcenar, con misma la autoridad del emperador Marco Aurelio en sus Meditaciones179.

Adriano se esfuerza por estar a la altura y, a la vez, trata de mantener una mirada realista sobre la institución que representa: al final de su vida, las rencillas en las fronteras, sobre todo con los fanáticos de Judea, le quitan el sueño y la salud. Adriano vive y llega a la tumba sin conocer todavía la significación histórica del supuesto mesías que poco más de un siglo antes había sido sacrificado por el vulgo en esa villa que —según Adriano— él se empeña en reformar. La villa que él mismo, el emperador, ha ordenado denominar Aelia Capitolina y que, sin embargo, la gente sigue llamando Jerusalén. En ocasiones, ni siquiera la agudeza intelectual y la posición de privilegio de los estrategas que saben ponerse a sí mismos y a su época en perspectiva les permite saber la importancia que los acontecimientos de su época conservarán en la posteridad. Adriano sigue refiriéndose a las fechas romanas partiendo de la supuesta fecha de la fundación de la ciudad de Roma180. Sin embargo, el calendario occidental actual celebra la muerte de Jesús de Nazaret. Yourcenar imagina a Adriano evocando lo inevitable: el aprecio por la racionalidad y la moderación de la Roma estoica y patricia será tarde o temprano un recuerdo del pasado, y los libros sagrados dictarán incluso la nomenclatura del tiempo. Quizá Adriano sepa en todo momento que Jerusalem no será nunca Aelia Capitolina, pero quizá desconozca que la propia institución romana será asociada a un culto monoteísta ajeno a la tradición filosófica grecorromana. Él mismo será considerado un ilustre pagano y, como tal, un habitante más de los círculos exteriores del Inferno de Dante181.

Cuando, dentro de un tiempo, evoquemos los inicios de Internet, el relato subyacente quizá cuente con matices que en estos momentos pasamos por alto. Nuestro mayor consuelo consiste en apelar, una vez más, a las sagas de Internet que —a través de nuestro comportamiento en la Red— todos contribuimos a escribir: en los inicios de Internet y blockchain hay personajes arquetípicos, héroes, villanos y anónimos de valor incalculable que hacen el trabajo duro mientras otros se atribuyen los logros, acordándose de subalternos solo cuando las cosas van mal. Surgirán relatos épicos en torno a los vaivenes propios del ascenso de un medio descentralizado, su florecimiento entre caótico y contracultural, y su viraje comercial hasta terminar en la concentración monopolística. Y muchos de estos relatos alimentarán, a su vez, sagas canónicas sobre personas y momentos clave, golpes de suerte y desastres aparentemente fortuitos, momentos de confianza ciega en las posibilidades de la Red y otros de incredulidad y sospecha. Varias de las evocaciones épicas incluirán a Steve Jobs, en tanto que irresistible héroe-villano, así como a su escudero brillante e inocentón como un peluche de la Costa Oeste de Estados Unidos, Steve Wozniak.

Jobs, un escéptico de Internet, de su desorden —y, sobre todo, de sus escasas cualidades estéticas—, retomará los mitos grecorromanos conocidos por Adriano y los hará realidad. En un eterno retorno de los viejos mitos, Jobs se las ingeniará para volar, pero se acercará demasiado al sol y sus alas se derretirán; al caer del firmamento, fundará la empresa que creará la competente estación de trabajo donde Tim Berners-Lee concebirá la World Wide Web; Jobs volverá a armar sus alas, en esta ocasión con la competencia de los dioses. Solo su mortalidad lo apartará del revoloteo prometeico en torno al sol. A su vez, este inseguro y sensible hijo adoptado, criado con atención en el valle de Santa Clara, no olvidará mencionar el carácter transformador de la Red en el momento en que debe explicar sus hazañas ante los estudiantes y la buena sociedad de ese valle más asociado con el Silicio que con la vieja misión franciscana española que le había dado el nombre. Jobs pronuncia, en efecto, el discurso inaugural de la ceremonia de graduación de los estudiantes de Stanford, Palo Alto, en 2005: «Cuando era joven, había una publicación increíble llamada Whole Earth Catalog, que era una de las biblias de mi generación... era algo así como Google en versión papel, 35 años antes de que Google apareciera: era idealista, y estaba repleta de buenas ideas y grandes nociones... Stewart y su equipo sacaron varios números del Whole Earth Catalog, y luego, cuando ya había hecho su recorrido, sacaron el último número. Fue a mediados de los 70, y yo tenía vuestra edad. En la contraportada de su último número, había una fotografía de una carretera rural al amanecer, del tipo que quizá os encontréis haciendo autostop si fuerais tan aventureros. Bajo la imagen había las palabras: 'Stay hungry. Stay foolish'.» Jobs acaba su discurso repitiendo esta llamada una vez más, animando a los estudiantes a que sigan su propio camino. El propio Jobs no había acabado sus estudios, pero ahí estaba, cumpliendo con su responsabilidad como padre respetable de la comunidad a la que pertenecía. Y acordándose de la importancia de la suma de dos conceptos que no habían existido durante su juventud: Internet... y Google.

PSICODELIA EN EL MUELLE DE SAUSALITO

La saga épica de los orígenes de la informática personal e Internet nos recuerda una y otra vez que, hace muy poco tiempo, el mero concepto de extraer significado instantáneo e inteligible de una base de datos universal sin orden ni concierto era, simplemente, inexistente. La Internet de los inicios requería una paciencia a la altura de la que habían atesorado sus inspiradores: la magia radicaba en el planteamiento, en el esquema descentralizado y en sus implicaciones, en aquellos momentos más metafóricas que auténticamente transformadoras. El primer amago de red social tal y como se conocería más tarde partió de conversaciones entre amigos en lugares como el muelle de Sausalito, antigua comunidad pesquera frente a San Francisco, a los pies del Golden Gate, que atraía ya a clases medias y acomodadas, desplazando a la histórica comunidad hippie que resiste en alguna que otra barcaza. Como anécdota personal, John Dirksen, el padre de Kirsten Dirksen, mi mujer y compañera de trabajo, nació y se crio en Sausalito cuando el lugar era provinciano y apacible. John nos ha explicado que uno de sus primeros recuerdos es el paseo a través del Golden Gate el día de la inauguración de la simbólica infraestructura... en 1937. Tenía tres años.

En uno de estos botes, residía en los años 70 —y todavía lo hace—, Stewart Brand, el fundador del fanzine contracultural Whole Earth Catalog, que tanto había contribuido a unir la mentalidad «hazlo tú mismo», la informática personal y la primera Internet. Los años de su fanzine habían quedado atrás y Brand, miembro de la banda de los Merry Pranksters y enlace entre Ken Kesey, los beatniks y los empollones de Stanford, había mantenido su curiosidad en torno al papel de la tecnología como herramienta para ampliar el potencial humano. Los Merry Pranksters conformaban una ecléctica comuna que unía a antiguos alumnos de los cursos de escritura creativa de Stanford, como el propio Ken Kesey182 y a personajes ávidos por explorar métodos que ampliaran las capacidades humanas, ya fuera mediante sustancias químicas o usando el lenguaje informático; su legendario viaje en un autobús escolar pintado con motivos psicodélicos, conducido por el ilustre beatnik Neal Cassady —alter ego de Dean Moriarty, protagonista de la novela En la carretera183—, e inspiración de un clásico del Nuevo Periodismo, el reportaje novelado Ponche de ácido lisérgico184, a cargo de un entonces poco conocido Tom Wolfe. En el autobús, se oían las improvisaciones musicales de otro de sus tripulantes, Jerry Garcia.

Figura 8.4. Ilustración de Gustave Doré para el Canto I del libro Infierno de la Divina Comedia de Dante. Doré ilustró una versión en tamaño folio de la obra, publicada en 1861.

A inicios de los años ochenta, las conversaciones entre Stewart Brand y algunos de sus allegados más involucrados en la evolución de la informática personal, avanzaron ya muchos de los conceptos hoy ubicuos en la Red. En este grupo de relaciones se encontraban, entre otros, el creador de las aplicaciones de productividad Lotus, Mitch Kapor; el entusiasta de la psicodelia y la cultura oriental, epidemiólogo y pionero informático Larry Brilliant; Matthew McClure, «techie» y veterano de una de las comunas utópicas californianas más exitosas de los años sesenta, The Farm; y otro antiguo colaborador del fanzine Whole Earth, Howard Rheingold, también alumno de la pequeña universidad progresiva de la Costa Oeste, Reed College, alma mater de Steve Jobs.

El grupo alcanzaba la madurez a mediados de los ochenta, años después de viajes iniciáticos a la India y de exploraciones académicas a partir de la teoría de sistemas del filósofo de origen británico Gregory Bateson185. El grupo de amigos, ya asentado en la bahía de San Francisco, amplió su experimentación tanto con actividades académicas y culturales como lanzando negocios idealistas en el sector emergente, pero todavía marginal, de la informática186. Brand involucró a todos ellos de un modo u otro en The WELL, comunidad en línea surgida en 1985 que ya avanzaría la arquitectura, intenciones y propósitos de las redes sociales que llegarían veinte años más tarde (beneficiadas por la banda ancha, la Internet móvil y el impacto del uso intensivo de contenido de mayor tamaño en torno a ficheros multimedia).

The WELL pretendía ofrecer un lugar de encuentro que permitiera el diálogo y la participación entre los integrantes, los cuales confundían su rol en un medio a la vez de producción y difusión de contenido, una especie de Whole Earth interactivo y editado sobre la marcha en forma de recursos y foros sobre los intereses de los participantes. Las diferencias con los viejos medios, incluso los menos institucionales como el propio fanzine en papel que había originado la idea, eran tan grandes como las que separan a la comunidad «intencional» de The WELL de las redes sociales surgidas en el contexto de la Web 2.0. La red social de Stewart Brand no se interesaba tanto por la vida privada y las características superficiales de sus participantes como por sus habilidades, intereses y valía dentro de la comunidad. El origen de Facebook está más cerca de la época de Kim Kardashian que de los idealismos de Stewart Brand (y su «Mantente hambriento. Mantente inquieto») o de Timothy May y su manifiesto criptoanarquista de 1992 (cuya primera frase cita con cierta sorna historicista al mismísimo Marx: «Un fantasma recorre el mundo moderno, el fantasma de la criptoanarquía»): FaceMash, primer sitio de Zuckerberg, incluía fotos de alumnos de Harvard para que los propios alumnos decidieran si la persona en cuestión era sexi o no. Herramientas «hazlo tú mismo» y economía descentralizada en los orígenes versus Maniqueísmo testosterónico en los inicios de la mayor red social.

ENTRE THE WELL Y FACEBOOK

Casi veinte años separan la fundación de The WELL en 1985, del nacimiento de Facebook en febrero de 2004. El surgimiento de Google, el motor de búsqueda que transformaría para siempre la experiencia de Internet, permitiéndonos separar por primera vez con efectividad lo relevante del ruido, llegó en 1998, una década después de que estudiantes universitarios armaran sus primeros buscadores relativamente efectivos, y un siglo y medio después de que George Boole usara la combinación de lógica proposicional y álgebra para crear el precursor histórico de los complejos algoritmos de búsqueda contemporáneos y convertir la búsqueda con marcadores lógicos en «búsqueda booleana». Google rindió homenaje a este lejano precursor el 2 de noviembre de 2015, con motivo del 200 aniversario del nacimiento de Boole, mediante la transformación de su logotipo en un juego algebraico.

Por analogía, el tiempo que separa la publicación del Manifiesto criptoanarquista (22 de noviembre de 1992) de la publicación del artículo de Satoshi Nakamoto que describe Bitcoin y, por ende, la estructura de blockchain (31 de octubre de 2008) es, de momento, anecdótico. Quizá las sagas de Internet del futuro expliquen otra historia. Como el Adriano que nos muestra Marguerite Yourcenar, somos incapaces de medir el auténtico peso de lo que ocurre a nuestro alrededor en nuestro tiempo, y se nos escapa la repercusión y la estatura real los eventos que recordamos como grandes o pequeños, o que simplemente hemos pasado por alto. Sea como fuere, queda claro que estamos en los prolegómenos de la cadena de bloques y que, cada uno a nuestra manera, estemos contribuyendo a que se produzca en tiempo real la tercera gran transformación de Internet.

¿Cómo asegurarnos de que nuestra contribución toma la dirección adecuada? Empecemos tratando de separar el grano de la paja. Aunque, para ello, quizá debamos volver al origen. El primer bloque de una cadena de bloques es el «bloque del génesis», del mismo modo que las dos obras fundacionales de la literatura occidental, La Ilíada y La Odisea, nutren la materia con que se construyen todas las historias posteriores. Y de Homero, como de Satoshi, desconocemos casi todo lo personal, pero no la estatura y naturaleza de su contribución. No comparamos la importancia de Homero con Satoshi Nakamoto, si bien ambos pseudónimos ocultan a un individuo (hombre, mujer) o a un colectivo que fija en una horma coherente las ideas dispersas que han madurado a lo largo del tiempo. Ambos son, cada uno a su manera, recopiladores de la inquietud y los mitos de su tiempo.

Como curiosidad y advertencia de la historia que vivimos y sobre la cual carecemos del sosiego que solo otorga la perspectiva, una de las personalidades del mundo tecnológico de nuestra época, Mark Zuckerberg, presume de latinista casual; Zuckerberg, el estudiante de Harvard que, como Bill Gates, decidió abandonar los estudios en la universidad más prestigiosa del mundo para dedicar toda su atención a la red social que había creado, es un latinista con atuendo cómodo y repetitivo, detalle copiado del propio Steve Jobs (la hipótesis que conduce a este comportamiento, hoy ya convertido en cliché: cuanto menos tiempo debes dedicar al aspecto físico, mayor atención puedes conceder a cuestiones supletorias). Adoptando este utilitarismo tan de la Costa Oeste de Estados Unidos y trasladando su empresa a Silicon Valley, Zuckerberg empezaba a cultivar una cultura empresarial que ha convertido a Facebook en la segunda empresa de Internet en beneficios publicitarios, únicamente por detrás de Google.

LAS REFERENCIAS DE MARK ZUCKERBERG

El precio pagado por este personaje fáustico quizá sea demasiado elevado, y las distintas polémicas en que la empresa se ha visto envuelta demostrarían un manejo temerario de la información personal y las trazas de actividad que dejan los usuarios en la plataforma y sus filiales, pero también al usar otros servicios electrónicos e incluso actividad fuera de la Red (la firma adquiere información de intermediarios de datos, que los obtienen de registros públicos, bases de datos con historiales de compra, afiliaciones a servicios profesionales y de entretenimiento, etc.). Tras numerosos escándalos y disculpas públicas, tanto los reguladores como el gran público empiezan a cuestionarse si empresas privadas con políticas de protección de la información supeditadas a mandatos comerciales y publicitarios pueden acumular un acceso ilimitado a los hábitos de sus usuarios, alegando el riesgo de la manipulación a gran escala.

En consonancia con su trayectoria como consejero delegado de Facebook, Zuckerberg tiene menos simpatía por el tono conciliador, la mesura y la prudencia estoica demostrada por los conocidos como «cinco emperadores buenos» de la dinastía Antonina que por la grandeza megalómana y avasalladora de Augusto. Según los entusiastas irredentos de Augusto, la dinastía Antonina (y su preferencia por la moderación y la entente con aliados y enemigos), habría tenido un papel de comparsa de la historia. Los integrantes de esta dinastía, cuyo gobierno discurrió desde finales del siglo I d.C. hasta finales del siglo II d.C., están más próximos al ethos de los sistemas democráticos que a los valores dictatoriales, algo así como la diferencia entre la arquitectura y funcionamiento de los protocolos de Internet y arquitecturas como blockchain, y los servicios monopolísticos actuales, que levantan un muro a su alrededor y se declaran gobernantes supremos sobre sus súbditos. Los antoninos —Nerva, Trajano, Adriano (al que Yourcenar revive imaginando el contenido de sus memorias), Antonio Pío y Marco Aurelio (este último, el filósofo estoico, autor de unas célebres Meditaciones y a quien muchos identificamos con el aspecto de un Richard Harris anciano interpretándolo en Gladiator187)— son menos defendibles por cualquier servicio monopolístico que anteponga sus intereses a los de la comunidad que debería servir.

Figura 8.5. Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, en el interior de Furthur, el autobús escolar de 1939 usado por los Merry Pranksters en 1964 para viajar a través de Estados Unidos; al volante, el macarra beatnik Neal Cassady (el personaje Dean Moriarty en On the Road, de Jack Kerouac).

La predilección de Mark Zuckerberg por la falta de escrúpulos de Augusto no es una broma: entre la poca información sobre sí mismo que ha elegido compartir con el mundo en Internet —¿alegando pudor o celo por su privacidad?—, Zuckerberg ha explicado188 su fascinación por el proceder brutal de Augusto, pues «básicamente, a través de procedimientos muy duros, [Augusto] estableció doscientos años de paz mundial».

Nacido en 63 a.C., Augusto sacrificó la República en favor de un Imperio comandado por él y sus descendientes, y eliminó sin miramientos a cualquier opositor político, real o imaginado. Eso sí, Roma conquistó buena parte de Hispania, Egipto y las tierras de la frontera germana bajo su mandato. Con Augusto, la participación política fue suprimida y la disidencia aplastada, mientras Roma se adentraba en una época de trifulcas y envenenamientos que Robert Graves atribuye en su novela Yo, Claudio a Livia Drusila189, intrigante que no cejó hasta convertirse en la tercera esposa del mencionado Augusto. Que el fundador de Facebook sienta una predilección por el emperador que elevó el culto personalista hasta el estatuto de divinidad, dice mucho de su personalidad.

En 2012, Zuckerberg disfrutó de su luna de miel en Roma: «Mi mujer se reía de mí, diciendo que le daba la sensación de que era una luna de miel para tres: yo, ella, y Augusto». La segunda hija de la pareja se llama —sorpresa—, August. Si el fundador de Facebook se ve a sí mismo como el comandante supremo de una misión para mejorar a la humanidad, previo pago de los estragos que pueda crear su doctrina del «muévete rápido y rompe cosas», los postuladores de tecnologías capaces de devolver a los usuarios el control sobre su información y actividad —sin, por ello, abandonar las ventajas de una Internet que respeta la seguridad de las transacciones y el derecho a la anonimidad para quienes deseen mantenerla—, ven en blockchain una alternativa al modelo empresarial que Facebook representa.

164. Han, Byung-Chul: La sociedad de la transparencia (título original en alemán: Tranparenzgessellschaft). Barcelona, Herder editorial, 2013.

165. Zuboff, Shoshana: The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Nueva York, PublicAffairs, 2019.

Ir a la siguiente página

Report Page