Blizzard

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Capítulo IX

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 Capítulo IX

 

 

  FUE una cena inolvidable. Fuera caía la nieve y aullaban los lobos hambrientos en la blanca paramera. Allí dentro todo era’ dulce, cálido, confortable y grato. Ellos tres — Windy había ido a comer a la cocina, con gran alivio suyo, apenas hubo saludado torpemente a Pat Mac Cann— servidos por Nooka, la cual oficiaba por lo visto de ama de llaves, los jóvenes enfrentados, con Mac Cann entre ambos, un gran velón de cuatro brazos alumbrándoles, aparte los resplandores de la hoguera. Mantel y servilletas de hilo, vajilla de porcelana europea, cubertería de plata con mango de ébano. Comida sencilla, pero muy bien condimentada, regada con vino también europeo. Y una conversación sostenida, que iba de un tema a otro sin esfuerzos, porque padre e hija sabían conversar.

  —Habría acompañado a mi padre para atender a la señora Norrie, pero no me lo permitió porque venía el blizzard. Ahora me alegro de que no me dejara ir con él…

  Hablaba con toda naturalidad, acaso un poquitín nerviosa y coqueta ante el sombrío jinete de arrogante estampa que la miraba de un modo ardiente y le hablaba como si fuera una princesa real. Ella había conocido a bastantes jinetes vagabundos, pero sin excepciones apreciables eran tipos rudos, que desconocían el correcto uso de los cubiertos y el modo de hablarle a una joven bien educada. Este Lee Hawk, de quien su padre le contara tan poco y tan significativo al subir a verla, habíale hecho olvidarse de su recién pescado catarro, vestirse cuidadosamente y bajar a cenar, ahora le provocaba una confusa mezcla de emociones, la fascinaba en cierto sentido.

  Él estaba más que fascinado, abrumado. Presa de una emoción desordenada, poderosa, profunda, jamás antes sentida, de un temor oscuro a algo que sabía no iba a poder evitar. Mientras hacía tremendos esfuerzos para mantener su apariencia de frialdad cortés, echando mano a cuanto sabía y podía para no desentonar en aquel ambiente, ante aquellas personas, decíase que aquél era un suplicio, pero que no deseaba terminase.

  Lo que Mac Cann estaba pensando se lo guardaba para sí.

  —Oh, no, mi resfriado carece de importancia, son cosas de Nooka, que sigue pensando que tengo ocho años. Me encanta la nieve, y aquí sólo nieva muy de tarde en tarde, de modo que salí a dar un paseo a caballo. De día, los lobos no se atreven a acercarse, ni siquiera en manadas. Y sólo me llegué a la orilla del arroyo, a la entrada del cañón. Allí hay un par de hombres de guardia constante.

  Luego se interesó discretamente por él y sus andanzas, sus proyectos. Lee procuró ser educado, respondiendo sin decirle nada comprometedor. La mirada de Mac Cann lo tenía en guardia. Cada vez aquel hombre le gustaba más, pero hubiera dado cualquier cosa por saber qué se cocía en su mente. Un hombre como él no dejaba quedarse en su casa a un pistolero homicida que le confesó iba a matar a otro, y menos le presentaba a su bella hija, sin poderosos motivos… o algún plan. Sin embargo, él no podía saber…

  Finalmente terminó aquella cena para Lee inolvidable, ya lo sabía, por mucho que pudiera vivir en adelante. Mac Cann dio la señal.

  —Estará cansado, Hawk; yo también lo estoy. Nooka le enseñará su cuarto, no tenga ninguna prisa en levantarse mañana.

  Pat le dio las buenas noches con una sonrisa tímida. Nooka, impasible, se lo llevó escaleras arriba, portando un quinqué. Allí estaban las habitaciones de los Mac Cann, sin duda también las de los huéspedes. La india le abrió una puerta al fondo de un corto pasillo, a la derecha, y le dejó paso franco a una habitación grande y bien amueblada, donde el frío se dejaba sentir. Colocando el quinqué sobre la mesilla de noche, le indicó secamente que si algo necesitaba sólo tenía que tirar de un cordón al lado de la cama, luego le dejó solo. Sin duda desaprobaba que su patrón hubiera traído a un tipo como él a su casa, sentándolo a su mesa y presentándole a su hija. Era natural.

  Al quedar solo, Lee avanzó hacia la ventana y abrió las contras. Tras los cristales, sólo había negrura y copos de nieve, que se congelaba en los bordes exteriores de la ventana. De inmediato se empañó el cristal. Pero aún le dejó ver, vagamente, su cara, su mirada. La cara y la mirada de un hombre a quien acaba de ocurrirle, de pronto, un cataclismo inesperado.

  Abajo, Mac Cann estaba atascando cuidadosamente su pipa, mientras su hija le servía una copa de coñac francés. Él se había sentado en el gran sillón, cerca del fuego; al coger la copa hizo seña a Pat para que se sentara en otro que antes había ocupado Lee. La joven obedeció y quedó a la expectativa. Su padre paladeó el coñac, luego encendió la pipa con una brasa cogida con las tenazas, dio unas lentas chupadas encendiendo bien el tabaco, se quitó la pipa de los labios e inquirió, pausado:

  —¿Qué te ha parecido Lee Hawk?

  La muchacha se sobresaltó un poco, aunque esperaba la pregunta, y se ruborizó ligeramente.

  —Pues… No sé… No es como los demás.

  —Exacto. Ese no es su verdadero nombre, aunque ignoro cuál pueda ser. Tiene una gran fama como pistolero lejos de aquí, es un lobo solitario, pero no lo persigue, que yo sepa, ningún comisario o alguacil.

  —¿Por qué lo está usted tratando como a un igual, padre?

  —Por una serie de razones que ni yo mismo me sé explicar. Va a quedarse dos o tres días, Pat. Tú eres muy observadora, sabes calar a un hombre. Quiero que estudies bien a Hawk.

  —Pero…

  —Ya sé lo que me vas a decir. No te pido que coquetees con él, sólo que te muestres amistosa, cortés. Sospecho que nunca ha tratado amistosamente a una muchacha como tú; es más, creo que me dijo la verdad al decirme que rehúye el trato con todas las mujeres.

  Ella estaba ya intrigadísima.

  —¿Te dijo eso?

  —Tiene sus razones; es una vieja y muy desagradable historia que yo conocía por encima. Su padre fue uno de los lugartenientes de Quantrell. Me la contó un oficial que vino más tarde a mi regimiento, la cosa salió en una de esas largas y aburridas jornadas de campamento… Por lo visto, la madre de Hawk delató a su marido, malherido, para salvar la vida de su hijo, al que los perseguidores del padre iban a ahorcar.

  —¡Dios santo…! ¿Es posible?

  —En toda guerra se cometen muchas atrocidades por ambos bandos, y más aún en las civiles. Es posible que Hawk, entonces un niño de corta edad, haya guardado desde aquel día un quemante recuerdo que le ha impedido buscar a las mujeres. Me ha dicho que adoraba a su padre.

  —Pero si su madre tuvo que elegir… Pobre mujer…

  —Sí. Pero hay cosas que no podemos evitar. Y por eso Hawk se ha convertido en lo que es. Por eso yo le concedo ahora hospitalidad. Nada tengo que reprocharme por mi personal conducta durante la guerra; pero tal vez, sin yo saberlo, haya contribuido de algún modo, con una orden ejecutada luego brutalmente, a que un niño aterrorizado descubriera demasiado pronto la dureza, el salvajismo, la crueldad del hombre para con el hombre. Y de todos modos, quienes le hicieron eso a Hawk combatían por mi misma bandera.

  Lo dijo con acento profundo, luego bebió un trago de coñac. Su hija estaba conmovida, le conocía muy bien, sabía de su rectitud, honradez y hombría. Suspirando, meneó la cabeza. Estaba sintiendo la más peligrosa de las emociones que una mujer puede sentir por un hombre: compasión.

  Dejó de nevar sobre la medianoche, pero para volver a hacerlo poco antes del alba. Sin embargo, ya la nieve caía menuda, revuelta. Cuando Lee se levantó, tras una noche en cama blanda que le trajo muy poco sueño y menos descanso, los cristales estaban cubiertos por una capa de escarcha que impedía ver el exterior. Llamó para pedir agua caliente y una navaja de afeitar, cosas ambas que le subió la siempre impasible Nooka.

  —El capitán ya se levantó, pero la señorita Mac Cann está acostada. Ha de curar su constipado.

  Mac Cann estaba sentado y fumando delante de la chimenea, donde ardía el alegre fuego. Saludó de manera cordial, pero justa, a su invitado.

  —Hace otro día de perros. Y no va a tardar en regresar el blizzard. Entonces la nieve se congelará y tardará semanas en marcharse. Ahora mismo le sirven el desayuno, siéntese y dígame qué tal ha dormido.

  —La cama era demasiado buena para mis huesos.

  ¿Cómo está su hija? La india me ha dicho que ha debido quedarse en la cama.

  —Lo dudo mucho, Nooka sólo ha expresado sus deseos. No le agrada que haya traído a usted a casa, opina que es un hombre peligroso.

  —Tiene mucha razón.

  —También es inteligente y sensato, sabe cuáles son sus limitaciones.

  —También.

  —Pat es todo lo que tengo en el mundo; bueno, dejando a un lado los caballos, ya me entiende. La adoro y ella me ha dado mil compensaciones. Un día se enamorará y se casará, me dará nietos… Pero prefiero no pensar en ello por ahora, ya que tampoco ella tiene mucha prisa. A decir verdad, aquí no puede escoger.

  —En el Este le sobrarán buenos partidos, sin duda.

  —Sin duda. Pero mi hija adora todo esto; sólo aceptará, lo sé, a un hombre capaz de compartir sus sentimientos hacia nuestro pequeño reino perdido del desierto. No negaré que por mi parte preferiría a un yerno que en su día pudiera y supiera relevarme manejando mi casa y mi negocio… Aquí está su desayuno, si quiere congraciarse con Nooka no deje ni una miga.

  Todo un desayuno de hombre… y él no tenía demasiado apetito. Pero hizo cuanto pudo para seguir el consejo de Mac Cann y estaba terminando cuando vio reaparecer a Pat.

  Ahora, ella traía un vestido más sobrio, de diario, pero a todas luces habíase entretenido aderezándose. Estaba guapísima, demasiado, pensó Lee Hawk con angustia.

  —Se me pegaron las sábanas y además he tenido que pelearme con Nooka; se había empeñado en que me quedara en la cama… No tengo absolutamente nada, el resfriado era liviano y se me pasó con vahos medicinales y sudando en la cama. Sí, ya desayuné… Bueno, ahora tendré que ingeniármelas para entretener a dos jinetes muy poco gustosos de quedarse encerrados en casa, supongo. Necesitaré de los dos ayuda y buena voluntad…

  Hablaba con simpatía, sencillamente, igual que si Lee Hawk fuera un antiguo conocido. Todo lo hacía con una gracia, un encanto especiales, sin gazmoñerías ni coqueterías. Se había criado, habíase hecho mujer, aquí, en aquella hermosa casa, en medio del alto desierto arizoniano, a mil millas de la civilización, como una princesa de un reino de centauros. Era como el desierto en primavera, estaba llena de vida, de luminosidad…

  Estaba a una distancia estelar de un lobo solitario, con demasiada notoriedad, un hombre al que otros podían acercarse impunemente para pedirle que matara por ellos. A demasiada distancia, y era muy bueno que así fuese.

  —Yo demostraría ser un asno muy grande, señorita Mac Cann, si me aburriera en su compañía. Mi gran temor es justo ése, aburrirla y disgustarla, pues no tengo ninguna experiencia en tratar a muchachas como usted. Es justo lo que necesitaba decirle y ya lo hice.

  Sólo existía una posibilidad de combatir aquello que se le había alzado dentro, cada vez más abrumador y potente; comportarse como un hombre decente y en cuanto el blizzard barriera el desierto, partir… partir dejándose irremediablemente el corazón atrás. Lo único que Lee Hawk podía hacer.

 

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