Blitz

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Marzo

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Àlex me ofreció trabajo en su empresa y terminé por mudarme a Barcelona apenas dos meses después de nuestra vuelta de Múnich. En el estudio del Poble Nou conocí a sus compañeros de despacho y me organicé para ponerme al día en sus proyectos. Me dieron mi propia mesa. Todos los días Àlex me presentaba a alguien nuevo que pasaba por allí. En realidad aquello funcionaba más al modo de una cooperativa de creativos que de una empresa. Y no era raro que Àlex siempre me presentara con una mención a mis relojes de arena. Tienes que ver sus diseños de relojes de arena, decía. Yo me acordaba de que Helga, en la confianza de la segunda noche, me había confesado que detestaba los relojes de arena. Los odio, me resultan angustiosos, me provocan ansiedad y miedo. Esa arena que cae te corta por dentro como un cuchillo, recordaba que me dijo.

A veces miraba una foto de la explanada frente al Palacio Real que había hecho con mi móvil el atardecer antes de dejar Madrid. La luz era anaranjada y el edificio se recortaba con aires de maqueta sobreimpresionada. Trataba de sentir un enganche, una nostalgia particular. Pero Madrid versus Barcelona me resultó una discusión indiferente, un partido de la máxima rivalidad en un deporte que no me interesaba en absoluto.

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