Blaze

Blaze


Capítulo 9

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Bowie avanzó hacia él. Blaze fijó los dos pies en el suelo y cerró su hinchado puño. Dio un paso adelante. Bowie se detuvo. Había visto a Randy. Tenía el cuello roto como se rompe una rama de cedro después de una fuerte helada.

—Sube a tu habitación, estúpido hijo de puta —dijo.

Blaze se marchó. Se sentó en un lado de la cama. Desde allí podía oír a Bowie hablar a gritos por teléfono. Imaginó a quién le estaba gritando.

No le importaba. No le importaba. Pero cuando pensaba en Margie Thurlow, sí le importaba. Cuando pensaba en Margie solo quería llorar, igual que a veces quería llorar cuando observaba a un pájaro posado en un cable del teléfono. No lo hizo. Lo que hizo fue leer Oliver Twist. Se lo sabía de memoria; hasta era capaz de pronunciar las palabras que no conocía. Fuera, los perros ladraban. Estaban hambrientos. Era la hora de darles de comer. Nadie le llamó para que los alimentara, pero si se lo hubieran pedido, lo habría hecho.

Leyó Oliver Twist hasta que la camioneta de HH llegó para recogerle. Conducía La Ley. Sus ojos estaban rojos de furia. Su boca no era más que una delgada línea entre la barbilla y la nariz. Los Bowie permanecieron juntos bajo las largas sombras del crepúsculo de enero y les observaron alejarse en el automóvil.

Cuando llegaron a Hetton House, un desagradable sentimiento de familiaridad se apoderó de Blaze. Se sintió como una camisa mojada. Tuvo que morderse la lengua para no ponerse a llorar. Habían transcurrido tres meses y nada había cambiado. HH seguía siendo el mismo montón de eternos ladrillos rojos de mierda. Las mismas ventanas arrojaban la misma luz amarillenta al exterior, solo que ahora el suelo estaba cubierto de nieve. En primavera la nieve habría desaparecido pero la luz seguiría siendo la misma.

En su oficina, La Ley le mostró El Azote. Blaze podría habérselo quitado de encima, pero estaba cansado de pelear. Y supuso que siempre habría alguien más grande, con un azote más grande.

Cuando La Ley terminó de ejercitar su brazo, Blaze fue enviado al dormitorio común de Fuller Hall. John Cheltzman estaba de pie en la entrada. Uno de sus ojos era una hendidura de hinchada carne púrpura.

—Hola, Blaze —dijo.

—Hola, Johnny. ¿Dónde están tus gafas?

—Hechas añicos —dijo. Luego gritó—: ¡Blaze, me han roto las gafas! ¡Ahora no puedo leer nada!

Blaze pensó en eso. Estaba triste por haber vuelto allí, pero significaba mucho encontrar a Johnny esperándole.

—Las arreglaremos. —Se le ocurrió una idea—. O quitaremos la nieve de la ciudad a paletadas después de la próxima tormenta y ahorraremos para unas nuevas.

—¿Crees que podríamos hacerlo?

—Claro. Para poder ayudarme con los deberes tienes que ver, ¿verdad?

—Claro, Blaze, claro.

Entraron juntos.

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