Blaze

Blaze


Capítulo 3

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Estaba preparándose para llevar a cabo el secuestro aquella noche, cuanto antes mejor. George lo contuvo.

—¿Qué haces, tonto del culo?

Blaze se disponía a ir a arrancar el Ford. Pero se detuvo.

—Estoy listo para hacerlo, George.

—Hacer ¿qué?

—Raptar al niño.

George se rio.

—¿De qué te ríes, George?

Como si no lo supiera, pensó.

—De ti.

—¿Por qué?

—¿Cómo vas a raptarlo? Cuéntamelo.

Blaze frunció el ceño. Su rostro, feo de por sí, se convirtió en el de un troll.

—Como lo planeamos, supongo. Lo sacaré de su habitación.

—¿De qué habitación?

—Bueno…

—¿Cómo entrarás?

Esa parte la recordaba.

—Por una de las ventanas del primer piso. Solo tenían aquellos pestillos tan simples. Tú los viste, George. Cuando fuimos como trabajadores de la compañía eléctrica, ¿te acuerdas?

—¿Te llevarás una escalera?

—Bueno…

—Cuando cojas al niño, ¿dónde lo meterás?

—En el coche, George.

—¡Ah, malditas palabras! —George solo decía eso cuando tocaba fondo y no era capaz de encontrar otra expresión.

—George…

—Ya sé que lo meterás en el puñetero coche, en ningún momento he pensado que te lo traerías a casa a cuestas. Me refiero a cuando regreses aquí. ¿Qué harás entonces? ¿Dónde lo meterás?

Blaze pensó en la cabaña. Miró alrededor.

—Bueno…

—¿Y los pañales? ¿Y los biberones? ¿Y la comida para bebé? ¿O crees que cenará una hamburguesa y una botella de cerveza?

—Bueno…

—¡Cállate! Como vuelvas a repetir eso vomitaré.

Blaze se sentó en una silla de la cocina con la cabeza gacha. El rostro le ardía.

—¡Y apaga esa mierda de música! ¡Esa mujer canta como si le saliera la voz del coño!

—De acuerdo, George.

Blaze apagó la radio. El televisor, un Jap viejo que George se agenció en un mercadillo, estaba estropeado.

—¿George?

No recibió respuesta.

—George, vamos, no te vayas. Lo siento. —Podía oír cuan asustado estaba. Casi temblaba.

—Vale —dijo George justo cuando Blaze estaba a punto de desistir—. Esto es lo que vas a hacer. Tendrás que marcarte un tanto. Ese supermercado en el que solíamos pararnos en la carretera 1 para comprar jabón probablemente estaría bien.

—¿Sí?

—¿Aún tienes la Cok?

—Debajo de la cama, en una caja de zapatos.

—Úsala. Y cúbrete la cara con una media. Si no, el tipo del turno de noche te reconocerá.

—Sí.

—Ve el sábado por la noche, a la hora de cerrar. Digamos, diez minutos antes. No aceptan cheques, así que conseguirás entre doscientos y trescientos dólares.

—¡Claro! ¡Es genial!

—Blaze, hay una cosa más.

—¿Qué, George?

—No lleves la pistola cargada, ¿vale?

—Claro, George, ya lo sé, así es como trabajamos.

—Así trabajamos, exacto. Golpea al tipo si tienes que hacerlo, pero asegúrate de que solo aparezca en la tercera página de los sucesos locales cuando salga en los periódicos.

—De acuerdo.

—Eres un gilipollas, Blaze. Lo sabes, ¿verdad? Nunca lo conseguirás. Tal vez lo mejor sería que te pillaran en un golpe pequeño.

—No me cogerán, George.

No hubo respuesta.

—¿George?

No hubo respuesta. Blaze se levantó y encendió la radio. Para la cena ya lo había olvidado y preparó dos platos.

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