B.I.M.B.O.

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Capítulo 2

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Era de noche. Demasiado tarde —o temprano— para algunas personas. Sin embargo, él estaba demasiado concentrado en lo suyo. Con el lápiz en una mano y un block de hojas blancas sobre la mesa. En ella, una lamparita con una luz suave y a pocos centímetros, una taza de café que tenía un poco de vino tinto. Su fiel acompañante cuando le tocaba diseñar.

El panorama de su lugar de trabajo era fascinante. Fotos de modelos, trozos de telas que le servían de muestrario y también como inspiración, imágenes de sus obras de arte favoritas porque, según él, todo aquello era su musa favorita.

También tenía fotos de sus sobrinas, chicas que adoraba hasta la muerte y de su hermana mayor. La única mujer que lo amaba incondicionalmente, a pesar de todo y todos. Era lo único personal que dejaba relucir. De resto, era en extremo reservado con su vida privada.

Para Arthur, crecer con la vocación del arte y del diseño significaba recibir una serie de sermones por parte de su padre, un piloto militar, quien deseaba que el pequeño siguiera sus mismos pasos… Así como varios tíos de su familia.

Pero no, Arthur, desde bebé, siempre mostró una fascinación por los colores, el estilo y, claro el arte. Su madre, una maestra de secundaria, encontraba fascinante que su hijo tan serio y callado, se sintiera tan libre en un mundo tan bello como ese.

—Mamá, deberías probar con otro color. Ese no va con tu piel —decía él de chico, con la voz baja, para que su padre no le dijera nada.

—Entonces ayúdame. Ayúdame a verme linda para que te sientas orgulloso de mí —respondía ella con una enorme sonrisa.

Los dos se volvieron cómplices, así como su hermana mayor, Ariana. Ella, en cambio, sí se alistó en el ejército, pero en la marina. Fue una especie de premio de consolación para su padre, aunque albergaba la esperanza de que el chico cambiara de opinión.

Sus gustos lo volvieron una persona introvertida y tímida. Eso del diseño no era cosa de niños, sino de niñas. Así que trataba de guardar ese pedazo de persona muy dentro de sí porque sabía perfectamente que dejar a relucir esa parte de sí mismo podría ser su fin.

Entonces, para balancear un poco las cosas, procuró formar parte de equipos deportivos. Le fue tan bien, que se convirtió en capitán del equipo de voleibol y también de natación.

Su padre estaba orgulloso de él, mientras que su madre sabía perfectamente las razones por las cuales su hijo estaba haciendo todo aquello. Así que estaba buscando una forma de balancear su mundo con esa sensibilidad natural que ya tenía.

En ese sentido, lo inscribió en un taller de pintura y dibujo. Arthur no lo podía creer, estaba más que feliz y su madre supo que había dado en el clavo.

—Queda cerca de casa, así que no tendrás que desviarte mucho. Podré buscarte si quieres, ¿qué te parece?

Los ojos azules brillantes y grandes de él, se iluminaron como un par de luceros y ella le tomó el rostro con ambas manos y sonrió como nunca. Sabía que tomó la mejor decisión al respecto.

Después de las prácticas de natación, Arthur iba directamente a la academia para recibir las clases. Se escabullía para eludir las preguntas tediosas de su padre, hacía lo posible por no tener que lidiar con sus comentarios de que era mejor que se decantara por cosas más masculinas. Ya, como adolescente, le dolía la cabeza de tener que justificarse.

Pero se le quitaba todo el amargo de la boca cuando entraba al salón. Era un espacio pequeño, para siete personas máximo, pero era pulcro y muy ordenado. Todos tenían sus mesas y sillas, un espacio destinado para colocar sus implementos y así trabajar con orden.

Quizás lo que más le gustaba era que estaba rodeado de gente como él, que veía con seriedad las instrucciones del profesor.

Cuando se sentía un poco descolocado por algo, miraba a ese enorme ventanal que estaba a poca distancia de él. Miraba cómo entraba la luz y cómo lo hacía sentir. A veces miraba los rayos de sol en su piel blanca y usaba eso para practicar los temas de la sombra y el claroscuro.

Su profesor lo dejaba hacerlo porque se dio cuenta que era un chico con un enorme potencial. Le daba las herramientas técnicas, pero también permitía que tuviera la libertad suficiente para que experimentara.

—Tienes una buena percepción del volumen y de las formas, pero te aconsejo que manejes el lápiz así, te vas a dar cuenta que el efecto que logras es mucho más uniforme y conciso. ¿Ves?

Esos pequeños trucos fueron que lo le ayudaron a comprender mejor la figura humana y también para jugar con el tema de los contrastes y colores. De esa forma, tenía la posibilidad de hacer composiciones interesantes y que salían de la norma. Lo encontraba divertido.

Solía guardar los trabajos en la academia, pero a veces llevaba pequeños retratos para su madre y su hermana. Esta, de hecho, le gustó tanto el suyo que lo enmarcó y lo puso en su habitación.

—¡Me ha encantado, tío! Es igualita a mí.

Su madre estaba orgullosa de él y esperaba que, con el paso de los años, se diera cuenta que lo mejor que podía hacer era seguir cultivando esa pasión que lo estaba llevando cada vez más y más lejos.

Poco a poco, Arthur estaba mejorando sus habilidades con la pintura y el dibujo. Su mente estaba enfocada más en ello que en los deportes, así que decidió retirarse como capitán de voleibol para concentrarse más en lo suyo.

El curso le fue tan bien, que terminó en el primer lugar del curso y se ganó una beca para un nivel más avanzado. Estaba tan orgulloso de sí mismo que casi no lo podía creer.

Así pasó su adolescencia, entre el deporte para satisfacer a su padre, y el arte para complacerse a sí mismo. Sin embargo, a medida que se estaba haciendo grande, se dio cuenta que había un aspecto de su personalidad que no terminaba de comprender.

Le gustaba las chicas, las encontraba maravillosas, pero no podía relacionarse a ellas de manera convencional. Había algo dentro de sí, una especie de oscuridad, que le hacía difícil de acercarse como el resto de sus amigos.

Si lo pensaba bien, se angustiaba demasiado. Imaginó, incluso, que nunca sería capaz de encontrar a alguien que lo comprendiera, así que optó por no estar con alguna, al menos no por ese momento.

Terminó la secundaria y llegó el momento cumbre. Debido a sus trabajos en la academia, fue merecedor de una gran recomendación que lo llevó a ganarse una beca en una prestigiosa universidad de arte en el condado.

Cuando recibió la notificación no lo podía creer, así que ese mismo día celebró con su madre y su hermana, a sabiendas que sería cuestión de tiempo que su padre lo llevaría al borde del ostrascismo.

Su madre y su hermana se ofrecieron a hablar con él, pero Arthur se negó. Quería ser él quien se encargara de tener esa charla con honestidad y con la frontalidad necesaria.

—Papá tenemos que hablar.

Lo interrumpió justo en el momento cuando revisaba uno de los planos para la reparación de un avión. En ese punto, ya había pasado el tiempo suficiente como para convertirse en un asesor y gerente de mantenimiento en uno de los sectores más importantes de la fuerza aérea.

El hombre estaba aprehensivo porque tenía la sensación del calibre de esa charla. Se sentaron uno delante del otro y se miraron fijamente. El padre de Arthur se dio cuenta que su hijo era mucho más alto y fornido que él. Además, se percató por primera vez que se trataba de una persona con una actitud intimidante y hasta amenazante. Sí, era un muchacho,

Él estaba sentado en la mesa de la cocina, tomándose el café de la mañana como tenía de costumbre, mientras que el chico se quedó de pie, mirándolo con cierto aire de desafío y también un poco de preocupación.

—¿Me puedo sentar? —dijo Arthur con esa voz grave que retumbó en la habitación.

—Claro que sí.

Arrimó una silla y se sentó frente a él. Tuvo que reconocer que, a pesar de ser parecidos, su hijo tenía la belleza etérea de su madre. Trató de leer esos ojos azules, pero no hubo manera de saber exactamente lo que estaba pasando.

Arthur se sentó y cruzó las piernas y tomó un poco de aire. Hizo una pausa porque sabía que se enfrentaría a la intransigencia de alguien que solía reaccionar con violencia, así que esperó un momento para reunir todo el aguante que podía.

—Sabes bien que no me interesa nada de la aviación. Creo que es algo que he dejado en claro durante mucho tiempo —hizo una pausa, esperando una réplica. Como no la tuvo, siguió— Sé, además, que conoces cuáles son mis aficiones a pesar de que mi madre, mi hermana y yo lo hemos ocultado por mucho tiempo. No eres tonto, eres un hombre detallista y nada se te escapa.

La sonrisa del padre le confirmó que estaba en lo correcto.

—… Lo cierto es que estoy cansado de esto, de tener que esconder lo que me gusta y lo que quiero hacer. Estoy harto.

La voz de Arthur se volvió duro y también cobró esa expresión de severidad que también era propia de su padre. Él se quedó mirándolo, se dio cuenta que su hijo era ya un hombre y que sí, que todo lo que había dicho era cierto. Sabía bien el gusto de su hijo, de su increíble talento para el arte y del temor que le daba admitir una realidad que estaba frente a él. No quería hacerlo por el temor que le despertaba, pero la verdad era demasiado obvia.

El padre de Arthur lo miró con una especie de resignación. Volvió a recordarse que su hijo ya era responsable de sí y que no podía seguir llevando a la misma situación que antes, así que le dio una palmada en el hombro y la situación quedó zanjada en ese instante. Sin golpes, sin levantar la voz.

Arthur terminó la secundaria, hizo el curso avanzado debido a la beca y se postuló para una universidad fuera de su ciudad natal. Estaba asustado porque apostaba que no quedaría, que era demasiado ingenuo pensar que lo lograría, pero resultó que tuvo éxito.

Su familia, incluso su padre, mostraron alegría por él. El chico tímido e introvertido estaba experimentando uno de los mejores momentos de su vida, y casi ni él mismo lo podía creer.

Pero había algo más que no le había compartido a su familia y que le parecía igual de interesante. Por fin, tras muchos años de fantasías, estaría solo sin la presencia de ellos.

Claro, eso no quería decir que no los amara o que no los extrañaría, pero estaba listo para conocerse realmente a sí mismo y también para explorar un asuntito que había dejado pendiente y que quería atender rápido: su vida sexual.

Sí, le gustaban las mujeres y mucho más de lo que realmente podría admitir. Sin embargo, a veces no se encontraba lo suficientemente preparado para abordar a alguna o para expresar abiertamente sus sentimientos y emociones al respecto.

Al principio no supo entender la razón de todo aquello, pero había algo que le decía que dentro de sí habitada un ser o una fuerza oscura y desconocida que le impedía actuar de manera, pues, convencional.

Pensó que quizás se trataría de una faceta, pero a medida que iba creciendo, esa sensación se hacía cada vez más fuerte. ¿Qué podría hacer?

Por alguna razón, pensó que vivir en una ciudad diferente, movida e intensa sería la solución o al menos un primer paso para descubrir lo que realmente estaba pasando. Así que se consolaba con esa idea.

Después de todos los preparativos, el joven Arthur estaba en medio de una de las ciudades más movidas e intensas del país, así que no podía evitar sentirse un poco pequeño, pero también emocionado por las posibilidades que podía encontrar.

Se acomodó en la universidad y en el pequeño departamento que había alquilado gracias a la ayuda de su madre y de sus trabajos como pintor. Ganó buena pasta, así que le pareció lógico que invirtiera en sí mismo de esa manera.

Las clases empezaron con rapidez y así la fascinación por la vida en la ciudad. Las personas que estaban a su alrededor eran tan diferentes, a la vez de fascinantes. Le encantaba encontrarse con gente tan diferente a él, toda en un mismo lugar.

Entre todos, sin embargo, no pudo resistirse ante Amina, una inmigrante marroquí que se topó con él en sus primeros días de clases.

El primer golpe lo sintió cuando la vio por primera vez. De piel morena, cabello negro de ondas suaves, largo y espeso. Ojos oscuros y grandes, y unos labios carnosos que siempre maquillaba de rojo.

Tenía un andar maravilloso, encantador e hipnotizante. Por si fuera poco, no tardó en descubrir que se trataba de una persona brillante y también con un buen gusto a la hora de vestirse.

La había pillado un par de veces en la universidad. Caminando sola o con un par de personas, siempre seria, salvo por un par de veces en las que se dio cuenta de la amplia sonrisa que tenía. Parecía mentira lo bella que podía llegar a verse.

Estaba determinado a hablar con ella, trata de hacer un primer acercamiento sonaba más intimidante y complicado de lo que quería admitir, porque estaba consciente de que no era el primero que había notado a una chica como ella. Sin embargo, no estaba dispuesto a repetir los mismos errores de su pasado adolescente.

Mientras trataba de encontrar las palabras ideales al respecto, no se percató que ese mismo día tenía una asignatura que compartiría con estudiantes de arquitectura, lo que quería decir que tendría que apresurarse para ir a esa parte de la facultad y conocer, de nuevo, otro mundo.

Iba moviéndose con cuidado hasta que entró a un gran salón tipo anfiteatro. Se apresuró en tomar un puesto a lo último —porque fue lo que pudo tomar— y en seguida comenzó a sacar sus cosas para prepararse. Sin embargo, en medio de su propio agite, no se dio cuenta que ella estaba mirándolo desde el otro lado del salón.

Ella sonreía, como si estuviera preparándose para hacer alguna travesura. Sus dedos estaban enredándose en ese pelo negro y espeso, a la vez que tenía las piernas cruzadas, bamboleándola con cierta ligereza.

—¿A dónde vas?

—A ver algo —le respondió a una amiga que la miró pararse con apremio.

Amina atravesó varios puestos hasta que llegó a estar más cerca de Arthur. Él, por cierto, estaba demasiado entretenido en su propio mundo, así que ella no pudo evitar sentirse divertida con todo lo que estaba pasando.

—Hola, parece que estás muy ocupado con algo. ¿Necesitas ayuda? —al terminar, hizo una enorme sonrisa.

Arthur no podía creer que estaba al lado de esa chica y fue como si el resto del mundo desapareciera a la par del sonido de un chasquido. Por unos segundos que parecieron eternos, se quedó callado, pero luego recobró un poco de viveza para responder con rapidez, así que sonrió para fingir que estaba tranquilo y fue allí cuando se dio cuenta que tenía que dejar que las cosas siguieran su curso con naturalidad.

Comenzaron a conversar con un poco de animosidad, justo antes de que comenzara la clase. Arthur, en esos minutos que le parecieron la gloria, se dio cuenta que ella era una chica encantadora y con un carácter dulce y adictivo.

Él, por su parte, se sorprendió de sí mismo y su nivel de autocontrol. Estaba nervioso, pero no demasiado como para quedarse congelado sin decir nada. Tenía que aprender a soltarse.

El hecho es que desde ese día, ambos comenzaron a pasar más tiempo juntos. Al principio, tuvieron que adaptarse a los tiempos de cada quien porque tenían horarios distintos y las asignaciones les obligaba a estar separados por periodos más o menos largos.

Sin embargo, cada vez que se encontraban era como si una fiesta se hiciera presente. Era lo mejor del mundo y la sensación de estar en el momento ideal, se sentía como una especie de victoria.

Por supuesto, existía un detalle que no podía dejar de lado y tenía que ver con el hecho de que estaba más que desesperado por compartir la intimidad con ella.

Sintió que estaba en la cima del mundo el día que la besó. Fue una fiesta de la facultad y entre los tragos y el buen momento, se dio la oportunidad de que ambos pudieran cerrar esa brecha que se había manifestado en ese momento.

Amina lo hacía con suavidad, con una impresionante delicadeza y con una sensualidad que él no había visto jamás. Sintió de cerca el olor de su pelo, la suavidad de su piel y la humedad de su lengua que se entrelazaba con la suya.

Aunque estaba a punto de ebullición, sabía que tenía que controlarse para no parecer demasiado emocionado al respecto. Sin embargo, ella parecía ir más decidida que nunca, así que él no sería la persona que frenaría esas intenciones de algo más.

—Ven conmigo, vamos a un lugar más privado —seguidamente, le tomó la mano e hizo que ambos se levantaran de ese sofá roñoso en el que se encontraban.

El ruido que estaba a su alrededor había quedado a un lado, el bullicio, el sonido de la música y de las risas en ese lugar. Lo único que importaba era el calor de sus dedos uniéndose entre sí.

Él estaba pensando en el pedir un taxi, cuando ella se le acercó para darle a entender que no se preocupara por esa nimiedad, que su coche estaba a poca distancia y que dejar que lo llevara a su lugar.

Esto lo hizo sentir ligeramente incómodo, aunque no sabía muy bien por qué. Sin embargo, se dio cuenta que no era el momento para tener esa actitud, lo mejor que podía hacer era dejarse llevar por esa mujer que lo tenía verdaderamente embobado.

Comenzaron a andar, mientras él se aventuraba en tomarle de los muslos, en acariciarle el cabello y también para decirle unas cuantas obscenidades que servían para hacerle recordar que la deseaba como nunca. Ella, por otro lado, no podía evitar sentirse más divertida que nunca.

Aceleró aún más hasta que llegaron por fin al lugar en donde debían, una especie de conjunto de departamentos para estudiantes. Arthur se dio cuenta que realmente vivían más cerca de lo que podría imaginar, así que quizás eso podría representar una interesante oportunidad para más adelante.

Se prepararon para bajar, no sin antes darse unos cuantos besos apasionados. En ese punto, las manos de Arthur estaban más traviesas y dispuestas a explorar el cuerpo de esa mujer con ansiedad.

Comenzó a calentarse más cuando subieron al elevador para encontrarse. Sus besos se hicieron más intensos y los toqueteos también. Entre esas manifestaciones, quedó algo muy en claro para él, por fin, tras de entender lo que estaba pasando, se estaba percatando que era posible que su impedimento para acercarse con las mujeres, quizás tenía que ver con una cuestión de control.

Entró en una especie de fuerte disyuntiva porque realmente no podía entender bien lo que estaba pasando. Era, de cierta manera, algo más fuerte que él y trataba por todos los medios tratar de entender. Pero, por otro lado, se sorprendió que, con apenas la exposición de una situación como esa, estuviera descubriendo una faceta de sí mismo que le parecía curiosa. Quería saber más.

El hecho fue que llegaron al destino y ahí fue cuando la situación se puso realmente interesante. Apenas cerró la puerta, ella lo miró con los ojos concentrados en él y fue el momento en el que comprendió que no había más nada qué hacer, salvo entregarse por fin.

Avanzó un poco, mientras que él tenía esa expresión dubitativa por lo que acaba de pensar: la idea de que era muy posible que el control era eso que lo había estado acosando desde su niñez, ese rasgo de su carácter que le daba a entender que quizá era eso que primaba en sus relaciones.

Sin embargo, en ese momento, prefirió concentrarse en el rostro y en el cuerpo de esa mujer. Las curvas perfectas, la actitud de mujer sensual y el aroma de su piel que lo volvía loco, primitivo.

Era obvio que ella estaba en el plan de generar un poco más de suspenso, pero él, al cabo de un rato, comprobó que su paciencia tenía límites y que era probable que tuviera que hacer un gran esfuerzo por no desbocarse.

Sus manos fueron directamente a la cintura de ella, tocándola, rozándola, haciéndola sentir que era capaz de dominar la situación pero que también era capaz de hacer lo posible por mantener la expectativa del momento.

Amina hizo el gesto de quitarse la ropa, pero él se le adelantó, él quiso tener esa tarea y así fue. Comenzó entonces a quitarle las capas de ropa poco a poco, lentamente y con cuidado.

Pudo haberlo hecho con fuerza, con desesperación, pero no lo hizo porque quería dejarse llevar plenamente por el proceso, sin que sintiera presión alguna. Fue ahí cuando entendió que las cosas tenían que darse con esa naturalidad, ya que también podría servirle como forma para saber realmente el camino que tenía que seguir.

Al cabo de unos pocos minutos, ella quedó completamente desnuda, lista y dispuesta para él. A pesar de haber sido la persona que había demostrado un poco más de actitud dominante, fue en ese momento cuando la notó particularmente vulnerable, tímida y quizás asustada.

Los ojos azules de Arthur se pasearon por el cuerpo y casi, por un instante, realmente no súper qué hacer primero. Estaba demasiado entre los pechos redondos y los pezones duros, entre la cintura que parecía una invitación a tocar, las piernas largas y sensuales y esos labios que lucían más hermosos que nunca.

Al final se acercó a ella, posó su mano en la cintura y la otra terminó por enredarse entre sus cabellos. En seguida, ella comenzó a gemir y a abrir la boca para dejar salir esa lengua que se movía muy bien, más que bien.

Él comenzó a besar y poco a poco cayó convencido de que tenía ganas de controlarla aún más. A pesar de no tener demasiada experiencia en esos menesteres, eso no quiso decir que no se atreviera a hacer las cosas a su modo. Estaba cansado de reprimirse sin sentido, así que iba a por más.

Al cabo de unos minutos, la apretó contra sí y sintió cómo ella se iba calentando cada vez más. Se veía tan delicada, tan dulce y también tan dócil. No sabía bien qué era lo que más le gustaba, pero era probable que estuviera en el proceso de descubrir que estaba en el camino correcto.

El permaneció vestido y le pareció natural estar así porque le dio la sensación de que tenía el poder necesario de la situación. Ella, en cambio, estaba completamente entregada a él.

Arthur procedió a rozarla con su verga para darle a entender que estaba así gracias a él. Amina era una mujer muy abierta con su sexualidad, así que no tenía nada que ocultar al respecto. Sin embargo, él tenía una especie de fuerza que no había conocido antes, algo que la hacía sentir que debía inclinarse ante él y darle todo el placer posible. Y claro que estaba dispuesta a hacerlo.

Hizo que se apoyara sobre el sofá que tenía en la sala y se inclinara un poco. Sacó ese culo perfecto, redondo y suave. Antes de la emoción, tuvo que respirar un poco porque tenía muchas ganas de azotarla, de darle una cantidad intensa de nalgadas, pero sabía que si lo hacía, acabaría con la diversión demasiado rápido.

La acarició primero, y le encantó darse cuenta de la suavidad de su piel, aunque sabía que era o sería así. Tenía la sensación de que no se decepcionaría con eso.

Pero, ya en el momento,

Luego, ya no pudo parar. Pasó a las nalgadas con suma rapidez y su estímulo eran los gemidos y gritos de Amina. Con cada impacto hacía que se retorciera aún más, que perdiera el nivel de autocontrol que tenía y que arrugara su cara al punto de sentir que la excitación ya no le daba más.

… Y fue ahí cuando él comprendió todo. Cuando entendió que después de tanto pensar, de no comprender realmente lo que estaba pasando, por qué no podía tener un acercamiento como el resto, se dio cuenta que era un hombre con ciertos tipos de gustos que lo orillaban a lo poco usual.

Luego de haberse dado cuenta de la situación, las cosas se sintieron muchísimo mejor. Estaba más cómodo con su piel y estaba listo para adentrarse a ese mundo que ya no era tan desconocido para él.

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