Billie

Billie


22

Página 24 de 30

Todo empezó en el bar de un gran hotel.

Desde hace unos años, entre Franck y yo todo empieza casi siempre en el bar de un gran hotel…

Como trabajamos como bestias, quedamos en lugares silenciosos donde todo es orden y belleza, lugares donde todo es riqueza, calma y voluptuosidad, como en el poema de Baudelaire.

Ya no me desmayo cuando descubro los precios de las consumiciones, simplemente porque ya ni los miro.

Rara vez duermo más de seis horas seguidas por las noches y ya no puedo permitirme el lujo de ser tacaña.

Gracias a mí, la gente puede dar(se) el gusto de regalar(se) flores muy bonitas seis días a la semana, de once de la mañana a nueve de la noche, y, para agradecerme el haberme convertido en ese inestimable tesoro de generosidad, el séptimo día me arrellano en mullidas butacas e invito a mi amigo reparador de tiaras y de diademas de reinas hechas añicos a cócteles que valen mil veces más que mi culo.

Me encanta.

Tengo una cuenta pendiente con mi pasado y la saldo por todo lo alto en palacios de cinco estrellas. Por ahora el contrapeso aguanta.

Ya no me acuerdo en qué hotel estábamos ni lo que bebíamos, pero debía de ser muy agradable porque terminé por ceder a su capricho.

Franck estaba interesado en un chico guapísimo que tenía planeado marcharse de excursión con unos «amiguetes» (esa palabra ya no me gustaba mucho que digamos…) y sus hijos en las Cévennes, y le habían propuesto unirse a ellos.

Los paisajes serían sublimes, la comida, natural y bio a más no poder, los cielos, incomparables, y los burros, encantadores.

Y les sentaría muy bien caminar un poco, hacer ejercicio, respirar aire puro y todo eso.

Vale.

Franck quería ir a echar un polvo al aire libre en un ambiente sano, familiar y zoófilo, ¿qué tenía de malo?

No, decía él irritado, no entiendes nada. No es para nada lo que estás pensando. Este tío de verdad creo que es el hombre de mi vida, y si voy no es para cepillármelo, sino porque soy un romántico.

Vale.

Hombres de su vida ya había conocido a unos cuantos, así que un burrito más, un burrito menos, por mí no había problema. Dejé de burlarme.

Lo que ya no me daba tan igual es que quería que fuera con él. En plan carabina. En plan dama de honor. En plan para que se viera que la patita que enseñaba era blanca y sus intenciones, buenas. En plan familiar él también, vaya…

Jooooooder, dije yo.

¿Yo?

¿Hacer senderismo, yo? ¿Con unas botas horrorosas que pesan una tonelada cada una?

¿Y un gorrito en la cabeza para protegerme del sol?

¿Y una cantimplora?

¿Y un chubasquero fosforito?

¿Y una riñonera?

¿Y mosquitos?

¿Y gente a la que ni siquiera conocía?

¿Y burros a los que no sabría ni llevar de las riendas?

¡Jooooooder! ¡Ni de coña!, concluí.

Pero al final dije que sí de todos modos.

Francky sabe cómo convencerme, y los cócteles se ocuparon de vencer la poca resistencia que pudiera quedarme. Y, además, eso forma parte también de nuestro trato de la habitación de hotel cutre después de la cacería: rara vez nos atrevemos a pedirnos favores el uno al otro, pero los que de verdad son importantes para nosotros, ésos no hace falta ni pedirlos.

Y, también, reconozcámoslo: era temporada baja en mi negocio, y me sentaría bien dejar solita a mi momia para que se deshidratara tranquilita unos días. Así es que, trato hecho: el lunes siguiente fuimos a una tienda de artículos de acampada, y acabé calzada con una especie de botas Moon de piel de vaqueta.

Divinas de la muerte, oye…

Había decidido tomarme a coña toda esa aventura y empecé ahí mismo, en la tienda. Me hice la clienta pesada y me lo probé todo dudando durante siglos antes de decidirme.

¿Que Franck quería burras? Pues burras tendría.

En realidad, estaba encantada de irme de vacaciones con él. Hacía años que nos veíamos a salto de mata de un bar de hotel a otro, y le echaba de menos. Echaba de menos estar juntos.

Además, habían pasado justo diez años desde nuestros ensayos de Alfred de Musset, y eso me gustaba. La perspectiva de hacer el cabra entre rebaños de ovejas era un bonito regalo de cumpleaños.

Diez años. Hacía ya diez años que no jugábamos con el amor, y él era, no me engañaba al respecto, mi mayor historia de amor posible…

Ir a la siguiente página

Report Page