Billie

Billie


23

Página 25 de 30

Retrospectivamente, nuestra excursioncita empezó a oler mal desde que nos encontramos con el resto del grupo en la estación de Lyon.

Pues sí, porque por muy hombre de su vida que fuera, el Arthur este de mi Francky del alma era más bien a mí a quien le tiraba los tejos, me daba la impresión.

Jajá, me reía yo con mi mochila a la espalda, qué poco ojo tienes, chaval, qué poco ojo…

Pero bueno.

Me hice la estrecha y no dije nada.

Para empezar, en la vida te pueden gustar la carne y el pescado, y además en esa época yo estaba de verdad en modo solterona.

Tenía demasiado retraso en la contabilidad de mi negocio para poder permitirme coquetear con el primer donjuán que se cruzara en mi camino. Así es que… que se las apañaran Franck y él si querían echar un polvo, porque lo que es yo, pasaba ampliamente del tema.

Porque, joder, al fin y al cabo estaba de vacaciones, ¿no?

Por eso, como buena amiga que soy, le pegué un buen corte a Arthur el de las Ray-Ban de aviador nada más subir al tren, y les dejé que se sentaran juntos en los dos asientos de cara a la marcha.

Y me pasé todo el viaje durmiendo.

Porque a mí es que la sola idea de tener que hacer senderismo por las rocas con esas bolas de preso en los pies ya me agotaba de antemano…

Después nos llevaron a un súper albergue familiar con un montón de pijos bohemios más, súper contentos de hacer senderismo con unos súper burros súper monos, dándoles súper mendrugos de pan y súper queso, y ahí ya directamente bajé el telón y volví a ponerme a la defensiva.

Bueno, no como cuando era pequeña, ¿eh? ¡No, no! ¡Nada que ver! Sólo en plan: estoy aquí para acompañar a Franck y nada más. Que no vengan a joderme con que encima tengo que ser simpática con la peña.

Era una comerciante que comerciaba todo el resto del año, y ahora, que estaba de vacaciones, necesitaba desconectar de las relaciones humanas. Sobre todo con gente tan maja como mis compañeros de viaje.

No es que estuviera de morros, no, sólo estaba de vacaciones.

Todo eso era como demasiado familiar para mí, y sabía perfectamente que no tenía los medios técnicos para participar en la animación general.

Tú Franck, yo Billie. Yo venir contigo, tú no pedir más.

Como me quiere y me conoce bien, Franck me dejó en paz.

Dormíamos en la misma tienda, y la segunda noche me confesó que les había dicho a todos que no me lo tuvieran en cuenta si me veían un poco taciturna… Que era porque tenía penas de amor…

Le contesté que había hecho bien, puesto que, más o menos, yo siempre estoy con penas de amor y, varios segundos de sonrisas después, no pude evitar añadir que, al fin y al cabo, ésa era la historia de mi vida, ¿no? Y entonces soltamos una carcajada en los sacos de dormir, en plan para fingir que los dos pensábamos que qué chica más divertida era yo, hay que ver.

Me encantaba dormir en esa cabañita con él (nos habíamos repartido muy bien las tareas: yo la lanzaba al aire para abrirla (dos segundos), y él la volvía a doblar para guardarla (dos horas); sacaba mi petaca, y nos contábamos mil cosas. Criticábamos al grupo, nos reíamos, nos carcajeábamos, nos poníamos en plan irónico, nos contábamos nuestra vida, las partes del culebrón del otro que nos habíamos perdido, nuestros ramos, nuestros encargos, cosas del trabajo, de sortijas, de clientes y de pulseras.

Franck imitaba también para mí a algunos excursionistas más ridículos que los demás, y yo me reía a mandíbula batiente.

Me reía tanto que, a veces, nuestra tienda salía casi volando. Los demás debían de pensar que qué pronto me recuperaba yo de mis penas de amor…

Bah, me la sudaba…

Me la sudan los demás… Sólo me gusta estar con Franck.

Y con mi perro.

En un momento dado, nos separaron en tres grupos por no sé qué historia de senderos muy frágiles, y fuimos a parar con peña «nueva», entre la cual había una familia muy tradicional, muy como debe ser.

Aunque el niño y las dos niñas eran muy buenecitos, sus progenitores (¡toma ya, qué bien hablo! ¡Ten points para Billie!) parecían tener mucho apego a sus principios de Grandes Educadores Infalibles.

Todavía llevaban en sus mochilas las pegatinas de la Manifestación para Todos, esa que hubo en contra del matrimonio gay, y nos preguntaron a Franck y a mí si estábamos prometidos y si nos íbamos a casar.

Pobrecillos…

Franck, ocupado con los víveres, no oyó la pregunta, y por eso yo les contesté que éramos hermanos.

Pues sí… Quería poder seguir llorando de risa todas las noches en nuestra tienda de campaña con mi amiguito mariquita sin que vinieran éstos a aguarnos la fiesta…

Caminábamos detrás de ellos y, con la barbilla, le señalé a Franck la famosa pegatina para que se riera, pero es un poco ingenuo y no lo captó.

Su querido Arthur se había largado con otro grupo de minimoys en el que había una pequeña Selenia de veinte años que era más tonta que hecha aposta pero que se reflejaba súper bien en los cristales de espejo de sus Ray-Ban, y eso a mi amigo le había dejado un pelín decepcionado de la vida… Bah, le dije, dándole un codazo en las costillas: Me tienes a mí…

Y, como no se relajaba, saqué el botiquín de primeros auxilios:

—¿Qué me aconsejaría hacer el día en que vea que ya no me ama? —le pregunté así, a quemarropa.

—Que se busque un amante —me contestó sin pensarlo.

—¿Y qué haré cuando mi amante ya no me ame? —insistí.

—Buscarte otro.

—¿Y así hasta cuándo?

—Hasta que tus cabellos sean grises, y entonces los míos serán blancos —me dijo sonriendo.

Y con eso se animó. Después ya volvió a estar feliz como una perdiz.

Viva Alfred.

A nosotros no nos dieron burro porque no teníamos niños.

La familia como es debido tenía niños, así que disfrutaba también de un burrito gris monísimo que se llamaba Borriquillo. (Súper original el nombre). Me daba un poco de miedo, pero le había cogido cariño…

(En cuanto a Franck, con esa gente nunca podría aspirar a tener un marido, ni familia, ni niños, ni dignidad, ni respeto, ni perdón, ni ir al cielo, así es que de tener un burro ya mejor ni hablamos…).

Borriquillo…

Yo le llamaba Bobó, y de vez en cuando le daba algo de comer de extranjis.

El señor Paterfamilias me miraba mal porque ponía bien claro en el reglamento que nunca había que dar de comer a los burros durante el servicio de transporte.

Era la regla número uno, repitió el señor Hertz de los burritos: cuando no lleven las albardas, pueden darles todo lo que quieran, pero con las albardas puestas, ni una brizna de hierba. Porque si no…, ya no me acordaba de lo que había dicho…, si no les estropeaba el GPS, creo…

Bueno, pero yo, cuando terminaba de comerme una manzana, tampoco iba a tirarles el corazón a las hormigas cuando se lo podía dar a mi querido Borriquillo, que llevaba un buen rato mirando mi manzana con cara de envidia, ¿no?

Que no somos animales, hombre.

Entre el señor Paterfamilias y yo la cosa empezaba ya a ponerse bastante fea.

No me gustaba cómo le hablaba a su mujer (como si fuera tonta) ni me gustaba tampoco cómo les hablaba a sus hijos (como si fueran tontos). (En cuanto me pongo nerviosa, tiendo a repetir las cosas, ¿te habías fijado, estrellita?). (En cuanto pierdo un poco los papeles, no falla, oye, enseguida vuelve a mí como una bocanada de las Morilles que no veas). (Enseguida). (Por desgracia).

El tío no dejaba de olisquear a Franck porque empezaba a sospechar que era un hombre oh, como ellos dicen, y eso me ponía de los nervios a más no poder. Esa manera que tenía de olisquearle el culo como si fuera un perro me revolvía las tripas.

Y, además, tenía el don de estropear todos los buenos momentos. Si la niña cogía una florecita para dársela a su mamá, mal hecho porque era una especie protegida. Si el niño quería mirar con los prismáticos, tenía que esperar porque con esas manos tan sucias ni hablar de pasarle los prismáticos. Si tenía hambre, que se aguantara porque todavía no era la hora de la merienda. Si quería llevar las riendas del burro, le decía que no porque se le podía escapar. Si quería tirar piedras para que rebotaran en el agua, le decía que no lo conseguiría nunca porque no se esforzaba lo suficiente. (Esforzarse… Esforzarse para tirar piedras… Hay que ser gilipollas…).

Si la niña pasaba otra vez por detrás del burro, éste la podía matar de una coz. (Mi Bobó darle una coz… Qué chorrada…). Si la mujer decía que la vista era bonita, él contestaba que sería mejor del otro lado de la colina, si les hacía una foto a los niños, le decía que saldría mal porque estaba a contraluz, y si ella al final cedía y cogía a la niña en brazos, él ponía un gesto exasperado y le recordaba que no era bueno ceder así a todos sus caprichos.

Bueno.

Aflojé el paso y me hice la que estaba súper interesada en la fauna y la flora para calmarme un poco.

Vete a joder a tu gente lejos de mi alma, mandón de mierda, yo voy a ver qué gramíneas pondré en mis ramos…

En el momento del picnic se sentó al lado de Franck para entablar conversación con él, en plan de camaradería viril, y le preguntó así como quien no quiere la cosa si nosotros también pensábamos tener hijos.

Francky me echó una mirada que quería decir: tú no te metas, te lo pido por favor, y le contestó con una tontería evasiva para eludir el tema.

Mientras ordenábamos el contenido de nuestras mochilas sobre el lomo de Bobó, me dijo al oído:

—Oye, Billie, deja las cosas estar con este tío, ¿vale? En el otro grupo está una compañera de trabajo que me cae muy bien, y no quiero escándalos, ¿vale? Yo también estoy de vacaciones…

Asentí con la cabeza.

Y me calmé.

Por él.

Por la noche, en el refugio, talló con su navaja unos cayados para los niños.

Como es un artistazo como la copa de un pino, al final les dio a cada uno una joyita, y sus sonrisas eran para comérselas.

A todos les grabó en la corteza sus iniciales y un simbolito personalizado. Para el niño, una espada, y para las niñas, una estrella y un corazón.

Me puse súper caprichosa y conseguí que me hiciera uno a mí también. Un cayado más largo y más grueso, con una B artística y la cabeza de mi perro justo debajo. Cuando me lo dio, le dediqué la misma sonrisa exactamente que los niños, pero mucho más infantil todavía.

Luego dormimos todos como lirones.

A la mañana siguiente había recuperado mi buen humor.

Aunque, bueno, estrellita, no tenía más remedio porque el paisaje era de verdad precioso…

Nada resiste a tanta belleza…, sobre todo la estupidez humana…, así que todo iba bien. Como me veía relajada, Franck se relajó también, y como no teníamos derecho a burrito porque vivíamos en pecado, nos fuimos delante para no volver a ponernos de los nervios con el aguafiestas.

Después de todo, allá cada cual con su vida, ¿no?

Pues sí…

Allá cada cual con su vida…

Dios es listo y sabrá reconocer a los de su equipo…

En un momento dado nos cruzamos con un enorme rebaño de ovejas. Bueno, al principio tiene su gracia, pero al cabo de un rato ya empezaba a aburrirme…

Las ovejas, vista una, vistas todas, no tienen muchos matices. Ya le estaba tirando de la manga a Franck para que volviéramos al sendero de la excursión cuando, zas: Jesús.

Mi Francky: fulminado.

La Visión. La Aparición. La Revelación. La Fulguración. Palpitaciones a saco. Mi Francky hecho un flan.

El pastor.

En serio, de verdad se parecía a Jesucristo y era tan pero tan sexy…

Guapo, sonriente, bronceado, piel cobriza, piel dorada, fibroso, musculoso, barbudo, pelo rizado, zen, tranquilo, luminoso, con el torso desnudo, pantalón corto, sandalias de cuero y un cayado nudoso en la mano.

Franck estaba exactamente como el lobo de Tex Avery, pero encima en mitad de un rebaño de ovejas.

Daba gloria verlo…

Bueno, ¡y yo también estaba encantada de ir corriendo a comulgar, ¿eh?!

Charlamos un poco con él…, bueno…, intentamos charlar en lugar de comérnoslo con los ojos…

Franck se puso a preguntarle si no le pesaba un poco la soledad (mira tú qué listo…), y yo a bombardearle a preguntas sobre su chucho, y entonces vimos a nuestro amigo Paterfamilias y compañía acercarse a lo lejos y nos despedimos de él para irnos con ellos (aunque sin unirnos del todo a su grupito) porque nos daba miedo perdernos.

Justo antes le preguntamos adónde iba, y él nos señaló una montañita por ahí a lo lejos.

Bueno, pues nada, adiós…

¡Ah! Señor… ¡Qué cruel eres con tus ovejas! La misa había terminado, pero ¡qué corta había sido!

Huelga precisar que, en las horas siguientes, no dejé de darle la tabarra a Franck con lo sucedido.

En el momento del picnic, el señor Paterfamilias le preguntó si quería queso.

—¡Si es de pastor, seguro que quiere! —contesté yo, y me tronché de risa durante dos minutos, por lo menos, sin parar.

Cuando por fin conseguí calmarme, añadí:

—También le gustan mucho los tacos al pastor.

Y vuelta a troncharme otros dos minutos más.

Perdón.

Mil perdones.

La mujer del Paterfamilias terminó por preocuparse, y Franck le dijo, suspirando, que tenía problemas de alergia al polen.

Y, hala, vuelta a troncharme.

Aaaaah… ¡Empezaba a molarme la excursioncita!

Franck se hacía el abrumado conmigo, pero en realidad estaba de lo más contento él también…

Los dos sabemos bien de dónde venimos cada uno, por eso, cada vez que vemos al otro contento, nos hace un efecto contagio. Saboreamos el momento por el otro, por nosotros mismos y por el gustazo de mandar a la mierda nuestras casillas de salida.

Para celebrarlo, esperé a que el pesado del Paterfamilias se alejara a echar un pis y le di una manzana entera a mi Bobó del alma.

Se la zampó de un bocado y, para darme las gracias, me estampó una especie de gran beso caliente y ventoso en el cuello.

Oooooh… Cuánto lo echaba de menos ya… Además, delante de mi tienda, con un sombrero de paja con dos agujeros para sacar las orejas y unas cestas llenas de flores al lomo, habría quedado de cine…

Pues eso, estrellita… Todo iba bien, y si luego todo se fue al garete no fue culpa nuestra, porque a nosotros, te lo digo en serio, nos había alcanzado la gracia de Dios y, como quien dice, caminábamos sobre el agua.

Estábamos transfigurados.

Nos encantaba nuestra excursión por las Cévennes.

Sí, sí, nos encantaba.

¡Habíamos dejado de ser ovejas descarriadas!

Al terminar el picnic, decidimos tomarnos un descansito porque hacía mucho calor, y la pequeñita se había dormido en brazos de su mamá.

(Ya lo sé, no debería decirlo… No sirve de nada…, de nada de nada…, pero francamente… se me hacía raro…).

Yo sé que nunca tendré hijos. Y no lo digo por decir. Es una certeza total. No quiero hijos. Y ya está. Pero cuando veía la cara de esa señora al mirar a su niña, y cómo se contorsionaba como podía para que no le diera el sol y cómo se rascaba el culo debajo de ese árbol teniendo muchísimo cuidado de no despertarla, no podía evitar decirme que mi madre debía de estar muy pero que muy perjudicada de la cabeza… Pero que muy mal… Porque yo por aquel entonces era aún más pequeña que esa niña…

(Bueno. Obviemos el tema).

Para no pensar más en ello, me tumbé en el suelo y me quedé dormida apoyada en la tripa de mi Francky.

Y hala. Que se joda la vida.

Ir a la siguiente página

Report Page