Billie

Billie


26

Página 28 de 30

¡Jijijí!

Estaba soñando que Franck me hacía cosquillas.

¡Jijijí! Pero… Eh… Paaaaraaaa…

Y cuando abrí los ojos comprendí que me había quedado dormida, y que las cosquillitas no me las hacía Francky en el sueño, sino Borriquillo, que me estaba vaciando los bolsillos.

—Parece que a tu nuevo amigo le apetece una manzana…

Me incorporé con una mueca porque me seguía doliendo el brazo, y entonces lo vi ahí, tan tranquilo, sentado en una roca, preparándose un cafelito.

—El desayuno está listo.

—¿Francky? ¿Eres tú? ¿No te has muerto?

—No, todavía no… Todavía no lo has conseguido…

—¿No te has roto nada?

—Sí. El tobillo, creo…

—Pero… —Me costaba recomponer las piezas del puzle—. Pero… ¿no estabas en coma?

—No.

—Entonces, ¿qué estabas haciendo?

—Pues dormir.

Joder, macho, qué cara más dura… ¡Yo temiendo por su vida, y él durmiendo tan pancho!

Joder, macho, qué cara más dura…

¡Joder, macho, qué cara más dura!

El señorito, mientras tanto, durmiendo…

El señorito, mientras tanto, descansando…

El señorito reposando al aire libre…

El señorito se había dormido tan pancho en brazos de la zorra de Morfea mientras yo rumiaba mi tristeza…

El señorito no estaba a la altura.

El señorito me decepcionaba.

Toda esa angustia que me había hecho pasar cuando había fingido perder el conocimiento… Y lo que me había costado ponernos guapos a los dos toda la noche… Y toda la mierda que había tenido que remover para que estuviéramos presentables… Y todo lo que había tenido que seleccionar a la chita callando porque prefería inspirar respeto más que lástima.

Sí, todo ese esfuerzo de rebuscar en mis bonitos recuerdos de infancia para poder repescar los que fueran útiles poniendo mucho cuidado de no tocar siquiera los que no hubieran servido más que para hundirme un poco más todavía en la negrura de mi noche.

Todo ese encaje de bolillos para hacer algo bonito con un material de mierda…

Toda esa valentía…

Toda esa ternura…

Todo ese amor…

Y el frío que he pasado… Y lo sola que me he sentido… Y lo triste… Y todo el esfuerzo para que una muerta nos quisiera… Y… El favorcito de la paja artística aparte de todo lo demás y…

Joder, qué miedo he pasado…

Bien, bien, bien…

—¿Y cómo ha venido hasta aquí el borriquillo? —le pregunté.

—No lo sé. Cuando me he despertado, ya estaba aquí.

—Pero ¿por dónde ha llegado?

—Por ese caminito de ahí…

—Pero… y… ¿cómo ha hecho para encontrarnos?

—No me lo preguntes… Otro burro lo bastante tonto para tenerte cariño…

—…

—¿Estás enfadada conmigo?

—¡Pues claro que estoy enfadada, imbécil! ¡Me he preocupado un montón, mira tú por dónde! Y no he pegado ojo en toda la noche…

—Ya lo veo…

Estaba de súper mala leche, y su café se lo podía meter donde le cupiera.

—¿Me guardas rencor? —preguntó, con su boquita de hipócrita, el joyero de los cojones.

—…

—¿Tanto?

—…

—¿Tanto, tanto, de verdad?

—…

—¿De verdad, de verdad?

—…

—¿De verdad estabas preocupada por mí?

—…

—¿De verdad creías que estaba en coma?

—…

—¿Estabas triste?

—…

—¿Muy, muy triste?

—…

Eso. Venga. Sigue, cabronazo. Y encima búrlate de mí…

Silencio.

Se acercó a mí cojeando y dejó a mi lado una taza de café humeante y una rebanada de bizcocho de jengibre.

Yo ni siquiera pestañeé.

Se sentó como pudo con la pata tiesa y me dijo con una voz muy amable:

—Mírame.

Fuck you.

—Billie Jean, mírame.

Bueno, crrr… crrrr… Levanté la nuca tres milímetros.

—Sabes que te adoro —murmuró, mirándome a los ojos—. Que te adoro más que a nadie en el mundo… Hace mucho tiempo que lo sabes, ¿verdad?

—…

—Sí. Lo sabes. De todas maneras, no puedes hacer nada por evitarlo… Pero llevas ya casi cuatro noches seguidas sin dejarme dormir y… y eres agotadora, ¿sabes? Agotadora, agotadora, agotadora… Tanto que, a veces, para aguantar a tu lado, a uno no le queda más remedio que fingir que se muere un poco… Lo entiendes, ¿no?

—…

—Anda, venga, tómate el café…

Me puse a llorar.

Entonces reptó hasta donde yo estaba y me abrazó muy fuerte.

—Pensé que te habías mu-muertooooo… —hipé.

—No, hombre, no…

—Pensé que te habías mu-muertooo, y que yo también i-iba a matarme…

—Ay, Billie, qué pesada eres… —suspiró—. Anda, tómate el café y come un poco. Todavía tenemos que conseguir salir de aquí.

Y mastiqué mi rebanada asquerosa de bizcocho de jengibre con sabor a lágrimas.

Y lloraba aún más porque o-odiaba el bizcocho de jengi-ibre…

Ir a la siguiente página

Report Page