Billie

Billie


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Por primera vez en mucho tiempo su rostro ya no parecía un reproche, y la idea de que debía de dolerle menos me infundió ánimos de nuevo: de una manera u otra, nos sacaría de allí a ambos, no tenía más remedio. No habíamos recorrido tanto camino para acabar en plan Hacia rutas salvajes a lo cutre en un agujero perdido de la Lozère.

Joder, no, qué vergüenza…

Me puse a reflexionar. Para empezar no eran lobos sino trinos de pájaros. Lechuzas o algo así, qué sé yo. Y nadie se moría de una simple fractura. No tenía fiebre y no perdía sangre. Le dolía un huevo, sí, pero su vida no corría peligro. Lo mejor que podía hacer por ahora era dormir para recuperar fuerzas y, al día siguiente, al amanecer, a la hora en que no pueda más de esta mierda de campo, partiré, como en el poema de Victor Hugo.

Iré por esos bosques de mierda, iré por esa montaña de mierda y pondré en esa cañada un puto helicóptero en flor.

Hala, ya estaba dicho. Iba a mover el culo, cuidadito que vienen curvas. Porque lo de la excursión en familia, yupi, yupi, con unos burros capados medio alelados o medio estresados, para un ratito, vale, pero ya estábamos hasta el gorro.

Lo siento, chavales, pero a nosotros el rollo del senderismo nos toca las narices.

¿Me oyes, nene? ¿Oyes lo que acabo de decir? Te juro por tu vida que, mientras yo viva, nunca estirarás la pata en provincias. Nunca jamás. Antes prefiero morir.

Volví a tumbarme, solté un gruñido, me levanté otra vez para barrer mi catre y quitar esa jodienda de piedrecitas que se me clavaban en la espalda y me tumbé de nuevo, acurrucada a su lado.

No conseguía dormir…

Los duendecillos que vivían en mi cerebro se habían metido demasiadas pastis…

En mi cabeza sonaba como un maxmix tecno de música celta.

Un horror.

Le daba tanto al coco que ya no alcanzaba a oír ni mis propios pensamientos y, encima, por más que me arrimaba a él y me acurrucaba, seguía teniendo muchísimo frío.

Estaba helada, y DJ Grumpy me estaba destrozando las tres últimas neuronas de valentía que me quedaban, por lo que unas lagrimitas más ágiles que las demás aprovecharon, las muy astutas, para escapar de mis párpados.

Joder. La cosa estaba de verdad chunga.

Para reprimirlas eché la cabeza hacia atrás y… Y entonces… Ooohh…

No fueron las estrellas lo que me hizo cerrar el pico, ya habíamos visto mogollón desde que estábamos allí, sino su coreografía. ¡Plic! ¡Gling! Se encendían unas tras otras, a un ritmo regular. Ni siquiera sabía, ¡Ding!, que fuera posible…

Brillaban tanto que casi daba mal rollo.

Como si fueran luces led o estrellas nuevas recién compradas. Como si alguien hubiera pisado el variador de intensidad.

Era… magnífico…

De repente ya no estaba sola, y me volví hacia Franck para limpiarme la nariz en su hombro.

Pues sí… Eh, marginados, un poco de respeto… Hay que dejar de llorar cuando Dios te presta su bola de espejos…

¿Existían las grandes mareas para las galaxias como para los océanos, o lo hacían sólo para mí? ¿Me lo dedicaba sólo a mí la Vía Láctea? ¿Era una inmensa rave de hadas que venían a espolvorearme oro a saco sobre la cabeza para ayudarme a recuperar fuerzas?

Acudían estrellas de todos los rincones, y me daba la impresión de que calentaban la noche. Me daba la impresión de estar bronceándome en la oscuridad. Me daba la impresión de que el mundo se había invertido. Que ya no estaba en el fondo de ese precipicio rumiando mi desgracia, sino sobre un escenario…

Sí, por muy abajo que me retorcía (¿o que me retorciera?) (bueno, como coño se diga…), dominaba algo.

Estaba en una sala de conciertos inmensa, una sala de conciertos a cielo abierto, de un extremo a otro de la Tierra, en mitad de la típica canción que te sobrecoge, y no tenía más remedio que estar a la altura de todos esos mecheros encendidos, todas esas pantallas y todos esos miles de velas mágicas que los ángeles dirigían hacia mí. Ya no tenía derecho a compadecerme de mi suerte, y hubiera deseado tanto que Francky pudiera disfrutarlo también…

Él tampoco habría sabido distinguir la Osa Mayor de la Osa Menor, pero le habría gustado tanto ver toda esa belleza… Le habría gustado tanto… Porque, de los dos, el artista era él. Si habíamos conseguido salir del estercolero en el que vivíamos había sido gracias a su sensibilidad, y era para él para quien el universo se había puesto su esmoquin de lamé.

Para darle las gracias.

Para homenajearlo.

Para decirle: A ti, chavalín, te conocemos, ¿sabes?… Sí, sí, te conocemos… Hace tiempo que te observamos y nos hemos fijado en que te obsesiona la belleza… No has hecho más que eso en toda tu vida: buscarla, servirla e inventarla. Así que toma… Mira… Mira, en recompensa por todos tus esfuerzos… Mírate en este espejo… Esta noche por fin te devolvemos lo que te debemos… Tu amiga, en cambio, es una chica vulgar, no hace más que escupir y soltar tacos como una verdulera. Me pregunto quién la habrá dejado entrar aquí… Mientras que tú… Tú eres de la familia… Ven, hijo mío… Ven a bailar con nosotras…

Estaba hablando en voz alta…

Con toda modestia, y para un chico que no podía oírme, ¡acababa de hablar en nombre del universo!

Era una chorrada, pero tan bonita…

Eso da idea de cuánto le quería…

Aunque…, bueno…, una última cosa, señor Universo… (y, al mismo tiempo que decía eso, a quien veía en mi cabeza era a James Brown), no, en realidad dos…

La primera: deje usted a mi amigo ahí donde está… De nada sirve que vuelva a llamarle, porque no piensa ir. Aunque se avergüence de mí, nunca me dará la espalda. Así son las cosas, y ni siquiera usted puede hacer nada para cambiarlas, y la segunda: discúlpeme por ser tan deslenguada.

Es verdad, soy tremenda, pero cuando hablo tan mal no es por falta de respeto, es por la rabia que me entra de no encontrar al instante las palabras adecuadas. It’s a man’s world, you know

I feel good, contestó él.

Miraba todas esas estrellas, buscando la nuestra, nuestra buena estrella.

Porque teníamos una, de eso estaba segura. No una cada uno, por desgracia, pero sí una para los dos. Una lucecita que compartía casa con nosotros. Sí, una bonita lamparita que se nos había unido el día que nos conocimos él y yo y que, a trancas y barrancas, había hecho bien su trabajo hasta entonces.

Vale, sí, en las últimas horas la había cagado un poco, pero ya sabíamos por qué había sido…

Porque se estaba emperifollando.

Se estaba echando todo su espray de lentejuelas.

¡A ver, normal, era nuestra buena estrella! ¡Os creéis que se iba a quedar ahí de sujetavelas mientras todas sus amigas se largaban a los fuegos artificiales!

La busqué con la mirada.

Les pasé revista a todas para encontrarla porque tenía unas cuantas cosas que decirle… Que recordarle…

La busqué para convencerla de que nos ayudara una vez más.

Aunque no nos apeteciera mucho.

Sobre todo a mí…

Sí. Ya que todo era culpa mía, me correspondía a mí darle un toque para pedirle que reactivara su línea de atención telefónica.

Las otras también eran bonitas, pero me la sudab…, perdón, me traían sin cuidado, mientras que ella, si la ponía al tanto con todo mi corazón, estaba segura de que se dejaría desviar de su trayectoria de nuevo…

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