Billie

Billie


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Podría pasarme la noche entera contándote lo que ocurrió después. Esas dos semanas con él, charlando, aprendiendo, estudiando, jugando, cabreándonos, reconciliándonos, arrojando yo mi libro al suelo, poniéndome nerviosa, renunciando, agobiándome, volviendo a empezar, interpretando otra vez y esforzándonos…

Podría pasarme la noche entera porque, para mí, mi vida empezó ahí…

Y no es una manera de hablar, estrellita, es un extracto de acta de nacimiento, así que no juegues con eso, por favor. Me ofenderías.

Habíamos decidido quedar todas las tardes para ensayar las escenas que nos aprendíamos por las mañanas, por eso muy pronto tuve que encontrar otro sitio que no fuera mi hogar dulce hogar para estar tranquila.

Probé varios: el asiento trasero de un coche abandonado, el porche del antiguo aserradero, el lavadero, pero para los críos de mi cuñada (que no era exactamente mi cuñada, pero así se dice en las Morilles) se convirtió en un juego seguirme sin descanso para darme la lata, y al final fui a parar al cementerio y me instalé en un panteón.

No había ambiente más tranquilo que ése, rodeada de cruces, osamentas y ruinas de piedras rotas y hierros oxidados, y era perfecto para entrar en sintonía con la pesada de Camille, con su manía de los crucifijos.

No lo hice a propósito, pero la verdad es que me vino al pelo…

No sé si tenía que ver con el lugar, si los muertos decidieron echarme una manita porque se aburrían y querían matar el rato, el caso es que todavía no me creo lo rápido y lo fácil que me resultó aprenderme todos esos textos.

Como he conservado mi viejo libro como oro en paño, alguna vez he releído por gusto nuestra escena y, cada vez, he tenido que pellizcarme porque no me lo creía. Pero ¿cómo lo hicimos? ¿Cómo lo hice yo? Yo, que sigo sin saberme las tablas de multiplicar y que me angustiaba siempre que un profesor nos decía que nos aprendiéramos de memoria cualquier cosa que tuviera más de cinco líneas…

No lo sé… Creo que lo conseguí para ser digna de Franck Muller… Para no decepcionarlo… Para darle las gracias por haberme hablado con tanta amabilidad el primer día…

Qué tontería, ¿verdad?

Y, además…, sería incapaz de explicarlo con palabras inteligentes, pero me parecía que eso era mucho más que una revancha estúpida sobre un mundo y unas personas que en realidad hacía tiempo que me eran indiferentes…

No tenía que demostrarle nada a nadie.

Nada.

Sólo quería complacer a Franck y largarme para siempre.

En esa época era demasiado joven para entenderlo, y hoy me falta el vocabulario para expresarlo, pero tenía la impresión de que, cuando estaba acurrucada en mi panteón aprendiéndome las palabras de esa chica que no paraba de rebuscar y rebuscar en su cabeza para encontrar respuesta a las preguntas de locos que la obsesionaban, yo también me beneficiaba de eso. Sí, tenía la impresión de que me introducía en esa parte hambrienta de Camille para robarle un poco de sus ganas de luchar y de ganar, y después largarme, siguiendo su estela.

Lo que supongo que pensaba, sin ser muy consciente de ello, es que si declamaba muy bien mi papel y le permitía así a Franck Muller que interpretara el suyo en las mejores condiciones posibles, entonces ya no sería de las Morilles.

Sería… de mí misma. De mí y sólo de mí. De ese panteón abandonado. De mi capillita enana…

Sí, estaba ahí escondida, sentada en medio de los escombros escuchando los delirios de esa niña pija que nunca había sufrido por nada y que lo quería todo, que quería arramblar con toda la apuesta antes incluso de empezar a jugar, y si no se salía con la suya prefería no jugar, prefería no vivir nada antes que vivir como los demás, y lo único que tenía que hacer yo era arrimarme mucho a ella para que me ayudara a aspirar, como ella, a algo que me superaba, algo más grande que yo misma.

Porque, aunque no estaba de acuerdo con sus obsesiones, yo la admiraba…

Sabía que se equivocaba. Sabía que las monjas le habían lavado el cerebro y que eso le convenía porque en realidad le daba miedo dar ese salto al vacío. Sabía que se dejaba devorar por el orgullo, y que toda la vida sufriría por culpa de esa estúpida obsesión suya por la pureza. Sabía que si ella también hubiera estado en las Morilles, un ratito siquiera, se habría calmado enseguida y se habría planteado su vida con más modestia, pero, mientras tanto, y por eso precisamente, era la mejor compañera posible para escapar de allí.

Era tan terca y tan rígida psicológicamente que jamás tiraría la toalla, y si yo por mi lado tampoco lo hacía, lo conseguiríamos.

Yes. ¡Dos cabezotas como nosotras seguro que lo conseguiríamos!

Naturalmente, no era consciente de pensar nada de eso, pero tenía quince años, estrellita… Tenía quince años y me habría agarrado a lo que fuera para poder largarme…

Sí, podría pasarme toda la noche, pero como no tengo tiempo, voy a resumir y a quedarme sólo con dos momentos importantes de esa pequeña aventura…

El primero es la conversación que siguió a su lectura del primer día, y el segundo, lo que pasó al final de nuestra «actuación».

Por cierto, ¿sigues ahí, estrellita?

No me falles, ¿eh?

Cuando estés harta de mis historias, me mandas un kit con una camilla y dos chicos guapos para resucitar a mi Francky, y yo a cambio dejo de darte la tabarra, prometido.

(Eh, no te compliques… Tráete dos dependientes de Abercrombie, ésos son todos guapos y cachas).

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