Billie

Billie


27

Página 29 de 30

Emprendimos camino como pudimos, a trancas y barrancas, bajo el sol y bajo el viento.

Le fabriqué una férula a Franck con unos palos y un trozo de cuerda, y se agarraba a Borriquillo como a un andador.

Las riendas ya no las llevábamos nosotros, pobres ovejas descarriadas, era el burrito el que nos conducía de vuelta a casa.

Al menos eso esperábamos…

De vuelta a casa o donde fuera.

Donde fuera, pero no junto a mi última víctima, ¿eh?

¿Eh, Borriquillo? No me la juegues, ¿eh?

Por favor…

No, no, contestaba él, os estoy llevando al establo.

Yo también estoy hasta el gorro de vuestras chorradas…

Bueno.

Decidimos fiarnos de él.

Íbamos a trancas y barrancas,

bajo el sol y

baaaaajo el viento.

(A ver, queda mejor si uno oye la melodía en su cabeza, claro…).

Era de verdad precioso el burrito este.

Pues cualquier día vuelvo y lo choriceo, hala.

Pero yo ya no decía ni mu.

Ni palabra.

Cero patatero.

Demasiadas emociones, demasiado cansancio, demasiado dolor y demasiado enfado también, todo hay que decirlo…

Franck intentó pegar la hebra en dos o tres ocasiones, pero yo pasé de él como de la mierda.

Qué le voy a hacer. No soy una santa…

Podría haberme hablado una sola vez durante la noche…

Una sola vez.

Le guardaba un rencor absoluto.

Encima había hecho el ridículo delante de todas esas estrellas frías a las que mis historias les traían sin cuidado.

Y hasta había llorado.

Hay que ser tonta…

Silencio.

Gran silencio bajo el sol y el frío glacial siberiano.

Y… al cabo de una hora, quizá… Al final cedí.

Estaba harta de estar sola con mis pensamientos desde la víspera por la noche. Hartísima. Yo misma era mi peor compañía. Y, además, le echaba de menos. Echaba de menos al cabronazo de mi amigo.

Por eso solté así, como si nada:

—Oye, hace calorcito, ¿no?

Y él me sonrió.

Luego charlamos de la mar y los peces, como en los viejos tiempos, pero sin hacer nunca la más mínima alusión a mis últimas hazañas. Bah, ya está. Estaban olvidadas… Total, pronto haría otras…

Al cabo de un rato me preguntó:

—¿Por qué te reías?

—¿Qué?

—Me has dicho que estabas muy triste y extremadamente preocupada por mi estado de coma profundo pero, en un momento dado, durante la noche, te he oído reír. A carcajadas. ¿Se puede saber por qué? ¿Pensabas en todo lo que me ibas a poder mangar en la Fidélité?

—No —le dije sonriendo—, no… Ha sido porque me acordé de la cara que pusieron los de la clase cuando terminamos de interpretar la escena…

—¿Qué escena?

—Pues, ¿cuál va a ser?… La de Musset…

—¿En serio? O sea, que yo estaba agonizando a tus pies, ¿y tú mientras pensando en los cretinos de nuestra clase de hace siglos?

—Pues sí…

—¿Y a santo de qué?

—Pues no sé… Me acordé así sin más…

—¿En serio?

—Sí.

—Eres una tía de lo más rara, ¿lo sabías?

—…

Silencio.

—¿Te refieres a esa obra en la que Perdican al final se casa con Rosette?

Y vuelta otra vez con lo mismo.

Era el más viejo de todos nuestros gags, pero bueno…, si él quería, pues nada, a interpretarlo otra vez…

—No. Nunca se habría casado con ella.

—Sí.

—No.

—Claro que sí.

—Claro que no. Los tíos como él no se casan con simples criadas de mierda. Sé que te gustaría creerlo porque eres un romántico empedernido, pero te equivocas, chaval. Yo soy de la casta de Rosette y te puedo asegurar que, en el último momento, se habría rajado… Sus negocios lo habrían reclamado en París o algo por el estilo… Además, su padre nunca lo hubiera permitido. Aún había seis mil escudos en juego, te recuerdo…

—Sí.

—No.

—Sí. Se habría casado con ella.

—¿Para qué?

—Por la belleza del gesto en sí.

—Por la belleza del gesto, venga, coño, no me jodas. Se la habría tirado y luego la habría dejado colgada, con su chucho, sus gallinas y sus ocas.

—Qué cínica eres…

—Pues sí…

—¿Por qué?

—Porque conozco la vida mejor que tú…

—Oh, no, por favor… No empieces otra vez con eso…

—Vale, no empiezo.

Silencio.

—¿Billie?

—Yes.

—¿Quieres casarte conmigo?

—¿Qué?

Hasta el burro se paró.

—¿Quieres que nos casemos nosotros también?

Oh, no, se estaba burlando…

—¿Por qué coño bromeas con eso?

—No bromeo. Nunca he hablado tan en serio en mi vida.

—Pero… pero…

—Pero ¿qué?

—Pues… ¿cómo decirlo?, no somos de la misma acera, vamos…

—¿De qué estás hablando?

—Hombre, lo sabes muy bien…

—Dime una cosa, ¿quién era esa que me explicó un día que el amor verdadero no tiene nada que ver con la cuestión anatómica?

—No lo sé. Una mocosa que quería decir siempre la última palabra, me imagino…

—Billie…

—¿Sí?

—Casémonos… Todo el mundo está venga a dar la vara con lo del matrimonio para todos, la manifestación para todos, la contramanifestación para todos, los prejuicios para todos y los buenos sentimientos para todos… Entonces por qué no también nosotros, ¿eh? ¿Por qué no también nosotros?

Pero que de verdad iba en serio, el muy bobo…

—¿Y por qué tendríamos que hacer como todo el mundo?

—Porque una noche, no sé si lo recuerdas… Fue hace mucho tiempo… Una noche me hiciste prometer que no te abandonaría nunca porque sin mí no hacías más que tonterías… Y lo intenté, ¿sabes?… De verdad intenté cumplir mi promesa… Pero todavía no soy lo bastante fuerte para conseguirlo. Basta que me aleje cuatro pasos de ti para que otra vez pierdas los papeles… Así que me gustaría casarme contigo para que te pasen menos cosas malas en el futuro… No se lo diríamos a nadie y no cambiaría en nada cómo vivimos ahora, pero nosotros sí lo sabríamos. Sabríamos que también existe ese vínculo entre nosotros, y lo sabríamos para siempre.

Joder que si recordaba esa noche…

De modo que no se la había pasado entera durmiendo…

—Sabes muy bien que, pase lo que pase, siempre haré tonterías…

—Pues no, perdona que te diga, pero no. Me gustaría creer que gracias a eso te calmarías un poco.

—Gracias a ¿qué?

—Gracias a tener por fin un poquito de familia que fuera tuya y bien tuya…

Silencio.

—Di que sí, Billie… Ahora mismo no me puedo poner de rodillas porque me duele mucho la pierna, pero tú imagínate que lo hago… Imagínate la escena… Con este burrito de testigo… Llevo diez años pasándolas canutas contigo y hoy ya de verdad tengo ganas de que eso acabe…

—¿Y por qué te casarías conmigo, a ver?

—Porque eres el ser humano más hermoso que he conocido y que conoceré, y porque me apetece que sea a ti a quien llamen primero si a mí también me pasa algo malo.

—¿Ah, sí? ¿Sí? Ah, bueno, pues entonces sí… —suspiré—. Si es sólo por eso, porque me llamen a mí, entonces vale… Soy una persona muy servicial…

Oye, estrellita, mola un montón la fiestecita que tenéis montada ahí arriba, pero, eh…, no te pases con el popper, bonita, porque esto ya se está poniendo de lo más cósmico…

Silencio.

Silencio bajo el sol y bajo el cielo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué sonríe como una tonta mi pequeña Billie, eh? —me preguntó con aire burlón—. ¿Es que está pensando en su noche de bodas?

Pero…, oooooye…, que no sonreía como una tonta, para nada. Al contrario, la mía era una sonrisita muy inteligente.

Sonreía porque estaba en lo cierto.

Sí, sí…

Sonreía de oreja a oreja porque tenía yo razón una vez más: una buena historia, sobre todo de amor, al final termina siempre en boda, con canciones, bailes, caramillos, tambores y toda la pesca.

Sí, sí…

La la la… La la li…

Henri Querido du Chazaud, te doy las gracias.

Ir a la siguiente página

Report Page