Billie

Billie


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Está muerta. ¡Adiós, Perdican!

Y ahí Franck se calló para hacer en plan tachán…, ¡la continuación después de los anuncios!

Yo estaba impaciente por saber qué pasaría después.

Sí, me preguntaba cómo se las iban a apañar una vez más para salvar lo esencial, pues a los ricachones la muerte de un pobre se la suda, y una buena historia, sobre todo de amor, siempre acaba en boda, con canciones, bailes, tamborcillos y toda la pesca.

Pero no.

Se había terminado.

Él estaba emocionado, y yo, irritada.

Él decía que era un final buenísimo, y yo, que era una mierda.

Él sostenía que era una buena lección, y yo, que era una puñetera lástima.

Él defendía a Camille, su honradez, su pureza, su búsqueda de lo absoluto, y yo, en cambio, la encontraba torpe, influenciable, frígida y masoca.

Él despreciaba a Perdican, y yo, en cambio… Yo lo comprendía…

Él estaba convencido de que Camille se había vuelto directa al convento. Triste y decepcionada, pero reafirmada en su pésima opinión de los hombres. Y yo, en cambio, estaba segura de que, si él se lo curraba y le entregaba unas cuantas notitas de amor, no habría puesto pegas a que se la beneficiara detrás de un arbusto.

Vamos, que cada uno defendía su versión y no estaba dispuesto a ceder.

Parecía una pelea de lucha libre, pero con palabras.

¿Perdona?

¿Qué pasa, estrellita?

¿Te has perdido?

¿Ya no te acuerdas de la obra?

Ah, vale, espera. No te muevas. Te la resumo a mi manera y luego a la de Franck, y, con un poco de suerte, entre las dos tendrás más o menos la de Musset…

1. A mi manera: Camille sale del convento después de haber escuchado, durante toda su adolescencia, las monsergas de las monjas, que fermentaban allí dentro por despecho, por acritud o por desesperación. O porque les habían puesto los cuernos, o porque eran feas, o por las dos cosas a la vez, o porque sus familias no tenían pasta para pagarles la dote. Bueno, vale, seguro que entre ellas las habría más santas y más motivadas, pero ésas no les comían el tarro a las chicas. Ésas se limitaban a rezar y punto.

Camille sigue loca por su primo Perdican, protagonista de sus fantasías sexuales todos los años que ha estado encerrada en su Tupperware. Sí, porque bien que le gusta, bien que ha llorado y suspirado por él, pero como es súper orgullosa y como se huele que se ha tirado a un montón de tías cuando estaba en París, eso le revienta, por muy monja que sea, así que lo acosa sin parar para que le confiese, en plan de rodillas y agarrándose a su hábito: Sí, bueno…, es verdad…, me he tirado a otras… Pero era sólo por higiene, ¿sabes?… Nunca me han importado una mierda esas chicas… Además, eran todas unas putas… Sabes muy bien que nunca he amado a nadie más que a ti, mi amor… De hecho, nunca volveré a mirar a otra tía en toda mi vida… Te lo juro por tu crucifijo… Anda, venga, perdóname… Perdóname por haber caído en trampas aviesas y ocultas cuando estaba muy oscuro y no veía más allá de la punta de mi nabo…

Pero como él no está de acuerdo (no, qué le vamos a hacer…) (y eso que él también la quiere…) (sí, sí…) (pero sin todo ese ruido de cadenas con llave) (ah, no, eso no…) (si no, ya no es amor, es una póliza de seguros) (sí, sí…) (y todo eso sale en nuestra escena), Camille decide volver a su búnker, y le escribe una carta a su amiga del convento en la que, en lugar de decirle: «Por desgracia no vemos las cosas de la misma manera, Perdican y yo. Preparadme mi escudilla y mi jergón de paja porque vuelvo con vosotras», se pone en este plan: «Oh, hermana… Oh… Oh, me he negado… Oh, pobrecito… Oh, la que le he soltado… Oh, reza por él porque… no sé si se va a recuperar de ésta y tal y tal».

Bueno, ¿por qué no? Tiene que preparar la sarta de risitas con la que le recibirá cuando vuelva, ¡pero no!, hay que joderse, Perdican intercepta la carta, la lee (muy mal por su parte, en eso estamos de acuerdo), se da cuenta de que Camille no dice más que tonterías e inventa cosas, y entonces decide castigarla tirándose a Rosette, la pobre muchacha que se ocupa de las ocas en el castillo y que pasaba por ahí en el peor momento posible.

Camille los ve juntos, le vuelve a sentar como un tiro, se da cuenta de que quiere a Perdican de verdad y de que tiene que dejarse ya de chorradas, pero sigue con sus chorradas, y Perdican —que está hasta los…, hasta el gorro de que Camille no se decida nunca entre Jesucristo y él— finge/decide (sobre este punto todavía no nos hemos puesto de acuerdo Franck y yo) casarse con Rosette de una vez por todas.

Entonces Camille se viene abajo de una vez por todas también y, por fin, suelta su rosario y, con el rosario, también su amor propio.

¡Ah, genial! Por fin van a caer en brazos uno del otro después de haberse hecho mil escenas durante tres actos, ¡pero no!, hay que joderse, Rosette andaba por ahí cerca, lo ha oído todo y, desesperada, se suicida. Y lo que viene después ya lo sabemos.

Joder…

Aplausos, ¿verdad?

Más les habría valido a esos dos imbéciles jugar con el amor…

Lo tenían todo: pasta, belleza, salud, juventud, un papaíto bueno, se querían, todo… Y lo mandaron todo al garete, y de paso mataron a una persona, por… por capricho…, por egoísmo…, por el placer de hacer el chorra y de estar de cháchara alrededor de una fuente dándose golpecitos en la nariz con el abanico.

Dan ganas de vomitar.

2. A la manera de Franck: Camille ama a Perdican. Su amor es un amor puro. Lo ama más de lo que él la ha amado nunca y de lo que nunca la amará.

Lo sabe porque sabe mucho más del amor y tiene más ojo que él y su nabo juntos, por muy buen ojo que tenga su nabo. ¿Por qué? Porque en el convento ha conocido el amor Verdadero, el amor Grande, el amor Puro. El amor que no te decepciona jamás y que no tiene nada que ver con todas nuestras historias de cama que hacen el agosto de las revistas del corazón y de los abogados.

Sí, la Gracia del Señor está con ella, y está dispuesta a sacrificar su felicidad terrenal para servir a su Amante Infinito.

Ha venido sólo a darle un abrazo a su tío y a recuperar no sé qué (¿un dinero que era de su madre?, ya no me acuerdo…). Por desgracia se da cuenta de que su primo Didi, aunque es frívolo, bobo y mortal, todavía le gusta mucho…

Maldita sea. Está hecha un lío.

Bueno, es verdad, la ha cagado con su carta de mosquita muerta que se las da de mujer fatal pero, primero, Perdican no debería haberla leído, segundo, no tenía más que hablar con ella cara a cara en lugar de utilizar a la pobre Rosette para fastidiarla. (Rosette, que, dicho sea de paso, es un verdadero ser humano, con un corazón, un alma, lágrimas y… esto… ocas y gansos, sí, eso).

Oh, qué venganza más mezquina… Pero bueno, aun así lo ama. Y cuando Camille ama, se entrega a tope. Ya sea con Dios o con un cobarde. Cuando ama, no se guarda nada: lo da todo. Y cuando lo agobiaba antes, es decir, en nuestra escena, con sus angustias sobre el amor, la muerte, la usura y la fidelidad, no era para atosigarlo, sino para que la tranquilizara.

Pero le salió el tiro por la culata.

Como ella es mil veces más madura que él, y como él está controlado por su nabo (¿cómo lo llamaban en aquella época?, ¿su alabarda con chorreras?), no pilla nada de lo que ella le cuenta y la toma por una pobre frígida exaltada y completamente confundida por las monjas.

Vamos, que el baroncito es bastante básico y no tiene ni dos dedos de frente…

Pero como es Camille la Sublime, está dispuesta a tragarse lo que sea por amor.

Sí, por amor a Perdican, está incluso dispuesta a ser amada sin garantía y en modo aleatorio. Qué tía, ¿no? Sobre todo siendo como es ella… Porque así es Camille: apasionadamente recta. La gente cree que es frígida, pero es todo lo contrario. Es pura lava esta chica… Pura lava en ebullición…

Le gusta el amor apasionadamente, y ahí radica su vulnerabilidad. Y también su belleza…

Chicas como ella sólo hay una por siglo y, por lo general, terminan mal.

Digamos que es un problema de voltaje…

Como son demasiado intensas para los casquillos que se venden en las tiendas, por más que intentan adaptarse, cada vez que se las enciende, zaca, saltan los plomos.

Hombre, luego vuelve la luz, claro, y todo el mundo dice «Aaaah…» y vuelve a sus quehaceres diarios, pero para ellas se acabó: se han quemado. Se las sacude un poco, y como hacen clin clin por dentro, van directas a la basura.

Bueno, ¿y qué pasaba con Camille? ¿Era ésa su verdadera naturaleza o se había zampado demasiadas hostias consagradas?

¿Había nacido con un corazón demasiado grande para la felicidad lista para consumir, o es que la lava se enfrió al entrar en contacto con los calcetines sucios que su Perdican querido había dejado olvidados junto a la silla rota?

Habríamos podido saberlo observando su rostro el día que cumplieran veinte años de matrimonio, sólo que game over, ese hijo de papá estúpido se pasa jugando con fuego, y la pobre Rosette, asqueada de ser la patata caliente de esos dos inútiles, esos dos tortolitos ricachones que andan siempre acaramelados pero ni siquiera son capaces de limpiarse los zapatos antes de pisotear a sus criados, se pega un tiro entre bastidores.

Qué jodienda… Ese gesto no sólo queda de lo más tirado, sino que además te agua la fiesta… ¡Eh, anulad lo del cáterin, que ha venido el tío de las pompas fúnebres a tomarle las medidas al cadáver!

Adiós amante, promesas, bodas, caramillos y tambores, la obra ha terminado, y todos los espectadores se levantan de sus butacas, con un pellizco en el corazón.

Resultado de la carrera según los prismáticos de Franck, esta vez: la sed de Camille y el gesto de Rosette vienen a significar lo mismo: el amor es total o no es amor.

Porque con el amor NO SE JUEGA.

Punto.

Final.

Ahora lo cuento en un pispás y súper resumido pero, naturalmente, a nosotros nos llevó horas y horas entender algo en ese puto lío.

Además, al final Franck me confesó que el autor escribió esa obra después de una decepción amorosa, en plan para que la tía que lo plantó viera lo hecho polvo que estaba, y eso me agravó el mal cuerpo que me había dejado todo ese mal rollo.

Debajo de todo eso había como una intención disimulada de dar lecciones y de tomarse la revancha que no me terminaba de gustar. Era demasiado complicado de argumentar para un cerebrito tan birria como el mío, así que no insistí, pero yo lo tenía muy claro: ese tal Musset no jugaba limpio. Utilizaba a Camille para su propio interés, y su interés no tenía mucho que ver con el amor de Dios…

No insistí porque me daba cuenta de que Franck estaba a punto de despreciarme, ya que no se podía mezclar así el arte y los cotilleos de quién se acuesta con quién, pero… Bueno, como yo sacaba unas notas de pena en literatura me callé la boca, pero entendía de puta madre a la tía que había dejado plantado al Musset de las narices.

Yo sé lo que me digo… No jugaba nada limpio ese poetucho…

Bueno, total…, que estábamos venga a discutir sobre todo eso, y así seguiríamos todavía a estas horas si Franck no llega a consultar su reloj en ese momento.

Caray, dijo, y se levantó porque tenía que darse prisa en volver a su casa a cenar. (En la mía, los horarios eran…, cómo decirlo…, más flexibles…).

(A mí se me hacía de lo más raro un chico que decía «caray» y a quien no le gustaba interferir en la logística hogareña de su madre… Todo se me hacía de lo más raro, todo… En realidad, con él estaba aprendiendo mucho más que un papel, estaba aprendiendo… una civilización…). (Pero al revés). (En mi caso era la bárbara con su hueso en la nariz y su taparrabos de pieles de plátanos la que observaba a los blancos a escondidas).

Franck acababa de consultar su reloj, y el momento importante, el momento del que te hablaba antes, empieza justo ahora. Fue la conversación que tuvimos durante el trayecto desde la casa de Claudine (es decir, la abuela) (pero yo podía llamarla Claudine) hasta el barrio de Franck.

Como es muy importante y estoy harta de contarlo todo en estilo indirecto, con todos esos «que» tan pesados, te lo cuento en forma de diálogo.

Te lo cuento a lo Musset…

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! (Éstos son los golpes que se dan sobre el escenario y que te indican que está a punto de empezar la obra).

Ffffffsssss. (El ruido del telón al levantarse).

Ejjjemm… Grrrjjj… Frrrrhhh… (Éstos son los ruidos que hacen los viejos al toser y al sonarse los mocos).

La la li… La la la… (Esto es la musiquita).

Un sendero

Conversan Franck y Billie

BILLIE. Ahora que lo pienso, el papel de Camille deberías hacerlo tú…

FRANCK. (Como si acabaran de morderle la pantorrilla). ¿Por qué me dices eso?

BILLIE. (Que pasa a tope de su pantorrilla). Pues porque… ¡Porque la respetas! Así que, ya puestos, ¡defiéndela del todo! Yo me esfuerzo y tal, pero a mí esta chica no me mola… Me parece que se come demasiado el tarro… ¡No es que no me quiera aprender todo su blablablá, ¿eh?! Es sólo que me gusta más Perdican…

(Silencio).

FRANCK. (Imitando la manera de hablar de la señora Guillet). No le pedimos que sea Camille, sólo le pedimos que actúe, es un juego…

BILLIE. (Imitando la manera de hablar de Billie). ¡Bueno, pues si es un juego, juguemos! Yo prefiero hacer el papel de Perdican. Me divierte más decirte que si algún día ya no nos queremos, los dos tendremos amantes hasta que tú tengas el pelo gris, y yo, blanco.

(Silencio).

FRANCK. No…

BILLIE. No ¿qué?

FRANCK. No es una buena idea…

BILLIE. ¿Por qué no?

FRANCK. La profesora no nos ha repartido los papeles así, y hay que hacerlo como ella ha dicho.

BILLIE. Pero… Pero ¿qué más le da a ella? Lo importante es la escena, no quién interpreta a quién…

(Silencio).

FRANCK. No…

BILLIE. ¿Por qué no?

FRANCK. Porque yo soy un chico y hago un papel de chico, y tú eres una chica y haces un papel de chica. Así de sencillo, y ya está.

BILLIE. (Que es un desastre para los estudios pero en la vida real se defiende bastante bien, nota enseguida que ése es un tema súper sensible y entonces adopta un tono ligero para relajar el ambiente). ¡No le pedimos que sea Camille, señor Muller, sino simplemente que actúe!

FRANCK. (Que no dice nada…, que sonríe…, que se lo pasa muy bien con esa chica tan rara de las Morilles…, que se fija en que por una vez tiene el pelo limpio y no lleva un horroroso pantalón de chándal como todos los demás días del año).

Silencio.

BILLIE. Bueno… Qué, ¿no quieres?

FRANCK. No. No quiero.

BILLIE. ¿No quieres decir con toda tu alma algo así como: «¿Y qué sabes tú del amor, tú que tienes las rodillas doloridas de tanto arrastrarte en las alfombras de tus tías buenas?»?

FRANCK. (Sonriendo). No…

BILLIE. ¿No te apetece gritar delante de todo el mundo: «¡Quiero amar pero no quiero sufrir! ¡Quiero amar y que el amor sea eterno!»?

FRANCK. (Riendo). No.

BILLIE. (Sinceramente turbada). Pero si llevas dos horas explicándome lo contrario… Llevas dos horas intentando convencerme de que quien tiene razón es ella… Que él, comparado con ella, no es más que un pobre desgraciado… Que el amor es algo de verdad súper bonito y que con el amor no se puede jugar, y todo eso…

FRANCK. (Sinceramente turbado al ver a Billie sinceramente turbada, pero apretando el paso y levantando los brazos en un gesto de impotencia). Pero… ¡Pero es sólo una obra! ¡Es un juego! ¡No es como si estuviéramos ante un juez o con la psicóloga del colegio! ¡Es teatro, Billie! ¡Es… es una distracción!

BILLIE. (Que tarda un poco en contestar, que busca las palabras, que adivina sin entenderlo del todo que su papel, su único papel se desarrolla ahora mismo, y que todo lo demás, Camille, Rosette, Perdican, Dios, Musset, la señora Guillet, el romanticismo, la vida romántica, el teatro romántico, los cretinos de su clase, las pintadas asquerosas, los cotilleos en voz baja a sus espaldas que tanto duelen, los grupitos de chicas que se apartan cuando se les acerca, los insultos, los rumores, los escupitajos que se deshilachan al viento, los grupitos de chicos que se le acercan cuando él se aparta, lo que pasó con el profesor de artes plásticas el año anterior, las palabras que todo lo manchan y que nadie olvida jamás, el examen de fin de ciclo, el final de la enseñanza obligatoria, la fábrica como único destino laboral, las tiendas de su barrio todas cerradas, las casas todas en venta, el futuro sin porvenir, el porvenir sin esperanza, el formulario para el subsidio mínimo, la tele encendida tan pronto y todo eso, todo eso es una chorrada comparado con lo que ahora la turba; que calla, pues, y que reúne todo lo que su vida de mierda le ha transmitido hasta ahora, todo lo que ha visto, vivido, sufrido y oído en las Morilles y alrededores, todo lo que de la humanidad le ha enseñado esa gente sin fe, sin ley, sin orgullo, sin moral, sin nada; esa gente violenta, estúpida, alcohólica y malvada que tiene hijos a porrillo, hijos que no le importan una mierda, chavales a los que enseñan cómo mear en latas de cerveza recién bebidas, a disparar perdigones sobre gatitos recién nacidos o a limpiarse el culo con cartas del Ayuntamiento recién leídas a duras penas, que les fuman encima sin descanso desde que son muy pequeñitos, que dejan caer la ceniza de sus cigarrillos sobre sus cuadernos del colegio, que les pegan por cualquier motivo y que les dejan dormir solos en caravanas sin calefacción cuando les apetece estar a su bola y dedicarse a sus orgías para volver a traer hijos al mundo a porrillo, hijos que no les importan una mierda, etc., y que…).

FRANCK. (Inquieto). No dices nada… ¿Estás enfadada?

BILLIE. (Que todavía no sabe muy bien lo que quiere decir pero da igual, se lanza de todos modos y hará como siempre hace, improvisará sobre la marcha). No, pero es sólo que… Que no te entiendo… Y el caso es que no lo digo sólo por ti… Digo que no te entiendo, pero no lo digo sólo por ti… Va… va más allá de ti… Lo que digo es válido para todo el mundo… No hay muchas ocasiones en la vida en que uno puede decir lo que piensa y, además, decirlo bien… Decirlo con palabras ya encontradas… Ocasiones en que puedes utilizar un personaje inventado por otro para transmitir de extranjis cosas que para ti también son súper valiosas… En que puedes decir quién eres… O quién querrías ser… Y decirlo mejor de lo que nunca podrías hacerlo si no tuvieras ya a mano frases tan bonitas…

FRANCK. (¡¿?!)

BILLIE. Pero… esto… ¡No pongas esa cara! ¡Si ya ves que yo no tengo palabras para expresarme! ¡Así que no finjas ser tan tonto como yo! Lo que intento decirte es que cuando tienes algo dentro de ti que te podría ayudar a vivir…, a vivir de verdad…, en plan a inspirar y a expirar hasta que te mueras…, porque estaba ahí antes que tú y estará también después de ti… Sí, algo que hablará de ti cuando estés muerto y enterrado, sin traicionarte nunca, y que… esto… entonces, ¿qué coño importa el aparato genital?

FRANCK. ¿Qué has dicho?

BILLIE. Venga, me has entendido perfectamente… ¿Qué tendría que haber dicho, según tú? ¿«Polla»? ¿«Chocho»? ¿«Tetas»?

FRANCK. (¿?) ¿?

BILLIE. Tío, ¿lo haces aposta, o qué? ¿No entiendes lo que te quiero decir, o es sólo que no te da la gana entenderlo? Lo de ser chica o chico sólo cuenta para el color de la habitación del bebé, para la ropa, para los juguetes, para lo que te cobran en la pelu, para las pelis que te apetece ver o los deportes que te gustan o la… ¡Yo qué sé! Cosas para las que ser chico o chica tiene su importancia… Pero aquí… Los sentimientos… Las cosas que sientes y que te saltan de las tripas antes incluso de pensarlas… Las cosas de las que tu vida dependerá después, por ejemplo, cómo concibes tus relaciones con los demás, de quién te enamoras, hasta dónde estás dispuesto a tragar, a perdonar, a luchar, a sufrir y todo eso, sinceramente, me pregunto qué tiene que ver con todo eso tu… tu forma anatómica… Me lo pregunto y te lo pregunto a ti también, de hecho… Si tu equipo es Camille, ¿qué coño importa que seas un chico para interpretarla? Y ni siquiera en la Académie française, qué va, en un aula de mierda de un colegio de mierda de un pueblucho de mierda… ¿Eh? ¿Qué coño importa? Decir en voz alta las palabras de Camille es lo contrario de ponerse en peligro. ¡Pero si esa tía es súper fuerte! ¡Pega duro que no veas! Hasta está dispuesta a mandar su vida a la mierda con tal de ser coherente con sus principios. ¿Tú te has cruzado con muchas como ella? Yo con ninguna, chaval… Así que, vale, con el amor no se juega, pero a cambio de eso, no me jodas, con todo lo demás sí se puede jugar, ¿no? ¡Porque si no, mejor nos vamos todos a un convento y listo, adiós problemas! ¡Joder, es que es verdad, ya estoy hasta las narices! ¡Estoy hasta las narices de toda esta mierda, todo el tiempo! ¡Hasta las narices! Y tu excusa esa de ser un chico o ser una chica… Te lo digo ya: es una chorrada. No cuela. Búscate otra cosa.

(Silencio).

(Más silencio).

(Y más silencio todavía).

FRANCK. No es la Académie française, es la Comédie française…

BILLIE. (Que sigue irritada por haber tenido que rebuscar tanto en su cabeza para encontrar las palabras adecuadas para acabar diciendo tan mal eso tan importante que tenía que decir). Me la suda.

(Silencio).

FRANCK. Billie, ¿sabes por qué es tan importante que seas tú quien interprete a Camille?

BILLIE. No.

FRANCK. (Maravillado y volviéndose hacia ella). Porque, en un momento dado, Perdican no puede evitar volverse hacia ella para decirle, maravillado: «¡Qué hermosa eres, Camille, cuando se aviva tu mirada!».

La conversación terminó ahí.

Primero porque habíamos llegado a su portal, y segundo porque aunque Camille lo mande a paseo diciéndole que a esas alturas a ella los halagos se la sudan, yo, como era el primero que me hacían en toda mi vida, yo… no sabía cómo tomármelo. De verdad. No sabía. Así que me hice la sorda, sorda como una tapia.

Luego él señaló su casa con la barbilla y dijo:

—Por supuesto, podría invitarte a subir un mo…

Yo ya estaba contestando Oh…, no, no, cuando me interrumpió:

—… Pero no lo hago, porque ellos no te merecen.

Y eso, por supuesto, era mucho mejor que toda la labia de Perdican…

Eso era la sangre que los indios pieles rojas se intercambiaban entre sí abriéndose las venas.

Eso quería decir: ¿Sabes?, pequeña Billie analfabeta y deslenguada, he oído perfectamente tu explicación de hace un momento, y que sepas que mi equipo eres tú.

Nada más[1].

La la li… La la la…

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