Billie

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Notas

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Notas

[1] En cuanto Franck hubo cruzado el umbral de su casa, sus padres se abalanzaron sobre él, preguntándole, con expresión ávida y miraditas de complicidad, por esa señorita con la que se le había visto pasear.

Y ni la respuesta evasiva del hijo ni su irritación manifiesta empañaron el buen humor del padre, que, excepcionalmente esa noche y lo que duró el informativo televisivo de las ocho, eructó algo menos que de costumbre.

De modo que la frágil silueta de una muchacha miserable, miedosa y alimentada (mal que bien) por lo que quedaba de los subsidios estatales, y que, en ese momento, estaba recorriendo tres kilómetros a pie mientras caía la noche y él repetía de gratén dauphinois, plantó cara, por una noche al menos, a la Gran Conspiración que fomentaban entre ellos desde el final de la guerra fría —Jean-Bernard Muller lo sabía, pues estaba muy al corriente en esos temas— los masones, los judíos y los homosexuales del mundo entero.

Había bastado que apareciera Billie para que Occidente estuviera salvado. (N. de la a.) <<

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