Billie

Billie


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Después la cosa se pone más triste, así que lo contaré deprisa.

Después estabas distraída, estrellita…

Primero vinieron las vacaciones de verano, que nos separaron un poco (en dos meses nos vimos tres veces, de las cuales una fue de casualidad y nos sentimos súper incómodos porque su madre estaba por ahí), y luego su instituto nuevo, que nos separó del todo.

Él estaba lejos, y yo… yo mientras tanto repetí curso, me salieron tetas y empecé a fumar.

Para pagarme el vicio me puse a hacer tonterías, y para que las tetas me sirvieran de algo me fui a vivir con un tío.

Sí…, me mudé con él… Conocí a un tío, tenía moto, podía sacarme de las Morilles de vez en cuando, trabajaba en un taller de coches, no es que fuera muy majo conmigo pero tampoco era malo, no era muy guapo y para lo que él quería, tampoco podía esperar nada mucho mejor que una chica como yo. Todavía vivía en casa de sus padres, pero en una caravana al fondo del jardín, y eso estaba guay porque yo en las caravanas me sentía como pez en el agua, así que cogí una bolsa con ropa y me trasladé a vivir allí.

Limpié la caravana, me senté dentro e hice como él: me encerré a vivir en el fondo del jardín.

Del jardín de sus padres…

De sus padres, que no querían ni hablarme porque era muy mal partido…

Él tenía derecho a comer y cenar en casa de sus padres, pero yo no. A mí me traía las sobras en una escudilla.

Se sentía un poco incómodo pero, como él decía, sólo era algo provisional, ¿eh?

Mientras tanto, ¿dónde estabas tú, estrellita?

Oh… Tengo que pasar deprisa sobre esos momentos de mi pasado porque me recuerdan demasiado a este momento de mi presente…

Porque… estoy aquí venga a hablar, venga a hablar, pero tengo muchísimo frío mientras te espero…

Tengo muchísimo frío, muchísima sed, muchísima hambre y muchísimo dolor.

Me duele el brazo y me duele mi amigo.

Me duele mi Francky tan hecho pedazos…

Y otra vez tengo ganas de llorar.

Así que lloro.

Pero es sólo algo provisional, ¿eh?

De repente me he acordado, estrellita, de que el señor Dumont no sólo me enseñó que yo procedía del cuarto mundo de Francia sino que también me hizo copiar no sé dónde que te habías muerto…

Que te habías muerto hace miles de millones de años y que lo que ahora miraba no eras tú sino restos de ti. Restos de tu fantasma. Como un holograma. Una alucinación.

¿Es eso verdad?

¿Entonces de verdad estamos solos?

¿De verdad estamos perdidos, Franck y yo?

Lloro.

Cuando me muera, ni siquiera dejaré tras de mí una huella de mi presencia. Mi luz no la ha visto nadie aparte de Franck, y si él se muere antes que yo, todo se habrá acabado. Yo también me apagaré.

Busco su mano y la aprieto fuerte. Lo más fuerte que puedo.

Si él se va, me voy con él. Nunca le soltaré la mano, jamás. Tiene que salvarme una vez más… Ya lo ha hecho tantas que una más una menos…, por una vez más que venga a rescatarme con un helicóptero… No quiero quedarme aquí sin él. No quiero porque no podría.

Fingí que dejaba el cuarto mundo, pero en realidad nunca me marché de verdad, y eso que lo intenté, lo intenté con todo mi corazón. Con toda mi vida. Pero esa mierda es como un tatuaje mal hecho, lo tienes que llevar a cuestas hasta que se lo zampen los gusanos.

Me gustara o no, había nacido en las Morilles y en las Morilles terminaría. Y si Franck me abandona, haré exactamente como mi madrastra y todos los demás: beber. Haré un agujero en mi suelo y lo agrandaré hasta que no quede nada humano dentro de mí. Nada que se ría, nada que llore, nada que sufra. Nada que pueda hacer que me exponga a levantar la cabeza una última vez para volver a encajar otro puñetazo en la boca.

Le hice creer a Francky que me había reseteado, pero era mentira. No hice nada de nada. Simplemente confié en él. Simplemente confié en él, porque era él y porque estaba ahí, pero sin él, esa trola no se tendría en pie ni un segundo. No puedo resetearme.

No puedo. Mi infancia es un veneno que llevo en la sangre, y sólo cuando esté muerta dejará de hacerme sufrir. Mi infancia soy yo, y como mi infancia no vale nada, por más que intente plantarle cara con todas mis fuerzas, nunca doy la talla.

Tengo frío, tengo hambre, tengo sed y estoy llorando. Y me la sudas, estrellita de los cojones que no existes ni en sueños. No quiero volver a verte. Nunca más.

Me vuelvo hacia Franck y, como un perro, como

Colmillo Blanco cuando vuelve a ver a su amo, meto la cara debajo de su brazo y ya no me muevo.

No quiero volver a vivir nunca más en una caravana. No quiero volver a terminarme nunca más las sobras de otra gente. No quiero seguir haciéndome creer nunca más que soy otra cosa que yo misma. Es demasiado cansado mentir todo el tiempo. Demasiado, demasiado cansado… Mi madre se largó cuando yo ni siquiera tenía un año, y se largó porque yo no paraba de llorar. Estaba harta de su bebé. Pues hizo bien, porque después de tantos años no he progresado nada: sigo siendo la misma niña pelmaza que se pasa la noche llorando…

La he perdonado por haberme abandonado. Me pareció entender que era aún menor de edad, y para ella debía de ser imposible imaginarse el resto de su vida en las Morilles con mi padre, pero… lo que me impide olvidarla del todo es que me pregunto si piensa en mí de vez en cuando…

Sólo eso.

Dejé de apretujarle la mano para cambiar de postura, pues, aunque quería morirme muy pronto, estaba harta de que me doliera el brazo mientras tanto, y, justo en el momento en que me estaba volviendo a tumbar de espaldas, hete aquí que él me la apretó a su vez…

—¿Franck? ¿Eres tú? ¿Estás ahí? ¿Estás dormido? ¿Te has desmayado o qué? ¿Me oyes?

Pegué el oído a su boca por si estaba demasiado débil para contestarme y también para hacer como en las películas, cuando el viejo moribundo murmura con un último hilo de voz dónde ha escondido el tesoro y todo eso.

Pero no… Sus labios no se movieron… Pero su mano, en cambio, seguía apretando la mía… No mucho. Apenas. Con la fuerza de un ratoncito, pero para él debía de ser agotador…

Su mano estaba demasiado débil y no apretaba nada, pero sus dedos comatosos sí, un poco. Sus dedos, con un último hilo de nervio, me decían: ¡Pero no ves que mi tesoro está ahí, tontorrona! ¡Para ya de llorar! ¿Sabes que ya me estás hartando con tu infancia desgraciada? ¿Quieres que te hable yo de la mía? ¿Quieres que te cuente qué se siente al crecer con una madre que se atiborra de antidepresivos y un padre que está en contra del mundo entero? ¿Quieres que te cuente qué se siente al vivir permanentemente rodeado de odio? ¿Quieres que te cuente qué se siente al ser el hijo de Jean-Bernard Muller y darse cuenta a los ocho años de que nunca te gustarán las chicas? ¿Quieres?

¿Quieres que te cuente otra vez esa carnicería? ¿Esa matanza? ¿Ese terror doméstico? Pues entonces para un poco, por favor. Para. Y deja ya de dar la tabarra con tu estrella de pacotilla… La buena estrella

no existe. El cielo

no existe. Dios

no existe. No existe nadie más que nosotros dos en este puto planeta, te lo he dicho mil veces: nosotros, nosotros, nosotros y sólo nosotros. Así que deja ya de rebuscar cuando te conviene en tus recuerdos de mierda o en tu cosmogonía de maruja. Odio cuando te pones en ese plan. Odio cuando te arrellanas en esa clase de complacencia fácil. Echarle la culpa a los demás en lugar de a uno mismo, eso está al alcance de cualquiera, ¿sabes? Y odio saber que eres como todo el mundo… Tú no… Ella no… Mi Billie no… El mundo no es sino una cloaca sin fondo donde las familias más informes reptan y se retuercen sobre montañas de fango, pero existe para nosotros algo santo y sublime que ellas no tienen y que nunca nos quitarán: la valentía. La valentía, Billie… La valentía de no parecernos a ellas… La valentía de superarlas y olvidarlas para siempre. Así que para de llorar

inmediatamente o te dejo ahí plantada y me largo ahora mismo con mis dos camilleros cachas y guapos.

Joder… Parecía súper cabreado, ¿eh? Joder, qué nervioso te pones, Perdican, cuando se avivan tus dedos… Joder… Y… ¿qué significa eso de «cosmogonía»? ¿Es un tipo de flor? ¿Y «arrellanarse»? Joder… Mejor me callo…

Bueno, estrellita, acércate un poco porque no quiero que Francky lo oiga… Entonces… esto… resumiendo: así que… calla…, estás aquí pero ya no eres tú y no existes, pero existes de todas maneras, ¿vale? Si Franck no cree en ti, allá él, pero yo me he acostumbrado a tu compañía, así que sigo contándote mi culebrón a escondidas, ¿vale?

Vale, centelleó ella.

¿Por dónde íbamos? Ah, sí… Estábamos en la caravana cutre de Jason Gibaud… ¡Joder, no veas cómo apestaba ahí dentro! Una mezcla de olor a pies, a tabaco frío, a cojines viejos llenos de moho y todo eso. ¡Buf, anda que no hubiera mangado yo ambientadores en esa época!

Estaba ahí. Faltaba a clase. Me pasaba el rato sentada fumando en el escalón que daba la espalda a la casa de sus padres, para que no me vieran.

Cuando estaba súper depre, me decía que mi vida había terminado y que para eso más me valía encender la tele y el camping gas y chupármelo todo viendo un culebrón, y cuando salía un rayito de sol, me decía que era como Camille…, que sólo estaba pudriéndome en una especie de convento en espera de ser mayor de edad y que, de una manera o de otra, todo cambiaría por fin algún día… No veía muy bien cómo, pero bueno, así son los rayitos de sol: te permiten cerrar los ojos y tener un poco de esperanza…

Hubo ese Jason y hubo otros más, claro. Cuando sus padres se pusieron demasiado de los nervios conmigo, cogí mi bolsa de ropa y me largué a asustar a otros viejos.

Un día, mucho más tarde pero más o menos por aquel entonces, me crucé con Franck en el centro. Sé que me vio, pero fingió estar ocupado en otra cosa, y yo se lo agradecí mucho.

Porque no era yo la chica súper vulgar que estaba ese día en el mercado. Vestida que daba pena, con unos taconazos de espanto y maquillada como una puerta. No, no era la Billie cuya voluntad daban ganas de respetar, era… como una puta…

Sí, sí, hay que decir las cosas como eran, estrellita… Esos años pasados en la sala de espera más birria no me recordaban a la Camille de Perdican sino más bien a la Billie Holiday de su madre…

Claro que hacía de puta, claro… Lo sabía muy bien… Pero ¿y qué? Había descubierto que con mi cuerpo podía conseguir cierta tranquilidad, dinero para comer e incluso… incluso… rebuscando bien, un poco de cariño. Así es que… ¿Habría sido estúpido no aprovecharlo, no? No es que me volvieran loca esos chicos que me permitían vivir lejos de las Morilles, pero tampoco elegía a los peores… Y, además…, entre ser puta de ricos y ser puta de pobres tampoco es que haya tanta diferencia, ¿no? La cosa se resume en una cuestión de cuánta ropa tienes… La mía cabía toda en una bolsa de supermercado, y la de las putas de ricos me imagino que en bonitos vestidores, pero bueno… Cada una tiene sus gustos y sus beneficios, ¿no? Yo me apañaba como podía, y hasta que pudiera arreglármelas de otra manera, recurría a mi cuerpo.

Estaba obsesionada con cumplir los dieciocho. No porque entonces pudiera sacarme el carné y conducir un Mini (me entra la risa) o ir a jugar a un casino (me descojono), sino porque sabía que estaría más relajada cuando robara en las tiendas. Porque si me pillaban ahora, la poli habría llamado a mi padre, y eso era lo último que quería. Eso habría sido volver directa a la casilla del infierno. Por eso sólo robaba cosillas sin importancia y me costaba más que a otra gente hacerme respetar.

Hala. Ésa era mi vida, y ésos eran mis grandes planes para el futuro…

Así es que sí, que Franck Mumu fingiera no verme fue un detallazo por su parte…

Desde entonces le he hablado varias veces de ese día, de ese instante tan extraño en que experimenté la vergüenza y el alivio en un mismo segundo, y él sigue jurándome que de verdad no me vio. Pero yo sé que sí, y lo sé por Claudine…

Tiempo después me la encontré una mañana en un estanco. Yo estaba comprando tabaco, y ella, sellos. Naturalmente, me sonrió y tal, pero vi en su mirada el camino tan decepcionante que yo había recorrido desde que ensayábamos en su casa.

Sí. Lo vi. Fue fugaz, y ella enseguida lo camufló, pero, por culpa de tener que pasar mi infancia siempre a la defensiva, soy un crack para detectar hasta el más mínimo pensamiento secreto en los ojos de la gente que me mira. Un auténtico crack… Me besó como si nada, me dijo riendo que no estaba dispuesta a pagarme la droga pero sí a invitarme a un Chupa-Chups o a un rasca y gana si quería, que no tenía más que elegir, y entonces… Entonces debió de verlo, bajo mis pestañas de putón cargadas de rímel robado, debió de ver que estaba a punto de llorar, por la de tiempo que hacía que nadie me había regalado nada… Sí. Lo vio, pero en lugar de ponerse en plan: Oh, querida… Qué dura es la vida contigo… Si es que no te reconozco con ese disfraz que tan mal te queda y tantos años te echa, añadió una cosa que quería decir exactamente lo mismo pero en mucho más bonito…

Sí, en el momento de separarnos en la calle, se hizo la que acababa de acordarse y me soltó:

—Por cierto, Billie, querida… A ver si te pasas por mi casa un día de éstos porque tengo una carta para ti… Y hasta puede que dos…

—¿Una carta? —dije yo—. Pero una carta ¿de quién?

Ya estaba lejos cuando añadió medio gritando:

—¡De tu Perdicaaan!

Y vuelvo a llorar.

Pero ahora sí puedo, ¿no?

Sí.

Ahora sí puedo.

Porque estas lágrimas son buenas…

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