Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 25

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En los Alpes suizos, Horst Werner estaba sentado en el sillón tapizado de su biblioteca. Brincaban llamas en el hogar y lámparas diminutas iluminaban el modelo a escala de dos metros y medio de longitud del Bismarck montado por él mismo. Había anaqueles en todas las paredes pero ninguna ventana, y detrás de los paneles de sándalo había una muralla de acero forrada con plomo de ocho centímetros de grosor.

El centro de operaciones de Horst se conectaba con el mundo mediante sofisticados circuitos de Internet que daban la sensación de que esa cámara blindada era el centro del universo.

En ese momento, los doce integrantes de la Alianza se habían conectado con la red cifrada. Todos hablaban inglés en mayor o menor grado, y sus imágenes en vivo estaban en la pantalla. Después de saludarlos, Horst pasó rápidamente al objeto de la reunión.

—Un amigo americano ha enviado a Jan una película como entretenimiento. Estoy muy interesado en vuestra reacción.

Una luz blanca llenó doce pantallas conectadas y se aclaró a medida que la cámara enfocaba un jacuzzi. Dentro había una joven desnuda de tez morena, con pelo largo y negro, tendida de bruces en diez centímetros de agua. Estaba amarrada como la presa de un calador, manos y pies a la espalda y una soga ceñida al cuello.

Había un hombre en el vídeo, de espaldas a la cámara.

—Henri —dijo uno de los miembros de la Alianza cuando el hombre giró un poco.

Henri estaba desnudo, sentado en el borde del jacuzzi, y una máscara de plástico claro le deformaba los rasgos.

—Como veis —dijo a la cámara—, hay muy poca agua, pero suficiente. No sé qué es más letal para Rosa. No sé si se ahogará con el agua o con la cuerda. Veamos qué pasa.

Henri se volvió y le habló en castellano a la muchacha, que sollozaba, y luego tradujo para la cámara.

—Le he dicho que mantuviera las piernas alzadas hacia la cabeza. Que si podía aguantar así otra hora, la dejaría vivir. Quizás.

Horst sonrió ante el descaro de Henri, el modo en que acariciaba la cabeza de la joven, calmándola.

Por favor, déjame ir. ¡Eres malvado! —gritó ella sin resuello, agotada por el esfuerzo de sobrevivir.

—Me pide que la suelte —tradujo Henri para la cámara—. Dice que soy malvado. Bien, la amo de todos modos. Qué chica tan dulce.

Rosa siguió sollozando, aspirando aire cada vez que sus piernas se relajaban y la soga se tensaba en su garganta. Gimió «Mamá», bajó la cabeza, y su exhalación final hizo burbujear la superficie del agua.

Henri le tocó el costado del cuello y se encogió de hombros.

—Ha sido la cuerda —dijo—. Pero lo cierto es que se ha suicidado. Una hermosa tragedia. Tal como prometí.

Sonreía cuando el vídeo hizo un fundido en negro.

—Horst, esto es una violación del contrato, ¿verdad? —dijo Gina con indignación.

—En realidad, el contrato de Henri sólo dice que no puede aceptar trabajos que le impidan cumplir con sus obligaciones hacia nosotros.

—Es decir que técnicamente no lo ha violado. Sólo tiene otros chanchullos.

—Sí —dijo la voz de Jan por los altavoces—. Como veis, Henri intenta provocarnos. Esto es inaceptable.

—Ya, es un tío difícil —interrumpió Raphael—, pero concedamos que Henri tiene su genio. Tendríamos que trabajar con él. Darle un contrato nuevo.

—¿Que establezca qué, por ejemplo?

—Henri ha hecho películas cortas para nosotros, similares a la que acabamos de ver. Sugiero que le encarguemos un documental.

—Brillante, Rafi —intervino Jan, entusiasmado—. Las intimidades de Henri. «Un año en la vida de», ja? Sueldo y bonificaciones acordes con la calidad de la acción.

—Exacto. Y trabajará exclusivamente para nosotros —dijo Raphael—. Empieza ahora, en Hawai, con los padres de la muchacha del bikini.

Los miembros de la Alianza deliberaron sobre las condiciones e incluyeron algunas medidas drásticas en el contrato, penas por incumplimiento. Incumplimiento por impotencia, bromeó alguno, y rieron. Después de la votación, Horst hizo una llamada a Hawai.

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